El neoglobalismo, que es mal principal en el camino del progreso

"El documento de identidad capitalista: Usted acaba de convertirse en fideicomisario de aquéllos que, en todos los países, tratan de arreglar los males de nuestra condición por medio del experimento razonado y dentro del marco del sistema social existente. Si fracasa, el cambio racional se verá gravemente perjudicado en todo el mundo y lo único que quedará será una batalla final entre la ortodoxia y la revolución."

John Maynard Keynes,

Carta al presidente F. D. Roosevelt, 1933.

"Si tienes miedo a competir honradamente con el otro sistema social en economía, democracia, cultura y riqueza espiritual de la de la vida humana. Si los ávidos apetitos de los jefes del comercio de la guerra y de todos los vinculados a ellos, son más importantes que el sentir y los intereses vitales de cientos de millones de seres en todo el mundo, tú continuarás los ensayos nucleares".

Comprendemos que pueden existir intereses de un grupo de países, los cuales quisieran aprovechar su hiperarmamentismo para ejercer presiones políticas. Existen los intereses del complejo militar-industrial, también es una realidad. Pero, primero, todos éstos no son los intereses de una u otra nación, ni mucho menos los de la civilización humana. En segundo lugar, la paralización de las investigaciones y la producción militares no perjudicaría a las investigaciones civiles, al desarrollo de la energía, etc. Las fuerzas que hoy fabrican armas podrían trabajar con gran rendimiento en el terreno civil. Ni la ciencia, ni las empresas vinculadas en la actualidad a factores militares quedarían en desuso.

Desafortunado, el dinero no fue a parar al pueblo, la auténtica víctima del corrupto proceso de privatizaciones, sino el gobierno estadounidense quienes se han repartido el dinero. Y la vida, que se defiende, busca el flaco de la razón y lo encuentra en el escepticismo, y se agarra de él y trata de salvarse. Necesita de la debilidad de su adversario.

Ese, al menos, era el mensaje que transmitían los abogados, los economistas y los trabajadores sociales que componían la "industria de la transición", Los equipos de expertos que tanto acuden a un país desgarrado por la guerra como saltan luego a una ciudad asolada por la crisis, agasajando recientes buenas prácticas, a los abrumados nuevos políticos del lugar con las más recientes buenas prácticas, el relato triunfal más inspirador. Los "transicionólogos" tienen una ventaja intrínseca sobre los políticos a los que asesoran; constituyen una clase hipermóvil, mientras que los líderes de los movimientos de liberación son inherentemente más "introvertidos" en sus miras y en sus puntos de referencia. Las personas que encabezan intensas transformaciones nacionales están, por naturaleza, más centradas en sus propios discursos y en sus luchas por el poder, y, a menudo, se muestran incapaces de prestar la debida atención al mundo que hay más allá de sus fronteras. Y es una lástima, porque, si los líderes de Nuestra América hubiesen sido capaces de penetrar en la propaganda de la transicionólogos y llegar al otro lado para descubrir por sí mismo lo que realmente estaba sucediendo en Moscú, Estados Unidos y China, habrían podido ver un panorama muy distinto.

El keynesianismo siempre fue una manifestación de esa necesidad de competencia del capitalismo. El presidente Roosevelt trajo el New Deal no solo para tratar de soluciones la desesperación sembrada por la Gran Depresión, sino también para debilitar un poderoso movimiento de ciudadanos estadounidenses que, tras el salvaje golpe sufrido por el libre mercado desregulado, exigían un modelo económico diferente. Algunos de ellos proponían incluso uno radicalmente distinto en las elecciones presidenciales de 1932, un millón de norteamericanos votaron a candidatos socialistas o comunistas. También crecía el número de estadounidenses que prestaban especial atención a Huey Long, el populista senador por Luisiana que creía que todos los americanos debían recibir una renta anual garantizada de 2.500 dólares. En su explicación de por qué había añadido más prestaciones sociales al paquete del New Deal en 1935, FDR señalo que pretendía "robarle la primicia a Long".

Ese fue el contexto en el que los industriales norteamericanos aceptaron a regañadientes el New Deal de FDR. Había que limar las asperezas del mercado creando empleo en el sector público y garantizando que nadie pasase hambre: estaba en juego el futuro mismo del capitalismo. Durante la Guerra Fría, ningún país del mundo libre fue inmune a esa presión. En realidad, los logros del capitalismo de mediados de siglo (el que Sachs llama el capitalismo "normal", como las protecciones para los trabajadores, las pensiones, la sanidad pública y la ayuda estatal a los ciudadanos más pobres en Norteamérica, nacieron de la misma necesidad pragmática de realizar importantes concesiones ante las intimidante presencia de una poderosa izquierda.

"El precio de desentenderse de la política es el ser gobernado por peores hombres".

Platón.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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