¿Por qué callan ante el Holocausto Palestino la mayoría de los judíos?

La disociación mental del “Pueblo Elegido” (Parte I)

Si existen pueblos en el mundo que necesiten de una atención psicológica urgente, profunda y a gran escala, a través de una misión revolucionaria que muy modestamente pudiéramos prestarles desde Venezuela: "Misión Humanización", estos serian los azquenazis europeos (alemanes, británicos, rusos, polacos, etc.) de religión judía (los jazares) y a los sefarditas agrupados, enajenados por el SIONAZISMO (sionistas-nazis).

Gilad Atzmon, intelectual, músico saxofonista de jazz y firme defensor de la causa palestina, quien es de origen religioso judío y de ascendencia rusa, nacido en la Palestina ocupada (Israel), ex-soldado del ejército israelí -experiencia que le permitió comprender, según él, gracias a sus observaciones y su consciencia, de que vivía en tierras palestinas, razón que lo llevó a buscar residencia en Londres-, Atzmon, filosofo también, es quizás la persona que mejor describe el comportamiento racista y clasista del “pueblo elegido” por haber sido parte de ellos. En uno de sus últimos artículos publicado en la página web: Rebelion.org, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=67428 titulado: Anatomía de un desdoblamiento mental no resuelto en el “pueblo elegido” (La esquizofrenia de ser al mismo tiempo David y Goliat en Israel). En él, nuestro aludido autor nos devela con profundas, pero breves palabras, lo que sucede en las mentes enajenadas del judío sionizado. Veamos en algunos extractos de su artículo lo que nos dice Atzmon:

“Según Hegel, para alcanzar la “conciencia de sí mismo” es necesaria la participación del “otro”. ¿Cómo soy consciente de mí mismo? Pues, por ejemplo, mediante el deseo o la cólera. A diferencia de los animales, que resuelven sus necesidades biológicas destruyendo otra entidad orgánica, el deseo humano es un ansia de reconocimiento (...) El hombre que desea humanamente una cosa no actúa tanto para poseer la cosa como para lograr que otro reconozca su derecho (...) Si seguimos esta línea hegeliana de pensamiento, podremos deducir que, para alcanzar la “conciencia de sí mismo”, uno debe considerar a los demás. Mientras que una entidad biológica lucha por su continuidad biológica, un ser humano lucha por el reconocimiento...

Para comprender las implicancias prácticas de esta idea, veamos ahora la “dialéctica del amo y el esclavo”. El amo lo es porque lucha por demostrar su superioridad sobre la naturaleza y sobre el esclavo, el cual se ve obligado a reconocerlo como amo.

A primera vista, parece como si el amo hubiese llegado a la cima de la existencia humana pero, tal como se verá, no es así. Acabo de decir que los seres humanos luchan por el reconocimiento. El esclavo reconoce al amo como tal, pero el reconocimiento del esclavo tiene poco valor. El amo quiere que lo reconozca otro hombre, pero un esclavo no es un hombre. El amo quiere que lo reconozca un amo, pero otro amo no puede admitir en su mundo a otro ser humano superior. “En pocas palabras, el amo nunca consigue su objetivo, el objetivo por el que arriesga su propia vida”. De manera que el amo está en un callejón sin salida. Pero ¿y el esclavo? El esclavo se encuentra en un proceso de transformación, pues a diferencia del amo, que no puede ir más allá, él sí puede aspirar a todo. El esclavo está en la vanguardia de la transformación de las condiciones sociales en que vive. El esclavo es la encarnación de la historia, la esencia del progreso.

Intentemos ahora aplicar la dialéctica original hegeliana del amo y el esclavo a la noción judía de “pueblo elegido” y de exclusividad. Mientras que el “amo” hegeliano arriesga su existencia biológica para convertirse en amo, lo único que arriesga el niño judío recién nacido es su prepucio: nace en el ámbito del dominio y la excelencia sin haber destacado (aún) en nada. El “otro” le otorga prestigio sin el requisito de ningún proceso de reconocimiento. De hecho, se supone que es Dios (no el “otro”) quien otorga el título de “elegido” a los judíos.

