La izquierda o la lucha por la identidad

Ya adentrados dos décadas y media en el siglo XXI, luego de dos "olas de izquierda" y sus correspondientes contra-olas de derecha en América Latina, y ahora una tercera recontra-ola de derecha con Milei al frente; en medio de una nueva Guerra Fría y un nuevo barajeo ideológico que se corresponde con las luchas sangrientas y guerras genocidas que aducen motivos geopolíticos, etno-culturales, religiosos y hasta "civilizatorios", se le plantea a la izquierda una lucha por su propia identidad, como pensamiento y como complejo de movimientos sociales y políticos. No se trata de un asunto coyuntural o circunstancial. No se trata "sentar una posición" con más o menos fuerza o "contundencia" frente a hechos cumplidos o desafíos que le llegan casi siempre desde fuera. Es más bien una cuestión de concepción con repercusiones políticas. Hay que revisarse y convertirse en otra cosa. O como diría Nietzsche: llegar a ser lo que se es.

Es cierto que el esquema binario de izquierda/derecha ya no es suficiente. Se ha propuesto sustituirlo con denominaciones más específicas: por un lado, conservadurismo, neoliberalismo, populismo, autoritarismo, racismo, chovinismo; por el otro, democracia, justicia social, decolonialidad, socialismo (con correspondientes apellidos), colectivismo, solidaridad. En el debate cotidiano, la distinción izquierda/ derecha sirve para distinguir o identificar, por ejemplo, algunas políticas y su ideología adjunta que responden a los intereses de las grandes corporaciones transnacionales, de los sectores guerreristas globales; los discursos racistas, clasistas o chovinistas, las acciones coloniales o neocoloniales, frente a los proyectos que corresponden a pueblos y clases sociales dominados, así como a segmentos históricamente condenados a la exclusión, la discriminación o el sometimiento. Pero, como esa simple oposición binaria no es suficiente, porque no se refiere a las muchas dimensiones que hoy aborda la política (también la ciencia y la filosofía política), se ensayan variaciones esquemáticas. Las muchas posiciones que se presentan pueden ser clasificadas dentro de un continuo lineal izquierda/derecha, estableciéndose relaciones de mayor o menor, como en una escala, donde pueden indicarse matices, extremos y correlaciones de cercanía o lejanía. Aunque habría que también dar cuenta de las combinaciones, las simulaciones, las dobleces, incluso las degradaciones y decadencias. Habría que trazar un gráfico de dos o tres dimensiones para poder comprender cómo es posible que haya una izquierda democrática que se enfrente a una izquierda autoritaria, por ejemplo. Así mismo, una izquierda ecológica contrapuesta a una izquierda extractivista e industrialista "progresista". Definitivamente, las diferencias políticas, aun en el plano de los discursos y las ideologías más o menos sistemáticas, ofrecen un complejo panorama de oposiciones y divisiones.

Por supuesto, las nuevas generaciones de militantes han sido "arrojados" a un mundo ya configurado por las decisiones y las disputas de los muertos. Tienen sobre sus hombros y cabezas el peso de todas las generaciones anteriores, como decía Marx. Por eso, para enfrentar retos novísimos, frente a los cuales no tienen conceptos básicos, recurren a las viejas casacas, rituales y términos del siglo XIX y, cuidado si no recurren a tradiciones mucho más antiguas, como la judeocristiana, como es el caso de uno de los "maestros", Enrique Dussell. Lo que no es tradición, es flojera, simple pereza mental; es impaciencia pragmática e inmediatista que articula bien con el marketing político y la técnica de ganar "likes" en las redes sociales. Los militantes solo están en capacidad de proponer "salidas" para salir del paso, con aires de muchacho peleón que asume el reto del momento. También incide el fragor de la lucha política diaria, en la cual la astucia, la doblez, la mentira, la fuerza, pueden tener su eficacia relativa. Pero, de tanto mirar en el precipicio, la izquierda sufre un problema de identidad; se ha fijado demasiado en su opuesto, hasta parecérsele también demasiado.

Caro, la izquierda se ha adaptado a algunos elementos de los nuevos tiempos: hay que reconocerlo. Incluso, debido a ello, han sido posibles las "olas" del siglo XXI las cuales, por otra parte, son análogas a las oscilaciones del péndulo de los siglos pasados. Pero estas adaptaciones y renovaciones se han quedado a medio camino. Así, la izquierda dejó atrás, en primer lugar, el culto al pasado soviético, asumiendo, más o menos, las críticas al totalitarismo que se hicieron desde la década de los setenta, en la obra de adelantados como Teodoro Petkoff, reconociéndolo o no, o ilusionándose por un rato con Gorbachov y su promesa de un socialismo democrático. Esto ha culminado en su rechazo a la lucha armada (fue un comandante guerrillero, Víctor Tirado del FSLN, quien anunció en fecha tan tardía como 1990, que el ciclo de la lucha armada hacia quedado cerrado definitivamente), la adopción de estrategias electorales y su discurso democrático, aunque, una vez en el poder, han reproducido los vicios de corrupción, nepotismo, demagogia y hasta autoritarismo que cuestionaba en sus oponentes derechistas.

