Los científicos locos venezolanos o, ¿Como pa qué sirve eso?

No os dejéis corromper por un escepticismo estéril y deprimente; no os desalentéis ante la tristeza de ciertas horas que pasan sobre las naciones. Vivid en la serena paz de los laboratorios y de las bibliotecas. Preguntaos primero: ¿Qué he hecho por instruirme? Y después, a medida que vayáis progresando: ¿Qué he hecho por mi Patria? Hasta que llegue el día en que podáis tener la íntima satisfacción de pensar en que habéis contribuido de alguna manera al progreso y el bienestar de la humanidad”.

Louis Pasteur a los jóvenes científicos, 1892.

La revolución científico-técnica sólo afecta, al comenzar, a los países industrializados más avanzados; pero se convierte inevitablemente, por su esencia y teniendo en cuenta el nivel de las fuerzas productivas, en un proceso mundial, incluyendo al tercer y cuarto mundo. De modo recíproco, los problemas de los países subdesarrollados irremisiblemente van a frenar el curso de la revolución científico-técnica.

La civilización industrial moderna, engendrada por el capitalismo, ha cavado un foso terrible que no cesa de ampliarse entre el dinamismo económico de las potencias y la mera supervivencia natural eterna de la mayoría de la humanidad. Las disparidades entre el nivel de civilización de los países industrializados avanzados y el de los países del tercer mundo implican una incompatibilidad en la concepción que del mundo tienen cada una de las partes. Pero no hay lugar en el planeta que pueda a la vez aislarse y coexistir con la miseria masiva que hace estragos entre la mayoría de la humanidad. En las actuales condiciones, el retraso catastrófico de una parte de la humanidad pone en peligro la existencia de todos.

El progreso de la ciencia y de la tecnología sólo ha rozado hasta este momento al tercer mundo. Y, sin embargo, ya ha perturbado seriamente su equilibrio natural que, durante milenios, había sido mantenido por la acción de del hambre, las epidemias y las calamidades naturales. De esa manera, se agravan las condiciones de la existencia humana y se acumulan conflictos. La cultura general no ha conocido jamás en nuestro planeta un desarrollo tan espectacular como en nuestros días y, sin embargo, el porcentaje de analfabetos a escala mundial aumenta en lugar de disminuir. Los cambios modernos de la civilización, si no son racionalmente dominados, acabarán, en poco tiempo, por destruir las posibilidades de un desarrollo económico intensivo. El tercer y cuarto mundo deberían pasar por un largo proceso de industrialización que exige una movilización total de los recursos internos del país. Ahora bien, en las condiciones actuales, la industrialización no podría aportar una solución a los problemas del tercer mundo pues la llevarán a cabo en un momento en que los países desarrollados han desbordado ya las fronteras del sistema industrial, es decir, el tercer y cuarto mundo estarán eternamente rezagados, lo cual constituye un problema insoluble para generaciones enteras.

Venezuela permanece rezagada, insuficiente, subordinada, girando siempre en la órbita de la exportación primaria y de la importación de manufacturas. Quizás el complejo histórico del éxito logrado por América del Norte frente a la continuación histórica de la misma situación de dependencia, de atraso, de subdesarrollo, de pobreza, de insuficiencia y hasta de incapacidad en América Latina, en los siglos XX y XXI no ha hecho más que confirmarse, como una contradicción. Las explicaciones, específicamente para Venezuela, el país que lo tiene todo, residen ahí, en que no es más que un pretexto para justificar nuestro fracaso, mediante el complejo, la frustración, el no querer hacer el esfuerzo y organizar las fuerzas y los factores necesarios para surgir, sin refugiarnos en la explicación facilista de que el éxito de los grandes y desarrollados es el causante de nuestra acumulación crónica de problemas y privaciones. Siempre estamos buscando paradigmas, modelos a seguir, que no podemos adaptarlos a nuestras propias características y que han conducido inexorablemente al fracaso.

