Venezuela después de una intervención militar, escenarios de fragmentación y caos

La historia reciente es categórica: las intervenciones militares estadounidenses en naciones con estructuras políticas complejas y sociedades divididas no producen transiciones ordenadas hacia la democracia. Irak, Libia, Afganistán y Siria son testimonios de cómo el colapso del Estado, por autoritario que sea, desencadena vacíos de poder que ninguna fuerza externa puede llenar efectivamente.

Venezuela, con sus particulares características sociopolíticas, no sería la excepción a esta regla, sino posiblemente su manifestación más extrema en el hemisferio occidental.

A diferencia de otros escenarios de intervención, Venezuela presenta una variable única y determinante: una oposición política fragmentada y con escasa credibilidad popular en amplios sectores de la población. Décadas de desconexión con las bases populares, la percepción de elitismo, y la asociación con intentos golpistas previos han erosionado su capital político. 

Esta realidad implica que cualquier gobierno instalado tras una intervención militar carecería de legitimidad interna desde su primer día. No estaríamos hablando de una "liberación" percibida por la mayoría, sino de una imposición externa respaldada por sectores minoritarios de la sociedad venezolana.

El colapso institucional inmediato y  la desintegración del aparato estatal. 

El primer efecto sería el colapso total de las instituciones venezolanas. A diferencia de invasiones previas donde existía alguna burocracia rescatable, en Venezuela el Estado se ha fundido completamente con el proyecto político chavista durante más de dos décadas. La caída del gobierno significaría la disolución inmediata de las fuerzas de seguridad, con miles de militares y policías que, temiendo represalias, abandonarían sus puestos o se fragmentarían en facciones armadas. El sistema eléctrico, ya precario, dejaría de funcionar en gran parte del territorio, mientras los funcionarios con conocimiento operativo del Estado huirían o se esconderían. La ruptura del orden desencadenaría el saqueo masivo de lo poco que queda de la infraestructura comercial e industrial.

Ninguna fuerza de ocupación, por numerosa que sea, puede administrar un país de treinta millones de habitantes con geografía compleja. La oposición venezolana carece de cuadros administrativos con experiencia reciente en gestión pública, de presencia territorial efectiva en barrios populares, zonas rurales y estados periféricos, de capacidad de movilización popular positiva más allá del rechazo gubernamental, y de consenso interno sobre el modelo económico y político a implementar. Este vacío administrativo sería inmediato y devastador.

La Insurgencia Multifacética

 Venezuela no produciría una insurgencia monolítica, sino varios conflictos simultáneos que se superpondrían y alimentarían mutuamente. La resistencia chavista organizada emergería de sectores con formación militar y arraigo popular en barrios, organizando una guerra de guerrillas prolongada con amplio conocimiento del terreno y redes comunitarias establecidas. Simultáneamente, los grupos armados que actualmente controlan territorios colectivos, bandas, organizaciones criminales se convertirían en señores de la guerra locales, llenando vacíos de autoridad y estableciendo proto-estados dentro del Estado fallido.

Gobernadores o líderes locales formarían sus propias milicias para "proteger" sus territorios, profundizando la balcanización del país. Más allá de estas estructuras organizadas, comunidades enteras, sin ideología clara pero rechazando la ocupación extranjera, resistirían de forma descentralizada y espontánea, haciendo imposible distinguir entre combatientes y civiles.

El Síndrome Iraquí Amplificado

 La experiencia iraquí sería un modelo a escala menor de lo que ocurriría en Venezuela. Las fuerzas de ocupación y el gobierno instalado enfrentarían ataques diarios con artefactos explosivos improvisados, emboscadas y atentados. Extensas áreas del país quedarían fuera del control efectivo del gobierno, especialmente zonas fronterizas, rurales y algunos sectores urbanos populares. La división no sería religiosa como en Irak, pero sí socioeconómica y política, con enfrentamientos constantes entre zonas "chavistas" y "opositoras", convirtiendo barrios enteros en campos de batalla.

Si la situación humanitaria actual es grave, la post-intervención sería apocalíptica. Entre cinco y ocho millones de personas huirían de zonas de combate hacia áreas relativamente seguras o países vecinos, creando campos de refugiados internos sin infraestructura básica, una crisis humanitaria regional sin precedentes, y el colapso total de servicios en ciudades receptoras incapaces de absorber estos flujos masivos.

La destrucción de las redes de distribución de alimentos, ya frágiles, y la interrupción de importaciones causarían hambruna generalizada. La malnutrición severa afectaría al cuarenta o sesenta por ciento de la población infantil, mientras la muerte por inanición se volvería común en zonas aisladas. Las enfermedades asociadas a desnutrición se propagarían sin control médico alguno.

