Venezuela: Los primeros Vecinos

—Cada pueblo tiene su ritmo vital; cada cultura tiene su ritmo vital. Ese ritmo se manifiesta en los modos de ser del pueblo y de la cultura que forma ese pueblo. Cultura es un término excesivamente amplio, que es menester someter a límites, encinturar, si vamos a utilizarlo inteligiblemente. En nuestro caso la cultura es aquella que conforma el ámbito de los pueblos denominados hispánicos, y más concretamente España e Hispanoamérica. Así, una cultura venezolana, de por sí, no tiene sentido, como tampoco una cultura colombiana, o argentina. Cada país, cada región, está dentro de la cultura común. Es posible hacer referencia, más bien, a un virus de la cultura, esto es, as un clima cultural. Ese virus actúa en cada sitio de acuerdo a circunstancias específicas, que no son otras sino las propias peripecias históricas.

La vida provincial es urbana, si se entiende apropiadamente el término. Eso quiere decir que la provincial está formada por ciudades. Cada ciudad está constituida por el núcleo donde se halla el Cabildo y se recogen los vecinos, más la jurisdicción, donde están las encomiendas, los pasos, la agricultura, la cría, las aguas, esto es, el campo. Todavía al final, en el siglo XVIII y al romper el XIX, es así. Bolívar es vecino de Caracas, aunque viva en su hacienda de San Mateo.

Antes de la existencia rural que caracterizó al país venezolano durante un siglo (11830-1936), las ciudades habían sido el centro mismo de la historia cotidiana en cada una de las provincias. El campo es una noción tardía, que sólo se hace conciencia —el campesino— con la dispersión de las guerras del siglo XIX, especialmente con las dos focales denominadas de la Independencia (1810-1821) y la de la Federación (1858-1863). Esas dos guerras produjeron la dispersión y la desarticulación de la ciudad, en el sentido de la eliminación de los hábitos sociales y políticos del vecino que hacía su vida pendiente del Cabildo, de la iglesia, de la ciudad. Juan Vicente Gómez vive en Caracas, pero sus sentidos están en las haciendas. Es un hombre rural.

Después de fundarse la ciudad, el núcleo humano toma posesión del contorno, de la jurisdicción, que comprende no sólo el ámbito, los solares para hacer las moradas, la iglesia, las casas de justicia y la cárcel pública, con el mercado, el acueducto y la plaza mayor, sino todo el espacio, habitado o no por indígenas, que va a constituir la jurisdicción ciudadana. Es así cómo Mérida llega hasta el lago de Maracaibo; y lo hace no como provincial, sino como ciudad; Gibraltar le será sufragánea. Pero al mismo tiempo, como Gibraltar se convierte en ciudad, mide sus fuerzas con la ciudad madre y la iguala en importancia. No es la ley la que da esa dimensión, sino el substrato humano, el pueblo que se avecina —los vecinos— y adquiere carácter.

Durante el siglo XVI, el "pueblo" no es otra cosa que el grupo urbano, la cohesión misma intrahistórica. Cuando el gobernador Diego de Osorio da cuenta de la provincia el 1 de mayo de 1590 expresa: "En esta governación ay nueve pueblos de Españoles y fuera de Santiago de León y Truxillo los demás son por la mayor parte pobres, cuyas granjerías son un poco de algodón y algunas mulas que pasan al reyno y maíz de que sustentan y algún trigo —en todos ellos ay repartimientos de Indios y debe de tener la governación oy de quarenta mil indios para arriva—. Pero como tierra nueva y de pocos años poblada ay poca riquesa en los beçinos de ella". La riqueza vendrá a partir del siglo XVII con la ganadería extensiva y con cacao, hasta alcanzar gran fuerza en el siguiente siglo, al convertirse el tabaco y los demás productos agropecuarios en la base de sustentación económica de los vecinos.

Por supuesto que, según hemos visto, las ciudades confirman un organismo provincial, unidad político-administrativa de la monarquía en Indias. Pero no se entendería la provincia sin un centro poblado, sin una ciudad que sea su cabeza, o que sea el todo mismo, como ocurrió en Nueva Cádiz, en Trinidad y hasta en Nueva Andalucía. Del conjunto de provincias que se unirán a partir de 1776, sólo dos tienen un poderoso grupo de ciudades que les da una fisonomía confortable: Venezuela y la compleja provincia andina La Grita-Mérida-Maracaibo. Fue la existencia de muchas ciudades, lo que permitió, precisamente, a Venezuela constituirse en provincia eje del destino de todas las demás.

