Por "chavismo" podemos entender tres cosas diferentes: a) las políticas y acciones de un gobierno y una hegemonía política, b) un movimiento social y político cohesionado por un discurso, con ideas provenientes de la tradición de la izquierda, de la historia nacional y del cristianismo, c) un período histórico que todavía no se cierra, ni se cerrará cuando termine este gobierno. Por supuesto, los "sujetos" a observación son diferentes en cada caso. En el primero, son el equipo de dirigentes del Partido-Gobierno-militares; en el segundo, es esa mayoría popular que se ha manifestado desde 1999; en el tercero, estamos hablando de un país, de un pueblo completo. En este artículo me referiré al segundo "objeto de estudio", el chavismo como movimiento político popular, como síntesis de tradiciones políticas de los y las venezolanas. Por supuesto, es inevitable hacer algunas referencias a los otros dos acercamientos.
La significación del chavismo se puede dilucidar por la vía de la comparación y la contextualización. Podemos comparar al chavismo con, por ejemplo, los movimientos nacional populistas que abundan en la historia latinoamericana, con la izquierda con sus diferentes tendencias y hasta con la derecha que también existe, hasta con un pensamiento propio, en nuestro continente. El contexto donde se generó el chavismo, accedió a la hegemonía, se hizo mayoría y articuló su discurso propio, es el del dominio casi absoluto del imperialismo norteamericano en el mundo, posterior al derrumbe del llamado "bloque socialista", la época ascendente de la globalización neoliberal sólo contestada por algunos movimientos alterglobalizadores en todo el mundo, la guerrilla zapatista en México, las movilizaciones sociales en varios países y el surgimiento de toda una tendencia de una "nueva izquierda" latinoamericana que dio al traste con la imposición de los planes del ALCA y el dominio neoliberal pro-norteamericano.
Es claro, para quien quiera ver, la significación del chavismo en el contexto en que irrumpió: la contestación al neoliberalismo que al fin se derrumbó en la crisis financiera de 2008 y hoy da sus patadas de ahogado ante la emergencia de tendencias nacionalistas filofascistas en Europa y Estados Unidos, y el posicionamiento de Eurasia (China y Rusia) como actores de una nueva "guerra fría", que confirma el declive del poderío mundial norteamericano. A nivel nacional, fue una salida democrática, porque fue electoral y porque resultó en una nueva constitución más progresiva, a la crisis profunda económica, social y política, a la que condujo la disolución de la hegemonía adeco-copeyana.
Si ampliamos un poco la mirada, el chavismo significó una superación de la retórica fúnebre que cancelaba cualquier esperanza de una vida diferente al capitalismo bárbaro y ecocida, así como una respuesta de conjunto al proyecto de disolver las sociedades en un polvo de individuos egoístas, guiados únicamente por la racionalidad del mercado y que resultó en terribles fracasos en América Latina y el mundo. Si en 1990 se derrumbó un proyecto que se presentó como socialista, el nuevo siglo es el de la evidencia del fracaso del proyecto neoliberal y globalizador. Y en esto, el chavismo fue una avanzada. Colocado en la lógica de buscar una alternativa de conjunto, el chavismo retomó las tradiciones de la izquierda socialista, lo cual llevó a una transformación importante de nuestra cultura política, que colocó de nuevo la perspectiva socialista en el tapete de las luchas sociales y políticas en el continente y en el mundo entero. El pesimismo civilizatorio se disipó y se hizo posible pensar en un futuro diferente. Hasta la Iglesia Católica olfateó esos cambios y retornó a la visión pastoral popular y reivindicadora, patente en el discurso del Papa Francisco, y lamentablemente omitida por una jerarquía eclesiástica que ni olvida ni aprende, como Franco.
Las nuevas esperanzas en el cambio social que abrió el chavismo puede compararse con el proyecto democrático y popular que enarboló la izquierda de los 30, 40 y 50, expresadas en el nacionalismo popular de los proyectos democráticos, policlasistas, reformadores, de partidos como la mismísima AD y el PCV. Se apartó de la ineptitud del comunismo internacional de esas mismas décadas, incapacidad de articular un programa nacional, democrático y popular, más allá de los intereses de gran potencia de la URSS. En contraste con la izquierda armada de los sesenta, dio solución al gran interrogante que dejó sangrante la experiencia chilena: ¿es posible avanzar hacia otra sociedad por el camino democrático electoral? El chavismo asumió ese camino, y lo condujo hasta momentos de victoria, ensayando una "unión cívico militar", aprovechando las ideas democráticas presentes en nuestras fuerzas armadas; pero sobre todo asumiendo la democracia como esencial al socialismo, como ya se vislumbró desde los 70.
Lamentablemente, como gobierno, la dirección del cahvismo sólo pudo avanzar hasta una reorientación hacia lo social de la renta petrolera, y no avanzó casi nada en la transformación revolucionaria de la sociedad venezolana, con lo cual contribuyó a un cambio en sus propios rasgos sociales. Cayó en los mismos errores estratégicos de las gestiones anteriores, adecas, copeyanas, perezjimenistas: despilfarro de la renta petrolera, visión rentista, incentivos a la corrupción, sectarismo que impidió un pensamiento flexible en lo económico y social (como se ensayó en Nicaragua, Bolivia, Ecuador). La dirección chavista degeneró en esa cúpula de burócratas y militares que fungen de sacerdotes de rituales cada vez más vacíos. Estas falencias se sufren hoy: seguimos siendo dependientes, rentistas, improvisadores, con mañas autoritarias, sufriendo una inflación y recesión terribles, tratando de exaltar un culto popular para sellar la nobleza de un pueblo que prefiere pasarla cada vez peor que traicionar su fe.
Por eso, defendiendo el significado histórico del chavismo, la crítica la consideramos un deber. Y que no se diga que no ha habido propuestas. Revísese las intervenciones de esa heterogeneidad que se ha dado en llamar "chavismo Crítico". Es hora de escucharnos y reflexionar juntos, en un debate de las ideas y no en un torneo de insultos y descalificaciones personales.