Quiero iniciar este editorial retomando los versos del consumado barines, escritor, poeta, político e intelectual venezolano Alberto Arvelo Torrealba y con su debido respeto, con un fragmento de sus versos épicos (Florentino y el diablo), he querido proyectar lo que el pueblo aparenta estar pensando en relación a las elecciones del próximo 25 de mayo: "Yo soy como el espinito/ que en la sabana florea: / Le doy aroma {consenso} al que pasa/ y espino {rechazo} al que me menea."
El próximo 25 de mayo se realizarán las elecciones nacionales para elegir gobernadores, diputados de la Asamblea Nacional y diputados de los Consejos Legislativos. Al margen de los datos que informan las distintas encuestadoras nacionales e internacionales y las producidas con datos falsos por los oponentes del gobierno actual, en las regiones, en los municipios, en las parroquias y sus centros poblados se percibe una disgregación en la preferencia electoral del pueblo venezolano y una tendencia, la abstención, que no favorece el fortalecimiento de la "democracia", entendida en la diversidad de conceptualizaciones que conocemos y como se define en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela de 1999.
Los datos y resultados de los pasados procesos electorales que logre archivar antes del cierre de la santa maría de la página web del CNE, después del 28 de julio de 2024, indican que en las elecciones regionales y municipales siempre han votado menos que las presidenciales. En ese tipo de sufragio la participación y votación en Venezuela se ha ubicado en promedio entre 40 y 45 % de los votos válidos y los votos nulos.
Lo cierto es que la abstención ha predominado y en esta ocasión ese fenómeno electoral, además de repetirse, se puede develar y ratificar un nuevo debilitamiento en el consenso de quienes gobiernan. No obstante, quien más voto obtenga es el ganador. Eso no tiene discusión.
Esa predilección, de seguir la situación económica y el desmejoramiento de la calidad de vida de la mayoría de los venezolanos, tal como ellos la perciben, favorece en el supuesto negado, un evento no deseado: una implosión social. Por supuesto un hecho de esa naturaleza no es deseable y pienso que no está en la agenda de los venezolanos. No obstante, puede sorprender a la elite política tal como paso en febrero de 1989.
Ahora bien, con el objeto de evitar malos entendidos segmentaré la población y le daré predominancia a la masa poblacional mayoritaria objeto de esta narrativa. Excluyo de este análisis a los sectores empresariales y burgueses, quienes tienen claro hacia dónde van y a la pequeña burguesía, como segmento poblacional, quienes en la historia social venezolana siempre han jugado al mejor postor.
Estas clases y sectores conforman una población muy pequeña en la data electoral y sin embargo son las mantienen la dominación del conjunto social. De acuerdo a muchos estudios serios la integran aproximadamente un 4.5 % de la población. Como se observa no incluyo por razones lógicas a lo que algunos han llamado la clase {sector} media.
Ella desapareció en Venezuela y recibió la estocada final a partir que la ONAPRE aplanó el salario y la inflación alcanzó niveles elevados. Hechos estos que han reducido a la pobreza a ese sector que en el tiempo había logrado una mejor calidad de vida con su esfuerzo técnico, universitario, científico y emprendedor y los colocó en la cuasi miseria. Cierto es que la época en que los padres le decían a los hijos "estudia para que salgas de abajo", quedo atrás. Eso no implica que en la actualidad no lo hagan.
Más concretamente, centraré esta narrativa en los millones de trabajadores de la ciudad y del campo, de la ciencia y de la cultura, los jubilados y los pensionados, los sub empleados, los desempleados, las trabajadoras domésticas, bien sean trabajadores de la empresa privada o de la empresa pública, a destajo o con ingresos fijos (semanal, quincenal o mensual), los cuales suman aproximadamente unos 12 millones de venezolanos y según datos estadísticos varios, son los que más se aferran su misticismo, a la resignación y a la esperanza.
Trabajadores que en los últimos tiempos se le han denegado los derechos que le otorgan los artículos 91 y 92 de la Constitución Nacional y las prerrogativas que le otorga la Ley Orgánica del Trabajo de los Trabajadores y Trabajadoras. Trabajadores que sufren la inclemencia de la eliminación del salario mínimo, lo que ha conllevado a la desaparición progresiva de las prestaciones sociales y del congelamiento o eliminación de los convenios colectivos laborales; de la conducta sindicalera de la central patronal que emula a los sindicalistas de la socialdemocracia de los gobiernos de la cuarta república y que permanece en silencio ante la restricción de los derechos laborales de los trabajadores.
Desde esa perspectiva coloco en un plano superior a la realidad que golpea la calidad de vida de los trabajadores venezolanos, entendidos como objeto electoral cada vez que se aproximan esos tipos de procesos. Con migajas tratan de seducirlo para que olviden o difieran todo aquello que los ha afectado en su calidad de vida en los últimos años. Aun mas, se pude observar como en las comunidades, cuando llega ese tipo de procesos electorales, atienden algunas deficiencias de manera momentánea, paños calientes; a sus seguidores los mantienen con jingles y cliché propagandísticos; y mientras tanto una mayoría poblacional electoral hace silencio y piensa no votar. De allí surge la Pregunta esbozada en el título de este editorial: ¿Votará el pueblo por sus seductores? Interrogante que más allá de las especulaciones y supuestos cálculos estadísticos, sólo se sabrá el próximo 25 de mayo.