Conocimiento y estrategia, pilares de la dirección orgánica en Revolución

Es verdad que, como dijo Fidel, no existe un camino único para la construcción del Socialismo. Y también, como se ha repetido muchas veces con Mariátegui, que el Socialismo indoamericano no puede ser ni calco ni copia, sino creación heroica. Además, como afirmó Simón Rodríguez, nuestro primer socialista, que el proyecto americano debe ser original, y que es necesario inventar para no errar. Estas ideas tienen como base la intención de prevenirnos contra la adopción de dogmas, cuyo mayor riesgo no radica en que pertenezcan a tal o cual ortodoxia, sino que al acatarlos renunciamos también al análisis y la reflexión sobre la realidad, a la formulación consciente e inspirada de estrategias para la construcción del poder revolucionario.

Pero también es cierto que la construcción de una voluntad colectiva que asuma la dirección intelectual y moral del país, con una orientación genuinamente revolucionaria, requiere que se tomen actitudes que vayan más allá de la conformidad retórica con la inexperiencia de nuestros cuadros revolucionarios.

Es importante vigilar al menos dos dimensiones del accionar político revolucionario. En primer lugar, un proceso de cambios profundos requiere que se asuman referentes simbólicos y conceptuales para proporcionarle contenido y sentido a la acción colectiva. En pocas palabras, se necesitan referentes ideológicos que contribuyan con la generación de una conciencia crítica, que nos ayuden a conceptualizar los problemas que encontramos en nuestra situación histórica, y que proporcionen la fundamentación de las alternativas posibles para la acción. La historia de las luchas populares, los ideales revolucionarios, la voz de los dirigentes de todos los estratos, ciertos documentos fundamentales, las creaciones culturales de la cultura combativa, las narrativas y experiencias de vida... son todos ejemplos de contenidos que es necesario conocer y compartir para la construcción de referentes conceptuales que pueblen de sentido el quehacer de los revolucionarios.

En comparación, sería mezquino decir que varias décadas de lucha revolucionaria en nuestro país no hayan dejado referentes conocidos. Tenemos las palabras de nuestros dirigentes orgánicos, tenemos la cultura popular y la historia oral de nuestro Pueblo, tenemos hitos históricos para la reflexión... Tenemos la Revolución Bolivariana, la Constitución y los Planes de Desarrollo hacia el Socialismo. Tenemos un Comandante y ahora contamos con un Presidente chavista y obrerista. Debemos volver a revisar la historia del proceso político venezolano en el contexto geopolítico mundial, al menos desde el siglo XX hasta hoy. Y podemos volver a estudiar las etapas vividas en la Revolución, el desenvolvimiento estratégico de cada momento de confrontación. Impulsar la socialización de estos referentes debe apuntar a generalización de una cultura que proporcione contenido y dirección a la estrategia revolucionaria. El bagaje cultural y crítico de la revolución venezolana es la orilla en la que muere el mar de la incertidumbre sobre los “modelos” que la ortodoxia nos impele a seguir.

En cuanto que sistema de ideas, la cultura es conocimiento, y el conocimiento es parte fundamental de la organización revolucionaria. No podemos comprender la coyuntura ni las alternativas de acción sino a través de esquemas de conocimiento. No podemos, por ejemplo, decir “Independencia” ni “modelo productivo” sin que tácitamente exista un enlace vívido con marcos conceptuales, en los cuales a veces se contraponen diferentes versiones de un mismo objeto. De ahí que sea necesario reflexionar con ahínco sobre lo que se conoce, porque muchas veces el saber nos empuja a elegir un lado en la lucha de poder. El propio Chávez afirmó: “Para que el Pueblo se concrete en fuerza real debe tener, primero que nada, conciencia; y para que el pueblo tenga conciencia debe tener conocimiento y cultura”. Él mismo se formó en el estudio y la reflexión teórica y práctica, bebió de la savia moral de nuestros próceres, y en los momentos más duros de su vida no se ocultó a la sombra de los iconos sino que se volvió a sus raíces, a las “catacumbas del Pueblo”.

Claramente, la cultura revolucionaria no puede construirse sino a través del diálogo. Que vengan los estudiosos, con sus cosechas de ideas; pero que vengan también quienes viven las condiciones del Pueblo, quienes conocen sus luchas y reivindicaciones. Que encontremos de nuevo esa otra historia, la que nos da sentido como Pueblo; que las consignas emerjan de la condición de Pueblo con el interés de construir una nueva ética. La sustancia de la cultura revolucionaria se encuentra en las vivencias populares; su forma, en la narrativa popular y en la reflexión política comprometida. Se trata de mantener e impulsar la dialéctica necesaria entre la cultura popular y filosofía de la praxis. El resultado debe ser otra clase de conciencia, en suma, una nueva civilización.

