La enfermedad senil del burocrátismo en el estado rentista

Así como puede haber una "enfermedad infantil" en los movimientos socialistas, hay también dolencias seniles. Los "infantilismos" generalmente se asocian con novatadas, impacientes acometidas pseudo-heroicas, el dogmatismo tonto de librito soviético recién comenzado a leer, confundir aventura con audacia, sobreactuar las consignas y los discursos. En cambio, las senilidades tienen que ver con todo tipo de dolencias degenerativas: pérdida selectiva de la memoria, confusión de los tiempos, rutinas, rigideces, incontinencia de dogmas e insultos fáciles, analogías fuera de lugar en lugar de razonamientos, anacronismos fatales. Pero, sobre todo, con ese mal terrible que acaba con cualquier aliento de revolución: el burocratismo. Como dice el refrán mexicano: la revolución degenera en gobierno. Y lo peor, cuadros jóvenes comienzan a pensar en términos burocráticos.

Lamentablemente, Marx tenía razón cuando se quejaba del terrible peso de los huesos de todas las generaciones muertas, presionando sobre nuestras cabezas. Las viejas mañas parecen inmortales. El caudillismo, que a su vez viene de las arbitrariedades de los conquistadores, sigue vivito y coleando. Y con él, todo lo demás, envejeciendo al estado rentista hasta convertirlo en esa cosa maloliente, pesada, bruta, lenta y hasta peligrosa, que es el burocratismo. Los síntomas son legión, como los demonios. Lo peor es que no ataca únicamente a los funcionarios establecidos, sino también a los aspirantes a funcionarios, y hasta a cierto sector de una base popular que termina por aceptar como si tal cosa, con el reflejo revolucionario ya agotado y adormecido por el viaje en bus, ciertos estilos, ciertas ideas, cierta manera de pensar, ya arrugada, con fecha de vencimiento largamente superada, con el pellejo colgando, hedionda a sudor viejo.

He aquí algunos síntomas:

  1. Hiperliderazgo: ¿Se acuerdan del terminacho acuñado por aquel sociólogo español? Ameritó un inolvidable y malhumorado desprecio antiintelectual del entonces Canciller Maduro y, en contraste, una explicación magistral del Comandante Chávez acerca de cómo tenía que compensar él mismo, en persona, los déficits de compromiso o de capacidades de su equipo ministerial. Pero la omnipresencia del Comandante no pudo resolver el doble déficit: una incompetencia galáctica y una deslealtad que intentaba compensarse con la adulancia desmedida y venenosa. Chávez tuvo que pagar las circunstancias históricas: la izquierda llevaba muerta varios lustros, su movimiento no logró superar el grupo conspirativo, sino que se lanzó de una vez a ser un aparato electorero y después a autopista de arribistas, con tutelaje militar. No sólo no consiguió una organización nueva; sino que reeditó las tradiciones del caudillismo. El hiperliderazgo convirtió urgencia en virtud y devino ceremonia y liturgia. Compulsión a la sobreexposición mediática. Creencia en que los liderazgos sólo se construyen en la "burbuja" de la fanaticada que aplaude a rabiar cualquier ocurrencia y anuncio de anuncios próximos por TV, así esté en una avenida.
  2. Ultracentralización: Caracas es todo; el país, monte y culebra. Todos los procedimientos, decisiones, planes importantes vienen de Caracas. Pero la distancia entre dos oficinas en el mismo pasillo de un ministerio es mayor que la existente entre una ciudad del interior y la propia capital. Ya casi no hay decisiones colegiadas. Eso lleva al
  3. Cogollismo: Todo se cocina en un supercogollo que pre-cocina todas las consideraciones, análisis, decisiones. Se saltan todas las instituciones y organigramas "formales" que se ven con desprecio por eso mismo: por su "formalidad". De facto, deciden tres, cuatro o cinco. Hasta cinco es un cogollo; seis ya es multitud. Y si hay un sexto, los cogollos se dividen en tribus, con sus respectivos cogollos. El "estilo de dirección" se resume en una frase: "jala pa´rriba, patea pa´bajo". Claro, eso también se facilita porque
  4. Los conejos se queman porque se asan a la vez: Lusinchi no sabía, cuando decidió designar gobernadores a los secretarios generales de su partido, que estaba creando el estilo de dirección del todavía no nacido chavismo. El alto funcionario es el mismo máximo jefe del Partido. El esquema del hiperlíder se repite a todos los niveles, como una figura fractal. Se asan y queman todas las tareas. PDVSA, las alcaldías, las direcciones sectoriales, los ministerios, etc., no tienen tareas específicas. El funcionario, las instituciones, no puede hacer bien su trabajo, sino que también debe "movilizar" y sostener una plantilla de "pegagritos" y "pegafiches". Los "conejos" terminan quemándose: se comen el tiempo, los recursos y las preocupaciones: votos, activistas, propaganda. Por eso
  5. Políticas interruptus, cero balances, "complejo de Adán", estado de ignorancia, reunionismo, tareismo y, por último, nepotismo y corrupción. Los anuncios se suceden uno tras otro, sin balance de objetivos, sin análisis, sin evaluación. No hay datos. No hay control. Cada ministro cree que con él comienza el mundo y persigue el "personal de confianza" del anterior. Cambian los planes, las grandes frases: motores, revoluciones, misiones, cada dos o tres meses, para los mismos problemas. Ellos subsisten y alguien cree que es un genio porque propone la creación de un nuevo ministerio para hacer cosas que debiera hacer ya la dirección de otro ministerio (ver, por ejemplo, http://www.aporrea.org/actualidad/a233648.html). Ya nadie se acuerda cuántos ministerios hay. Se organizan de diversas maneras: por vicepresidencias, comisiones, misiones extraordinarias, jefeadas ahora por las fuerzas armadas. Uno se pregunta ¿cuántas reuniones tiene un ministro? Otra gran pregunta: ¿de dónde salieron esos escuálidos "de confianza" sino de la designación de los propios altos funcionarios? Muchas, muchísimas veces, por razones familiares (la confesión del contralor sobre el "nepotismo positivo" queda para la historia: nadie se inmutó; es tan normal). Britto García repite la denuncia de Edmé Betancur, de Jorge Giordani, las empresas fantasmas recibiendo dólares, los funcionarios corruptos. Y nada. Entonces pasa algo muy feo: los cuadros medios comienzan a sufrir de senilidad burocrática. No ven fenómenos políticos, sino disfuncionalidades burocráticas (por ejemplo: http://www.aporrea.org/oposicion/a233492.html).


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Jesús Puerta


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