A Antonio López Ortega le preocupa que “la presencia plástica de los creadores venezolanos y un cierto status ganado por algunos escritores están en franco retroceso” (1). Con su conocido conservadurismo, esta especie de escritor anclado en el siglo XIX, muy activo en la recolecta de firmas de intelectuales para apoyar golpes fascistas, sabotajes y otras trapisondas, habla pendejadas sin ningún fundamento, ya que la presencia artística de Venezuela en el exterior no está ni mejor ni peor que antes, a pesar del lobby personal que tipos como él hacen a diestra y siniestra para conseguir publicación de intrascendencias y viajes “literarios”.
Pero todo vale en el loco afán de meterse de carambola con Hugo Chávez, tarea ingrata para el escualidismo cultural, dado que en la última encuesta de Datanalisis, realizada el pasado diciembre, el nivel de aprobación del Presidente anda por 65%. Tal como dice cierta metáfora tan escatológica como precisa que anda en la boca del pueblo, Chávez es como el río Guaire, que mientras más mierda le echan más crece. Como buen y clásico ejemplar de la estupidez ilustrada, López Ortega mide los avances culturales de un pueblo según anden los artistas individuales en los museos y las grandes editoriales que se manejan en el comercio capitalista del arte y la literatura que tiene sus “Wall Streets” en ciudades como Nueva York y México. Para este buen burgués de las letras, la cultura en la Venezuela de hoy “no se constituye en política de Estado” (2).
Claro, para López Ortega la cultura debe ser asunto exclusivo de las élites que han disfrutado de las prebendas del neoliberalismo para editar y exponer sus libros y sus obras, en buena parte prescindibles con muy honrosas excepciones. Para él no es política cultural del Estado la alfabetización de más de un millón de personas, ni la reincorporación de centenares de miles de venezolanos al sistema educativo, ni la edición de millones de ejemplares de libros de aliento universal para ser distribuidos, en parte gratuitamente y si no a precios accesibles, entre el pueblo de a pie al cual las élites han lanzado al abandono cultural mientras ellas disfrutan el banquete, ni el exitoso Festival Mundial de Poesía de Caracas, que reunió por primera vez a miles de ciudadanos a escuchar poesía en todo el país, ni la recuperación, por parte del pueblo, del disfrute abierto de la colección pictórica y escultural de PDVSA, para nombrar tan sólo algunos ejemplos.
No son política cultural de Estado, para el buenote de López Ortega, los logros en educación, donde el Estado ha hecho importantes inversiones, con excelentes resultados: entre 1999 y 2002, a pesar de las hostiles acciones contra el gobierno apoyadas por nuestra preocupadísima lumbrera intelectual, la educación preescolar había ascendido hasta cerca de un millón de beneficiarios, lo cual cubría un 60% de las necesidades de entonces. El número de escuelas bolivarianas (de turno completo con alimentación incluida) establecidas era, hasta julio de 2002, de 2.250; se habían reactivado 50 escuelas técnicas; se habían inaugurado 31 centros bolivarianos de informática y telemática, así como 240 Infocentros y se desarrollaron 60.329 nuevos centros de educación básica de adultos. Pero esto no le interesa a López Ortega, pues no se expone en los museos ni se expresa en su literatura efímera.
Por otro lado, un movimiento cultural poderoso, nacional, soberano comienza a abrirse paso entre las marañas del lobby pusilánime que ciertos artistas y escritores hacen ante los poderosos para que sus nombres brillen en salas y páginas reservadas a un porcentaje irrisorio de la gran humanidad, con obras que, en muchos casos, no resistirán el embate implacable de los siglos, libritos de ocasión, esculturas talladas por el snobismo, arte de corrillos banales, comida rápida para las paredes y las bibliotecas de las grandes corporaciones y sus dueños, que cada vez más dominan también el mercado del arte. Tal como escribiera alguna vez Perán Erminy, refiriéndose a la situación del arte en la Venezuela de hace algunos años, "La negación más completa de la democracia y la libertad en el arte venezolano es la que se produce permanentemente con la aplicación masiva y generalizada del principio de exclusión. Se trata de la misma exclusión que todo el mundo entiende y que muchos lamentan cuando provoca el fenómeno creciente y alarmante que es la marginalidad económica (…) La marginalidad artística está constituida por las artes y los artistas excluidos del sistema artístico oficial, ortodoxo, que impera hegemónicamente en el país (...)