Lo que apunta a dividirnos como Pueblo es lo que debemos evitar. Nos encontramos en un contexto global en el que se enfrentan los nacionalismo culturales y las hegemonías supuestamente cosmopólitas y universalistas. Este choque genera una lucha permanente en todos los escenarios de la vida en común, y especialmente en el ámbito cultural. Lo que nos divide es la creencia de que no somos ciudadanos sino consumidores, que no respondemos a una comunidad-Nación sino a una etérea comunidad global, que nuestras condiciones de vida son determinadas por la ciencia y la tecnología – que son neutras – y que por eso nos movemos fatalmente hacia un mismo destino dominado por la racionalidad funcional. Lo que nos divide es todo aquello que apunta a que nos comprendamos como observadores de los cambios y que olvidemos nuestro papel como creadores de relaciones históricas y culturales. Es lo que evita que nos planteemos proyectos políticos de vida colectiva arraigados en la realidad nuestroamericana.

La segunda dimensión a la que hacíamos referencia es la estratégica-táctica. “No saber” cómo se construye el Socialismo no es excusa para evadir el imperativo de construir estrategias de largo plazo. El Comandante Chávez siempre se preocupó de que comprendiéramos el momento político que vivimos, en cada etapa, y propuso el horizonte de logros hacia el cual debíamos avanzar. Una vanguardia preparada para la transformación radical, pero que no es capaz de definir en términos claros el momento histórico-político que vive, esto es, el desenvolvimiento de las relaciones de poder en el contexto de las condiciones subjetivas y materiales dominantes, es una vanguardia que permanecerá amenazada por la deriva de sus acciones. Una horizonte claro permite definir los procesos, subprocesos y actividades que es necesario cumplir, los sujetos que es necesario vincular, los enemigos y los obstáculos que hay que enfrentar. En cambio, un movimiento político que no tiene sus objetivos claros en un espacio de tiempo definido, responderá de forma indecisa a las presiones del entorno (el mercado, la guerra, la “crisis”...) y a las estrategias de sus adversarios. Sin una estrategia clara, el movimiento se encontrará siempre en repliegue o a la defensiva. Si algo cuidó el Comandante Chávez fue de mantener la ofensiva; la defensa es necesaria en ocasiones, pero nunca es una elección permanente.

Claramente, no será posible realizar elecciones tácticas si al mismo tiempo no se tienen los referentes adecuados, es decir, si no se tiene conocimiento que contribuya a nutrir el sentido estratégico. Pero si en la teoría no pueden existir fórmulas preconcebidas, en la estrategia mucho menos. La estrategia responde a los imperativos de la lucha real pero, al mismo tiempo, se encuentra guiada por el horizonte de los logros planteados. Dichos “logros” no están definidos de antemano, sino que son una construcción conceptual de quienes reflexionan críticamente sobre la dirección del proceso político, y por tanto, responden a una visión de largo alcance. Así, ciertamente la elección estratégica es una cuestión de sentido práctico, de conocimientos y de experiencia. La lucha debe responder a las condiciones políticas presentes con una guía política concreta, y debe ser inspirada por los ideales de cambio revolucionario. Por ese camino será posible evadir las trampas del inmediatismo y prestar atención al cultivo de condiciones propicias para la lucha. Nuevamente, vemos la importancia de tener en la consciencia los referentes que dan sentido vital y conceptual a un proceso de cambio social.

Casi parece que al exponer el papel del conocimiento y de la estrategia en la dirección política del país, no hacemos más que repetir el exhorto a actuar con eficacia política y calidad revolucionaria. La eficacia política, de acuerdo con Maneiro, se expresa en la capacidad de construir condiciones para la conquista y conservación del poder. La calidad revolucionaria se manifiesta en la capacidad de proporcionar contenidos y dirección política a dicho proceso. En la historia reciente de nuestro país ningún movimiento ha sabido cumplir mejor con ambas condiciones como el Movimiento Bolivariano, liderado por el Comandante Chávez. El mayor aporte de Chávez estuvo en hacer patente el carácter relacional y simbólico del poder, al abrir – con la fuerza de una explosión – las dinámicas de poder a las masas de venezolanos que aspiraban legítimamente a ser reconocidos como protagonistas de su propia historia, en un lugar del mundo que llamaran “Patria”. Por eso, su autoridad se basó en la aceptación popular y en el ejemplo moral de su mandato. Siempre fue defensor de la socialización de una nueva cultura, y en todo momento dio el ejemplo de reflexión y de claridad estratégica.

El Presidente Maduro, primer presidente chavista de nuestro país por mandato popular, así como el equipo que lo acompaña, se encuentran en la tarea de traer al frente los referentes fundamentales de la Revolución Bolivariana, esto es, de recrear el milagro de abrir las catacumbas del Pueblo. Chávez llegó a ser conocido y respetado por sus victorias políticas, pero mucho más por las batallas que enfrentó. Conocimiento y estrategia son dos dimensiones imprescindibles de la dirección revolucionaria: la incertidumbre no tiene lugar cuando la vanguardia se encuentra comprometida con el logro de objetivos trascendentes para la humanidad. Tal es el camino que sigue el equipo responsable de dar continuidad y profundidad a la Revolución.


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Santiago José Roca


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