Intento de novela Intento de novela MARTAcura y Maríagüela Matusalén

La vieja Kolomina mientras se rasuraba las piernas con una hojilla Sello Rojo, se desgañitaba de la ira. Por la comisura de sus labios le chorreaba una hiel color sangre con mier, que caía sobre su cobija desteñida de piel de cochino, con la cual la había protegido su tatarabuelo cuando llegó de Galicia en 1492 (vieja (o) no es una ofensa; es una realidad. El otro viejo, Matacura con su pajiza madrugadora entre su mano derecha, escuchaba un disco de Frank Sinatra. Había en su habitación un olor a sangre añeja. Eso por culpa de un chorizo que se había traído de El Salvador hecho de sangre humana cuando fue embajador sapo y chismoso del viejo Calder. En otro lugar, la jurásica “bemba de burra” Mariagüela Matusalén, Salazar, rumiaba.

Una y otra vez se miraba al espejo y le preguntaba: “Espejito, ¿quién es la más vieja de la comarca?” Y éste le contestaba: “¿Entre tú y Kolomina?, ¡Coño no sé, pues según tengo entendido que tú fuiste la que pintaste la esquina de la Marrón y ella fue la que con una navaja hizo La Cortada de Catia. Se lavaba la cara con jabón de esperma de gato y regresaba ante el espejo: “Espejito, espejito, ¿quién es el más querido por la gente en Venezuela? Y el espejo le contestaba, con una gran alegría: ¡Chávez y su pueblo! Maríagüela sentía subir su arrechera. La bemba de burra vieja le temblaba más que mano de borracho empedernido. Se escuchó un grito que le heló la sangre a Maríagüela Matusalén. El moño de carne que tenía enrollado detrás de la nuca, se le había zafado. Maldijo al cirujano plástico y se echó a llorar sobre la mullida cama de estambre. Estaba derrotada. Empero, sacó una foto de cuerpo entero que tenía de Chávez debajo de la almohada. La besó una y otra vez, mientras entre sollozos exclamaba;

“¿Por qué, por qué, por qué me tienes el corazón como palo e gallinero?” Más allá, con una herida que se había hecho con la Sello Rojo, la vieja Kolomina se sonaba la nariz. Un trozo de moco le quedó en un dedo. Miró a todos lados. Se dio cuenta que nadie la miraba y, ¡juápiti! pa dentro otra vez, pero vía bucal. El Matacura seguía con la pajiza. Había acabado…de peinarse. Un pensamiento le cruzó por la soledad de su cerebro. El pensamiento exclamó: “Coño que papita se viaja por aquí, porque aquí nunca hay nada”. Sonó el teléfono. Era Marcelako Mariquín; “Aló, Matacura, quiero que te vayas al canal rápidamente para que entrevistes a Bramos Ayup”. Matacura colgó el auricular de mala gana y soliloquió: “Maldita sea con Marcelako Mariquín, no sé que carajo le voy a preguntar yo a Bramos Ayup, si ese hombre además que no se le entiende con esa plancha dental que le faltan las muelas, es más tapado que un submarino”. Cayó la tarde. Kolomina refunfuñó: “Coño, ve a ver donde caes, que me ibas aplastando”.

La tarde le contestó: “Tú si te quejas, vieja nariz de loro”. El cielo, al este de aquella capital, tenía un color azul pepino. Karía Monina Manchado tiró la toallita sanitaria por la ventana del baño de su casa. Le cayó encima a su chofer que iba pasando. El hombre iba a protestar pero pensó: “Qué diantre, la sangre en cualquier cuerpo siempre es roja” Karía Monina contó los cien mil dólares que le había enviado “Humanraibush” Sacó la cuenta: Diez mil para una guarimba de “Cabeza de motor” Pérez en Altamira, para que encienda las papeleras, veinte mil para una cuña en el canal de Marcelako Mariquín, cinco mil para Mamerto Fe de Rico Ravelo, quien debe filmar los últimos crímenes y adosárselos a Chávez, y quince mil para Anopeleón Bravo y su monstruos de Los Nehs, o sea, su esposa, para que se siga riendo con esa risita de loca, video, loca, y…¡guao! Me quedan cincuenta a mi para mi percha en New York”. En el próximo número, ¿Qué hace MARTAcura con esa vela en el baño?

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Ángel V. Rivas

Limpiabota, ayudante de pintura, articulista, Productor Nacional Independiente, editor de El Irreverente. Animador del programa Gigantes del Romance, autor del libro Pacto Satánico y poeta en estado de frustración.

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