Entrevistando imaginariamente a Marx sobre lo tratado en:

El capítulo XXIII de “El Capital” (X)

¿En qué se pone más brutalmente de manifiesto el carácter antagónico de la producción y acumulación capitalistas?

En ninguna otra parte el carácter antagónico de la producción y acumulación capitalistas se pone de manifiesto más brutalmente que en el progreso de la agricultura inglesa (la ganadería incluida) y el retroceso del obrero agrícola inglés. Antes de examinar la situación actual de este último, lancemos una breve mirada retrospectiva. La agricultura moderna data, en Inglaterra, de mediados del siglo XVIII, por más que sea muy anterior el trastocamiento de las relaciones de propiedad de la tierra del que parte y en el que se funda el modo de producción modificado.

Si tomamos los datos de Arthur Young observador riguroso aunque pensador superficial referentes al obrero agrícola de 1771, veremos que éste desempeña un papel pobrísimo en comparación con su predecesor de fines del siglo XIV, "cuando el trabajador [...] podía vivir en la abundancia y acumular riqueza", para no hablar del siglo XV, "la edad de oro del trabajador inglés en la ciudad y el campo". No necesitamos, sin embargo, remontarnos tan atrás. En una obra de 1777, muy enjundiosa, leemos. "El gran arrendatario se ha elevado casi al nivel del caballero, mientras que el obrero rural pobre está casi por el suelo. Su infortunada situación se aprecia con  claridad echando una mirada comparativa sobre sus condiciones de hoy y las de 40 años atrás... Terratenientes y arrendatarios [...] cooperan estrechamente en la opresión del trabajador". Seguidamente se demuestra en detalle que el salario real descendió en el campo, de 1737 a 1777, en casi 1/4, o sea en un 25 %. "La política moderna", dice por la misma época el doctor Richard Price, "favorece a las clases superiores del pueblo, y la consecuencia será que tarde o temprano todo el reino se compondrá únicamente de caballeros y pordioseros, de grandes y esclavos".

Sin embargo, la situación del obrero agrícola inglés de 1770 a 1780, tanto en lo que se refiere a las condiciones alimentarias y habitacionales como en lo que respecta a su dignidad personal, a sus diversiones, etc., constituye un ideal nunca alcanzado de nuevo. Expresado en pintas de trigo, su salario medio era de 90 pintas de 1770 a 1771; sólo de 65 en tiempos de Eden (1797), y descendió a 60 pintas en 1808.

Ya nos hemos referido a la situación de los obreros rurales a fines de la guerra antijacobina, durante cuyo transcurso se enriquecieron de manera tan extraordinaria los aristócratas rurales, los arrendatarios, fabricantes, comerciantes, banqueros, caballeros de la bolsa, proveedores del ejército, etc. El salario nominal aumentó a causa de la depreciación de los billetes, en parte, y en parte por el  aumento de precios, independiente de la primera circunstancia, experimentado por los medios de subsistencia más imprescindibles. Pero el movimiento real de los salarios puede comprobarse de una manera muy simple, sin necesidad de recurrir a detalles que aquí estarían fuera de lugar. Tanto la ley de beneficencia como su administración eran las mismas en 1795 y en 1814. Recuérdese cómo se aplicaba la ley en el campo: la parroquia completaba, bajo la forma de asistencia a los pobres, la diferencia entre el salario nominal y la suma mínima requerida para que el obrero se limitara a seguir vegetando. La relación existente entre el salario pagado por el arrendatario y el déficit salarial cubierto por la parroquia nos muestra dos cosas: la primera, la baja del salario por debajo de su mínimo; la segunda, el grado en que el obrero agrícola era un compuesto de asalariado por una parte y por otra de indigente, o el grado en que se lo había transformado en siervo de su parroquia. Elijamos un condado que representa la proporción media de todos los demás. En 1795 el salario semanal medio ascendía en Northamptonshire a 7 chelines y 6 peniques; el gasto total anual de una familia de 6 personas era de  36 libras esterlinas, 12 chelines y 5 peniques, su ingreso total de  29 libras esterlinas y 18 chelines y el déficit cubierto por la parroquia equivalía a  6 libras esterlinas,14 chelines y 5 peniques. En el mismo condado el salario semanal importaba en 1814 12 chelines y 2 peniques, el gasto total anual de una familia de 5 personas se elevaba a  54 libras esterlinas, 18 chelines y 4 peniques, su ingreso total a 36 libras esterlinas y 2 chelines y el déficit cubierto por la parroquia a 18,6 chelines y 4 peniques; en 1795 el déficit era de menos de la cuarta parte del salario, en 1814 de más de la mitad. Se comprende de suyo que en 1814 se hubieran esfumado las escasas comodidades que Eden había encontrado aún en la choza del obrero agrícola. De todos los animales que tiene el arrendatario, el obrero, el instrumento dotado de voz, es a partir de entonces el más  atormentado, el peor alimentado y el que recibe el trato más brutal.

