Los arquitectos del panóptico digital

Existe una paradoja inquietante en nuestro tiempo: cuanto más visible se vuelve el poder tecnológico, menos comprendemos su verdadera naturaleza. Nos hemos acostumbrado a observar el espectáculo de los titanes digitales peleándose en público, lanzándose acusaciones mutuas, comprando redes sociales como quien adquiere juguetes caros. Pero mientras miramos ese circo mediático, la verdadera reconfiguración del poder ocurre en otro escenario, con otros protagonistas que han aprendido que la discreción no es debilidad sino estrategia.

La familia Ellison representa algo nuevo en la historia del capitalismo. No son los primeros millonarios, ni siquiera los primeros en dominar industrias enteras. Pero sí son pioneros en algo más sutil y preocupante: han comprendido que en el siglo XXI el poder no se ejerce poseyendo cosas, sino controlando las capas invisibles donde se procesa la experiencia humana misma.

Cuando leemos que Larry Ellison se ha convertido en el hombre más rico del mundo, nuestra mente tiende a procesar esa información como si fuera equivalente a decir que alguien tiene la casa más grande o el auto más caro. Es un error cognitivo comprensible pero peligroso. La cifra nos distrae del mecanismo.

Oracle no es simplemente una empresa exitosa que vende software. Es la capa de traducción entre la realidad analógica y su representación digital en miles de instituciones críticas. Cuando un hospital registra tu historial médico, cuando un banco procesa tu hipoteca, cuando un gobierno administra el padrón electoral, existe una probabilidad altísima de que Oracle esté mediando esa transacción. No ves su logo, no piensas en su existencia, pero está ahí, silencioso y omnipresente como el oxígeno.

Esta invisibilidad es su mayor fortaleza. A diferencia de Facebook o Google, que despiertan constantemente debates sobre privacidad y ética, Oracle opera en un estrato tan profundo de la infraestructura digital que la mayoría de las personas jamás se pregunta quién controla esos sistemas. Es como preguntarse quién fabrica las tuberías por las que fluye el agua de tu ciudad: técnicamente importante, pero alejado de la conciencia cotidiana.

El movimiento hacia TikTok revela una comprensión sofisticada de cómo funciona realmente el poder en la era digital. Larry Ellison no necesitaba poseer una red social. Durante décadas fue suficiente con controlar la infraestructura donde residían los datos. Pero algo cambió en la última década.

La economía digital se fragmentó en dos territorios distintos: el territorio de los datos y el territorio de la atención. Puedes tener todos los datos del mundo, pero si no controlas hacia dónde miran las personas, tu poder tiene límites. TikTok resolvió ese dilema de manera brutal: creó la máquina más eficiente jamás diseñada para capturar y dirigir la atención humana.

El algoritmo de TikTok no es simplemente inteligente. Es radicalmente diferente a todo lo anterior. Facebook te mostraba contenido de tus amigos y páginas que seguías. Instagram amplió eso con el descubrimiento visual. Pero TikTok eliminó por completo la necesidad de que tú decidieras a quién seguir. Desde el primer segundo, el algoritmo está trabajando, aprendiendo, adaptándose, construyendo un perfil psicográfico de ti más preciso que el que posee tu propia familia.

Que Oracle ahora albergue ese algoritmo y sea además inversor principal en la plataforma significa que los Ellison controlan simultáneamente el contenedor y el contenido, la infraestructura y el flujo. Es como si alguien poseyera tanto las carreteras como los autos que circulan por ellas, tanto el sistema eléctrico como los aparatos que consumen electricidad.

La movida de David y Megan Ellison hacia Hollywood no fue una diversificación de negocio. Fue el reconocimiento de que el poder tecnológico sin legitimidad cultural es frágil. Silicon Valley aprendió esto de manera dolorosa: puedes crear las herramientas más poderosas del mundo, pero si la cultura se percibe como una amenaza, tu poder se vuelve inestable.

La adquisición de Paramount por parte de David Ellison es significativa por lo que representa simbólicamente. Paramount no es solo un estudio más. Es la compañía que definió qué significaba Hollywood durante generaciones. Posee un archivo cultural inmenso, desde clásicos del cine hasta programación infantil que moldeó generaciones enteras. MTV no solo transmitía música; durante décadas definió qué era cool para los adolescentes. CBS es la cadena que millones de estadounidenses mayores consideran la fuente confiable de noticias.

Mientras tanto, Annapurna Pictures de Megan Ellison conquista un territorio diferente pero complementario: el cine que se considera "serio", el que gana premios, el que intelectuales y críticos defienden como arte verdadero frente al entretenimiento comercial. Esta estrategia de pinzas es brillante: controlar tanto la cultura de masas como la cultura de prestigio significa que no importa en qué nicho cultural te muevas, eventualmente encontrarás contenido que tiene el apellido Ellison en los créditos.

Para entender qué está pasando realmente, necesitamos pensar históricamente. El feudalismo medieval no era solo un sistema económico injusto. Era una forma específica de organizar el espacio y el poder. El señor feudal controlaba la tierra porque la tierra era el medio de producción fundamental. Los campesinos podían trabajar duramente, desarrollar habilidades, mejorar cultivos, pero al final del día, toda esa productividad revertía al dueño del territorio.