La izquierda, al tratar de conjuntar ofertas sociales y democráticas, ha mutado hacia una suerte de socialdemocracia, remozada con cierto nacionalismo de efemérides patrióticas, con un reformismo que acepta y hasta promueve la "economía de mercado", a veces asumiendo el elogio de los logros chinos y vietnamitas. Por eso, a veces, adopta políticas privatizadoras y, lo más grave, anti-obreras, en función al viejo lema del "desarrollo de las fuerzas productivas", frase sacada de su contexto de Marx, hasta convertirse en término propio de economistas keynesianos, en el mejor de los casos. Por otro lado, la izquierda de las olas del siglo XXI ha sucumbido a la lógica del extractivismo, que es una reedición de la vieja dependencia estructural del capitalismo mundial, alienándose el apoyo de ecologistas, indígenas y mujeres. La izquierda también ha logrado, por lo menos en parte, incluir entre sus banderas las exigencias de los movimientos feministas, étnicos, ecologistas y, en parte, los del LGBT. Pero, su compromiso con el extractivismo y sus prácticas machistas, lo ha llevado, nuevamente, a ser rechazado por estas agrupaciones.

De modo que la renovación (mejor llamarlo "actualización") de la izquierda, ha sido muy parcial, cojitranca, inmediatista y contradictoria. No parece responder a una verdadera reflexión y "conversión" de convicciones. Los viejos demonios del autoritarismo, la corrupción, el desarrollismo, vuelven una y otra vez. Cabe destacar que me refiero a la izquierda "realmente existente", a partidos, movimientos o líderes específicos. No tanto a las elaboraciones teóricas, en las cuales también ha habido algún movimiento, que ameritaría una atención especial. Por otra parte, valga decir que esta izquierda del siglo XXI, aunque ha intentado encuentros de discusión y coordinación internacional, se ha dejado llevar por ciertos gobiernos que usan su etiqueta (la favorita: "socialismo del siglo XXI") y sus recursos esos reflejos pálidos de "Internacional". No es, ni de lejos, el movimiento comunista internacional de las décadas inmediatas a la revolución soviética. Menos mal. Claro, el anticomunismo, que es una ideología y una política reaccionaria y reactiva, agita siempre el fantasma y llama "comunismo" a cualquiera que se atreva a sugerir una intervención del Estado en la economía, o políticas en función a los derechos sociales en general. En ese sentido, la "nueva derecha" es idéntica a la vieja derecha anticomunista de los cincuenta, para la cual cualquier gesto democrático o popular, debía ser aplastado por una dictadura militar. Hoy en día (como lo enseñaron Hitler y Mussolini en su momento), ese anticomunismo también ha aprendido a llegar al poder gracias a las masas.

Párrafo aparte merece el fenómeno de la corrupción. Esta tiene muchas manifestaciones: apropiación privada de lo público, negocios encubiertos con grupos empresariales (ya saben: sobornos, sobreprecios, etc.), tráfico de influencias, y un elemento relativamente nuevo: conexión del crimen organizado internacional. Por supuesto, la izquierda no es la única corrupta. Digamos que ha sido discípula avanzada de su oponente. Además, la corrupción tiene su propia ideología, diferente a cualquiera de las doctrinas conocidas, sean de derecha o de izquierda; aunque le es propio el orgullo de la "iniciativa individual" y el culto a la "astucia" o viveza. Este es un tema también muy amplio y complejo, pero cabe recalcar algunas pistas para su análisis. Me llama la atención, por ejemplo, la iniciativa de la corrupción por parte de agrupamientos de viejos amigos (la "patota" de El Aissami, todos ex dirigentes estudiantiles de la ULA) o familias (incluso, la derivada de parejas: el paradigma es Daniel y la Chayo, hermanos, o la familia completa), instalados en las estructuras del Estado. Igualmente, la pertenencia generacional es un dato interesante. Como lo es, y un tanto novedoso, el reconocimiento, acuerdo y final asociación entre el crimen organizado y ramas enteras de funcionarios y hasta jefes militares.

Hay una cultura generalizada de la corrupción, o sea, costumbres, prácticas, relaciones, que se extienden, desde la población más apartada, la base social misma (desde los CLAP y los condominios de propiedad horizontal, hasta llegar a las secretarias de los registros, por ejemplo), hasta los altos funcionarios. Por supuesto, allí la noción misma de "bien público" o "área común" desaparece. Las apropiaciones son originarias, debidas a la fuerza o la "viveza" de "guapos y apoyados".

