Apuntes urgentes sobre la hiperinflación, salarios y otros. Casos de hiperinflación (II)

En la primera parte de este ensayo (https://m.aporrea.org/trabajadores/a302564.html), expuse muy brevemente los rasgos principales de las explicaciones monetaristas, keynesianas y estructurales, de la inflación y la hiperinflación. En esas diferencias conceptuales, residen parte importante de las discusiones actuales, específicamente acerca del efecto que tendrían los aumentos de sueldos en la administración pública (Pascualina Cursio vs. Jesús Farías, por ejemplo). En ese punto, insinuamos nuestra simpatía por una explicación estructural que diera cuenta de la propensión inflacionaria histórica de la economía venezolana, partiendo de las distorsiones ocasionadas por el carácter rentista de nuestro país. Así mismo, mencioné algunas de las experiencias de hiperinflación en el mundo, específicamente en el siglo XX, algunas europeas (Alemania y Hungría), y otras latinoamericanas (Argentina, Perú, Nicaragua y Brasil) y africanas (Zimbabwe). En esta segunda entrega, abordaré esos ejemplos y los programas económicos que, en algunos casos, lograron sacar a esos países de ese agujero de destrucción económica.

Para ello, debo partir de algunos rasgos comunes a todas las hiperinflaciones: 1) la destrucción del aparato productivo (fábricas, cosechas, infraestructuras, vías de comunicación, servicios básicos, etc.), causado, en varios casos, por guerras civiles o internacionales, o también, como es nuestro caso, por la confluencia de factores internos (corrupción, pésimas políticas económicas, saqueos permitidos, fuga de capitales y de talentos, déficits fiscales, emisión desproporcionada de moneda, etc.) y externos (sanciones movilizadas por los Estados Unidos, caída del precio del petróleo, etc.); 2) peso asfixiante de la deuda externa, saldos negativos en la balanza de pagos y fiscal, pérdida masiva de reservas internacionales y 3) aislamiento internacional y no acceso a fuentes de financiamiento mundial.

Quizás los casos históricos de hiperinflación más estudiados en el medio académico, son las europeas, específicamente las de la Alemania de la República de Weimar (1920-1923) y la de Hungría (1945). Ambas son situaciones de postguerra. La primera, la correspondiente a la desastrosa situación en que quedó Alemania a consecuencia de su derrota en la Primera Guerra Mundial, y la segunda, como secuela de la ocupación nazi y posterior liberación por parte del Ejército Soviético en la Segunda Guerra Mundial. En las dos ocasiones, la infraestructura económica de esos países había quedado completamente destruida.

Alemania fue sometida a condiciones terribles por parte de la alianza vencedora (Francia, Inglaterra y Estados Unidos) en el Tratado de Versalles. La hiperinflación llegó a 322% en agosto de 1922. Se obligó a la nación vencida, no sólo a entregar colonias y territorio nacional, sino a pagar una suma equivalente a tres veces su Producto Interno Bruto antes de la guerra. El dólar llegó a costar 160 millones de marcos en septiembre y 4,2 billones al mes siguiente. Como la nación no tenía cómo pagar esa monstruosa deuda, tuvo que cesar sus pagos, que llevó a un refinanciamiento ante Inglaterra y los Estados Unidos, pero también a la ocupación francesa de una región de desarrollo industrial: el valle del Ruhr. Para mantener funcionando las operaciones de compra y venta, el gobierno imprimió una cantidad inverosímil de billetes que perdían valor cada segundo. Los trabajadores apenas cobraban (tres veces a la semana), iban corriendo a comprar lo que necesitaran, llevando sus papeles coloreados en carritos de bebé o carretillas.

Justo cuando se alcanzaba el pico de la hiperinflación, un nuevo gobierno (de centro-derecha) comenzó a aplicar un plan económico que consistió, en primer lugar, en la creación de una nueva moneda (el Rettenmark), equivalente a un billón de los antiguos marcos alemanes. Este dinero estaba respaldado por bienes del Estado, a falta de reservas en oro. Se nombró un nuevo Banco Central, autónomo del gobierno, que comenzó a tomar medidas de control de liquidez monetaria, como los encajes. Hubo despidos masivos, tanto de la administración pública (completamente exhausta: se despidió el 25% de los funcionarios), como del sector privado. Hubo además reducciones salariales y aumento de la jornada de trabajo (de 8 a 12 horas diarias). Seguidamente, se aplicó el plan Dawes, llamado así por su gestor, un banquero, político y militar norteamericano. Este programa logró un refinanciamiento de la mortal deuda externa, sobre la base de un préstamo norteamericano a Alemania montante en unos dos mil quinientos millones de marcos.

Aunque la hiperinflación cedió y, al cabo de poco más de un año, se retiró por completo, lográndose una estabilización, la situación social y política se tornó naturalmente explosiva. La polarización política se hizo extrema, pues por un lado estaba un Partido Comunista que impulsaba insurrecciones "soviéticas", y por el otro, fueron creciendo, indeteniblemente, los nazis de Adolfo Hitler, aprovechando el descontento con las terribles medidas adoptadas para contener la hiperinflación.