El genio perverso del tecnofeudalismo es que ha recreado exactamente esa relación, pero en un territorio nuevo: el espacio digital. Las plataformas son los nuevos feudos. Los usuarios son los nuevos siervos, generando valor constantemente mediante sus datos, su atención, su contenido, pero sin poseer jamás los medios mediante los cuales producen ese valor.

La diferencia crucial es que este nuevo feudalismo es invisible. Los campesinos medievales sabían que trabajaban en tierra ajena. Nosotros creemos que nuestras interacciones digitales son libres, espontáneas, nuestras. Publicamos fotos pensando que son nuestro contenido, cuando en realidad estamos generando datos de entrenamiento para algoritmos. Vemos videos creyendo que estamos eligiendo entretenimiento, cuando en realidad estamos siendo clasificados en segmentos de mercado cada vez más precisos.

Los Ellison no inventaron este sistema, pero lo están perfeccionando. Han entendido que el verdadero poder no está en poseer una plataforma, sino en controlar múltiples capas del stack completo: la infraestructura donde residen los datos, las plataformas donde se genera la atención, y las narrativas que dan sentido a toda esa actividad frenética.

Lo que hace particularmente problemático este tipo de poder es su completa desconexión de cualquier mecanismo democrático de rendición de cuentas. Cuando Larry Ellison decidió apoyar financieramente a Donald Trump y promover narrativas sobre fraude electoral, no estaba ejerciendo simplemente su derecho como ciudadano. Estaba utilizando recursos acumulados mediante el control de infraestructura crítica para influir en el proceso político.

Esta no es una cuestión partidista. El problema sería exactamente el mismo si apoyara al candidato opuesto. Lo preocupante es el desequilibrio estructural: una persona que controla sistemas de los cuales dependen millones tiene una capacidad de influencia política incomparablemente mayor que esos millones combinados.

Y aquí está el truco: este poder no necesita justificarse democráticamente porque técnicamente es privado. Oracle es una empresa privada. TikTok, bajo este acuerdo, tiene inversión privada. Paramount es propiedad privada. El argumento del libre mercado sugiere que si no te gusta, puedes elegir alternativas. Pero ¿qué alternativas existen realmente cuando la infraestructura misma está concentrada?

Vivimos bajo la ilusión de que tenemos opciones infinitas. Podemos elegir entre cientos de canales de televisión, miles de películas en streaming, millones de videos en TikTok. Esta abundancia aparente oculta una concentración radical en los niveles más profundos.

No importa cuántas películas veas si todas están distribuidas por un puñado de estudios. No importa cuántos videos consumas si todos pasan por algoritmos controlados por las mismas corporaciones. No importa cuántos servicios digitales uses si todos dependen de la misma infraestructura de servidores y bases de datos.

Los Ellison han construido poder en esos niveles profundos donde la concentración no es visible para el usuario final. Cuando abres TikTok, no piensas en Oracle. Cuando ves una película de Paramount, no piensas en la familia que controla el estudio. Esta invisibilidad es precisamente lo que hace sustentable el poder en el largo plazo.

La pregunta incómoda es qué sucede cuando una familia individual acumula control sobre dimensiones tan fundamentales de la infraestructura social. La historia ofrece pocas razones para el optimismo. Toda concentración extrema de poder eventualmente genera distorsiones, incluso cuando quienes lo ejercen tienen buenas intenciones.

El problema no es que Larry Ellison sea malvado. Probablemente es un ser humano complejo con motivaciones mixtas como todos. El problema es estructural: ninguna persona o familia debería tener este nivel de control sobre sistemas de los cuales depende el funcionamiento de sociedades enteras.

Pero desmantelar este tipo de poder es extraordinariamente difícil porque está integrado en capas profundas de la infraestructura tecnológica y cultural. No puedes simplemente "dejar de usar Oracle" como puedes dejar de usar Facebook. Oracle está incrustado en sistemas institucionales críticos. No puedes boicotear TikTok cuando define la conversación cultural de toda una generación. No puedes ignorar a Paramount cuando controla franquicias que son parte del imaginario colectivo.

Esta es la nueva cara del poder: invisible, infraestructural, aparentemente inevitable. Y quizás el primer paso para enfrentarlo es simplemente nombrarlo, hacerlo visible, reconocer que existe. Porque el poder que permanece invisible es el más difícil de desafiar.

Los Ellison han entendido algo fundamental: en el siglo XXI, el poder no necesita anunciarse. Solo necesita construir silenciosamente los sistemas a través de los cuales el resto experimentamos la realidad. Y cuando despiertas un día y descubres que esos sistemas ya están construidos, ya es demasiado tarde para preguntarte si deberían existir.

NO HAY NADA MÁS EXCLUYENTE QUE SER POBRE



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Ricardo Abud

Estudios de Pre, Post-Grado. URSS. Ing. Agrónomo, Universidad Patricio Lumumba, Moscú. Estudios en Union County College, NJ, USA.

 chamosaurio@gmail.com

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