Pero hay un problema ético específico de la izquierda: el consecuencialismo que ha heredado del estalinismo. Me refiero a una "moral" (más bien, la eliminación de la moral) generalizada, de rasgos claramente utilitarios, según la cual lo importante son las consecuencias prácticas inmediatas, la "eficacia", de determinadas conductas, opiniones o definiciones, sin ninguna consideración acerca de su validez moral. Así, el fin justifica cualquier medio útil a "la causa". Este consecuencialismo tiene un lado aún más perverso: las supuestas "consecuencias objetivas" de cualquier opinión son el motivo determinante para juzgar (y condenar) a las personas que se atreven a adelantar sus propios puntos de vista. Stalin usó este razonamiento para la condena de dirigentes, militantes y simples ciudadanos por ser "objetivamente" agentes del enemigo al oponerse a sus designios de gran autócrata. Otra consecuencia, es la de justificar cualquier política, especialmente los bruscos virajes estratégicos, sin consideraciones de principios, mucho menos éticas, solo porque servía a la "Patria del socialismo mundial". Esto lleva a la eliminación de cualquier reflexión ética, sometida a la evaluación política, utilitaria e inmediata. A esto contribuye también la torcida versión del valor de la lealtad. Esta se exige con carácter absoluto para con el líder, los dirigentes o la maquinaria de poder; no tanto para las ideas o los programas.

El caudillismo es otra herencia nefasta de la izquierda realmente existente, que viene desde los caudillos regionales de nuestro siglo XIX o, tal vez, desde los jefes brutales de la Conquista o los mismos caciques de las tribus indígenas nómadas. Fue evidente en la primera oleada "progresista", con Chávez, Kirchner, Evo Morales, Lula, Correa, al frente. Era terrible esa consigna de "lo que diga Chávez (o Nicolás, …o…) en los eventos partidarios. Esto va a la par del desprecio hacia las formalidades democráticas (las elecciones recurrentes, la alternabilidad, los mismos procesos internos del partido) y hacia la aspiración igualitaria y democrática que debiera alimentar el ideario de izquierda, frente al supuesto autoritarismo de derecha.

Como dije en el primer párrafo, la lucha por la identidad de la izquierda corresponde a un trabajo filosófico y científico, sin dejar de dar respuesta a las coyunturas. Hay que tejer, caminar y masticar chicle al mismo tiempo. Difícil. Pero no tanto: frente al dilema electoral, por ejemplo, cualquier asesor de marketing recomendaría: "distínguete lo más posible de tus competidores", y esto es acertado. Más en esta época, en que las opciones nuevamente se "ideologizan", asumen etiquetas de "izquierda" y "derecha"; entonces, hay que aferrarse a la marca distintiva como primer reflejo. No hay demostración más clara de vaciedad y hasta de estupidez la figura del otrora comecandela guerrillero de izquierda que ahora defiende a MCM con la misma fiereza, o hasta citando a Marx, Lenin y Trotsky, como cierto columnista.

Pero la distinción eso es solo un primer paso. En ese mismo camino, intentar una candidatura presidencial propia para las próximas (o posibles) elecciones de 2023. Esto adquiere más sentido por la desintegración de las bases del PSUV, por razones de desencanto ideológico y político, y el crecimiento de la opción claramente de derecha (MCM) que ya hasta luce atractiva para los despechados del "chavismo", completamente vaciados de convicciones.

Y no hay que amilanarse si se es minoría, por ahora. Por cierto, hay que deslindarse de una vez por todas del "chavismo", entendido como adoración acrítica del personaje histórico, y evaluar histórica y objetivamente al personaje, con todos sus defectos y posibles virtudes. Ya es hora: murió físicamente y también políticamente dado el giro de sus supuestos "herederos". No hay que "volver a Chávez", cosa por demás sin sentido. Aparte de no ser posible, refleja de nuevo el caudillismo y la falta de reflexión. Hay que avanzar hacia otro período histórico.

Entonces, hay muchas discusiones y reflexiones pendientes: afirmar los avances de pensamiento de lo que va del siglo XXI, profundizar algunos aspectos. Para mí, por ejemplo, hay que deslindarse de cierto tufo teológico que a veces emana de la obra de algunos "intelectuales orgánicos" del progresismo degenerado en autoritarismo y corrupción (obvio: me refiero a Dussel). Posiblemente en próximos artículos me referiré a ello.

Pero también hay que ofrecer una respuesta al barajeo ideológico mundial. Responder a la nueva derecha patente en el pensamiento de Dugin, asesor de Putin; distinguirse del neoconservadurismo reactivo frente al feminismo y al LGBT; profundizar en la ecología política. Esas son algunas tareas pendientes. Son complejas y exigentes. Pero ahí vamos.



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Jesús Puerta


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