Sistema embrionario.- Los fenómenos sociales, como es de esperar, se hallan interrelacionados entre sí, afectándose uno con otro. Por lo tanto, las tendencias de la investigación científica en general y particularmente en el campo de la salud, así como las características y condiciones con las que se desenvuelven, están vinculadas a las propias condiciones de desarrollo del país. Cabe aquí entonces, la pregunta: ¿es posible un sistema de ciencia y tecnología en semejante sociedad? Hasta ahora se ha considerado este sistema como embrionario pero con rasgos definidos. En el caso de la investigación científica en Venezuela, se tiene la ventaja que tanto ella como la actividad tecnológica nacieron de un conjunto de necesidades y exigencias sociales, económicas y culturales. Nacieron porque el país necesitaba de conocimientos para poder ocuparlo y aprovechar sus recursos. Necesitaba también resolver problemas para que la población no fuese diezmada por las epidemias, la falta de alimentación y el bajo nivel educativo. Nacieron, entonces, vinculadas a objetivos nacionales: salud, alimentación y educación. Al menos el sistema de ciencia y tecnología venezolano tenía sentido de pertenencia, y su vínculo más estrecho lo estableció con el sistema educativo, en particular con el subsistema de educación superior, y ha sido realmente eficiente si se mide por la relación entre los recursos en él invertidos y los resultados obtenidos. Afirmar que las actividades de ciencia y tecnología realizadas en el país han contribuido en forma determinante a resolver problemas fundamentales es, tal vez para muchos, una exageración. Sin embargo, es importante destacar que la Ciencia y la Tecnología que se han hecho en el país, no han sido por afán de competir con los países desarrollados o con fines bélicos y de dominación extraterritorial, sino más bien estableciendo relaciones estrechas con otros sistemas de la sociedad venezolana. Estas relaciones nacieron vinculadas con el sistema de educación superior, como ya se comentó, y en particular con el área biomédica. Los primeros intentos de ciencia se remontan a J. M. Vargas en el siglo XIX y a J. G. Hernández y R. Rangel en el siglo XX. Nombres como los de Lisandro Alvarado, José Ignacio Baldó Soulés, Jacinto Convit, Humberto Fernández Morán (fundador del actual IVIC), Arnoldo Gabaldón, Miguel Pérez Carreño, Luis Razetti, Arístides Rojas, Américo Negrette, entre otros, contribuyeron a institucionalizar la ciencia en Venezuela, con una marcada vinculación al subsistema de educación superior por un lado y a los problemas de orden social (salud, alimentación y educación) por otro.


Generaciones de relevo.- Hablemos de nuestras generaciones de relevo. A esas generaciones les preceden, como vimos, generaciones innovadoras, creadoras, voluntariosas, místicas, ordenadas, inteligentes y, en su mayoría, honesta, que no entienden por qué a las nuevas generaciones se les hace tan difícil adaptarse a estas cualidades, sobre todo cuando ya se ha hecho tanto por ellos. Somos la mega-generación: la generación de los satélites, de los viajes a la luna, a otros planetas y otras galaxias, de las comunicaciones mega-rápidas. Ahora todo es Megahertz, Megaohmio, Megacuries, Megawatios, Megajoules, Megacalorias. Somos una generación que tiene que moverse a la velocidad de la luz, en un mundo que ya es capaz de manejar cantidades cuánticas y subatómicas de cualquier cosa. A pesar que somos una generación de relevo del “tercer mundo”, sabemos que se nos ha transformado el planeta y queremos adaptarnos a esa vertiginosidad científica y tecnológica. Pero, lamentablemente, somos una generación desesperanzada y desilusionada, sin sentido de pertenencia en su mayoría. Nacimos en la verdadera tierra de gracia, con riquezas casi infinitas, para construir un país a medida de cualquier sueño humano. Sin embargo, no hemos hecho casi nada. No tenemos autoestima ni orgullo nacional. La fundación de la nacionalidad venezolana se produjo en un momento en que coincidieron hombres geniales: Simón Bolívar, el primero, pero también Francisco de Miranda, Andrés Bello, Antonio José de Sucre, Simón Rodríguez. Todos ellos tenían una formación europea. Bolívar, sin embargo, logró más tarde consolidar un pensamiento original y poderoso sobre el cual se basaron las constituciones de los países que él mismo liberó. Después de esa edad de oro, Venezuela ingresó en una penumbra cada vez más salvaje de guerras civiles, anarquías y brotes de caudillos ignorantes y sifilíticos. Luego vino el aislamiento cultural, científico y tecnológico del período de Gómez y, por último, una serie de “caudillos democráticos” que avanzaban a paso de morrocoy en relación al mundo y a los cambios que se operaban en el país. Cada uno de esos caciques se apoderó de un feudo, en el que los corruptos y los ineficaces han medrado al amparo de los líderes ineficientes con la única condición de no ser cuestionados en el poder. En medio de ese desorden, el “Gobierno” ocupó todos los espacios vacios y aún aquellos que no lo estaban, alcanzando un grado de centralismo, gigantismo y voracidad insólito, que lo hizo más corrupto e inútil que nunca. La desidia y la falta de organizaciones representativas de base, en todos los campos, permitió al “Gobierno” invadir impunemente todas las áreas de creación y producción, frenando cualquier actividad innovadora y transformadora que emprendieran los venezolanos. Por otra parte, los medios de comunicación, e incluso dentro de las mismas escuelas públicas y privadas, nos muestran constantemente que debemos sentirnos avergonzados de nuestra nacionalidad, de nuestro físico, de nuestra inteligencia y de nuestro idioma. Somos la generación del inglés, transculturizada, sin patria, porque nada que se pueda etiquetar de venezolano es bueno. El complejo de inferioridad es terrible.