Si exceptuamos a Nirgua (1628) y a Barcelona (638, refundada en 1671), el conjunto de ciudades que dieron pie a las provincias y, en consecuencia, a la Venezuela que surge en 1810, ya existía cundo termina el siglo XVI, origen de la cultura actual. Será suficiente con enumerar las principales, pues hemos visto en su sitio las que se fundaron en cada provincia: La Asunción comienza su múltiple existencia hacia 1527, si bien el núcleo urbano, llamado Espíritu Santo, no se conforma sino en 1532 y el nombre histórico sólo aparece en firme por 1567; Coro, 1527; El Tocuyo, 1545; Barquisimeto, 1552; Valencia, 1553; Trujillo, 1558; Mérida, 1558; San Cristóbal, 1561; La Grita, en1576; Barinas, 1577; San Sebastián de los Reyes, 1585; Guanare, 1591; Pedraza, 11591;; Gibraltar, 1592; San José de Oruña, 11592; Santo Tomé de Guayana, 1595. Mencionamos sólo las que perduran en el conjunto de las muchas fundadas; otras desaparecieron, o quedaron ligadas al destino de provincias diferentes, como algunas de La Grita que son hoy pueblos de la república de Colombia. Como es fácil observar, la mayoría de las ciudades estuvieron ubicadas en la provincia de Venezuela (Coro, El Tocuyo, Barquisimeto, Valencia, Trujillo, Caracas, Maracaibo, Carora, San Sebastián de los Reyes, Guanare); en segundo lugar están las que formaron la provincia de Mérida, heredera de La Grita, y sólo tardíamente llamada Maracaibo (Mérida, San Cristóbal, La Grita, Barinas, Pedraza, Gibraltar), pues la incorporación de Maracaibo a Mérida ocurre sólo en 1676, y la de Trujillo en el mismo año en que Barinas se convierte en provincia aparte (1786). La Asunción es ciudad única en su isla, como San José de Oruña en la suya, y la itinerante Santo Tomé a la orilla del Orinoco, temerosa de la selva casi todavía hoy. Durante tres siglos esa estructura urbana se mantiene y se fortalece, como ocurre especialmente en Guayana en el siglo XVIII.

Uno de los más distinguidos historiadores y sociólogos del positivismo venezolano, Pedro Manuel Arcaya (11874-958), escribió en 1912: "Si se lograse obtener datos exactos acerca de los primeros habitantes españoles de las ciudades venezolanas, esto es, acerca de los fundadores de la sociedad colonial, determinándose los lugares de su procedencia, se adelantaría mucho en el conocimiento del factor ‘hombre blanco’, es decir, del factor esencial de la nueva comunidad que se formó con la conquista. No es bastante ciertamente averiguar cómo se llamaban ellos y de cuáles lugares venían; menester es saber a qué capas sociales pertenecían para así fijar los rasgos principales de su sicología, pues no era la misma que la del hidalgo la del labrador, ni coincidía la del cristiano viejo con la del recién converso o judío, como tampoco la del pícaro que pululaban en las ciudades de Castilla y costas de Andalucía con la del honrado montañés vasco o asturiano". Un estudio de esta naturaleza está por hacerse. Pero la investigación ha ido tomando cuerpo en el sentido de esclarecerse nuestros orígenes y analizar la herencia del alma popular constituida por los primeros vecinos que se allegaron al nuevo suelo y fundaron allí, aquí mismo, el hogar histórico.