En la Hungría de 1945-1946, la hiperinflación llegó al 19.800%. El 25 % de su agricultura y la mitad de su industria quedaron por el suelo, por efecto de los combates de los soviéticos y los nazis, quienes habían ocupado al país desde 1944. Hungría también tuvo que pagarle indemnizaciones a los soviéticos (y a Checoslovaquia y Yugoslavia) los costos de su propia guerra de liberación: unos 300 millones de dólares. Igual: el gobierno (conformado por una coalición de partidos, en la cual estaba el Partido Comunista) imprimió una catarata de billetes sin reservas.

Ese gobierno de coalición aplicó un programa anti-inflacionario en tres partes: el índice TP (precedente importante de la indexación), los "salarios calóricos" (pagos en especie que, pronto, ocasionó grandes problemas de transporte de alimentos) y, al final, un programa de estabilización que resolvió los grandes problemas que estaban creando las medidas anteriores. El gobierno había procedido a indexar (o sea, ajustar el costo de los depósitos) todas las cuentas corrientes y de ahorro, para defender la moneda, pero luego hizo circular una nueva, con base en el dinero indexado depositado, con la cual se debían pagar los impuestos y, luego, los servicios públicos y el transporte público. Posteriormente, se extendió el uso del nuevo dinero indexado, pero la inflación no dejó de incrementarse, por lo que el gobierno debió cambiar de política y diseñar un nuevo programa de estabilización. Este tenía tres ejes: incrementar la confianza en la (nueva) moneda nacional (el florín), una drástica reforma del sistema tributario y la petición de refinanciamiento de la deuda y solicitud de nuevos préstamos.

Para el primer gran objetivo, devolver la confianza para la nueva moneda (un florín por cada doscientos millones del "penguo" antiguo), se decidió respaldarlo, en un 25%, con oro. El metal dorado lo obtuvo de reservas recuperadas del botín de guerra de los aliados, que se hallaban en los Estados Unidos, y de metal precioso procedentes de fuentes domésticas. Otra importante medida fue el aumento de los impuestos, al tiempo que se impuso una gran disciplina fiscal que incluyó el despido de una porción importante de la burocracia. Otras medidas convenientes fueron un préstamo norteamericano y el refinanciamiento global de la deuda de guerra, aparte de ver reducido su territorio. Los resultados se sintieron apenas un año después (1946). El índice inflacionario bajó, así como el desempleo. Se emitió más moneda, pero ello no incidió en nuevos aumentos inflacionarios.

En el caso húngaro se nota la aplicación coordinada y consistente de políticas monetarias y fiscales, que fue acompañada por una explicación transparente hacia el público, el cual entendió y cooperó con las decisiones. Los húngaros se tomaron el trabajo de ganarse la confianza del pueblo. Otro elemento interesante, sobre todo para Venezuela, donde algunos personeros han propuesto políticas de indexación, fue que ésta tuvo efectos contraproducentes. El pesimismo debido a errores gubernamentales, una fuerte indexación de la economía y controles de los precios, jugaron en contra de las políticas anti-inflacionarias.

A propósito de los casos latinoamericanos de hiperinflación, en Argentina, Brasil, Perú y Nicaragua, hay que destacar las diferencias. De las cuatro naciones, sólo Nicaragua venía de un conflicto armado que, junto a errores gruesos del gobierno, ocasionó una destrucción importante del aparato productivo. En general, los economistas atribuyen a errores de política económica esos procesos inflacionarios, que venían sucediéndose, en medio de una continuada inestabilidad política. El caso más notable de alta inflación histórica, es Argentina, que conoció muy altos índices desde la década de los cuarenta, pero sobre todo en los 60 y 70, época de cambios de gobierno y golpes de estado militares. Otro factor común es el peso asfixiante de la deuda externa, que ocasionó una falta de pago (default) comenzando la década de los ochenta. Hubo varios intentos sucesivos de políticas anti-inflacionarias fallidas, debidas a la inestabilidad política, lo cual ocasionó un gran pesimismo y desconfianza hacia las medidas económica de todos los gobiernos.

En 1985, se aplicó en Argentina el llamado "Plan Austral", que fue introducido con una significativa devaluación de la moneda (peso) y posterior sustitución por otra (el Austral), el aumento general de las tarifas, congelación de precios y salarios, reducción del déficit fiscal y el compromiso del gobierno de no causar emisión de dinero por la vía de préstamos al Banco Central. Hubo un retroceso de la inflación por unos meses, sólo para reavivarse a finales de 1986. Algunos economistas explicaron el fracaso por la simultaneidad en la congelación de precios y salarios y el aumento de la cantidad de dinero circulante. Pero hay que considerar que ese año, igualmente se pagaron importantes sumas por deuda externa. En 1989, nuevamente la hiperinflación se apoderó de Argentina, cuya situación económica no se estabilizó hasta que una nueva serie de medidas se aplicaron, entre ellas la compra por parte de la Venezuela de Chávez de parte importante de su deuda externa.