El mismo estado de cosas se prolongó tranquilamente hasta que "en 1830 las revueltas de Swing  nos revelaron" (esto es, revelaron a las clases dominantes), "a la luz de las parvas incendiadas, que la miseria y el sombrío descontento motinero ardían bajo la superficie de la Inglaterra agrícola tan incontrolablemente como bajo la de la Inglaterra industrial". En la Cámara de los Comunes, Sadler dio la denominación de "esclavos blancos"  a los obreros rurales, y un obispo sirvió de eco para el epíteto en la Cámara de los Lores. El economista más relevante de ese período, Edward Gibbon Wakefield, dice: "El obrero agrícola de Inglaterra meridional no es un esclavo, no es un hombre libre: es un indigente".

La época inmediatamente anterior a la abolición de las leyes cerealeras arrojó nueva luz sobre la situación de los obreros rurales. Por una parte, a los agitadores burgueses les interesaba demostrar cuán poco protegían esas leyes proteccionistas a los verdaderos productores del cereal. Por otro lado, la burguesía industrial echaba espumarajos de rabia ante las denuncias que de la situación fabril hacían los aristócratas rurales, ante la simpatía que esos holgazanes archicorrompidos, refinados y sin entrañas profesaban por los padecimientos del obrero de las fábricas, ante el "celo diplomático" con que quebraban lanzas por la ley fabril. Un viejo refrán inglés dice que cuando dos ladrones se agarran de los pelos, siempre ocurre algo bueno. Y, en efecto, la estrepitosa y apasionada reyerta entre las dos fracciones de la clase dominante en torno a la cuestión de cuál de las dos explotaba más desvergonzadamente al obrero, fue de un lado y de otro la partera de la verdad. El conde de Shaftesbury, alias lord Ashley, era el paladín de la campaña filantrópica de los aristócratas contra las fábricas. De ahí que se convirtiera, en 1844 y 1845, en uno de los temas favoritos de las revelaciones que hacía el "Morning Chronicle" sobre las condiciones de vida de los obreros agrícolas. Este periódico, a la sazón el órgano liberal más importante, mandó a los distritos rurales enviados especiales que no se contentaban, ni mucho menos,  con las descripciones generales y los datos estadísticos: publicaban los nombres tanto de las familias obreras encuestadas como de sus terratenientes. En la lista de los salarios pagados en tres aldeas cerca de Blanford, Wimbourne y Poole, propiedad del señor George Bankes y del conde de Shaftesbury, se demuestra que este papa de la "Low Church", este corifeo de los pietistas ingleses, vuelve a meter en sus bolsillos, en concepto de alquiler, una parte considerable de los raquíticos salarios de los obreros, al igual que Bankes.

La abrogación de las leyes cerealeras proporcionó a la agricultura inglesa un enorme impulso. Drenaje en la mayor escala, un nuevo sistema para la alimentación del ganado en establos y para el cultivo de plantas forrajeras artificiales, introducción de abonadoras mecánicas, nuevo tratamiento de los suelos arcillosos, mayor uso de abonos minerales, aplicación de la máquina de vapor y de todo tipo de nuevas máquinas de trabajo, etc., y el cultivo más intensivo, constituyen las características de esta época. El presidente de la Real Comisión de Agricultura, el señor Pusey, afirma que gracias a la maquinaria recién introducida, los costos (relativos) de explotación se habían reducido casi a la mitad. Por otra parte, el rendimiento positivo del suelo aumentó rápidamente. Una mayor inversión de capital por acre, y por ende, asimismo, una concentración acelerada de los predios arrendados, era la condición fundamental del nuevo método. De 1846 a 1856, al mismo tiempo, el área cultivada se acrecentó en 464.119 acres, para no hablar de las grandes extensiones de los condados orientales que por arte de encantamiento dejaron de ser cotos para conejos y míseras pasturas para convertirse en ubérrimas tierras cerealeras. Sabemos ya que en esa misma época decreció el número total de las personas ocupadas en la agricultura. En lo que respecta a los trabajadores agrícolas propiamente dichos, de uno u otro sexo y de todos los niveles de edad, su número decreció de 1.241.269 en 1851 a 1.163.217 en 1861. De ahí que aunque el director del Registro Civil inglés observe con razón que "el incremento de los arrendatarios y los obreros agrícolas, desde 1801, no guarda relación alguna [...] con el incremento del producto agrícola", esta desproporción tiene mucho mayor vigencia en el último período, cuando una reducción positiva de la población obrera rural va de la mano con la expansión del área cultivada, el cultivo más intenso, una acumulación inaudita del capital incorporado al suelo y dedicado a su laboreo, aumentos en el producto del suelo que no reconocen paralelo en la historia de la agronomía inglesa, una plétora en los registros de rentas de los terratenientes y una riqueza rebosante de los arrendatarios capitalistas. Si vinculamos esto a la expansión rápida e ininterrumpida del mercado urbano donde se colocan los productos del agro y al imperio del librecambio, tenemos que por fin se había colocado al obrero agrícola, después de tantas vueltas y revueltas, en condiciones que según las reglas de la profesión deberían haberlo embriagado de felicidad.