El colapso sanitario sería total. Reaparecerían enfermedades que habían sido erradicadas como el sarampión, la difteria y potencialmente la polio. Sería imposible tratar enfermedades crónicas como diabetes, hipertensión o VIH. Epidemias de cólera, dengue y otras enfermedades tropicales se descontrolarían completamente, mientras el sistema hospitalario quedaría totalmente inoperante. Una generación completa de niños crecería traumatizada por la violencia, en medio de la desintegración del tejido social y la normalización de la violencia extrema.

La balcanización económica y de estado fallido a territorios fragmentados: Venezuela no volvería a ser una unidad económica coherente por décadas. Cada región desarrollaría su propia economía de subsistencia desconectada del resto. Zulia se orientaría hacia Colombia, potencialmente buscando autonomía o anexión tras años de integración informal. Los estados fronterizos con Brasil desarrollarían economías paralelas en reales brasileños, mientras las zonas petroleras serían disputadas violentamente por múltiples facciones. Los estados centrales desarrollarían economías de trueque y dolarización informal, operando al margen de cualquier autoridad central.

Lejos de ser solución, el petróleo se convertiría en fuente de financiamiento para grupos armados, objetivo de saqueo y sabotaje constante, y causa de conflictos interterritoriales permanentes. La infraestructura petrolera, ya deteriorada, sería imposible de explotar eficientemente bajo condiciones de guerra civil fragmentada. Cada grupo armado buscaría controlar pozos o refinerías, no para operarlos productivamente, sino para extraer rentas mediante contrabando o extorsión.

La diáspora profesional se aceleraría exponencialmente. Médicos, ingenieros, maestros y técnicos huirían masivamente, creando una fuga de cerebros sin precedentes en el continente. La imposibilidad de reconstruir capacidades técnicas se extendería por generaciones, convirtiendo la recuperación en una quimera cada vez más distante.

El Modelo Libio: Fragmentación Permanente

Siguiendo el patrón libio post-Gadafi, Venezuela podría fragmentarse en múltiples entidades políticas compitiendo por legitimidad y territorio. Un "Gobierno Legítimo" instalado en Caracas sería reconocido internacionalmente pero controlaría efectivamente solo algunas áreas urbanas, dependiendo totalmente de apoyo militar extranjero para sobrevivir día a día.

Simultáneamente, estructuras chavistas reorganizadas establecerían un "Gobierno Popular" controlando territorios específicos, particularmente áreas populares urbanas y algunas zonas rurales. Tendrían legitimidad popular en sus áreas pero carecerían de reconocimiento internacional, perpetuando un conflicto sin solución diplomática viable.

Comandantes militares, líderes criminales o caciques locales controlarían regiones enteras como señores de la guerra. Zulia quedaría bajo control de facciones pro-colombianas, los estados amazónicos bajo influencia de grupos brasileños o mineros ilegales, las zonas petroleras serían disputadas por múltiples facciones en conflictos que cambiarían alianzas constantemente, y los estados andinos se fragmentarían en pequeños feudos prácticamente medievales.

Emergerían también enclaves extranjeros: bases militares estadounidenses funcionando como islas de "estabilidad" en medio del caos, concesiones mineras chinas militarizadas operando como territorios autónomos, y áreas petroleras bajo administración de corporaciones internacionales con ejércitos privados propios.

La Economía de Guerra Permanente

Como en Siria o Somalia, se consolidaría una "economía de guerra" permanente donde la violencia misma se volvería el motor económico. Venezuela se convertiría en un mercado negro de armamento donde grupos de todo el continente comprarían armas. Sin Estado funcional, el país sería un corredor masivo de drogas, superando incluso a los peores momentos del narcotráfico colombiano. La minería ilegal se extendería sin control ambiental alguno, devastando ecosistemas enteros en busca de oro y coltán.

La trata de personas alcanzaría niveles de esclavitud moderna sin precedentes, mientras los secuestros se consolidarían como industria principal en vastas zonas. Comunidades enteras sobrevivirían mediante la extorsión, el contrabando y actividades criminales que serían la única economía funcional disponible.

La Desestabilización de Sudamérica

Venezuela no sería un problema aislado sino un epicentro de desestabilización continental. Colombia enfrentaría tres a cinco millones de refugiados adicionales, grupos armados venezolanos operando libremente en su territorio, la reactivación de su conflicto interno por el spillover venezolano, y posiblemente la anexión de facto del Zulia tras años de control informal colombiano de esa región.

Brasil sufriría una crisis humanitaria sin precedentes en sus estados norteños, particularmente Roraima y Amazonas. La penetración de grupos criminales venezolanos en ciudades brasileñas cambiaría el mapa del crimen organizado en el país, mientras la presión militar para intervenir en zonas fronterizas crecería hasta volverse irresistible, arrastrando a Brasil a un conflicto que no quiere ni puede ganar.

