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Yihadistas, el retorno de los misterios en nuestro país y España

Cada día, se suman las mezquitas donde el salafismo se expone abiertamente y, Cataluña es tierra fértil para cultivar el islam. La mayoría de la juventud española en esta región, se encuentra involucrada en redes misiones y, se les hace fácil viajar al Medio Oriente para levantarle un altar a Alá. Cuentan con la ayuda de los jefes civiles. A todo lo largo del Mediterráneo se viene levantando una pasión por el movimiento yihadista, sin importar sus consecuencias. Desde las pequeñas comunidades agrícolas y caseríos, los grupos familiares va a visitar el templo, porque constituye una oportunidad para abrirse al campo religioso carismático. En Marbella, Málaga o Fuengirola, los empresarios privados colaboran con las actividades de sus expositores.

Los imanes, buscan afanosamente apropiarse del sentir español y algunos consejeros, como los integrantes del poder islámico en la región desean vincular los Consejos de Estado con la feligresía religiosa y esta a su vez, con los musulmanes que ya fijaron residencia en el lugar.

Lo más difícil, es determinar el modelo del pensamiento islámico para conformar un estado ideológico.

El gran problema es la disciplina y como está conformada las tendencias, que, ameritan que ameritan cultivas, cuanto antes. Eso de curiosear es delicado y los españoles se encontraban avisados desde el año pasado, por las orientaciones que se leían en los matutinos centros de trabajo La lucha, contra el hereje es global y los autollamados califas, asume la dimensión de localizar padrinos ideológicos e impulsarse a un mundo imaginario que, solo las organizaciones, tienen el derecho de escuchar la voz de las mentes más retrogedas y violentas.

En realidad, la Yihad no ha retornado a España porque nunca se ha ido. Lo que ocurre es que pocos han preferido cerrar los ojos ante su realidad. Para muchos, el 11-M fue un castigo y en la medida en que los gobiernos no los metieran en líos, quedarían a salvo del terrorismo islamista. Craso error. Pensar que España está al margen de la guerra civilizacional que plantea el yihadismo es un espejismo suicida que corta de raíz la capacidad social de enfrentarse al terror y vencerlo.

Lo cierto, es que las religiones en el mundo se mezclan con la muerte y solo basta el contacto personal para entender que los musulmanes están dominando algunas áreas significativas y, por ende el yihadismo, tiende a fortalecerse, los mismos, se mueven como peces en el agua.

Es alarmante el elevado número de musulmanes que en toda la comunidad, especialmente en Barcelona, están haciendo suya esta interpretación suní del islam, patrocinada, ideológica y económicamente, por Arabia Saudí, y que considera enemigos irreconciliables tanto a los seguidores del chiismo, concepción mayoritaria en Irán, como a los infieles, es decir, a los practicantes de cualquier otra religión y a los ateos. En momentos como el actual se echa de menos una denuncia abierta y sincera de todos aquellos musulmanes que no entienden la religión como una guerra santa y están dispuestos a acatar la legislación, sin excepciones culturales de ningún tipo, como muestra de su voluntad de integración social.

Los atentados de ese jueves no fueron cometidos por lobos solitarios, sino por una célula de yihadistas en la que el mayor de los asesinos tenía 24 años. A pesar de los éxitos en la lucha antiterrorista, urge tomar medidas drásticas para disminuir la presencia de extremistas islámicos en España y América Latina que está en plena formación.

Los yihadistas, buscan plenar toda Europa y lograr su formación en Suramérica, principalmente en Venezuela y, su objetivo es minar el espíritu de la sociedad democrática para que se achique y ante, las nuevas acciones bélicas en Oriente, buscan atraer a más musulmanes y así lograr el enfrentamiento final con Occidente y la destrucción de la civilización cristiana. Por eso, en Venezuela, debemos tener cuidado, porque tenemos muchos árabes de nueva generación y son seguidores del profeta, no es cuestión de días, es a largos plazos y, nuestra cultura es democrática.

Es bastante descorazonador comprobar que el análisis y el problema siguen vigentes hoy, años más tarde: no existe un liderazgo islámico de nuevo cuño, formado en Europa y no en madrassas y universidades orientales, que pueda servir de interlocutor como lo hacen los líderes de las otras confesiones y que promueva activamente la colaboración de los musulmanes con la lucha antiterrorista o, al menos, su repulsa activa del terrorismo. Además, la proliferación de las redes sociales ha facilitado la tarea a los extremistas, que a través de ellas pueden multiplicar sus mensajes y arrogarse una representación infinitamente mayor que la real.

No es una tarea que España pueda acometer sola. Tanto en seguridad, detección y lucha policial como en incorporación a los usos democráticos de las poblaciones musulmanas, es una prioridad decisiva para toda la Unión Europea. Y vemos que casi todo sigue por hacer.

Aunque el auge del populismo en Europa se debe a muchos factores, en alguna medida la situación de insurgencia populista en países como Polonia y Hungría se debe a la permisividad de las instituciones comunitarias y de sus Estados miembros desde hace casi una década.