Entonces, habría que comenzar por educar a un país cuyo 80% de la población es menor de 35 años. Cuando comencemos a ser responsables de nosotros mismos, podremos ser responsables de este país y luchar por él con la misma mística que tuvo Bolívar para liberarlo o la misma mística de esos médicos e investigadores en medio de una población que ignoraba e ignora por completo lo que es la ciencia.

En Venezuela, donde los jóvenes son la inmensa mayoría y donde la siembra de esperanza se ha vuelto una costumbre demagógica echada sobre el mar o sobre cualquier viento, sin asidero en la realidad, toda frustración y todo engaño tienen un precio muy alto. Y nadie que aliente amor por esta Patria, ni los particulares ni mucho menos el Estado, pueden permitirse el lujo o la osadía de privar a la juventud de lo que llamaríamos un “piso de confianza”. Nadie puede cometer el crimen de negarles estabilidad. ¿Cómo estimular a tantos jóvenes, a quienes los rodean la pobreza y un ambiente físico y moral altamente contaminado, a seguir un camino tan difícil como lo es el estudio y la investigación científica?

Es preciso estimular a nuestros hombres y mujeres de ciencia, a los investigadores, inventores y creadores; porque sin el reconocimiento y estímulo de su patria, se encogen de hombros viendo como solamente a los boxeadores, campeones de baseball, toreros, así como a los cantantes de música extranjera, se les encomia y endiosa y se les pagan cantidades fabulosas de dinero; en cambio, que a los verdaderos sabios, profesores e investigadores que sí benefician a la humanidad con sus descubrimientos, sólo se les mira de reojo. Primero que nada, hay que descartar cualquier hipótesis racial, porque el latinoamericano situado en la atmósfera adecuada pare ideas con la misma facilidad que un europeo, norteamericano o japonés. Pero si se le deja al desamparo de un medio universitario latinoamericano, probablemente se torne estéril, porque los hallazgos científicos y tecnológicos no son el producto de razas sino de disposición mental. Es el medio cultural lo que determina que los hallazgos científicos y tecnológicos germinen o aborten, porque las personas creativas siempre están allí, esperando el caldo de cultivo propicio. ¿Cómo es el caldo de cultivo? El primer elemento estimulante es el reconocimiento social. El apoyo que la sociedad está dispuesta a darle a sus hombres y mujeres creativos, la estimación espontánea y pública que les brinda. Esto no se refiere al aplauso ritual o a la condecoración a posteriori, sino a la admiración genuina que toda la población profese por la idea del científico. El dinero para nosotros, aunque siempre hay muy contadas excepciones, no es lo que nos mueve. Sabemos que con esta profesión nunca nos haremos ricos. Esa no es nuestra recompensa.

