Tercera lección (III):

Transición anticapitalista y dictadura del proletariado, ciencia política revolucionaria y agencia de clase

A diferencia de la pervivencia en los movimientos sociales de liberación y las teorías críticas surgidas en 1968 y 1989, esto es, los manidos enfoques anti estatistas y neoanarquistas del cambio social y la transición, la noción de dictadura del proletariado, a través de formas sociales y políticas, mostró su materialización parcial en la Comuna de París, no tanto en el órgano democrático mediante sufragio y gobierno de Comité Central, sino en el músculo de la Guardia Nacional y los trabajadores apoderados del poder de facto. Estudiar la Comuna de París es plantear el problema de la teoría marxista de la crisis acerca de la transición anticapitalista y el gobierno revolucionario de los trabajadores.

Los trabajadores, si quieren construir una nueva sociedad y hacer frente a los problemas de la civilización capitalista, deben asumir el gobierno político vía la insurrección de masas, venciendo las trabas de las fuerzas armadas de la burguesía y apropiarse del aparato productivo económico y cultural, luego de destruir el aparato burgués de estado. Ser implacables con el enemigo de clase, a la luz de la masacre de la Comuna de París. No está más de reiterar, Marx triunfó sobre Bakunin, no solo en el terreno teórico, de la ciencia y la inteligencia, sino también práctico, de la fuerza política, pero aun así, todavía el proletariado no derrota estratégicamente a la burguesía, pese a que, en este punto, se haya avanzado en el ámbito de las ciencias sociales.

De hecho, como mostró Marx y Engels, Lenin y Trotsky, los límites de la experiencia parisiense de 1871 se debieron, precisamente, al grado de déficit de profundización y centralización de la dictadura del proletariado. Entre las contribuciones científicas que Marx se adjudicó no fueron tanto el descubrimiento de la plusvalía en la economía política, la lucha de clases en la historiografía moderna y la politología, sino el funcionamiento sistémico del capitalismo en tanto civilización, sus leyes y su transición vía la dictadura del proletariado, con las fuerzas reales y endogámicas de la propia civilización. Los límites de la experiencia parisina de 1871, estudiados por la politología de Marx (el cual ya había escrito El Capital en 1867) y desarrollados por los sucesores analistas políticos revolucionarios, estuvieron en el déficit de materialización de la teoría política del partido revolucionario basado en el centralismo democrático y una Internacional, indisoluble en el componente de la conciencia subjetiva y la organización de la teoría marxista de la crisis.

Sin embargo, lo duradero de la Comuna, para la ciencia y la política, es la dictadura del proletariado en tanto conquista del poder estatal, en palabras del propio Marx, “la Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruta de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación del trabajo…¡La Comuna, exclaman, pretende abolir la propiedad, base de toda la civilización! Sí, caballeros…La Comuna aspiraba a la expropiación de los expropiadores”[12] (Cap. III, págs. 71-72).

Hoy, cuando reaparecen posturas deterministas cuasi apocalípticas y apolíticas de la transición acerca de la crisis de la civilización capitalista en modo “piloto automático” –véase la literatura sobre el colapso socioecológico civilizatorio y por países-zonas[13], la larga depresión profunda y stand-bye de las fuerzas productivas, las catástrofes socionaturales, el evolucionismo económico y los pactos históricos: Green New Deal, nuevos gobiernos progresistas, etc.– todos los cuales sentencian la muerte automática del sistema barbárico de estados de la burguesía y su vuelta a la defensiva, sin la lucha agencial sociopolítica de los trabajadores y el pueblo, por arrebatarles el poder y la formación previa de partidos. Debido a este decadentismo y unilateralidad de los análisis en las ciencias sociales y políticas[14], se hace más que necesario recuperar la noción de la dictadura transicional soviética de las clases dominadas por el capital, cuyo caudillo social fundamental sea la clase obrera industrial y no industrial, sus bastiones más oprimidos, explotados y dinámicos, codirigidos por partidos políticos revolucionarios formados en la lucha y fundidos con las masas.

Respecto a la transición y la teoría marxista de la crisis, del proceso de la Comuna de París hay aprendizajes valiosos a considerar: su programa de vacunación, económico y laboral, de recuperación de fábricas y cooperativas en una gran Unión, abolición de deudas, etc; su nueva organización de la administración pública post-burguesa, su espíritu anticlerical y los líos presentados; el armamento obrero en medio del conflicto interburgués, la militarización proletaria y la substitución de las fuerzas armadas de los empresarios, el arte de la guerra y el juego de fuerzas[15], la bandera democrática e internacionalista de la defensa nacional contra la cobarde burguesía francesa y la bélica burguesía prusiana; las políticas sociales implementadas, cultura y programa de hegemonía; la independencia obrera de las fracciones gran burguesas y el aprovechamiento de bandos en disputa; las disputas entre fracciones republicanas radicales, socialistas y comunistas (seguidores Proudhon vs Auguste Blanqui), anarquistas y las masas, el rol de la I Internacional; el rol femenino obrero y demás.