La ambigüedad de la Comisión Europea es preocupante al haberse inhibido durante años de sus responsabilidades como guardiana de los Tratados y de su poder de activar el mecanismo de sanciones cuando un Estado se desvía de la senda democrática. La UE ha aceptado que en Polonia y Hungría se infrinja la libertad de información y de prensa (los medios privados están sujetos a la gestión y supervisión pública), la libertad de reunión, el derecho a la intimidad, se impida la creación de centros universitarios, se tipifique como delito el cruce ilegal de una frontera -mero ilícito administrativo-, o se ponga fin a la independencia de los jueces -que quedan sujetos en su mandato al agrado del Ejecutivo-, y al Estado de Derecho mismo al negarse las autoridades polacas a respetar y ejecutar las sentencias del Tribunal Constitucional.

Cierta dosis de frivolidad es comprensible, y quizás sea necesaria para mantener la cordura y la distancia. Pero hay dos variantes de frivolidad política y social que deberían preocuparnos de forma particular. La primera es la ligereza con la que se toman o no toman, bajo criterios cortoplacistas, partidistas o intereses aún menos generales, decisiones trascendentales para el bienestar de nuestros países y sus ciudadanos. Va acompañada de machacones mensajes y spin político que a menudo no significan nada realmente. La segunda es la sorprendente facilidad con la que se rebasan en nuestro lenguaje político y nuestra comunicación social, las fronteras entre tragedia y parodia, entre aquello de lo que uno como norma no debiera reírse o hacer mofa fácilmente, y la mofa o broma en sí. Esta última frivolidad es distinta a la sátira, pues no contiene ninguna lección aprovechable para el pensamiento crítico y la democracia.

Ambas variantes de frivolidad política crecen con el predominio de las redes sociales y un cierto declive del liderazgo. De hecho, están íntimamente relacionadas, una conexión que refuerzan determinados políticos y figuras mediáticas obsesionadas con la movilización del grupo propio mediante el abuso, insulto o burla del contrario. De nuevo, el presidente de EEUU hace gala de esta frivolidad "Premium" tanto por la forma con la que toma decisiones sobre temas clave (como la retirada de EEUU del acuerdo climático de París o el enésimo cambio del sistema sanitario de sus conciudadanos), ignorando parámetros elementales e institucionales de política pública democrática, como por la forma con la que insulta a mujeres o estigmatiza a minorías, países terceros, el islam o todo a la vez (lo que algunos, gozosos, califican erróneamente como ser "políticamente incorrecto"). Todo ello vía tuits nocturnos, memes y exabruptos varios. Pero no está solo, pues en esta forma de política frívola le siguen figuras de todo tipo, incluso de la izquierda anti-Trump. Como consecuencia de la primera forma de frivolidad, en el fragor de luchas fratricidas y de egos irresponsables, están perdiendo oportunidades de oro para prepararse colectivamente ante los retos de nuestro tiempo y dejar algo mejor a los que vengan detrás. La segunda vertiente de la frivolidad, en la que todo vale y a la vez nada vale demasiado, pues nada parece lo bastante real hasta que nos afecta directamente, conlleva la erosión del código ético en el que se fundamenta nuestra convivencia, más frágil de lo que pensamos. De ese modo, nos insensibilizamos un poco más ante cuestiones sobre las que es preciso guardar cierta empatía y compostura ética, e inculcarlas en nuestras comunidades. Cuando todo termina convirtiéndose en circo y broma potencial, corremos el riesgo de degenerar colectivamente. En un periodo de polarización y ansiedad social como el que vivimos, ambas formas de frivolidad están al alza y se retroalimentan. Es una senda que no debiéramos recorrer.

Sin embargo, es precisamente por esa misma oscura senda trumpesca por la que algunos de los políticos en España parecen querer arrastrarnos en Venezuela Estos últimos años, incluso para los estándares contemporáneos, la política española está adquiriendo a marchas forzadas niveles desproporcionados de frivolidad. No se trata de Nueva o Vieja Política, sino de mucha política frívola, dogmática y mala, a secas, que no enriquece y pluraliza el debate, sino todo lo contrario. De hecho, la calidad de nuestro debate democrático corre el riesgo de resentirse justo cuando más necesaria es para superar divisiones. Instrumentos nuevos como las redes sociales pueden contribuir a fomentar los valores de tolerancia que hoy comparte gran parte de la sociedad española moderna. Pero, en ciertas manos, también acentúan aquellos elementos de la peor política de ese país que esperábamos dejar atrás, como los instintos casinitas y maniqueos.

A título de ejemplo del primer tipo de frivolidad, pensemos en la repentina decisión de la actual ejecutiva del PSOE de no apoyar el acuerdo de libre comercio de la UE con Canadá (CETA). En ella hay un elemento de frivolidad política por parte de algunos de sus responsables, tanto por las formas - el "no lo vamos a apoyar" vía tuit en respuesta al troll de turno, para conmoción general- como por el fondo, respondiendo más a cálculo electoral que a creíbles y legítimos argumentos de peso (que los puede haber) y alejando un partido de Estado del consenso europeo. Por no hablar de la desautorización a cuadros de partido que trabajaron duro, entre insultos populistas, por un acuerdo mejor.

 

 

 

 



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Emiro Vera Suárez

Profesor en Ciencias Políticas. Orientador Escolar y Filósofo. Especialista en Semántica del Lenguaje jurídico. Escritor. Miembro activo de la Asociación de Escritores del Estado Carabobo. AESCA. Trabajó en los diarios Espectador, Tribuna Popular de Puerto Cabello, y La Calle como coordinador de cultura. ex columnista del Aragüeño

 emvesua@gmail.com

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