¿Existe en nuestra ya desgastada escala de valores una significación especial para el talento científico o la urgencia innovadora? No, no existe, ni en el seno de la familia y mucho menos en el ámbito del estado. En Venezuela, desde 1958 hasta hoy, rara vez se les reconoce sus méritos a algunas personas que sí lo merecen; se les alaba, se les condecora, se les hace reconocimiento público a los corruptos, a los deshonestos, a los politiqueros de oficio, a los “chupa-medias”, a las nulidades engreídas, a los incapaces y a los difamadores. Es la pérdida de los valores morales. Sólo triunfa el delincuente de cuello blanco, o el contrabandista, o el narcotraficante y el pseudocientífico-politólogo que cree poseer y haber descubierto el secreto de la piedra filosofal.

La figura creativa del genio innovador ni siquiera está presente en nuestra jerarquía humana. “Ser un científico” es un sueño que no acarician nuestros niños y jóvenes, simplemente porque los adultos no han puesto a ese héroe en su horizonte vital. De manera que la más urgente y primera manipulación revolucionaria que hay que llevar a cabo, es crear atmósfera amigable en torno al investigador. El día que situemos al pensador creativo en una escala superior a la del general, del político, del abogado chanchullero, del médico desnaturalizado y del juez venal y corrupto, el día que rodeemos de merecida gratitud y admiración al científico, al investigador, al creador de algo útil, estaremos fomentando la aparición del misionero científico.

Luego hay que darles herramientas y cobijo. ¡Dónde mejor que en las Universidades¡ Pero no en nuestras universidades de hoy, empantanadas en la política, sujetas a la presión sindical, a una autonomía alcahueta de criminales, dedicadas a graduar profesionales mediocres y mal preparados. Hace falta la universidad innovadora, creativa, totalmente a salvo de la revoltosa estupidez de unos cuantos estudiantes por lo general repitientes politizados que cambian anualmente de una a otra facultad y de profesores incapaces tan siquiera de cumplir un horario, mucho menos impartir una asignatura, sindicalistas y anarquistas que destruyen los bienes de la universidad para la cual trabajan y donde devengan el sustento y el del sus familias, es decir, personas que pretender imponer ideas y actuaciones por encima de la razón y del derecho, de la prudencia y de la paz social, en nombre de una falsa y sucia autonomía.

Es cierto que América Latina gasta muy poco en investigación, pero antes de gastar más sería mejor que averiguara cómo optimizar su inversión. Ciertamente el dinero es un elemento importante, pero en la batalla por el desarrollo técnico y científico hay que tener en cuenta la escala de valores, el peso de la espontaneidad y los factores ambientales. Es sólo quien ha hecho investigación, quien puede enseñar a otros a investigar. De nada sirve que el gobierno invierta en equipos y reactivos para nulidades engreídas que se dedican a pasear en el extranjero y arruman lo que se les da en un rincón, por años, con un altísimo costo para el gobierno y bajísima o nula producción científica. Es urgente una contraloría científica.

La ciencia contribuye a la libertad. El científico es una persona útil y necesaria a la sociedad, es más bien un idealista, pero a la vez una persona a quien se le llama y necesita en tiempos de crisis, de epidemias y grandes calamidades sociales y en tiempos de guerra, y si es patriota, debe ofrecer sus talentos en tiempos de paz y debe servir de vehículo y puente para facilitar cualquier misión o empeño tendiente a la superación de la crisis en momentos difíciles.

Hay que tener una gran fe en los talentos nacionales y en la juventud que busca su cauce. Bastarían cortos períodos de tiempo, con núcleos de científicos hombres y mujeres, porque a la mujer le espera un papel muy importante en múltiples actividades, y desarrollar así un potencial sin deformaciones; porque la Ciencia no es un lujo, es una necesidad, vivir o perecer; es lo único que une realmente a los pueblos a través de las barreras ideológicas y políticas.


durante.paula@gmail.com



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