"Escúchame. Sé algo más. Volverá a empezar. 200.000 muertos y 80.000 heridos en nueve segundos. Esas son las cifras oficiales. Volverá a empezar. Habrá 10.000 grados en la tierra. Diez mil soles, dirá la gente. El asfalto arderá. El caos prevalecerá. Una ciudad entera se levantará del suelo y volverá a caer en cenizas... Te conozco. Te recuerdo." (Marguerite Duras: "Hiroshima mon amour")
A ochenta años del horror estadounidense en Japón, en Hiroshima y Nagasaki, ochenta años que hoy tendrían muchos de aquellos bebés que nunca nacieron, que se derritieron bajo la cobija de sus ilusionadas madres, también derretidas. Otros, sobrevivientes, pocos, muy pocos, morirían de cáncer y demás males asociados con la radioactividad. Todavía hoy mueren, todavía hoy nacen con malformaciones. Sólo Estados Unidos se atrevió a tanto, sólo Estados Unidos ha lanzado no una sino dos bombas atómicas sobre ciudades repletas de inocentes. Que no se olvide. Que no se olvide por favor. Y que ninguna otra potencia nuclear se le sume y le quite el repugnante trono de haber sido los únicos, que no lo haga por favor.
Estados Unidos como Estado no puede ser el paradigma que pretenden muchos que sea de derechos humanos y democracia. Al revés, es paradigma del horror y en eso superó, si bien no por mucho, a los soviéticos. Sólo Estados Unidos se atrevió a tanto en agosto de 1945, al exterminio, al genocidio, tal como después experimentó con Napalm durante años sobre todo Vietnam aniquilando con el más ardiente de los fuegos a campesinos cobijados en sus chozas de paja, tal como hoy apoya política y financieramente el genocidio del pueblo palestino de Gaza. Sobre Camboya cayeron más bombas en un solo mes del verano de 1970 que sobre todo Dresden en los seis años de la segunda guerra mundial. La historia político-militar del último siglo de Estados Unidos es la historia del horror, de genocidios, de la barbarie con rostro tecnológico. ¿Para qué? ¿Para demostrar su poderío a lo John Wayne cazando mapaches? ¿Para dejar en claro su voluntad de salvar, en realidad aplastar al mundo?
Cuentan que todo fue un cálculo con MacArthur a la cabeza, el mismo que propondría antes de su muerte repetir la hazaña nuclear en Corea y en Vietnam. Un cálculo fríamente matemático. O prolongar la guerra unos meses más y tener que invadir Japón con el costo de vidas estadounidenses, o lanzar las bombas y obligarlos a rendirse de una vez o a su desaparición física total, sin costo de vidas estadounidenses. Las japonesas no importaban en la ecuación. ¿Los conocidos daños colaterales? Lo cierto es que colateralmente mostraron al mundo su poderío político-militar, lo invitaron a que tomara nota y a que se sometiera. Lo lograron en gran parte. Como la Unión Europea que se arrastra hoy ante Mr. Trump, omite hablar de los palestinos y se arma bestialmente comprando todo a la industria militar gringa. Apenas España dijo no. Cálculo, ecuación, el triunfo de la barbarie de una racionalidad instrumental, militar-tecnológica, a la que sólo le importa su voluntad de dominio. La misma racionalidad del holocausto creado por los nazis, de su ordenado y "productivo" Auschwitz. La misma racionalidad vomitiva que se aplica en Gaza, donde las víctimas de ayer y los victimarios de hoy muestran la comida a los hambreados palestinos para acribillarlos en las respectivas filas de "ayuda humanitaria". ¿Daños colaterates del Estado sionista? Razón instrumental y estratégica pornográficamente desnuda. La misma que se aplicó en Hiroshima y Nagasaki, que no se olvide.
La historia político-militar de Estados Unidos, como la que hoy practica el Estado sionista de Israel, o la rusa de Putin que tampoco se queda muy atrás, es la historia de la auténtica barbarie, de la negación misma de cualquier progreso. La Casa Blanca y el Pentágono de los halcones son tan aves de rapiña como ave de rapiña es su simbólica águila calva, con una importante distinción: el águila toma sólo lo que necesita para su sobrevivencia, los halcones gringos lo quieren todo para sí mismos. Lo sabemos desde hace mucho tiempo por estas latitudes, lo padeció primero México, luego todos los demás. Expertos en hundir sus propios barcos y sacrificar a algunos de los suyos para declarar guerras, ya sea en febrero de 1898 en La Habana o en agosto de 1964 en el Golfo de Tonkin, su historia político-militar, con alguna que otra excepción, es la historia de la opresión, de la expoliación, del exterminio.
Otra cosa es parte de su historia cultural, nosotros sí podemos hacer lo que los halcones gringos no quieren hacer: distinguir. Y aunque de eso no toque hablar hoy, a ochenta años del holocausto de Hiroshima y Nagasaki, los aportes contemporáneos de sus artes plásticas, de su conocimiento científico, de su literatura y poesía, de su filosofía pragmatista, de pedagogos como John Dewey, de gran parte de su cinematografía, de su música, resultan sanamente envidiables, invalorables, son un canto permanente a la diversidad maravillosa del ser humano que somos, base para todo éthos democrático. Su historia cultural es el reverso de su historia político-militar. Quedémonos con aquella, sin la cual sería prácticamente imposible explicar gran parte de lo mejor de nuestro siglo. Luchemos incansablemente contra la política-militar, historia tanática del horror. Que no se olvide nunca que sólo Estados Unidos ha lanzado ataques atómicos sobre mujeres, niños y ancianos inocentes, y lo ha hecho con mucho orgullo. Hoy toca recordarlo, y mañana también. Imploremos para que no los repita nunca más y para que más nadie los acompañe en una página tan deleznable por sangrienta de la historia universal.