Cine Social

“Disparen a matar”, la película que denuncia la violencia policial, más de 30 años después sigue vigente

Corría el año de 1990 en el país donde un año atrás había acontecido la explosión social más grande contra las políticas de ajustes neoliberales de la región, respondida por la criminal represión y masacre del gobierno de Carlos Andrés Pérez a manos del ejército y la policía.

"Disparen a matar": una obra de denuncia social tan vigente que duele

Venezuela era un caldero de descontento social, corrupción, deslegitimación del régimen, violencia social, pero sobre todas las cosas, la violencia política hacia los más pobres, en voz de Gabriela, personaje de la película de Carlos Azpurúa, "… la violencia es la misma, porque saquear a un país, que la gente pague con hambre una deuda que no es suya y que no exista castigo para los corruptos, eso también es quitarle la vida a la gente".

Frases como estas inundan la película que se convertiría en un hito del cine social venezolano, ese que desde las expresiones cinematográficas denuncia las penurias y miserias de los más pobres. Siendo la ópera prima ficcional de su director, Carlos Azpurúa, que contaba con un par de documentales en sus trabajos previos, supo representar el ambiente de la época, militante de La Causa R y parte de la intelectualidad de izquierda del país, crea una obra de denuncia magistral.

El guion corrió por cuenta de David Suárez, destacado de guionista de otras tantas películas del cine nacional: De mujer a mujer de Mauricio Walerstein, La oveja negra de Román Chalbaud, Con el corazón en la mano de Walerstein, Cuchillos de fuego de Chalbaud, Móvil pasional de Walerstein y Sicario de José Novoa.

"Disparen a Matar" narra el asesinato de Antonio, un joven trabajador más como cualquier otro, habitante de los bloques de Caucagüita, víctima de una sociedad donde su vida no vale más que una bala, la que le arrebata la vida a mano de un efectivo policial. Castro Gil es el funcionario que, con total impunidad, asesina a sangre fría a Antonio, el cual es puesto como un delincuente que intentó desarmar al funcionario. En escenas posteriores un compañero de Castro Gil con total ligereza le comenta: "No te va a pasar nada, hay 1500 casos como el tuyo en la fiscalía y allí se quedan engavetados".

La sinopsis de la película, ficción ambientada en la realidad de la época, parece tan vigente y actual que se podría cambiar el año del estreno por el 2023 y sería tan válida como la proyectada hace más de 30 años. Para más inri, en el año 2015 el presidente Nicolas Maduro, ordenaba que la película se retransmitiera en las televisoras públicas, como ejemplo de cómo no debería comportarse un policía. Es absurdo e indignante que lo ordenara quien impulsaba las nefastas OLP y quien tan solo un año después creará la FAES.

La violencia policial en la Venezuela actual va más allá de la ficción

Las cifras de asesinatos extrajudiciales son escalofriantes. Muchos de estos jóvenes son ajusticiados en sus propias casas enfrente de sus familiares, como en la película es asesinado Antonio frente a su madre Mercedes. Las madres de la vida real sufren el desprecio de las autoridades competentes y las amenazas directas si denuncian, lo mismo que sufrió Mercedes, en el film de Azpurúa; "Solo le pido a dios que convierta este dolor en rabia", es la línea que cita Mercedes al recordar que su esposo también fue asesinado por el Estado en la dictadura militar décadas atrás. Tiempos y planos distintos, misma violencia contra los pobres.

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Azpúrua nos muestra la desoladora realidad de una Venezuela en decadencia, donde niños llevan armas y juegan en la penumbra mientras esperan a su próxima víctima para robarlo. Magnífico contraste entre la violencia social de niños que dejan los juguetes para tomar las armas y la posterior violencia estatal, consciente, organizada y estructurada contra esos niños, contra el trabajador del barrio, contra el joven estudiante o deportistas. Para la violencia policial todos son lo mismo y es allí donde ficción y la realidad parecen difuminarse, sin embargo, la realidad es profundamente más cruenta y devastadora.

"En esta ciudad nadie es más que nosotros", cita Castro Gil, en una reunión informal con sus compañeros entre prostitutas y botellas de alcohol, afianzando la complicidad entre policías por el asesinato de Antonio. Unas imágenes que bien podrían pasar por documental, pues lo que reina en las estructuras policiales y judiciales es la corrupción y la complicidad.

La tenacidad de Mercedes, madre de Antonio la lleva a denunciar el asesinato de su hijo pese a las amenazas recurrentes que recibe. Santiago, un periodista honesto, pero de vida acomodada, es quien la ayuda a hacer público el caso. Santiago verá cómo su vida tranquila de clase media se ve destruida por buscar la verdad dentro de todo el entramado de corrupción que envuelve a la policía. Castro Gil, luego de ser apresado por la denuncia de la prensa y la lucha de Mercedes, logra salir en libertad ya que nadie quiere atestiguar contra él, por temor a las represalias. El cierre de la película pone a Mercedes frente a la tumba de su hijo con la siguiente línea: "Con todo lo que cuesta vivir, hay que vivir".

La película deja un final amargo al no resolver el asesinato de Antonio, su asesino queda libre y a sus anchas, una pincelada más de realismo análogo a miles de casos iguales que nunca se resuelven contra los abusos policiales. Tan vigente que duele.

Castro Gil, pudo ser perfectamente de la FAES

Los niveles de violencia policial en los barrios crecieron desde la creación de la Fuerza de Acciones Especiales (FAES) de la Policía Nacional Bolivariana (PNB), en el 2016, a cuya creación le antecedieron pocos años antes lo operativos llamados cínicamente "Operaciones de Liberación del Pueblo (OLP)", una política gubernamental consciente y estructurada con licencia para matar en los barrios pobres del país.

Como señalan investigadores del área, fue tan brutal el accionar de la FAES y tantas las denuncias, que el Gobierno optó a finales de 2022 por "disolver" formalmente este cuerpo, sin mayor anuncio y, lo más importante, sin ningún tipo de procedimientos sancionatorios, juicios y castigos por los tantos crímenes cometidos. Resultando en una manera de garantizar la impunidad y, peor aún, lo que se operó fue una redistribución administrativa de los mismos funcionarios y las mismas lógicas en diferentes divisiones y fuerzas policiales con otros nombres.

Es imposible la "paz social" en medio de la desigualdad y la miseria en la que se ve sumida el país en la actualidad, por ende, es necesario para el orden este tipo de políticas represivas para mantener a raya a los pobres urbanos y evitar cualquier tipo de explosión social como la ocurrida hace 34 años. En esa lógica coinciden tanto quienes gobiernan como quienes hoy aspiran a sucederlos.

La película "Disparen a matar", representa un testimonio audiovisual de la década de los 90’s y la situación política de la época. Hoy 30 años después es más que vigente, es, para ser honestos, la realidad de muchos jóvenes del barrio, de muchas Mercedes que luchan porque algún día se haga justicia.



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