Del país profundo: Joshua Harewood a la orden siempre

Sería martes 29 de enero, aquel día del año 1985 cuando todas las multitudes de feligreses esperaban en Ciudad Guayana ver cumplidos sus anhelos con la visita del Papa Juan Pablo II. Ya él había coronado a la Virgen de Coromoto en Caracas y en este último destino de su recorrido a Venezuela, se estimó una concurrencia de medio millón de personas en el lugar custodiado de Alta Vista en pleno corazón guayanés. “Iba diciendo por los caminos amigo soy, soy amigo” repetiría el gigantesco coro que acompañaba al niño de diez años Adrián Guacarán con aquella canción El Peregrino, dedicada al Sumo Pontífice. Entre tantos obsequios ofrecidos al jerarca de la iglesia católica ese martes 29 de enero estaba una joya gigantesca de 25 centímetros para la cual se usó un kilo con 130 gramos de oro y fue concebida y fabricada por el artesano callaoense Joshua Harewood con las riquezas de mayor fama de su tierra. Oro verde, oro rojo. Oro contra oro. Una llave, hija de la espesura de aquellas minas que salió de su imaginación y se fabricó entre 15 días y 15 noches “con un grillo que no me dejaba dormir”, nos dice. Por eso debió estar aquel día martes sentado en una silla blanca delante del Papa y escuchar la misa y la canción de Adrián Guacarán y esperar que lo llevaran al lado del abrazo de Juan Pablo II y entender el valor de aquella frase: “Bonito trabajo, que Dios te guarde”.

De esta experiencia nos hablaba frecuentemente Joshua, nos hablaba de su relación con el Papa y de su propio nombre que significa bendecido por el señor, “porque a la gente le gustaba mucho darle los nombres bíblicos a los hijos y todos mis hermanos y mis hermanas tenemos un nombre de la biblia”, nos afirmaba. Hubo un Joshua de origen hebreo que fue escogido por Dios como sucesor de Moisés para llevar a su pueblo a la salvación y vencer reyes y dar mil batallas y vivir triunfante por más de un siglo y entre muchos otros, uno que también estuvo en la alegoría de ese Dios y fue nativo de El Callao, joyero y creador de la llave oro más importante en la historia de Venezuela, entregada al primer Papa que visitó el país en nombre del mismo Dios y que debe encontrarse entre las colecciones de arte privadas más grandes del mundo, por eso “yo puedo entrar al Vaticano el día que yo quiera para ver de nuevo mi llave”, nos repetía siempre Joshua.

No resultó fácil llevar la fama del mejor joyero de El Callao. Fueron muchos años de brega desde el día en que conoció al otro artista del oro llamado familiarmente Jorgito por los lados de Nacupai donde consiguió su primer trabajo sin que lo supieran en su casa, trabajando en la pinta y alumbrándose con una lamparita de carburo, hasta que el propio padre lo puso en manos del maestro Teófilo Griffin “que tenía el mejor nombramiento para la época”, y de ese afamado personaje a otro maestro llamado Lorenzo Redhead. Resultaría el más destacado, “de los cuarenta y cinco discípulos que tenían los maestros, al único que le llamaron maestro fue a mí”, nos asegura. Había aprendido los secretos de la flor del oro con todos sus pétalos infinitos en la orfebrería. Igualó a sus maestros y después se volvería larga la historia a partir del momento en que se hizo propietario de aquella esquina amarilla y verde, bautizada como Joyería El Rubí, reconocible en pleno centro de El Callao entre las calles Roscio y de Las Tijeras, donde empezando el año 1985 combinó tres tipos de oro, el verde, el rojo y el amarillo para recurvar sus sueños en el confín de aquella llave que el Papa Juan Pablo II miró con asombro.

El recuerdo tan humano de su padre Lorenzo Harewood que siendo todavía un niño embarcó clandestinamente hacia Puerto España lo marcaría para siempre y lo acercaría cada vez más a la religión católica.”Es que nadie sabía dónde estaba, lo buscaron por todos los montes y por la serranía pensando que un tigre se lo había comido o una culebra lo había malogrado cerca del río, pero él estaba lejos, había huido a San Félix de donde se traía combustible, gasolina, gasoil, kerosene y él se escondió en un barco sin saber a dónde ir y no habían anclado el barco en la isla de Trinidad cuando él se lanzó fuera y se refugió en una iglesia y cuando deciden cerrar la iglesia mandan a un sacerdote a hablarle y le ofrecen un catre en la casa parroquial y algo de comer. Allí se quedó por mucho tiempo y le dieron ropa y decidió hacerse monaguillo y pasaron los años hasta que un día le preguntó otro sacerdote ¿Tú no quisieras volver a tu tierra a encontrarte con tu familia?, a lo que él respondió, ¡Si me gustaría! Y le compraron ropa nueva cuando tenía catorce años y se comunicaron con los gobernantes de Venezuela para que se hicieran cargo de ese joven y lo embarcaron hacia San Félix y de San Félix la policía lo trajo directo a este pueblo de El Callao y en la casa donde lo daban por muerto, porque habían pasado muchos años sin tener noticias de él, lo volvieron a llorar cuando miraron la fisonomía del hombrecito que le pedía la bendición a sus padres. Aquí en El Callao se hizo minero y se enamoró de mi mamá Emilia Robert y creció la familia. Yo aprendí con él la minería, aprendí los secretos del oro y a respetar a Dios Todopoderoso…”

Joshua Harewood fallece un 2 de febrero del año 2014 a los 88 años. Había nacido en El Callao el 4 de julio de 1926. El no sería el único hijo de aquel padre minero que huyó a Trinidad cuando niño y le enseñó a conocer la minería. Del matrimonio entre Lorenzo Harewood y Emilia Robert de Harewood vinieron al mundo 8 hermanos, 4 hembras y 4 varones, pero solo Joshua tuvo la dicha de profetizar desde el resplandor del oro el inolvidable encuentro con el Papa Juan Pablo II. A la orden siempre, nos dijo, como eternamente nos decía, al despedirse en nuestra última conversación con la infaltable donosura de su carcajada.

Joshua Harewood en la plaza Bolívar de El Callao. 2006
Credito: Rafael Salvatore







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Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

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