Es una palabra extraña y antigua. Viene del latín ius, que significa ‘derecho, justicia’; usada en todas las épocas y común a todas las lenguas derivadas del latín. Es «Una de las cuatro virtudes cardinales, que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece. Derecho, razón, equidad. Aquello que debe hacerse según derecho o razón. Pena o castigo público» (DRAE, 2001). Desde la Grecia de Aristóteles se pensó que la justicia debía ser principal característica de las sociedades bien ordenadas, regulando a través de la ley las interacciones cotidianas entre las personas y también la repartición de los bienes y valores comunes, apreciados como tales por los miembros de la sociedad (como los recursos naturales, por ejemplo).
El asunto es que en las «democracias» representativas neoliberales la justicia existe en función del capital, opera en función del capital con la finalidad de protegerlo. Y el capital sostiene la expresión burocrática de la justicia que le permite seguirse acumulando. En consecuencia, quien sirve bien al capital cuidando que no se distribuya en muchas manos (a través de la salud, la educación, la vivienda, el acceso al agua potable…) será recompensado con el largo brazo de la justicia capitalista, que es como decir que la justicia jamás lo alcanzará. Ese modo de la justicia se llama impunidad, que consiste en falta o ausencia de castigo para el crimen correspondiente.
Desde hace unos años y con las pruebas suficientes, la justicia chilena (y la de otros países) intentó juzgar al dictador Pinochet, entre otros cargos por asesino, torturador, ladrón y un largo etcétera. Fue inútil porque Pinochet gozaba de la impunidad de quien ayudó o fue pieza clave para la implantación (a sangre y fuego, tortura, persecución y muerte) del proyecto neoliberal liderado por los gobiernos estadounidenses de las corporaciones y sus aliados.
Condenar a Pinochet hubiese significado la condena al capitalismo neoliberal y a sus implantadores. Condenar su responsabilidad y culpabilidad por la pobreza, la exclusión y el genocidio de grupos humanos diversos tratados como deshecho en cualquier parte del mundo. El capital hizo una justicia para sí, cuyo único fin es la protección de «su propiedad privada». De nada vale allí la libertad o la igualdad o la fraternidad.
Por estos días la «justicia colombiana» ha puesto preso a Fredy Muñoz, periodista de Telesur. En este caso la «justicia», y sus instrumentos, presume de rápida y eficaz.
La pregunta es siempre la misma: ¿qué diferencia hay entre Fredy Muñoz y Pinochet? La respuesta evidente es que Pinochet estaba (sigue estando aun después de muerto) del lado del capital, sirviendo a los acumuladores y sus políticas. Sirviendo a su ‘orden’ internacional.
Fredy parece estar del otro lado. Del lado de los que pensamos que algún día la justicia puede llegar a ser justa.