Empresas privadas andan a la caza y captura de nuevos clientes

Una de las ventajas más claras de este enfoque posmoderno es que, en términos de mercado, no puede fallar. Como decía un analista de mercado acerca de un trimestre con unos resultados financieros excepcionalmente buenos para la empresa de servicios energéticos fue mejor de lo que esperábamos. Entre el tráfico de armas, la privatización de los ejércitos, la industria de la reconstrucción humanitaria y la seguridad interior, el resultado de la terapia de shock tutelada por la administración Bush, pero existe independientemente de una administración concreta y seguirá funcionando entre los intersticios del sistema hasta que la ideología supremacista y empresarial que la propulsa quede en evidencia, aislada y en entredicho.

Para que los gobiernos volvieran al camino correcto, Friedman en su popular libro "Capitalismo y libertad", diseñó lo que se convertiría en el manual del libre mercado y que, en Estados Unidos, constituiría el programa económico del movimiento neoconservador.

En primer lugar los gobiernos deben eliminar todas las reglamentaciones y regulaciones que dificulten la acumulación de beneficios. En segundo lugar deben vender todo activo que posean que pudiera ser operado por una empresa y dar beneficios. Y en tercer lugar deben recortar drásticamente los fondos asignados a programas sociales. Dentro de la fórmula de tres partes de desregulación, privatización y recortes. Los impuestos, si tenían que existir, debían ser bajos y ricos y pobres debían pagar la misma tasa fija. Las empresas debían poder vender sus productos en cualquier parte del mundo y los gobiernos no debían hacer el menor esfuerzo por proteger a las industrias o propietarios locales. Todos los precios, también el precio del trabajo, debían ser establecidos por el mercado. El salario mínimo no debía existir. Como cosas a privatizar, la sanidad, correos, educación, pensiones e incluso los parques nacionales. En resumen, abogaba de forma bastante descarada por el abandono del New Deal, aquella incómoda tregua entre el Estado, las empresas y los trabajadores que había impedido que se produjera una revolución popular tras la Gran Depresión. La contrarrevolución pretendía que los trabajadores devolvieran las medidas de protección que habían ganado y que el Estado abandonara los servicios que ofrecía al pueblo para suavizar los cantos má afilados del mercado.

Y pretendía todavía más: quería expropiar lo que gobiernos y trabajadores habían construido durante aquellas décadas de febril actividad en el sector de las obras públicas. Los activos apremiaba a los gobiernos a vender eran el resultado de años de inversiones y pueblo, necesarios para construirlos y hacerlos valiosos. Por, por una cuestión de principios había que transferir toda aquella riqueza compartida a manos privadas.

En la primera etapa de la expansión capitalista el colonialismo aportó ese tipo de crecimiento feroz "descubriendo" nuevos territorios y apoderándose de tierras sin pagar por ellas para luego extraer sus riquezas sin compensar a la población local. La guerra que había declarado contra el "Estado del bienestar" y el "gran gobierno" prometía un nuevo frente de rápido enriquecimiento, sólo que esta vez en lugar de conquistar nuevos territorios la nueva frontera sería el propio Estado, con sus servicios públicos y otros activos subastados por mucho menos dinero del que realmente valían.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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