Reflexiones de un revolucionario autocrítico

¿Por qué perdimos?

De todas las lecturas posibles que le podemos dar a esta derrota, sería estéril caer en la tentación de las más complacientes: “Perdimos porque el pueblo todavía no tiene suficiente madurez política”; “porque nos faltó más propaganda”; “porque no hicimos suficientes marchas” o porque “faltaron más franelas”. Estas frases reflejan la caricatura de una actitud: la incapacidad de sacar alguna lección útil de la derrota. Son el residuo despechado de un triunfalismo que subestimó al pueblo y todavía lo mira por debajo del hombro. Implican una arrogancia política imperdonable y, en última instancia, la incapacidad de aceptar la voluntad popular.

El mayor desafío de la revolución en esta hora amarga es realizar, a través de la reflexión autocrítica, la lectura más honesta posible de su primera derrota, haciendo el mayor esfuerzo por comprender los errores que jamás deberían volver a repetirse. Presidente Chávez, el desenlace electoral no es mérito de la oposición. Obedece, sobre todo, a que muchos de tus fieles seguidores no fueron a votar por no votar en tu contra, pero muchos otros, por múltiples razones, votaron por el NO. Estas son diez razones que ayudan a explicar por qué muchos venezolanos –aun queriéndote- votamos contra ti:

1. El líder no es infalible. Vale la pena recordar que ningún humano lo es y que el presidente Chávez es humano. Sin embargo, en los últimos meses algunos chavistas prefirieron renunciar a su intuición y su conciencia, antes de asumir con valentía la temida pregunta: ¿Se estará equivocando el Presidente? Otros revolucionarios seguramente sí lo pensaron pero no se atrevieron a manifestarlo por temor a la sospecha de traición o al desempleo. Son temores legítimos. Y si alguno se atrevió a manifestarlo es posible que ya no esté en su cargo. Se tiene mayor responsabilidad cuanto más cercano se está del Presidente. Cuídate de la arrogancia tanto como de la adulancia de quienes te dicen sí a todo, sin opinión, sin reflexión, sin dudar nunca. Tal vez algún día volvamos a tener ministros y autoridades honestas y valientes que mirándote a los ojos, y aun arriesgando el puesto, en vez de decirte “ordene comandante” sean capaces de decirte: “Se está equivocando Presidente”.

2. No se debe subestimar al pueblo. Los líderes, no deben alejarse de los sentimientos y la identidad de su propio pueblo. Cuando esto sucede, el líder puede llegar a sentirse esclarecido conductor de un rebaño de mansos borregos que seguirán sin chistar el rumbo trazado para ellos. Esa fue la actitud más notoria de esta campaña electoral. Quien esté pensando todavía que el pueblo fue el equivocado y Chávez el que tenía la razón, se está cayendo de una nube y no ha terminado de llegar al suelo. Tendrá que tomarse el tiempo para asimilar lo sucedido y elaborar su duelo. Después, tal vez logre comprender que más allá del nivel educativo, cultural o social, el pueblo intuye, sabe y siente lo que hace. Conviene tener esto muy presente antes de emitir juicios sobre la supuesta “inconciencia” del pueblo que votó NO. Conviene recordar que Simón Bolívar conocía del alcance de la sabiduría popular. Conviene recordar, con Alí Primera, que al pueblo venezolano nadie lo arrea porque ya no es manso sino montaraz. Esto lo supo Chávez alguna vez, pero lo olvidó. Y si todavía alguien lo duda, habrá que recordarle que el 13 de abril de 2002 el pueblo demostró que sabe cuándo y cómo tiene que actuar.

3. El triunfalismo es mal consejero. Cuando se está tan seguro de la victoria, cuando no se considera siquiera como posibilidad la derrota, cuando no se escuchan las voces de alerta o advertencia, entonces se repite la antiquísima fábula de la tortuga y la liebre.

4. No se debe comprometer la soberanía en aras de ninguna ideología. El pueblo tiene conciencia de su soberanía, de su identidad y autoestima nacional. Que vinieran médicos cubanos a llevar atención y salud donde nunca el Estado tuvo presencia y donde muchos médicos venezolanos no estaban dispuestos a llegar, fue un gran acierto; pero invadir todas las misiones, ministerios y hasta la propia Fuerza Armada, de “asesores” cubanos profesándoles una admiración reverencial porque ellos “sí saben hacer y sostener revoluciones”, rayó en la ridiculez y la vulgaridad. Por una parte se criticaba duramente la injerencia imperial de los EE.UU, por la otra les entregamos hoteles, despachos, celulares, vehículos, “estipendios”, millardos y una buena dosis de dignidad a hermanos cubanos que venían a manifestar su solidaridad y terminaron dictándonos lecciones de “hombres nuevos”. Eso Presidente, aunque ninguno de sus allegados se atreviera a decírselo, le cayó muy mal a este pueblo.