Mientras que está muy claro que el pueblo palestino está luchando por el reconocimiento y lo declara a la menor oportunidad, los israelíes lo soslayan por completo, pues están convencidos de dicho reconocimiento, saben quiénes son: los amos que viven en su “tierra prometida”.

Según Hegel, el reconocimiento es un proceso dinámico, un saber que crece en el interior de uno mismo. Mientras que los palestinos utilizan los limitados recursos de que disponen para que los miren a la cara, a los ojos, para conducir a los demás a un proceso dinámico de reconocimiento mutuo, los israelíes esperan que los demás acepten ciegamente su discurso. Esperan que los demás cierren los ojos ante el hecho evidente de que, en Oriente Próximo, Israel es un agresor como ningún otro; un superpoder regional de ocupación; un Estado diminuto que utiliza armas nucleares, biológicas y químicas; un Estado de apartheid racialmente orientado que intimida y abusa de sus minorías a diario.

(…)¿Por qué razón la política judía se ha vuelto más agresiva que cualquier otra? Pues sencillamente porque desde la perspectiva política judía el “otro” no existe. Para el sionismo, el denominado “otro” es un objeto de uso, no un prójimo. Las relaciones internacionales israelíes y la actividad política judía sólo se entienden si se tiene en cuenta una grave ausencia del “mecanismo de reconocimiento”.

El tribalismo mental sionista sitúa a los judíos fuera de la humanidad, no equipa a sus seguidores tribales con el mecanismo mental necesario para reconocer al “otro”. ¿Por qué lo haría, si le ha ido tan bien así a lo largo de los años? La ausencia de la noción del “otro” trasciende cualquier forma reconocida de pensamiento humanista y sitúa a quien la padece fuera de la ética o la moral: desprovisto de moral, cualquier debate sionista se reduce a una simple lucha política con objetivos materiales y prácticos concretos por los que luchar.

Hegel puede iluminar todavía más esta saga. Si uno es consciente de sí mismo a través del “otro”, el “sujeto elegido” es entonces autoconsciente. Pero los israelíes ya eran amos al nacer. Por eso, como nacieron siendo amos, no practican ninguna forma de diálogo con el entorno humano que los rodea. Si he de ser justo con ellos, admitiré que su ausencia de mecanismo de reconocimiento no tiene nada que ver con sus sentimientos antipalestinos. En realidad, los israelíes ni siquiera se reconocen entre sí, como lo demuestra su larga historia de discriminación en el interior de su propio pueblo (los sefarditas, originarios de la península Ibérica y del norte de África, sufren discriminación a manos de la elite judía, de origen centroeuropeo).

Bajo este enfoque desarrollado por Gilad Atzmon, es posible poder entender las razones de fondo de la indiferencia e indolencia con que el ejército israelí ha ejecutado masacres en Palestina y el Líbano, y la complicidad de los israelíes (judíos) ante semejantes barbaries. El desconocimiento del otro y el racismo son el pecado; la manzana del Edén de la burguesía judía.

El xenofobia y el racismo ha sido, históricamente, los sentimientos inducidos y mejor explotado por la burguesía de todos los tiempos para mantener intacto el sistema de dominación. El sionismo es, sin lugar a duda, el actual y mayor exponente del racismo en el mundo (-reconocidos como tal por Naciones Unidas (ONU) en 1975, bajo la resolución N° 3379, que equiparaba al sionismo con una forma de racismo-).

basemtch@gmail.com



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Basem Tajeldine

Marxista. Investigador de temas geopolíticos internacionales en el Centro de Saberes Africanos. Moderador del programa VOCES CONTRA EL IMPERIO, RadiodelSur y RNV.

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