Cuando Arcaya sostiene que el "factor hombre blanco" es "esencial de la nuevas comunidad", esto es, de la que ya tiene quinientos veinte años de existencia, toca con acierto la realidad; en efecto, el germen de la cultura venezolana está en la tradición de lengua castellana, en el idioma, en la idiosincrasia, en las formas de vida implantadas por aquellos hombres del siglo XVI, formadores de la patria antigua, fundadores de ciudades, conquistadores de la tierra, primeros vecinos en definitiva. Ciertamente que el venezolano de hoy es producto de una mezcla de razas, de culturas; es mestizo. Este mestizaje se formó ya en el primer siglo histórico, a base de la población española como núcleo central, ligada a la aborigen, y a la negra que va llegando como mano de obra esclava. En este sentido podemos hablar de una democracia racial que en Venezuela, como en muy pocas otras partes, produjo un hombre sin complejos, ágil para la igualación social y para el igualitarismo político. Nuestros sociólogos suelen hablar de democracia social ya realizada, aunque la atribuyen a los acontecimientos del siglo XIX, especialmente a la guerra federal que terminó de arrasar con la dirigencia que se había constituido durante tres siglos. Los nuevos análisis llevan a la conclusión de que nuestra democracia social tiene su prístino origen en la formación popular de las ciudades del siglo XVI, de una parte, y en la facilidad con que ese pueblo fundador se mezcló con los indígenas, con los indios, y también con los negros, produciendo así, repetimos, una "democracia racial" y, en consecuencia, una democracia social. Esta democracia se vio fortalecida por los vendavales románticos y guerreros del siglo antepasado y constituye hoy un toque político distintivo del país en relación a países hermanos donde aún no se han producido esos fenómenos. Un nuevo mestizaje se realiza en la historia contemporánea.

La envejecida conseja de que los primeros grupos pobladores de Hispanoamérica, y en consecuencia de Venezuela, estuvieron formados por bandidos y gentes perdidas de España, proviene del gran Cervantes, despechado por su fracaso de pasar él mismo a las Indias. En "El celoso extremeño" está la frase mordaz que fue resucitada y repetida por escritores e historiadores decimonónicos. El párrafo completo es este con que comienza, por cierto, la novela: "No ha muchos años que de un lugar de Extremadura salió un hidalgo, nacido de padres nobles, el cual, como otro pródigo, por diversas partes de España, Italia y Flandes, anduvo gastando así los años como la hacienda; y al fin de muchas peregrinaciones (muertos ya sus padres y gastado su patrimonio), vino a parar a la ciudad de Sevilla, donde halló ocasión bastante para acabar de consumir lo poco que le quedaba. Viéndose, pues, tal falto de dineros, y aun no con muchos amigos, se acogió al remedio a que otros muchos perdidos en aquella ciudad se acogen, que es el pasarse a las Indias, refugio y amparo de los desesperados de España, iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas, pala y cubierta de los jugadores a quien llaman ‘ciertos’ los peritos en el arte, añagaza general de mujeres libres, engaño común de muchos y remedios particular de pocos". No fueron, ciertamente, gentes de tan bajas condiciones los primeros vecinos, aunque hubiera también muchos de ellos, como en todas partes y en todos los tiempos. La gran mayoría, el pueblo, la formaron españoles de las clases medias, hidalgos; pero sobre todo, en el caso venezolano, provinieron de las capas populares campesinas, labriegos, artesanos, soldados. Los gobernadores de las provincias, muchos de los cuales dejaron sus familias en Indias, cuando no se quedaron en ellas personalmente, eran otra cosa: hombres de pro, de la clase de los nobles. Pero las grandes tareas de fabricar la morada definitiva fue obra común del pueblo y de sus conductores; estos, figuras sobre salientes entonces y ahora. Un verdadero catálogo de los primeros vecinos no es fácil, pero tampoco imposible de hacer.

La tarea de catalogación de los "pasajeros a Indias" fue comenzada en 1930 por el personal del Archivo General de Indias de Sevilla. Entre 1509 y 1538 se anotan 10.940 pasajeros, sólo una parte de los que ya habían venido a poblar las nuevas tierras. Una estadística apropiada requeriría una ingente investigación de archivo y de fuente bibliográficas coetáneas, especialmente de los cronistas. En todo caso, durante la primera parte del siglo XVI —y el esquema parece haberse mantenido en todo el siglo— la mayoría de los pasajeros venía con destino cierto y desde lugar conocido, eran casi siempre hombres solos, pero también llegaron, cada vez más, mujeres casadas y solteras. Las restricciones en cuanto a evitar que pasaran judíos y moros era medida política; pero lasa concernientes a los "pecadores públicos" eran de orden moral; sería fácil demostrarlo con un cotejo de las leyes y disposiciones reales y con un examen cercano de los principales pobladores, exceptuados los Lope de Aguirre de todos los tiempos.

* Clásicos Castellanos, pasajeros a Indias durante los siglos XVI, XVII y XVIII.

Juicios de residencia en la provincia de Venezuela.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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