5. El socialismo no se puede imponer a martillazos. No sólo el socialismo, ninguna ideología –mucho menos si se pretende humanista- se puede inculcar tratando de forzar la voluntad y la libertad individual. Incluso si verdaderamente se tratara de la “panacea” capaz de resolver todos los problemas de una sociedad (que no lo ha sido en ningún lugar, por cierto) no puede imponerse a punta de propagada ni obligando la gente a marchar y repetir consignas fundamentalistas como “Patria, socialismo o muerte”. Las marchas y concentraciones “obligatorias” para los funcionarios públicos, como las de los últimos meses, pudieron servir para aparentar fuerza, pero le aseguro que restaron muchos votos. El gobierno tiene que entenderlo de una buena vez: no existen atajos para la conciencia. Si el gobierno realmente cree en los llamados valores socialistas de solidaridad, igualdad, justicia y amor, que sus más altos funcionarios lo demuestren como lo hizo el Che: con su ejemplo personal, con su honestidad, con su desprendimiento. Mientras siga impune el festín de la corrupción y tus ministros no sean ejemplo vivo de esos valores, el socialismo del siglo XXI seguirá siendo una consigna vacía.

6. El exceso de propaganda genera rechazo a lo que se propaga. Si te vistes de rojo, uniformas a tus seguidores de rojo, pintas las instituciones de rojo, imprimes afiches, vallas, volantes y hasta la constitución de rojo y terminas sintiéndote orgulloso de que una marea rojo rojita te aupe, lograrás hartar por exceso. Eso fue lo que te pasó. Por otra parte, si utilizas los recursos públicos, sin pudor ni disimulo para financiar tu campaña electoral, con el consecuente ventajismo que eso genera, tarde o temprano termina saliéndote el tiro por la culata. Uniformarse de un sólo color envía a tus potenciales seguidores y al mundo un mensaje peligroso: allí no puede sobrevivir la diversidad ni la pluralidad.

7. Los poderes públicos deben mantener su independencia. Esto es un principio republicano universal consagrado en nuestra Constitución y las leyes. Pero más allá de eso, es conveniente respetarlo para que ningún poder, por revolucionario que sea, se imponga sobre los otros. Si haces una revolución es muy deseable que los demás poderes te acompañen y te apoyen para avanzar en la misma dirección. Lo malo es que se subordinen, miren a otro lado y hasta terminen defendiendo tus errores. Si como poder Ejecutivo haces una propuesta para el país, no es ético involucrar en su elaboración al Fiscal General, a la Presidenta del TSJ y a la propia Asamblea Nacional, por una sencilla razón: No se debe ser juez y parte al mismo tiempo. Ojalá no esté lejos el día en que la Asamblea Nacional, la Defensoría del Pueblo, la Fiscalía General de la República, la Contraloría, el Tribunal Supremo de Justicia y el Consejo Nacional Electoral hagan su trabajo sin tener que preguntarse antes: “¿Qué piensa Chávez sobre esto?”.

8. La intolerancia y la agresividad descapitaliza políticamente. El discurso polarizante puede dar muy buenos frutos en coyunturas en las que urge tomar partido por dos opciones. Esto lo sabe y utiliza Bush tanto como lo sabe y utiliza Chávez. Su premisa más básica se resume en el chantaje: “O estas conmigo o estás contra mí”. Aunque puede funcionar en tiempos de guerra, no sirve para nada como modus vivendi de un país harto de la violencia cotidiana que lo que más quiere es vivir en paz.

9. El chantaje y la manipulación no convencen al pueblo. Se puede manipular a un niño. Se puede manipular a un pueblo que te ama con lo más puro de sus sentimientos y ha sido capaz de arriesgar su propia vida por ti. Pero tú pueblo ya no es un niño porque tú mismo lo ayudaste a madurar y crecer políticamente. Nunca más lo puedes tratar de chantajear como lo hace Bush, ni decirles que tus propuestas son lo mismo que tú, ni amenazarlo con que si no las aprueban te vas, ni abusar de su amor evocando atentados ficticios o reales para que se asusten ante la sola idea de no tenerte. Eso ya no te va a funcionar más.

10. La mentira no paga. Tuviste que mentir para vender una idea que desde el principio demostró no ser convincente. Dijiste que estabas invocando al Poder Constituyente pero tuviste temor a convocar una Asamblea Constituyente. Quisiste modificar el espíritu de la Carta Magna, pero no te atreviste a proponer la modificación del Preámbulo ni de los Principios Fundamentales. Quisiste hacer una nueva Constitución, pero dijiste que se trataba apenas de una reforma que no alteraba más del 10% de su articulado. Dijiste que la propuesta era integral e indivisible por temor a que se votara artículo por artículo. Dijiste que se abriría un gran debate nacional y tan sólo hubo monólogo. Probablemente tus asesores te recomendaron todas o muchas de estas “estrategias políticas” que se parecen demasiado a la deshonestidad y a la mentira. Ojalá, querido Presidente, que desde este momento los escuches menos a ellos y escuches más a tu pueblo.

mathiasirigoyen@yahoo.com.ar


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