Venezuela como problema

Nuestra crisis es tan compleja y profunda, que abordarla solamente con enfoques aisladamente económicos, sociológicos, políticos o históricos, es caer en el grave simplismo, correspondiente con el inmediatismo y reactividad generalizados que han caracterizado a casi todos los análisis que se han hecho hasta ahora. Titular un artículo "Venezuela como problema" es mucho más que un guiño para los que recuerdan libros importantes como "Checoslovaquia, el socialismo como problema". Se trata de que desde hace tiempo, Venezuela es un gran problema, una dificultad extrema, por no decir que designa una imposibilidad.

Por supuesto, uno que otro actor político ha dicho, sólo para causar un efecto patético a sus declaraciones, una frase que, al contrario de lo que se puede pensar, no se ha convertido en un lugar común. Menos mal. Las palabras a las que me refiero son más o menos las siguientes: "Venezuela se juega su propia existencia como República". Algunos, con aires de académico de universidad norteamericana, afirman que Venezuela está a punto, o ya es, un "Estado fallido". Se dice la frase enarcando la ceja, mirando fijamente a la cámara, engolando la voz estilo César Miguel Rondón, impostando la profundidad, pero no se habla al final de nada de eso. Y "eso" es precisamente lo que hay que plantear.

Una nación, se sabe, no es sólo un territorio y sus habitantes; ni siquiera es el Estado que reclama soberanía sobre ambos, haciendo uso del "monopolio legítimo de la violencia", como reza el concepto weberiano. Se trata de, por una parte, unas tradiciones, toda una cultura, un "estilo" característico de ser; por otra parte, una historia que marca el presente, que alimenta de una u otra forma los proyectos, una forma de estar en el mundo, seleccionando y combinando lo que se recibe.

Ya esta forma de plantearlo, asume una tradición de pensamiento diferente al que ha privado hasta hora, tan ocupados como estamos en tratar de derrocar o sostener una cúpula en el gobierno. Venezuela se ha convertido en foco de reflexión desde dos puntos de vista mutuamente y solidariamente excluyentes, diferentes a la perspectiva que apenas asomo aquí. Por una parte, como un nuevo intento de aplicar el proyecto socialista, como "ejemplo", fracasado o no, defendible o criticable, pero siempre desde los parámetros muy del siglo XX (o, más bien, del "pequeño siglo XX", de 1917 a 1992, del que hablaba Eric Hobsbawn, el conocido historiador marxista), en los cuales caben debates sobre la ortodoxia a no de las formulaciones, la aplicación de las categorías de los (muchísimos) marxismos, el apego a ciertos "modelos" (como el cubano, el chileno, últimamente, el chino). Por otra parte, abordaje gemelo del primero, su exacto opuesto, está la perspectiva del proyecto democrático liberal republicano de pretensiones universales, el otro polo político ideológico: el punto de vista del "Mundo Libre" encabezado por EEUU y Europa. Lo que comparten estos dos enfoques polarizados es que se piensa Venezuela como la realización de un proyecto correspondiente a los polos del siglo pasado, bien sea la izquierda marxista-leninista (que hay, repito, decenas), bien, de la socialdemocracia o el liberalismo, también diverso.

Por supuesto, no propongo echar a la basura estos enfoques. Pero sí señalar botar el agua sucia, señalar sus límites, que, creo, tienen consecuencias terribles a la hora de pensar hoy la política a sus diversas escalas y plazos. Una primera limitación es que no sacan las consecuencias de la mundialización de los problemas. Se mencionan, hasta se han desarrollado algunas propuestas, se han incorporado algunas consideraciones; pero uno no logra liberarse de la molestia de advertir de que no se está apreciando la gravedad de desafíos imponentes como la catástrofe ecológica, la exclusión o más bien prescindencia de grandes contingentes de la población, por la vía de la pobreza extrema, bien por efectos de las pandemias, bien por el efecto del desempleo estructural ocasionado por la nueva revolución tecnológica, en sus vertientes de la bioingeniería, la tecnoinformación y la Inteligencia Artificial.

El mundo de hoy no se parece en nada, ni siquiera al de la última década de los XX, mucho menos al de la Guerra Fría (1946-1990). El derrumbe del sueño neoliberal de los noventa, con la crisis de 2008, dio paso a un nuevo mundo donde un Partido Comunista (el chino, claro) se convierte en el adalid del libre comercio internacional, como lo fue EEUU cuando Clinton; donde la rabia social al fin estalla en unos Estados Unidos gobernados por una derecha completamente desubicada en su suprematismo; donde una pandemia le da el empujón que faltaba a una recesión terrible de la economía. En fin, un mundo que se debate en una Guerra Fría donde las coordenadas ideológicas necesitan ser revisadas urgentemente.

En este marco, el pueblo venezolano, así como otros pueblos me atrevo a pensar, requiere una nueva modalidad de reflexión que considere, además de lo que algunos llaman, un poco vagamente, "crisis de civilización", las tradiciones culturales, el "estilo" de integrar lo interno y lo externo, las bases y el material con el cual se trata, no de reconstruir una nación, sino prácticamente arrancar de cero. Hemos dejado de ser un país petrolero, por razones internas y externas, con todo lo que eso significó en el siglo XX y las primeras décadas del XXI, y toda la dirigencia nacional, de izquierda y de derecha, proyectó un país petrolero desde, por lo menos, la década de los treinta. Hemos dejado de tener instituciones que sean de consenso y de integración para todos los venezolanos y venezolanas, en un país donde nuestras prácticas, costumbres de pensamiento y acción políticas, se forjaron en una democracia que, sí, funcionó, por lo menos en lo que se refiere a la participación electoral, el ejercicio de las libertades y la organización en partidos, gremios y sindicatos; pero también donde el autoritarismo, la arbitrariedad y la corrupción echó profundas raíces. La educación de nuestros niños y jóvenes está hoy tan destrozada como cualquier otra institución, inundada con los mensajes de las redes sociales. Por supuesto, hay que hacer grandes inversiones para recuperar la infraestructura y algo de nuestra economía "real" (más allá del contrabando, la delincuencia organizada, la dolarización de facto que es en gran parte el "lavado" de las divisas); sabiendo que ello implica una inmensa hipoteca sobre hipotecas anteriores, la asunción de una deuda impagable durante varias generaciones. La migración masiva fue un sangrado de profesionales y de gente que no haya cómo integrarse a una economía y una sociedad "normales". El hecho de que exista un 10% que deposite todas sus esperanzas en una intervención norteamericana, supone que hay un quiebre en nuestra identidad nacional, una distancia cargada de resentimiento que sólo puede resultar en destrucción de lo que queda de espíritu autónomo.

De modo que la supervivencia misma de Venezuela, el que además "sea", con todas las connotaciones que en la tradición del pensamiento occidental tiene el sustantivo y el verbo "Ser", es una tarea inmensa, ingente, para todos nosotros, para los venezolanos y venezolanas de las tres o cuatro generaciones que nos solapamos en un mismo tiempo histórico. Para ello, hay que pensar con otras categorías, otros alegatos. Hoy sólo podemos tener un esbozo. Pero hay que dar el primer paso para abrir ese camino.


 



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Jesús Puerta


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