El profesor Rogers, por el contrario, llega al resultado de que la situación del obrero rural de nuestros días, comparada solamente con la de su antecesor del período que va de 1770 a 1780, para no hablar de sus predecesores en la segunda mitad del siglo XIV y en el siglo XV, ha empeorado de manera extraordinaria; que ese trabajador "se ha convertido nuevamente en siervo", y precisamente en siervo mal alimentado y mal alojado". En su memorable informe sobre la vivienda de los obreros rurales, dice el doctor Julian Hunter: "Los costos de manutención del obrero agrícola "se fijan en el monto mínimo posible que le permita vivir... Su salario y albergue no se calculan con arreglo a la ganancia que se va a extraer de su persona. En los cálculos del arrendatario, el obrero agrícola es un cero... Sus medios de subsistencia se consideran siempre como una cantidad fija". "En lo que respecta a cualquier reducción ulterior de sus ingresos, el obrero agrícola puede decir: nada tengo, nada me preocupa. No abriga temores por el futuro, porque nada tiene, salvo lo absolutamente indispensable para su existencia. Ha alcanzado el punto de congelación, a partir del cual arrancan los cálculos del arrendatario. Venga lo que viniere, no le tocará parte alguna en la dicha o en la desdicha".

En 1863 se llevó  a cabo una investigación oficial sobre las condiciones de manutención y laborales de delincuentes sentenciados a deportación y trabajos forzosos. Los resultados se consignan en dos voluminosos libros azules. "Una esmerada compulsa", se dice allí  entre otras cosas, "de la dieta de los delincuentes en las cárceles de Inglaterra con la de los indigentes en los hospicios y la de los obreros agrícolas libres de este país [...] revela, sin lugar a dudas, que los primeros están mucho mejor alimentados que cualquiera de las otras dos clases", mientras que la masa de trabajo que se exige de un condenado a trabajos forzosos equivale aproximadamente a la mitad de la que ejecuta un obrero agrícola común. Brindemos unas pocas exposiciones testimoniales características. John Smith, director de la cárcel de Edimburgo, declara (nº 5056): "La dieta en las prisiones inglesas es mucho mejor que la del obrero rural común". Nº 5057: "Es un hecho [...] que los obreros agrícolas de Escocia muy raras veces comen algún tipo de carne". Nº 3047: "¿Sabe usted de algún motivo que obligue a alimentar mucho mejor  a los delincuentes que a los obreros agrícolas comunes? No, en absoluto". Nº. 3048: "¿Piensa usted que es conveniente hacer nuevos experimentos para que la dieta de los prisioneros condenados a trabajos forzosos se asemeje más a la de los obreros agrícolas libres?". "El obrero agrícola", se afirma, "podría decir: trabajo duramente y no me alcanza para comer. Cuando estaba en la cárcel, no trabajaba tanto y tenía abundancia de comida; para mí, por lo tanto, es mejor estar en la cárcel que en libertad". Con las tablas adjuntas al primer tomo del informe se ha compuesto el siguiente cuadro sinóptico:

Dosis semanal de alimentos en onzas
                                   Sustancias nitrogenadas     Sustancias no nitrogenadas     Sustancias minerales     Suma total
Reclusos cárcel de Portland     28,95                     150,06                                   4,68                              183,69
Marineros de la Marina real     29,63                     152,91                                   4,52                              187,06
Soldados                                   25,55                     114,49                                   3,94                             143,98
Obreros                                    24,53                      162,06                                   4,23                             190,92
Cajistas de imprenta                21,24                      100,83                                   3,12                             125,19
Jornaleros del campo               17,73                      118,06                                   3,29                             130,08



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Nicolás Urdaneta Núñez


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