Consejos comunales

La fuerza de la sangre y la amistad contra la filosofía y la política

Es indudable que los aspectos vinculantes a la sangre y la amistad se encuentran abundantemente presentes al interior de los espacios residenciales venezolanos/latinoamericanos, especialmente en aquellos de formación popular, los cuales alcanzan ordinariamente un valor y una fuerza mucho más extensa e impactante que esas marcas de sentido modernas venidas de los campos de la filosofía, la política y el derecho.

No se trata de desconocer que en nuestras comunidades residenciales primarias los elementos coetáneos a las visiones del mundo, las ideologías, los partidos políticos, los gobiernos, las instituciones y los deberes públicos no obtengan algunas estancias, hasta muy fuertes en reiterados casos, más bien si de admitir que en la mayor cantidad de tales lugares las figuras de la familia, el parentesco y los afectos juegan mucho más fuerte, ocupan mayor densidad e intensidad que aquellos sentidos y valoraciones racionales legadas por la modernidad eurocéntrica.

Cualquier Sociología o Antropología mínima que ensayemos a favor de la comprensión de la vida humana en nuestros espacios residenciales locales, sobremanera en las barriadas populares, buscando develar el valor que alcanzan allí la consanguinidad y la cultura, nos va informando que -con las excepciones impuestas por la regla de las diferencias- buena parte de éstos recrean sus modos de vida y mentalidades en base al desarrollo y la permutación que viven ensayando ordinariamente tanto los grupos consanguíneos en ellos establecidos como sobre los réditos que dejan apreciar los aspectos de las fraternidades

Nuestros barrios, más que ser matrias para alojar individualidades, son fundamentalmente terruños de singulares relaciones humanas, donde la sangre se va asentando en clave de parentescos familiares, los cuales en demasiadas ocasiones incluye vivencialmente a abuelos, padres, hermano, hijos, nietos, bisnietos y hasta tataranietos.

La sangre de familia en los barrios da para que los tamaños poblacionales lleguen en reiteradas oportunidades ocasiones a ser bien extensos dentro de tal clase de espacialidades, observando casos donde localizamos hasta más de 30 personas cruzadas filialmente y conviviendo mancomunadamente, bien sean en viviendas unifamiliares, del tipo “montonera” o en unidades de familias independientes, siempre bajo tonos de contigüidad.

En nuestros barrios la consanguinidad es mucho más que una referencia poblacional significativa, es también el más caro y sorprendente despliegue de unas lógicas de sentido marcadas por las intersecciones constantes entre miembros de familias determinadas, del cruce recurrente de lazos de sangre a través de los cuales van tejiéndose unas solidaridades y unas complicidades francamente inexpugnables, las cuales dan para suplir (en gran medida) las ausencias y negaciones de derechos confesadas por un tipo de sociedad y un Estado vueltos allí realmente inexistentes o muy poco impactantes.

Problemas sentidos para nuestras poblaciones, tales como la escases de alimentos, de medicinas, servicios de salud, empleo, transporte, recreación, etc., van siendo suplidos ordinariamente por unas aportaciones de familia donde los lazos del parentesco se hacen sentir fuertemente, permitiendo que “unos ayuden a los otros”, sin más reparos que el saberse familia.

Torrente de intersubjetividades consanguíneas que se nos vuelven mucho más visibles e intensas cuando los eventos festivos tocan allí a la puerta de unos y otros, bien se trate de rituales cristianos o paganos.

Otro tanto de “cemento” muy sólido se llega a apreciar en nuestros sociogeografías residenciales barriales cuando la figura de la amistad y los afectos hacen su entrada triunfal.

