¿Escaparemos del capitalismo salvaje? A propósito de nuestras próximas elecciones

En una entrega anterior escribimos sobre el traicionado anhelo de una democracia participativa en nuestro país. Queremos ahora invitar a reflexionar sobre las crecientes fuerzas realmente existentes que se oponen a ese anhelo tanto en el plano global como en su forma de expresarse nacionalmente. Realizamos esta invitación en el contexto de nuestras elecciones pautadas para el 28 de julio con el propósito de esclarecer nuestros posibles caminos. Partimos de que estamos viviendo en un capitalismo de Estado salvaje y que la alternativa hegemónica que se vislumbra en la oposición nos invita a vivir en un capitalismo salvaje de mercado. No obstante, poco digo, pues ¿qué cabe entender por una terminología tan manida, tan mítica para una mitómana izquierda borbónica y militarista, como lo es la de "capitalismo salvaje"? En aras de aclarar la cosa, y a modo provisional, ofrezco seguidamente algunos rasgos típico-ideales definitorios. Este capitalismo se caracteriza por:

  1. un régimen económico basado en maximizar la acumulación de capital en el menor tiempo posible y con el menor número de regulaciones posible;

  2. un predominio del capital financiero, comercial y minero sobre el industrial y agropecuario;

  3. una redefinición del Estado en términos de gendarmería represiva en función de garantizar la maximización del capital;

  4. una desregulación radical de los derechos laborales o, en otros términos, explotación al máximo del factor trabajo;

  5. un predominio absoluto de la racionalidad instrumental -estratégica en detrimento de la racionalidad comunicativa y participativa propia de la democracia;

  6. una reducción de la naturaleza externa a materia prima y de la naturaleza interna a meros recursos humanos para la explotación indiscriminada;

  7. un uso de formas ilícitas de negociación económica de resultar posible y necesario, en este sentido, es un capitalismo bucanero;

  8. una vinculación financiera e ideológica con organizaciones políticas autoritarias extremas a nivel nacional e internacional; y,

  9. la tendencia a promover y fortalecer identidades colectivas arraigadas en prejuicios nacionalistas, étnicos, patriarcales y religiosos.

Dos precauciones a tomar. Primero, no se trata de una enumeración exhaustiva, acabada, sino de un tipo ideal en construcción con el propósito de ir poniendo rostro significativo al sintagma "capitalismo salvaje". Segundo, no se trata de una lógica binaria de hay o no hay tal capitalismo, sino de grados. En este sentido, no se precisa de la existencia de todos los rasgos para definir el fenómeno, basta con la presencia de un grupo de ellos para ya estar en algún grado del mismo. De esta manera, el capitalismo salvaje puede existir aunque no haya formas ilícitas de negociación u organizaciones de extrema derecha o la promoción de las identidades colectivas señaladas. En pocas palabras, la realidad muy difícilmente se ajuste al concepto. Para decirlo con Goethe, la naturaleza es multicolor y la teoría siempre gris.

Ahora bien, partimos de que estamos en un avanzado grado de capitalismo salvaje de Estado puesto que resulta evidente la desvalorización y explotación del factor trabajo en detrimento de la acumulación capitalista dirigida fundamentalmente a actividades económicas comerciales basadas en la importación y mineras bajo el control de propiedad del Estado. Todo ello se conjuga con su lógica reducción de la naturaleza a materia prima y recursos humanos orientados por una racionalidad instrumental-estratégica, así como distorsión comunicativa y de los mecanismos tradicionales de la democracia representativa expresados en falta de transparencia, censura y manipulación jurídica desde altas esferas del poder político-económico. Por otra parte, las terribles sanciones internacionales impulsan mayor opacidad e ilicitud de la negociación de los recursos naturales del Estado por parte de este. Vemos, entonces, la dialéctica perversa entre los intereses políticos internacionales expresados en el bloqueo y el impulso del capitalismo salvaje de Estado en Venezuela. El gran perjudicado, como casi siempre, por no decir siempre, el factor trabajo objetivado en salarios y pensiones.

En la acera de enfrente parte sustantiva de la dirigencia opositora expresa, si bien tímidamente en público, sus simpatías con un capitalismo salvaje de mercado (que, por supuesto, jamás denominará de este modo). Parte de un programa de desmantelamiento del capitalismo de Estado mediante privatizaciones, llegando incluso a la inconstitucional de PDVSA. Justifica ideológicamente su posición bajo el argumento de la ineficacia e ineficiencia burocrática del sector público, del sometimiento de los criterios económicos a criterios partidistas. Obviamente, en un país carente de capitales de inversión y con trabajadores lumpenproletarizados todas esas empresas, empezando por las jugosas de hidrocarburos y minería, sólo pueden pasar a propiedad del capital extranjero. Mas, para que este se anime, cosa que no será difícil, requiere de ciertas condiciones políticas, jurídicas y sociales favorables. Todas ellas están marcadas por un ejercicio represivo en tanto y en cuanto que mientras se alcancen los equilibrios macroeconómicos mínimos y los empréstitos multimillonarios del sector financiero mundial se requerirán fuertes ajustes en el campo laboral público conducentes a agudizar aún más por un buen tiempo el desempleo y pobreza ya existentes gracias a los experimentos socioeconómicos del gobierno. Milei y el anarquismo capitalista de la teoría de Nozic son los faros de esta oposición. Lo que se evita decir: es improbable que la inversión extranjera que puede llegar a Venezuela sea generadora de empleos masivos de calidad para una población económicamente activa con poca calificación. Por ello, la tendencia será a cronificar la miseria y a elevar a la enésima potencia las tensiones sociales. Para que funcione medianamente el programa, se precisará mucha represión con su cercenamiento de libertades sociopolíticas bajo el histérico lema de libertad, libertad, libertad.