Por supuesto, también existen serias limitaciones de la Comuna de París de 1871 y su periodo de transición anticapitalista, tales como: la falta de una severa política militar de terror rojo frente a los enemigos, tomar Versalles e ingenuidad, la desorganización política, la falta de nacionalización y expropiación del Banco de los capitalistas, el espontaneísmo, los líderes políticos obreros y las incipientes organizaciones, el asunto de gobernar una ciudad capital y no un país, etcétera.

No podemos dejar de hablar, respecto de la transición comunera, los supuestos “logros” –o precisamente, debido a ellos– de los que se ufanan la pléyade de gobiernos reformistas burgueses de Chávez y Maduro, Evo Morales y García Linera, Rafael Correa  y Tsipras, Alberto Sánchez y Pablo Iglesias, José Mujica, Dilma Roussef y Lula, ¿futuro Petro parvenu y el Pacto Histórico por una “Colombia Humana” capitalista, a imagen y semejanza de su administración de Bogotá? Debido a la tergiversación y la apología de ellos, estos políticos reformistas, gobernantes efímeros de las islas de la civilización, no han estado a la altura histórica ni expresan la continuidad táctica, estratégica, teórica y programática, con el proyecto popular de un gobierno obrero como el de la Comuna de París. Son su antítesis burguesa contradictoria, ya que expresan también ascensos sociales y descontentos de franjas de la clase trabajadora, al capitalizar sus ilusiones.

El reto político y científico no está tanto en constatar y afirmar el ‘modelo comunero’ al negar los modelos variopintos burgueses reformistas, sino en explicar el por qué no ha emergido otra experiencia similar pero diferente a la Comuna de París, cuáles son las razones de esto. En consecuencia, cuál es la cuota de responsabilidad del reformismo, su conciliación de clases y defensa civilizatoria de lo existente, esto es, del capitalismo en tanto que capitalismo, la quinta columna del mismo, por conjurar una emergencia comunera de la democracia obrera.
Naturalmente, es de prever que el giro lingüístico busque llenar significantes vacíos con contenidos de clase nacionales y eslóganes electorales, tipo Ernesto Laclau, y el politicismo de “no hay hechos, solo interpretaciones” basadas en intereses de clase, donde se negará la objetividad histórica del proceso de Comuna de París con la lucha hegemónica de ciertos cuadros que disputan la memoria histórica de este acontecimiento, buscándolo atraer y ajustar al metarrelato del terreno de la democracia burguesa y la democracia pequeñoburguesa “plebeya” y pura[16].
El significado de la Comuna fue objeto de disputa clásica historiográfica y política afiebrada entre el socialismo científico de Marx-Engels y los anarquistas. Posteriormente, en el liberalismo democrático y socialdemócrata versus el stalinismo. En ámbitos más cercanos, las menudas posturas municipalistas libertarias y el ciudadanismo policlasista, las concepciones descentralizadas y de “democracia directa” radical desde abajo, en fin, el republicanismo plebeyo y variantes del autonomismo, tanto en sus matices modernos como posmodernos buscan releer la Comuna de París de 1871[17].

Hoy, los profetas pequeñoburgueses eclécticos del “poder popular”[18], redibujan al consejismo y a Gramsci, parados en el estallido revolucionario argentino del 2001 y con base en otras experiencias similares, tienden a relativizar y negar la conquista insurreccional del poder político, la noción de gobierno revolucionario y el partido de los trabajadores de vanguardia.

Siguiendo al marxista argentino, Martín Hernández, autor del libro El veredicto de la historia: Rusia, China, Cuba…De la revolución socialista a la restauración capitalista (2009), estos compañeros se dan bandazos con la historia, asunto comprensible por el aluvión post-staliniano del 89-91, su “vendaval oportunista”[19]. La restauración burguesa y el daño de la dirección stalinista, han generado una serie de afectaciones no solo en las ciencias sociales sino en la mente y la inteligencia de los trabajadores y los revolucionarios, acerca de la transición de esta civilización y el arma dictatorial proletaria para lograr los fines, dejando a cambio, a su paso, una profunda confusión, retirada y revisión ecléctica de la tradición socialista científica.

Lea la Segunda lección (II) aquí: www.aporrea.org/actualidad/a302384.html


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