La Revolución aristocrática

Si la nobleza (y sus cuadernos de quejas pronto lo ilustraron) admitía un régimen constitucional y el voto del impuesto por parte de los Estados Generales, si exigía el abandono de la administración a unos estados provinciales electivos (Estados Generales y Estados Provinciales que dominaría gracias al mantenimiento de su estructura aristocrática), si se mostraba preocupada por la libertad individual, estaba lejos de admitir la igualdad fiscal, era unánime en cuanto al mantenimiento de los derechos señoriales. No puede quedar ninguna duda: la aristocracia emprendió la lucha contra el absolutismo para restaurar su preponderancia política y salvaguardar unos privilegios sociales superados… lucha que lógicamente llevó hasta la contrarrevolución.

La problemática de esta "etapa intermedia" ha vuelto a ser estudiada recientemente y el acento se ha puesto no ya sobre el contenido social del episodio sino sobre la voluntad de reforma de la monarquía: reforma de las imposiciones propuestas por Calonne, relanzada por Brienne, más el amplio conjunto de reformas emprendidas por Brienne, desde la administración central de las finanzas y el comercio hasta la reforma militar, desde las asambleas provinciales hasta la reforma judicial y el estado civil de los no católicos. Loménie de Brienne y sus colaboradores habían emprendido con valentía la renovación de un régimen condenado; ¿estaba en sus manos cambiar su contenido social? La mayor parte de los privilegiados no estaban dispuestos a hacer sacrificios; aunque limitadas y parciales, las reformas lesionaban sus intereses y ponían en peligro sus prerrogativas. Si las justicias señoriales estaban condenadas, no era cuestión de tocar los derechos feudales. La reforma militar respetaba las prerrogativas de la nobleza cortesana, pero seguía negando a los plebeyos el acceso a los grados de oficiales. Para complacer a la aristocracia, el poder de los intendentes quedaba desmembrado en beneficio de las asambleas provinciales, pero se mantenía la división en órdenes, y la presidencia seguía reservada a los privilegiados. Si es cierto que la nobleza y el clero perdían parte de su privilegio fiscal, también lo es que conservaban su preminencia social y el clero su autonomía administrativa tradicional. Las reformas no ponían en cuestión la estructura aristocrática del Antiguo Régimen; tratándose del prólogo a una revolución burguesa, ¿puede desde ese momento hablarse de "prerrevolución"? Más que sobre las tentativas de reforma, parece claro que el acento de esta "etapa intermedia" ha de seguir poniéndose en la resistencia victoriosa de la aristocracia. Pero, al mirar el poder real, esta no se daba cuenta de que estaba anulando al defensor de sus privilegios. La revuelta de la aristocracia abrió el camino al estado llano.

El tercer estado, o estado llano, incluía confundidos en sus filas a todos los plebeyos, o sea, según Sieyés, al 96% de la nación. Esta entidad legal encubría elementos sociales diversos cuya acción específica diversificó el curso de la Revolución.

Es una verdad evidente que la burguesía guio la Revolución. También hay que observar que no constituía, en la sociedad del siglo XVIII, una clase homogénea. Algunas de esas fracciones estaban integradas en las estructuras del Antiguo Régimen, participando en grados diversos de los privilegios de la clase dominante: bien por la fortuna inmobiliaria y los derechos señoriales, bien por la pertenencia al aparato del estado, bien por la dirección de las formas tradicionales de las finanzas y la economía. Todas ellas estuvieron afectadas en grados diversos por la Revolución. Convendría medir exactamente el papel de la gran burguesía comerciante e industrial tanto en el Antiguo Régimen como en la Revolución. El capitalismo todavía seguía siendo básicamente comercial. Domina un sector importante de la producción, bien en las ciudades, bien en el campo, donde el negociante-fabricante hacía trabajar a trabajadores a domicilio a destajo. El capitalismo comercial, si bien históricamente representa una fase de transición, no lleva esencialmente a la revolución del antiguo sistema de producción y de intercambio en el que estaba en parte integrado. Los sectores de la burguesía vinculados a él no tardaron en mostrarse partidarios de un compromiso. Desde ese punto de vista, ¿no podría señalarse una cierta continuidad lógica desde los monárquicos a los feuillants, y después a los girondinos? Mounier, portavoz de los monárquicos, escribiría más tarde que su destino era "seguir las lecciones de la experiencia, oponerse a las innovaciones temerarias y no proponer en las formas de gobierno entonces existentes más que las modificaciones necesarias para mantener la libertad". En cuanto a los girondinos, cuyas vinculaciones con la burguesía de los puertos y el gran comercio colonial son bien conocidas, el ejemplo de Isnar ilustra su posición social y política: diputado por el Var en la Convención, célebre por su apostrofe contra París el 25 de mayo de 1793 ("Pronto se buscaría en las orillas del Sena…") Isnar era un negociante especializado en el comercio al por mayor de aceites y en la importación de granos, propietario de un fábrica de jabones y de una fábrica de torcidos de seda. Ejemplo significativo de una actividad industrial subordinada al capital comercial y que no cambiaba las relaciones de producción tradicionales: tanto desde el punto de vista como desde el punto de vista económico la industria seguía siendo subalterna.

¡Gringos Go Home! ¡Pa'fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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