A la izquierda con cariño…y un poquito de dolor

Vacilé mucho antes de escribir este artículo. Se trata de uno de los numerosos temas que son muy difíciles para mí, sobre todo porque implica reconocer algo que solo el estoicismo enseña a aceptar: la total impotencia para poder afrontarlo. Ante esto, lo que sugieren los sabios estoicos es únicamente la paciencia. Escribir o hablar sobre ello, muchas veces sin querer echar sal a las heridas, no contribuye en nada, o casi nada, a curarlas, si no se va a decir algo realmente útil o importante. Pero, bueno, aquí estoy: escribiendo sobre la izquierda. Asumiendo algo muy parecido a la responsabilidad; además del mandato de Kotepa: escribe que algo queda.

También el impulso para escribir tiene varias provocaciones o estímulos, en el sentido conductista del término. Sobre todo, un comentario, atribuido al diputado comunista, Figuera, según el cual hay seis propuestas de la izquierda venezolana ante la presente coyuntura electoral: a) abstención, b) voto nulo, c) voto por Maduro como "el mal menor", d) voto por la oposición de EGU-MCM para salir de la "pesadilla de Maduro", e) votar por cualquiera, pero contra Maduro, f) voto por Antonio Ecarri porque ataca a "ambos polos del desastre".

Esto ya, de por sí, confirma la fragmentación de la izquierda que ya parece una tara hereditaria, una tradición que viene desde el siglo XIX. Leer los motivos de cada una de esas posiciones electorales, sobre todo las lamentables de los abstencionistas y partidarios del "voto nulo", que hoy hasta deliran proponiendo "asumir el control de los gobiernos" (¿?), motivó una frase que escribí al pasar en un artículo pasado mío, donde decía que la izquierda, como siempre, esta fragmentada como en cinco o seis toletes. Y eso que no usé el adverbio "lamentablemente". Esto motivó un comentario del amigo Javier Biardeau, invitándome a escribir acerca de la situación de la izquierda.

Comencemos por hacer una constatación casi obvia: no hay ni habrá una expresión de izquierda en estas elecciones. Ello es así, por tres causas. Las enumero en orden de complejidad, desde la más inmediata hasta la más, si se quiere, remota.

En primer término, está la decisión declarada del gobierno de impedir, a todo trance, cualquier expresión electoral de izquierda autónoma del gobierno. Evidencia de ello, y en consecuencia con los insultos a la llamada "izquierda trasnochada" (que también fue un maltrato de Chávez a la izquierda, cuando quería imponer como fuera su "partido único", que solo pudo ser "partido unido" en 2006), fue el asalto judicial contra el PCV y otras formaciones (el PPT, Tupamaro) y la asignación arbitraria de sus tarjetas y denominaciones legales a un grupo de agentes del PSUV. Esto de una vez impidió la expresión de un descontento de izquierda, que debe pagar un alto costo moral, simbólico y emocional para canalizarse hacia posturas opositoras de derecha, patente en anteriores ocasiones electorales, en el voto por el gallo rojo, negándoselo al PSUV y a su gobierno, que se presentaba a sí mismo como "socialista" (aunque ya no). La decisión del gobierno de impedir cualquier expresión electoral de la izquierda, que le restaría unos voticos importantes en la situación decadente en que se encuentra, quedó nuevamente demostrada con la experiencia frustrada de la candidatura Manuel Isidro Medina, muerta antes de nacer. Igual ocurrió con la posibilidad, planteada por algunos entusiastas, de María Alejandra Díaz.

En segundo lugar, está el hecho de que el gobierno y su Partido dominante se han descalificado a sí mismos como de izquierda. Aquí hay razones históricas importantes. El chavismo, como movimiento político triunfante en 1999, pareció encabezar la llamada "ola de izquierda" en América Latina, desde el arranque del siglo XXI, que se continuó con las respectivas victorias de Lula en Brasil, Correa en Ecuador, Ortega en Nicaragua, etc. Ya se ha analizado cómo este "progresismo" de la primera "ola rosada", cosechó una gran decepción. En el mejor de los casos, fueron gobiernos populistas (al comienzo, se les llamó así mismo: "neopopulistas") que aprovecharon una cierta prosperidad, debida al "boom de las commodities", el alza en los precios de las materias primas, debido en gran parte al auge económico de China, que les permitió aplicar programas sociales que buscaban pagar "la deuda social del neoliberalismo". Pero pronto se evidenció el caudillismo, la formación de una nueva burguesía y, sobre todo, la corrupción, para no hablar de otras desviaciones y desnaturalizaciones como el autoritarismo, que le negaban la condición de democráticos.

Ya está muy claro que se trataba de un bonapartismo (rescato, como los amigos trotskistas, este término de estirpe marxista: leer, por favor, el "18 brumario de Luís Bonaparte") que adquiere características neoliberales por su despiadada política económica y laboral, claramente de derecha neoliberal y conservadora (en Venezuela, eso es patente con el apoyo a las iglesias evangélicas de origen norteamericano, así como un misoginismo de oportunidad, solo para adular a un régimen fundamentalista que oprime a las mujeres). Otra característica está evidente en las medidas de clara violación de los derechos humanos. Encima, la camarilla en el poder tiene rasgos de banda delictiva por el saqueo de los fondos públicos, en cuyo marco las acciones supuestamente anticorrupción, aparecen como simples purgas entre fracciones de la misma camarilla o pandilla gobernante.

