Una educación sin rumbo

El artículo 3 de la Ley Orgánica de Educación expresa los principios y valores rectores de la educación venezolana.

“La presente Ley establece como principios de la Educación, la democracia participativa y protagónica, la responsabilidad social, la igualdad entre todos los ciudadanos y ciudadanas sin discriminaciones de ninguna índole , la formación para la independencia, la libertad y la emancipación, la valoración y defensa de la soberanía , la formación en una cultura para la paz, la justicia social, el respeto a los derechos humanos, la práctica de la equidad y la inclusión; la sustentabilidad del desarrollo, el derecho a la igualdad de género, el fortalecimiento de la identidad nacional, la lealtad a la patria e integración latinoamericana y caribeña.

Se consideran valores fundamentales : el respeto a la vida, el amor y la fraternidad, la convivencia armónica en el marco de la solidaridad, la corresponsabilidad, la cooperación, la tolerancia y la valoración del bien común , la valoración social y ética del trabajo…” . Como se ve, y a juzgar por lo que el papel dice, nuestra educación debería, en estos momentos, ser objeto de investigaciones y estudios por especialistas del mundo entero, y las movilizaciones en decenas de países pidiendo de inmediato la adopción de estos postulados .

Lamentablemente, y como ocurre en casi todos los ámbitos de la vida nacional, la sobredosis de retórica, el mareo teórico y la intangibilidad de lo que se propone chocan con la brutal realidad. En lo concerniente a la educación ( ámbito en el que me desenvuelvo) estoy convencido de que la forma en que se viene manejando la política educativa es garantía de un estruendoso fracaso.

Es cierto que el Estado venezolano ha hecho un extraordinario esfuerzo por mejorar los aspectos cuantitativos del problema educativo: mayor inclusión, dotación de tecnologías, el programa alimentario escolar, alfabetización, creación de instituciones educativas, construcción de nuevos planteles.

Pero el descenso de la calidad tanto del personal docente como del recurso que egresa cada año de las aulas de cada nivel, es cada vez más preocupante. La misión fundamental de una educación revolucionaria, que es sustituir los valores capitalistas por los valores socialistas, pasa necesariamente por elevar a educación a niveles de excelencia.

Se trata construir una alternativa no sólo política, sino económica, cultural y tecnológica que haga posible la transición que se pretende en el programa de la patria. Pero todo indica que la principal preocupación del Estado es egresar, egresar y egresar a toda costa.

Existe el convencimiento de que el éxito de un modelo educativo consiste en que todos sean doctores e ingenieros, la dependencia petrolera es la responsable de esta perversión, puesto que una propuesta verdaderamente revolucionaria debe apuntar hacia un modelo de formación en las áreas donde la economía venezolana presenta sus mayores falencias: la mano de obra técnica, el obrero especializado que haga despegar una poderosa industria manufacturera nacional de productos no tradicionales.

El secreto está en captar los talentos en la escuela, esos talentos que muchas veces se aburren en un aula, fomentan la indisciplina y atrasan a los que si están dispuestos a seguir carreras largas.

En mi experiencia docente he podido comprobar que muchos muchachos tienen gran talento para la mecánica, la carpintería, la albañilería, la reparación de equipos electrodomésticos y otros oficios.

Si el Estado captara estos talentos y les diera la oportunidad de formarse en institutos creados a tal fin y luego les asegurara su bienestar social y créditos para que iniciaran su actividad, luego de instruirlos, tal vez tendríamos menos problemas académicos y de violencia en las aulas.

El éxito de la educación, en mi concepto, consiste en que el niño sea feliz, que encuentre el camino que no necesariamente es la universidad, como estamos empeñados en creer. No puede ser que la idea que tenemos de un albañil, carpintero, herrero, mecánico, es la de un estudiante fracasado que tuvo que aprender “algo” para no morir de hambre.

El tema de la calidad docente lo trataré en otro momento, pero allí también ocurre lo mismo, el Estado menosprecia a los docentes porque sabe que docente hoy es prácticamente cualquiera. Por lo pronto, dejo esta reflexión a su juicio.

JORGE OCHOA
DOCENTE
Jorgeochoa004@gmail.com


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Jorge Ochoa

Licenciado en Educación

 Jorgeochoa004@gmail.com

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