Los mismos modos de vida humanos que se ensayan en los barrios, con casas y familias desplegadas permanentemente hacia afuera, con mucha disposición a las comunicaciones intravecinales, con poco reparo moral o de celo contra la vida del “otro”, aunado a unas tempranas crianzas de hijos e hijas a la luz de las calles, metidos constantemente en la casa del vecino, merodeando y compartiendo grupalmente el hábitat y la naturaleza de la comunidad: la cancha, el parque de pelota, el rio, la canal, el cerro, la esquina, a la par que desplegando en ellos sus cuentos, anécdotas, amores tempranos, chistes, burlas y risas etc., han podido dar para que en dichos ambientes los valores y nexos de la amistad se vayan curtiendo desde edades muy tempranas, al punto de volverse (en demasiados casos) nexos casi que eternos e invariantes.

Estas dos importantes e imponentes figuras de residencias e intersubjetividades barriales familiares son las que van a entrar en escena justamente cuando en tales comunidades buscan aparecer estampas algo extrañas a su cotidianidad, ellas se ofrecen involuntariamente como suerte de diques o cadenas identitarias propensas a repeler o moldear a sus peculiares maneras, hábitos y mentalidades, todo aquello que sea exterior al discurrir de dichos modos de vida.

El programa de Consejos Comunales que ha pretendido ser diluido en los barrios, como proyecto de organización y participación social emanado expresamente de dos estelares figuras externas públicas: el Estado y la revolución bolivariana, ha logrado encontrar precisamente fuertes escollos para su consumo, estabilidad y desarrollo en las comunidades barriales, en tanto está enteramente portado por unas gramáticas, unos sentidos, una ética, una ontología y unas tramas de pertenencia totalmente ajenas y extrañas a las lógicas de sentido, de identidad, de responsabilidad y tramas intersubjetivas que fagocitan cotidianamente nuestras poblaciones barriales.

Al vivirse la vida humana en los barrios fundamentalmente sobre las axiologías de la familia y la amistad, es obvio que aquello situado más allá o más acá de tan recias figuras, obtendrá (por rebote) tanto una recepción mucho menor como unos niveles de entusiasmo e interés vecinal muy por debajo de ellas.

No se trata que los habitantes, familias y amigos que pueblan a nuestros barrios dejen de interesarse o ser plenamente indiferentes a esa gama de programas, voces e invitaciones que circunstancialmente les llegan desde “fuera”, especialmente desde el Estado o la sociedad política, al contrario, las mismas carencias e insuficiencias de bienes y servicios que éstos viven exhibiendo constantemente, ampliado y reforzado por una mediática y una sociedad de consumo inclemente, les ha podido llevar a ensayar una suerte de vidas ecológicas, sumamente pragmáticas y oportunistas, por lo cual cualquier novedad de bienes, servicios o, incluso, ideas exógenas que contingencialmente les llegue, serán de seguro bien recibidas, no sin antes someterlas a complejos procesos de licuación, resemantización y resignificación, acordes a sus imaginarios y estilos de vida.

Al no haber logrado las ideologías, la política, la cultura, la educación escolarizada y demás gambitos de la modernidad ilustrada, cómo tampoco las religiones, generar fuertes mecanismos de sentido y cohesión e identidad al interior de nuestros espacios residenciales populares, tales soldaduras las continuaron efectuando, de manera sorprendente y significativa, los aguafuertes de la consanguinidad y los expresos afectos.

Si el barrio se vive casi enteramente como calle, callejón, avenida o vereda de lo familiar y lo empático, queda (algo) claro que las figuras conceptuales modernas, tales como la unidad y la totalidad, nos resultan poco útiles y pertinentes para comprender las dinámicas y sentidos que se cobijan tanto en los modos de vida como en las pulsiones que se transpiran en tales espacialidades.

Los conceptos totalidad o la unidad del barrio tienen ciertamente distintas modulaciones, alcanzando o siendo traducidos primeramente como la unidad o la totalidad de la familia consanguínea, luego a la cual le sigue la unidad o totalidad de quienes se juntan como amigos.