La tercera causa del, llamémoslo así, "desvanecimiento" de la izquierda, es más de fondo, y no podré desarrollarla en un artículo de escasas tres cuartillas. Tiene que ver con los efectos de una serie de fracasos históricos de la lucha por una sociedad alternativa al capitalismo, durante dos siglos y pico, que ponen en cuestión la posibilidad misma de trascender el sistema del capital, en momentos de repliegue, de sucesivos y no superados "duelos" (el del Campo Soviético a partir de los noventa; el de la lucha armada en los 60, el de las experiencias cubana y nicaragüense hoy en día; el de Chávez y su chavismo, para referirnos a algo más cercano).

Un posible arranque de esta discusión lo apreciamos en un artículo de la revista Jacobin, en el que se discute la premisa programática de los trotskistas, de que la principal causa del retroceso de la causa es "la crisis de la vanguardia" a partir del ascenso al poder del stalinismo, considerado todavía por ellos como una grave deformación burocrática del socialismo en la URSS. Todavía con ese argumento podían comprenderse los fracasos de las décadas de los treinta y cuarenta del siglo XX, asesinato de Trotsky incluido. Pero, después de los sesenta, cuando el "Estado de Bienestar" había ya neutralizado el filo revolucionario del movimiento obrero en los países centrales, y luego, con el ascenso del neoliberalismo y la nueva revolución científica-tecnológica, esa explicación se queda corta, y habría que atender a los cambios en la propia clase considerada portadora de la revolución: el proletariado.

Muchos autores y muchos textos, desde la década subsiguiente a Mayo de 1968, han abordado ese tema. El freudomarxismo de Marcuse, pero también el de Fromm, ha explicado cómo se integraron todas las oposiciones radicales al sistema mediante la manipulación de las mentes, más allá de la conciencia, profundo, hasta los instintos mismos. Varios pensadores han descrito los nuevos mecanismos del poder en la nueva sociedad de la vigilancia. Se ha planteado, desde hace tiempo, el "adiós al proletariado". Por otro lado, la izquierda ha intentado renovarse incorporando elementos "desde fuera": la revalorización de la democracia y las libertades involucradas, en una reconciliación implícita con la socialdemocracia, el encuentro con el feminismo, la ecopolítica antiextractivista, la decolonialidad que tematiza la civilización "occidental", incluso el movimiento LGBT.

Pero, nada. Todavía a la izquierda "se le sale la clase" autoritaria (reducir la democracia a "formalismos de la democracia burguesa"), machista, desarrollista, extractivista (Chávez, igual que Capriles, prometió en 2012 aumentar la producción petrolera; para no hablar de la historia de Correa y de Morales). Ha costado muchísimo que los nuevos temas sean asimilados por esa izquierda, que recae en los oportunismos en el gesto, autoritario, misógino, oportunista, de Jorge Rodríguez al censurar una expresión de solidaridad con la mujer iraní en la Asamblea Nacional de parte del diputado Bruno Gallo. Pero ¡bueno! Ya dijimos que el chavismo-madurismo hace rato dejó de ser izquierda.

Hablamos de "duelos no superados". Sí: todavía hay quienes niegan la muerte de Stalin, de la experiencia soviética en general, de Lenin, del chavismo como movimiento progresista o "revolucionario". Esa discusión es difícil porque para muchos esa negación de las pérdidas les protege de una profunda crisis existencial. Todavía se asume el marxismo como una Biblia de seis libros (la vulgata), de la cual caben innumerables interpretaciones, que justifican la existencia de cientos de sectas, como en el cristianismo. Eso, en el mejor de los casos; pues, al jurungar un poquito, uno advierte que lo que hay es una insondable ignorancia, hasta de cultura general. Por eso resulta ridícula la idea de que toda organización revolucionaria es un pequeño partido bolchevique, dirigido por un pequeño Lenin, que lanza sus pequeñas tesis de Abril contra los pequeños conciliadores en los soviets. Esa idea infantil debe ser superada.

Y ahora, que nos enfrentamos a un proceso electoral que, por todos los vientos que soplan, parece crucial, que cierra todo un período de la historia del país (el chavismo); cuando los votos hay que emitirlos para producir un cambio político importante; cuando, por lo menos electoralmente, hay una posibilidad cierta de un "estate quieto" al bonapartismo madurismo; que la exigencia por la eficacia de las tácticas se impone sobre cualquier otra consideración; siguen los abstencionistas y "votos nulos" argumentando desde un ultraizquierdismo que hasta propone delirios como que una "Junta Patriótica asuma las riendas del gobierno regional en Carabobo" y desde ahí tomar medidas nacionales y locales. Las negaciones siguen: se niegan a entender cómo la abstención favorece al gobierno. Que mientras menos gente vote, más posibilidades hay de que una minoría del 20% (del total de la población electoral: es decir unos tres millones y pico) se imponga.

Por supuesto que es muy costoso, en términos emocionales, morales, conceptuales (que ocasionarían dolorosas disonancias cognitivas), votar por candidatos que solo ofrecen medidas claramente capitalistas, neoliberales. Pero en estas elecciones, también se trata de hacer patente un deslinde con el factor político que más ha desacreditado al socialismo, que más daño ha hecho a la izquierda en el país y el continente: el chavismo-madurismo. Y, lo más importante, hacer un deslinde que nos haga acompañar a una mayoría del pueblo en el rechazo de un gobierno pésimo, incapaz, corrupto, mentiroso, anti-trabajadores, oportunista, neoliberal, conservador evangélico por oportunismo y, encima, misógino. Todo en grado superlativo.

De modo que sí, hay que votar, votar en contra, por aquella opción que sea más eficaz para provocar un cambio político.



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Jesús Puerta


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