La ideología del gobierno y sus seguidores es una mezcla. Esto no tiene nada de particular. La inmensa mayoría de las ideologías lo son, desde la religión católica, hasta el liberalismo y el marxismo. Se trata de una mezcla, decíamos, pero, no a la manera de una ensalada o un coctel, donde los ingredientes se juntan armoniosa y deliciosamente; sino al modo de un basurero de abigarrados restos, donde, en un feo dadaísmo, figuran desde una rueda oxidada de bicicleta, los restos podridos de un pollo, unas bolsas plásticas llenas de trozos de papel higiénico usados, hasta unas botellas plásticas de Coca Cola.
El chavismo, el discurso de Chávez, también fue una mezcla. Así, el movimiento que tomó su nombre de su líder carismático, se hizo mezclando un nacionalismo melodramático, al estilo de "Venezuela Heroica" y un indigenismo de escuela primaria; un marxismo donde se revolvieron el foquismo guevarista, algunas frases de Mao y Fidel, alusiones al marxismo stalinista y de todos los dirigentes socialistas del siglo XX, con todo y sus diferencias, y, en tercer lugar, hasta un cristianismo medio católico, medio evangélico, con trazas de santería y Sai Baba. Esta heterogeneidad de fuentes y fragmentos discursivos fue, precisamente, la razón de su eficacia: todos los que lo escuchamos creímos que había algo de nosotros allí. El éxito político de Chávez nos sedujo y dejamos para después la labor desagradable de aclarar los conceptos para después de los avances políticos.
Pero también esa ideología ya tenía los restos de tradiciones políticas populares, las buenas, las mejores, pero también las peores. Por ejemplo, el autoritarismo caudillista y populismo basado en la dádiva que tan bien analizó Luis Britto García en su imperdible libro sobre "Las máscaras del Poder". Desde segundo ingrediente, basta, por ahora, dar el botón de muestra de esas imágenes de los candidatos del PSUV regalando mortadela.
En cuanto al autoritarismo caudillista, su quintaesencia se encuentra en esa frase tan reveladora "lo que diga Nicolás", réplica de aquel lamentable "lo que diga Chávez", gritado rítmicamente por muchos, justo cuando se iniciaba la vida de un Partido Político que nació montonera conducida por el caudillo. Nunca el PSUV fue un partido a la manera de los Partidos Comunistas; ni siquiera, del modo en que lo fue Acción Democrática y COPEI. En las tres escuelas de política partidista sus líderes fundadores fueron impugnados, luego de interesantes confrontaciones entre diversas tendencias, que evidenciaban que, junto al centralismo, junto a las mediatizaciones del poder incluso, había un cierto juego de la pluralidad interna, garantizada por el adjetivo de "democrático2 que tenía aquel centralismo. Aunque tuvieran líderes con gestos caudillistas o personalistas (Caldera, Betancourt, Carlos Andrés Pérez), los mecanismos del procedimiento de las diferencias internas nunca fueron sofocados con una consigna como esa que entrega la última palabra a un solo hombre en una versión tropical del "Fuhrerprinzip", "el principio del líder", con que los nazis arrastraban su perversa indignidad ante el personaje aquel de oratoria inflamada y decisiones atroces.
¿Cómo conciliar los ingredientes ideológicos heterogéneos de esa ideología? Cuando Chávez estaba vivo, era sencillo. Simplemente, se juntaban. Las ideas se colocaban una después de la otra, no en una ilación lógica, sino en una conjunción acumulativa. La validez de esos enunciados, no resultaba de un razonamiento, sino de la voz que las pronunciaba, la voz el gran líder. Por tanto, su forma lógica es la del puro agregado. Esto y esto y esto. Nunca, esto porque esto porque esto.
Con Maduro esto ya no es posible, aunque se intente. Los discursos, no sólo imitan al del Comandante en detalles retóricos como los chistes y las divagaciones; deben ser acompañados por diversos chantajes emocionales, que ya funcionaban desde antes, pero que ahora requieren ser reforzados ante la carencia del carisma. Esos chantajes se basan en dos confusiones principales. Una, es la confusión entre lealtad, subordinación automática y complicidad. Esto es funcional al ánimo bélico del tono (el "ethos") bélico o épico del conjunto del discurso. El seguidor se asume un soldado que sólo debe asentir y obedecer, a riesgo de ser señalado como traidor, candidato al paredón.
La otra confusión se refiere al carácter mismo del liderazgo y del compromiso político. Los chantajes operan para que el seguidor asuma que su relación con el líder es netamente emocional, personal, como la que sostendría con un padre, un amigo estrecho o un amante. En esa relación lo de menos es la mediación política, programática o doctrinaria. Lo más importante es la identificación y la proyección psicológica, dos mecanismos que Freud encontró como motores del enamoramiento colectivo de las masas. Es decir, se construye una obligación de tener afecto hacia el líder. El seguidor debe AMAR al líder.
Así, debes "comprender" a Nicolás. Si no consideras lo difícil de su trabajo, eres un maldito insensible. Debes "ponerte en sus zapatos", como si el ser Presidente de la República fuese un peso insoportable, un dolor, un terrible sacrificio ¡Pobrecito Nicolás! ¡tener que calarse todo porque es Presidente de la República! Sobre todo (y aquí está la manipulación muy cristiana) porque Nicolás ha asumido esta cruz de la Presidencia por el bien de todos. Haga lo que haga. Porque este tipo de relación no es de representación, mucho menos de delegación (que lo es, si tomamos en serio cualquier teoría de la soberanía popular, desde la de Rousseau, hasta la de Dussel); sino de cuidado amoroso. Como el compromiso con un hijo o un padre. Por eso, "dudar ofende" como respondió Diosdado Cabello a las muy pertinentes dudas de Pascualina Curcio.
También por eso se habla, más que de confianza hacia Nicolás, de fe, una fe ciega. Todas las críticas hacia la Ley "constitucional" que establece la posibilidad de que el Presidente ejerza un poder absoluto, supralegal (porque está autorizado, sobre la Constitución, a "inaplicar" leyes) esconden una intención aviesa: desconfiar de Nicolás. No importan los argumentos que han esgrimido tantos (desde Britto García hasta Brewer Carías, y muchos más). Todos esos razonamientos no tienen validez, porque están animados por una maldad intrínseca: desconfiar, dudar, de Nicolás. Peo pregunto ¿cómo confiar en un presidente que ha prometido cada año, durante siete años, la superación de la crisis económica con un, siempre nuevo y espectacular plan? ¿Cómo confiar en un dirigente que condenó al "dólar criminal" durante 6 años, hasta que, de pronto, alaba la dolarización?
Confianza no es fe. Fe es lo que tienen los creyentes en Dios. Confianza es la que se gana y se construye por parte de un hombre (o una mujer) ante sus semejantes, mediante el cumplimiento de sus promesas ¿Hacemos la cuenta de las promesas incumplidas, comenzando por las que figuran en el Plan de la Patria? Si usted cumple sus promesas o explica muy bien por qué no pudo cumplirlas, puede que gane la confianza. Pero el crédito se agota. No es como la fe. No confundamos fe con confianza. Es una manipulación.