Tanto las ideologías como la política y la fe juegan en nuestras barriadas populares como juegos de cierta importancia e interés pero, a decir verdad ellas no llegan a desestructurar ni vaciar completamente unas actuaciones y unos desempeños locales soportados muy fuertemente sobre las basas que van dictando la consanguinidad familiar y las pasiones afectivas, salvo en momentos y situaciones de apremio muy determinadas y determinantes.

El apretado conjunto de espéculos hasta aquí mostrados nos resultan benignos para comprender parte de las limitantes y embrollos que van enseñando al momento una buena porción de los Consejos Comunales asentados al interior de nuestros disímiles espacios residenciales populares, mostrativos a su vez del peligroso declive que éstos vienen han comenzado a exhibir.

En parte de suyo los problemas que dejan observar los precitados consejos tienen que ver, entre otros, con asuntos relacionados sobre una cierta pérdida de credibilidad van dejando acumular muchos de los voceros y voceras dentro de los respectivos comités, unidades financieras y contraloras establecidas, vinculadas a presuntas actuaciones poco transparentes que éstos y éstas habrían venido teniendo en sus diferentes funciones mediadoras.

No cometemos infracción alguna aquí cuando señalamos que la experiencia sumamente exitosa, preñada de mucha participación social vecinal en nuestra última Venezuela, estuvo causada, sobremanera, por las cuantiosas cantidades de dinero dispensadas a sus bancos comunales y unidades financieras, especialmente durante la administración gubernativa del ex-tinto presidente Chávez, bien sea de manera directa o a través de la presentación de los no menos famosos proyectos socioproductivos, y que tales recursos y/o aspiraciones estuvieron totalmente mediadas por los Consejos Comunales.

Consejos comunales, bancos comunales, unidades financieras y unidades contraloras que en numerosos casos desataron a lo interno de las comunidades barriales –y allende- tanto enormes flujos de interés y participación de cantidades de vecinos y vecinas por estar presente en ellos, de ser electos como sus voceros y voceras, como posteriores conflictos entre los tantos residentes, precisamente por los modos y formas discrecionales con las cuales fueron siendo manejados.

Dichas discrecionalidades se fueron reconociendo demasiadas veces in situ en los tratos preferenciales de información, de recepción y de aprobación de determinados créditos y proyectos; en la celeridad colocada para que a un cierto número de ellos les “bajaran pronto los recursos”, en detrimento de otras tantas peticiones y peticionarios.

Otro tanto de tratos ponderados y por ende de dificultades visibles en los Consejos Comunales, se han venido observando respecto a las severas dificultades que han tenido y continúan teniendo los bancos comunales y/o unidades financieras para cobrar o recuperar los préstamos otorgados a ciertos vecinos y vecinas.

Paralelo a tal morosidad vecinal, encontramos las más asombrosas indiferencias por parte muchos de los voceros y voceras que conforman tales unidades financieras para intentar resarcir las deudas por cobrar.

Parte de los climas de indiferencia y pasividad de tales organismos y vocerías para no generar presiones, informes, expedientes o denuncias ante la misma comunidad o en los organismos contralores del Estado, respecto a las multiplicidad de deudas vencidas que mantienen numerosos vecinas y vecinas, tiene mucho que ver con el simple hecho de que la mayoría de tales morosos y morosas son tanto familiares suyos como personas con las cuales se han fundado, desde hace rato, sólidos lazos de amistad.

Justamente los vínculos de sangre y empatía generados entre vecinos prestamistas con vieja morosidad financiera y/o amigos de la comunidad se vuelven dentro de los barrios potentes “murallas”, suficientes para inflar experiencias de una solidaridad que a menudo va mezclada con la complicidad.

La fuerza de la sangre y la amistad en nuestras comunidades barriales es de un peso tal que ante ellas los conceptos modernos de justicia, de ética y responsabilidad pública se vuelven realmente estampas sumamente raquíticas, muy maleables.

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edbalaguera@gmail.com



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Edgar Balaguera

Antropólogo, Sociólogo, Magister en Ciencias Políticas, Doctor en Ciencias para el Desarrollo. Docente.

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