En Bolivia, la hiperinflación comenzó en abril de 1984 y tuvo su pico en 1985. Fueron aquellos años (de 1978 a 1982) de gran inestabilidad política (cinco presidentes) y varios intentos fallidos de reducir la inflación, fracasos debidos en gran parte por el escaso apoyo de la población. Ya venía el país con la crisis de la deuda externa. Se agotaron las reservas y un sistema de cambios dual también fracasó. En consecuencia, el gobierno apeló a la emisión indiscriminada de moneda, tratando de financiar por esa vía el déficit fiscal (los pagos del Estado). Por supuesto, se disparó la hiperinflación.

En Nicaragua, a los efectos devastadores de un prolongado conflicto civil e internacional (recordar la guerra de los "contra" financiados por los Estados Unidos), se agregó un esquema de políticas económicas que contemplaron controles de precios, estatización de empresas y masivos empréstitos, cuyos recursos procedían de la ayuda internacional que apoyó la prometedora Revolución Sandinista. El aumento del peso de la economía estatal (el Estado como empresario principal) se acompañó de un significativo aumento del déficit fiscal. Hubo que racionalizar el cambio de divisas y ello incentivó un mercado negro especulativo de dólares. Las reservas internacionales se agotaron y, por presión de los Estados Unidos, Nicaragua no pudo conseguir el crédito internacional requerido para enfrentar la situación. La hiperinflación se disparó (1987: 1347%; 1988: 23833%; 1989: 11433), y solo pudo contenerse en 1990, a raíz de la victoria electoral de Violeta Chamorro, la oposición al sandinismo. Se aplicó un plan anti-inflacionario con cuatro ejes principales: implantación de una nueva moneda, la reducción importante de los subsidios, ajuste de precios (o sea, eliminación de controles) y una importante reducción de la nómina del Estado.

Perú sufrió de la hiperinflación entre 1988 y 1989, durante el gobierno de Alan García, del APRA. Los economistas la explican como consecuencia de una política expansiva del gasto público de 1985 y 1986, y una inflación heredada del gobierno militar, de corte populista, del general Belaunde Terri. García implementó un plan para combatir la inflación, pero, a pesar de que su inicio fue promisorio, fracasó a la postre. Se adoptó una nueva moneda (el Inti), el congelamiento de la tasa de cambio y de los precios de una lista de bienes y servicios, al tiempo que se declaró el default (no pago de la deuda externa) y se estableció que sólo el 10% de las exportaciones se destinaran a esos compromisos.

En Brasil, la inflación llegó a los cuatro dígitos a comienzos de la década de los 90. El país además enfrentó una crisis en la balanza de pagos (deudas), especulación cambiaria y una devaluación, que acompañaron el proceso hiperinflacionario. Los sucesivos gobiernos de la época priorizaron abatir la hiperinflación con programas de ajuste general que incluían reformas macroeconómicas (dirigidas a establecer equilibrios en los balances fiscal y comercial), apertura comercial, privatizaciones generalizadas, elevadas tasas de interés para reducir la circulación de dinero. Hasta que se implementó el llamado "Plan Real" que, en mucho, continuó las orientaciones generales de anteriores ajustes, se presentó como sólo un plan de estabilización, pero incluyó muchos cambios importantes en la estructura económica del país. En una primera etapa, se buscó equilibrar del déficit fiscal, identificada como principal causa de la inflación, en una tónica monetarista. En segundo término, se creó una nueva unidad que sirviera de patrón de valor (la URV) cuyo precio en cruzeiros (moneda nacional) era fijada a diario por el banco Central, hasta que se convirtió en la nueva moneda nacional: el Real. Luego de cotizarlo en paridad con el dólar, se dejó luego que fluctuara en el mercado cambiario. Estas medidas lograron reducir el ritmo de la hiperinflación hacia la segunda mitad de la década de los noventa.

De la muy rápida revisión de estos casos (dejamos algunos, como los africanos, para futuras partes de este ensayo), podemos ver algunos rasgos comunes, aparte de las ya señaladas en los primeros párrafos: a) las políticas económicas antiinflacionarias exitosas deben contar con un gran respaldo político que garantice la confianza de los agentes económicos (empresarios y movimientos sindicales, entre otros), b) el ataque a la hiperinflación debe tocar aspectos macroeconómicos (déficit fiscal, deuda externa, políticas de restricción de circulante con un Banco Central independiente, balanza de pagos y comercial), c) implica acceso al mercado internacional financiero, para permitir el refinanciamiento de las deudas, d) en casi todos los casos, implica sustituir la moneda nacional, creando una nueva, o en otros casos (como el ecuatoriano, no tocado aquí) adoptando el dólar, e) implica una gran disciplina fiscal que, en algunos casos, significó la reducción significativa de la nómina estatal.

En la próxima parte de este ensayo, abordaremos el caso venezolano de una manera descriptiva, aunque, como ya adelantamos, simpatizamos con el enfoque estructural que nos parece que supera las visiones monetaristas y keynesianas que han marcado hasta ahora la discusión sobre la hiperinflación, la problemática de los salarios y demás asuntos económicos de este país hundido en una profunda crisis compleja.



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Jesús Puerta


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