Breve meditación acerca de la ética y la política (a propósito de la muerte de Baduel)

Cabe arrancar estas breves meditaciones, destacando la dificultad del tema: la relación entre la ética y la política. Muchos destacados filósofos lo han abordado a lo largo de los siglos y es un arduo trabajo de pensamiento asumir una postura definitiva en el dilema que podemos resumir en dos o tres cuestiones: si la política y la ética no tienen nada que ver o si una debe subordinarse a la otra, cuál a cuál. Igualmente es difícil esbozar una posición clara ante la muerte de alguien, de cualquiera, aunque por otras razones, sobre todo por la intensidad emocional que envuelve el asunto, lo cual enrarece cualquier discurso racional. Ante la muerte de alguien pareciera que sólo es pertinente expresar dolor. La cosa se convierte en un asunto ético y político cuando hay algunos que ni sienten ni pueden expresar dolor, sino indiferencia, y hasta satisfacción.

Para simplificar, ofrezco unas definiciones claves provisionales: la ética es una reflexión acerca del deber, lo obligatorio, los valores válidos para todas las circunstancias o, por lo menos, aquellas situaciones extremas. La ética informa acerca de lo que es Bueno y lo que es Malo, y las practicas que llevan a uno o al otro. La política, por el contrario, se trata del Poder, de cómo obtenerlo, ejercerlo y mantenerlo. Por ello, la dicotomía semántica que organiza sus valoraciones es la que distingue a los Amigos o Aliados, y los Enemigos. Se infiere que no existen orientaciones políticas válidas para todas las circunstancias, porque la acción política adecuada (algunos dicen que "correcta", pero en política sólo hay lo conveniente y, cuando mucho, lo apropiado) depende mucho de los períodos históricos, las circunstancias y las conveniencias cambiantes de ellas. A partir de allí, puede que haya una especie de sombra que desde la ética se proyecta en la política: nosotros tenemos que ser los Buenos y los adversarios tienen que ser los "malos". La proyección es recíproca: desde la política se cataloga de una vez a los nuestros (incluidos los aliados) como los "Buenos", mientras que los adversarios son, ya, enseguida, los "Malos".

Esto resuena igual, tanto en el pensamiento de Schmitt, el pensador jurídico de los nazis, como en Mao Tse Tung, en su conocido ensayo sobre las contradicciones. Aquí la cuestión sería si asumimos o no que la ética tiene que ver en la política o viceversa, o si, en realidad, son dos planos que no se comunican, al menos racionalmente. Dicho de otra manera, de si puede justificarse con razones éticas una política, o si puede justificarse una ética con razones políticas.

Esto adquiere pertinencia en ciertos debates muy actuales. Por ejemplo, acerca de la significación del 12 de octubre, las posiciones de derecha resaltan los aportes civilizatorios de la colonización española, resumida en el idioma, la cultura y hasta en la religión. Ante la evidencia del genocidio de cerca de 60 millones de personas, responden afirmando que eso es cosa del pasado y que recordarlo es reafirmar el odio, que es un sentimiento malo. El Bien aportado por la colonización justifica alguna que otra maldad que pudo haberse cometido. Es curioso, pero los argumentos para negar y hasta justificar el genocidio americano con la "civilización", pudiera entrar en contradicción con el otro discurso que recuerda incesantemente el genocidio judío, la Shoá. Aquí, la política proyecta su sombra en la ética. Fue bueno un genocidio, pero el otro, no. Los juicios se someten a la conveniencia. Lo que es bueno para el pavo, no es bueno para la pava.

Igual ocurre cuando se trata de justificar las muertes. Las matanzas de Stalin y Mao, los fusilamientos del Che Guevara (recordar aquellas palabras del Guerrillero Heroico: "sí, hemos fusilado, y lo seguiremos haciendo"), son "buenas" o, por lo menos, "convenientes", porque "había que impulsar el socialismo" o, más usado, "había una guerra". Aquí la guerra, borra el absoluto o la universalidad de los mandatos éticos. Todos los mandamientos quedan en suspenso ante una situación de guerra. La salsa, que funciona con el pavo, deja de funcionar con la pava. Es más, las prohibiciones, se convierten en mandatos. Entonces, se debe, se tiene que mentir, matar, robar (o apropiarse), maltratar, torturar, etc. Todo por una "buena causa". La sombra de la política oscurece la ética.

Por supuesto, aquí entra un concepto que parece tender un puente entre los dos planos: la justicia ¿Fue justa la muerte de Somoza? A la luz del genocidio del sátrapa nicaragüense, sí. Un mal se repara, entonces, con la muerte de la causa del mal. Los juristas positivistas agregarían la necesidad de la existencia de la norma legal penal: la Ley debería regir las sanciones a los delitos (los males). Aquí se entraría en una discusión casuística: ¿había la posibilidad de llevar a Somoza a un juicio con todas sus garantías, como el que fueron sometidos los criminales de guerra nazis?

En todo caso, se advierte que la política necesita una justificación ética exactamente en el momento cuando prescribe un mandato antiético: mata, miente, tortura, roba. Maquiavelo alegaría que la política tiene otros mandatos, independientes de la ética o la moral. Esto podía ser así en el absolutismo, pero cuando existe una opinión pública, donde se argumentan razones ante todos los que quieren escuchar, hay que justificar las acciones, presentarlas como justas, racionales, apropiadas, no solo convenientes para el momento. Pero no se puede evitar que en esa justificación, prive también otra prescripción no-ética: miente.

La lista de los prisioneros políticos muertos aumentó nuevamente con la muerte del general Baduel. Van 11 desde 2015: Rodolfo González Martínez, Carlos Andrés García, Rafael Arreaza, Fernando Albán, Nelson Martínez, Ángel Sequera, Rafael Acosta, Pedro Santana, Salvador Franco, Gabriel Medina y ahora Raúl Baduel. Algunas las reconoce el Estado (por ejemplo, la de Albán; después de sostener la tesis del suicidio, la fiscalía reconoció que no lo fue y habá que señalar unos culpables de homicidio), otras, no. La información oficial acerca de la muerte de Baduel intenta situar la circunstancia fuera de la discusión política y ética. Fue el virus de la COVID 19. Justo allí se halla una debilidad: ¿en qué situación estaban sus cuidados médicos? ¿Se le vacunó cuando ya estaba infectado, contra todas las recomendaciones médicas existentes? ¿O acaso (como sostienen su esposa e hija) lo del COVID 19 es un cuento, una mentira, para evitar realizar una autopsia, con observación internacional?

No tenemos elementos para defender ante un tribunal una versión o la otra. Sólo dudas y sospechas. La sombra de la política ha oscurecido la ética. Ya tenemos muchos indicios de que están funcionando las prescripciones no-éticas de una política que ha asumido los recursos del asesinato y la mentira para hacer frente a la opinión pública. La cuestión es que la ética sigue existiendo, los valores absolutos de la moral universal relativos a la Verdad y la Vida siguen ahí como el dinosaurio. El sueño de los poderosos se disipa, pero él, no.



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Jesús Puerta


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