Tal vez lo peor de este principio de exclusión es que se emplee todos los días en todas partes. Lo aplican sistemáticamente de un modo deliberado y consciente, todos los museos, ateneos, escuelas de arte, críticos, investigadores, artistas, curadores, promotores culturales, funcionarios del arte, instituciones culturales, etc. Y lo aplican con la mayor severidad y rigor. O, mejor habría que decir: con toda la ferocidad posible y con la mayor inhumanidad. Sin que nadie proteste nunca, ni oponga la menor reserva" (3)
En un sentido similar, no estaría mal recordar palabras de Moisés Moleiro: "El clientelismo hace la gestión cultural dependiente de los cenáculos partidistas y ello entraba la organización de los esfuerzos y perturba los indispensables aspectos formativos que dicha gestión de la cultura tiene (...) Por ser en exceso respetuosa (la gestión cultural) de los privilegiados y sus fueros, éstos se llevan la parte del león en los subsidios y ‘aportes’ otorgados" (4)
Y María Luz Cárdenas: "Quizás en ese espacio de preguntas se establece nuestra primera falacia: la del aparente acceso de todos para todo, la de pensar inocentemente que todos tenemos acceso a todo lo que los artistas fabrican porque todo puede ser visto, exhibido y vendido, independientemente de su 'mayor o menor interés y calidad' cuando, en realidad, no sucede así porque el verdadero acceso del público -la anhelada "mayoría democrática"- a la obra arte y a lo que él mismo decida como arte, se encuentra absolutamente pre/determinado, reglamentado y dominado hegemónicamente por los mecanismos burocráticos de administración cultural -incluyendo a la crítica de arte y los circuitos expositivos- y los mecanismos de aceptación en el mercado (...) ¿realmente es posible hablar de 'decisiones libres' por parte de un público (...) que debe pasar por una cantidad de instituciones mediadoras a la hora de construir sus propios gustos con respecto a lo que quiere como arte?" (5)
O tal vez, muy a propósito de López Ortega, digo yo, convenga escuchar a Gabriel Zaid: "Lo importante de la presentación de libros es la presentación, no la lectura. Lo importante es el montaje teatral de un acto que sirve para adquirir presencia en la vida social, pagando anuncios y generando noticias en los periódicos, la radio y la televisión (…) Si el texto maravilloso se publica sin ningún ruido social, no es noticia para la prensa (...) Por el contrario, un texto decepcionante, pero firmado, publicado, presentado, por personas e instituciones con poder de convocatoria social, sale en los periódicos y en la televisión (…) El periodismo cultural se ha vuelto una extensión del periodismo de espectáculos" (6).
A López Ortega le preocupa nuestra presencia en el MOMA de Nueva York, donde está muy bien que acojan a Reverón. Pero sería bueno seguir citando gente, para lo cual se nos antoja volver a Perán Erminy: "más grave aun es el funcionamiento de las roscas de Nueva York, capaces de imponerle un tipo de arte a los Estados Unidos y, peor aún, al mundo entero, con muy pocas protestas y controversias" (7)
López Ortega cierra su perorata celebrando a un poeta venezolano que dice, según él, la siguiente estupidez: “cuando un escritor mexicano camina, el país viene detrás” (8). Como todos estos señorones fracasados que vieron el río de sus ilusiones de restauración morir en el mar del referéndum, López Ortega confunde al país, cualquier país, consigo mismo. En México, país tan hambriento y abandonado como el nuestro, los escritores suelen estar no adelante, sino apartados del país mayoritario, el que refleja de manera desnuda una imagen más fiel de la realidad. Para los muchos artistas y escritores que estamos respaldando el profundo cambio cultural que se vive en Venezuela, de manos de la amplia participación política de los ciudadanos y de la nueva visión de la cultura como patrimonio cotidiano, cívico, vital, existencial de todos, de lo que se trata es de marchar al lado, codo a codo, con el pueblo multitudinario e irredento. Para eso está mejor hecha la calle que los museos, sin dejar de querer a éstos, que tan inolvidables ratos nos han deparado.
Notas:
(1) López Ortega, Antonio. “Cultura y política global” en El Nacional, Caracas, 11/01/05
(2) Ibid
(3) Erminy, Perán en "Antidemocracia y poder contra el arte" en revista Imagen Nº 100-120. Caracas, febrero 1997.
(4) Moleiro, Moisés en "La indócil realidad cultural" en revista Imagen Nº 100-120. Caracas, febrero 1997.
(5) Cardenas, María Luz en "Cada uno para sí y Dios contra todos: las falacias de la libertad" en revista Imagen Nº 100-120. Caracas, febrero 1997.
(6) Zaid, Gabriel en "Organizados para no leer" en El Nacional. Caracas, 9/1/2000.
(7) Erminy, Perán en "Antidemocracia y poder contra el arte" en revista Imagen Nº 100-120. Caracas, febrero 1997
(8) López Ortega, Antonio. “Cultura y política global” en El Nacional, Caracas, 11/01/05
Esta nota ha sido leída aproximadamente 3298 veces.