Este lúgubre escenario nacional se articula con el también lúgubre escenario internacional. Al menos desde la crisis de 2008 las ultraderechas nacionales han incrementado su capital electoral. Una vista a Estados Unidos nos pone en un eventual regreso del trumpismo. Otra ojeada a la Unión Europea deja claro que en los próximos meses las apuestas a favor de que Meloni sea acompañada por sus socios extremistas de Francia y Alemania. Ya vimos cómo han crecido en los últimos comicios portugueses y, en cuanto a España, no nos dejemos engañar con el decrecimiento de Vox pues simplemente su fuerza se ha mudado al corazón del Partido Popular liderado por Díaz Ayuso y el señorito Aznar. En el horizonte hay una Europa unida por los flancos derechos de la derecha y el naufragio histórico de la socialdemocracia. En latinoamérica la sombra de Bolsonaro recorre Argentina y El Salvador. Salvo México no parece claro el devenir del resto de nuestros países en esta materia.

China ha mostrado en lo que va de siglo los éxitos de un capitalismo salvaje, sustentado en la explotación de los trabajadores, bajo una retórica "progresista". La respuesta de Estados Unidos ha sido incrementar el autoritarismo con una lógica de la postverdad 4.0. La de la Rusia de Putin está a la vista, pero sin mayor crecimiento económico. Por doquier la democracia no está de moda, ni siquiera en sus formas mínimas representativas. Los desesperados electores amenazados por el empleo precario, la falta de seguridad social y quizás el desmantelamiento definitivo de lo que sobrevive desde 1973 del Estado de bienestar (donde lo hubo), se inclina por estas salidas autoritarias. Lo que a lo sumo da para el oxímoron de "democracia plebiscitaria".

De vuelta a Venezuela y latinoamérica, y con este panorama mundial presente, nuestro histórico papel en el mercado mundial de exportadores de naturaleza se fortalece brutalmente. Lo que al capital internacional interesa de estas latitudes descansa en sus bienes minerales, energéticos, farmacéuticos y acuíferos. Seguimos condenados a este papel heredado de nuestro período colonial con el agravante del ecocidio planetario. Ya el Ecuador de Correa propuso en su tiempo no tocar la amazonía a cambio de que la comunidad mundial contribuyera financieramente a subsanar las "pérdidas" que para ese país representaba no explotar esos recursos naturales. En otros términos, pago de un impuesto internacional para preservar el pulmón vegetal del planeta. Ya sabemos cuál fue la respuesta, o mejor, la omisión de respuesta. O mejor aún, la respuesta fue la que dio la administración Bolsonaro en el uso instrumental-estratégico del amazonas. Para el capitalismo global América Latina es poco más que un almacén de materias primas. Ese poco más descansa en la amenaza que para el Norte aporofóbico supone la inmigración desesperada que pugna por entrar ante sus muros. Para este Norte pactar con nuestro capitalismo salvaje de Estado o con el de Mercado alternativo no establece mayores diferencias si se garantiza acceso al almacén natural y se le pone freno a los condenados de la tierra que quieren huir de esta tierra. Dicho lo cual, y salvando las distancias, quizás estemos de vuelta a viejos escenarios de guerra fría, cuando Estados Unidos condecoraba a los chapita Trujillo, otorgaba doctorados honoris causa a los Pérez Jiménez mientras la Europa del Este tenía constituciones cínicamente rotuladas con la palabra "democracia". Este es el meollo del falso dilema que afrontamos de cara a nuestra elección de julio. Como el viejo chiste:

-¿Qué prefieres? ¿Suplicio o muerte?

-Pues prefiero la muerte.

-Ok. Pero primero suplicio.

Si estamos en lo cierto, las fuerzas que obstaculizan la realización de una auténtica democracia como modo de vida, una que sea contínua democratización, son realmente gigantescas y se mimetizan en aparentes contrarios. Los opuestos no resultan tan opuestos si pensamos en las posibilidades efectivas del desarrollo de una condición humana digna: educación, salud y empleos de calidad en el marco de un régimen de democracia efectivamente participativa que sea a su vez una democracia económica ecológicamente sustentable, garante de diversas formas de propiedad, promotora del cooperativismo, con prohibición real de las formas monopólicas, oligopólicas y cartelizadas de la empresa. Los opuestos no resultan tan opuestos porque reniegan de este pensar, porque este pensar anuncia un camino muy difícil, uno que hay que transitar con la gente, escuchándola, empoderándola. Un camino difícil que no interesa a los grandes capitales, uno al que se oponen los grandes poderes políticos, militares y mediáticos mundiales. Uno que se transita a largo plazo, que no está diseñado para el mercadeo electoral ni para disfrutar las mieles del poder. Uno del que seguramente no hablarán los candidatos. ¿O sí? Mientras tanto, ¿qué hacer? ¿Qué nos cabe esperar? ¿Qué respuestas podemos ensayar?



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