Guyana y Trinidad y Tobago verían colapsada su capacidad de absorción de refugiados, enfrentando crisis políticas internas que desestabilizarían sus frágiles democracias. El Caribe enfrentaría oleadas de refugiados por mar, con miles de muertos ahogados en el intento, recreando la crisis de los "balseros" cubanos multiplicada por diez y generando tensiones políticas en cada isla que recibiera estos flujos desesperados.

La Militarización Regional

La crisis forzaría una militarización sin precedentes en todo el subcontinente. Los presupuestos de defensa se dispararían dramáticamente en todos los países vecinos, desviando recursos desesperadamente necesarios para desarrollo social. Las tensiones entre países por el manejo de la crisis generarían roces diplomáticos constantes, con posibles enfrentamientos armados por control de zonas limítrofes disputadas. Las instituciones regionales como UNASUR, CELAC y otras se debilitarían hasta la irrelevancia, incapaces de responder a una crisis de esta magnitud.

El Factor Crucial: Sin Plan de Reconstrucción Viable

Los promotores de una intervención presumirían una "liberación" popular con apoyo masivo, una rápida estabilización con el petróleo financiando la reconstrucción, una oposición capaz de gobernar efectivamente, y una comunidad internacional financiando generosamente el proceso. Esta fantasía se estrellaría contra la realidad en cuestión de semanas.

La realidad sería resistencia masiva en amplios sectores populares que verían la intervención como invasión extranjera, no como liberación. El petróleo sería imposible de explotar bajo condiciones de guerra civil, con infraestructura saboteada constantemente y trabajadores huyendo o uniéndose a grupos armados. La oposición, fragmentada e incompetente administrativamente, sería incapaz de proveer servicios básicos o mantener orden. Y tras los billonarios fracasos de Irak, Afganistán, Siria y otros, los países occidentales no tendrían ni el estómago ni los recursos para otro proyecto de reconstrucción fallido de décadas.

El Costo en Sangre y Tesoro

Una proyección conservadora hablaría de doscientos a quinientos mil muertos por violencia directa en los primeros diez años, con otros quinientos mil a un millón de muertos por causas indirectas como hambre y enfermedad. Entre diez y quince millones de personas serían desplazadas o convertidas en refugiados, creando la peor crisis humanitaria en la historia moderna del hemisferio occidental.

El costo de ocupación militar alcanzaría cincuenta a cien mil millones de dólares solo en los primeros cinco años, sin incluir los treinta a cincuenta mil millones en costos humanitarios. Venezuela perdería entre el setenta y noventa por ciento de su PIB, destruyendo décadas de acumulación de capital. El impacto regional sumaría otros cien a doscientos mil millones de dólares en costos indirectos, convirtiendo la intervención en el desastre económico más costoso en la historia latinoamericana.

El Abismo Después de la "Liberación"

La intervención militar en Venezuela no produciría una transición democrática, sino el colapso de una nación. La combinación de factores únicos una oposición sin legitimidad popular, un Estado totalmente fusionado con un proyecto político de décadas, una sociedad profundamente polarizada, geografía compleja y abundancia de armas crearía condiciones para un desastre humanitario y político sin precedentes en el hemisferio occidental moderno.

Los ejemplos de Irak, Libia, Afganistán y Siria no son advertencias exageradas, sino modelos conservadores de lo que ocurriría. Venezuela, con su escala poblacional, complejidad social y ubicación geográfica, podría convertirse en el peor caso de Estado fallido post-intervención en la historia reciente, superando incluso los horrores que hemos presenciado en Medio Oriente y Asia Central.

La lección fundamental es que no existe solución militar a crisis políticas complejas. El costo humano de "resolver" Venezuela por la fuerza sería órdenes de magnitud superior al costo de la crisis actual, por terrible que sea. Y el resultado final no sería una democracia estable y próspera, sino décadas de violencia, fragmentación territorial y sufrimiento masivo que marcaría a varias generaciones.

La pregunta no es si Venezuela necesita cambio claramente lo necesita urgentemente. La pregunta es si una intervención militar produciría ese cambio o simplemente reemplazaría una crisis política compleja con una catástrofe humanitaria de proporciones históricas que convertiría al país en sinónimo de Estado fallido por generaciones. La evidencia acumulada de las últimas dos décadas de intervenciones militares sugiere, de manera abrumadora e incontrovertible, lo segundo. El remedio propuesto no solo sería peor que la enfermedad, sino que mataría al paciente mientras pretende curarlo.

NO HAY NADA MÁS EXCLUYENTE QUE SER POBRE



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Ricardo Abud

Estudios de Pre, Post-Grado. URSS. Ing. Agrónomo, Universidad Patricio Lumumba, Moscú. Estudios en Union County College, NJ, USA.

 chamosaurio@gmail.com

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