Linos para Lina

Si a una mujer de pueblo, en nombre su pueblo, no le importa morir por una tan digna como hermosa causa revolucionaria ¿de qué valen maledicencias o amenazas?

Lina jamás temió la muerte.

No sucumbió por ello a tentaciones o humillaciones.

No es cierta la fuente que afirma que la muerte la sorprendió en su casa, dormida y desprevenida.

La vida la encontró siempre despierta, activa y, como Manuelita Sáenz, gallarda y aparejada.

Apasionada e incontrolable, como Manuela divisaba con sólo verlos a patriotas y pitiyanquis.

Su vida fue ejemplo de trabajo y amor, sencillez y entrega.

Por eso los más sabemos hoy que su ida no es sino una hábil mentira de sus adversarios.

La muerte en Lina simplemente no llegó, no existió.

¡Cómo podía existir!

Sin acaso haber leído a Shakespeare, Lina supo desde un principio que los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte. Los y las valientes, jamás.

Vivir alerta, sentir mucho, acompañar a muchos, enamorarse en Patria, crecer, estudiar, superarse, decía Lina, he ahí la vida; yacer en la tranquilidad, la comodidad y la capitulación, allí la muerte definitiva.

Por eso para Lina Ron si la muerte la hubiese visitado, la habría encontrado en vigilia; y tierna como el lino; y aromática como el buen ron venezolano.

Como cualquier comprometido revolucionario que como puede, organiza revolución, actúa y se indigna, algunas veces dicen que se equivocó.

Pero jamás maltrató iguales por tener opiniones distintas a la suya; ni consintió hacer mercado con los sueños de sus hermanos.

La crónica de su muerte tan temprana, tan inoportuna, tan del gusto de realistas y de apátridas, no obstante, abre de par en par las más altas alamedas.

Alamedas hoy floridas para una diminuta figura de mujer, alta en ejemplo y ahora más en inmortalidad.

Lina decía que la muerte no existía y que de existir sería el menor de todos los males.

Por eso defendió y besó siempre la vida.

Siempre enseñó que más que hijos de la muerte debemos aprender a ser padres y madres de la vida.

Comamos, bebamos y brindemos pues con ella en el cielo rojo de la consecuencia, la camaradería, el socialismo, la angustia por concretar tantas y tan complejas y justas batallas libradas y no ganadas durante siglos.

Como un mar amplio y una isla soleada, Lina opacó lo que otros llaman su muerte con una tonada sin fin que rezaba:

Ríe sin esperar a ser dichoso; empínate sin consentir sentir la vanidad; lucha sin esperar ver tu sueño concluido.

Vislumbrando acaso eso que algunos llaman su muerte, Lina acabó asumiendo su propia soledad.

Su marcha al paraíso de los valientes extinguió su parte mortal.

Su corazón sigue latiendo fuerte, advirtiéndonos y emplazando acciones futuras.

Como empleadita de tienda por departamentos que fue… acaso alguna vez apeteció lucir los suaves linos y las bruñidas sedas que las doncellas de la burguesía.

Pero prefirió lucir las telas y la sencillez de los humildes.

Y de simple proletaria, a fuerza de trabajo conquistó ser fundadora y presidenta del partido UPV.

Estudiantes humildes y vendedores informales, motorizados y los mal llamados «invasores» fueron y son su más alta compañía.

Hoy Lina vuela por cielos y vegetales, aldeas y minerales, rostros y ciudades.

Su ímpetu y llaneza emplaza millones.

delgadoluiss@gmail.com



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Luis Delgado Arria


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