¿Qué aprendizaje nos ha dejado el coronavirus?

Este virus ha abierto una nueva puerta al mundo y muy principalmente al mundo pobre, humilde, el cual ha sido el más golpeado, por carecer de defensas, económicas principalmente. Situación que merece un análisis particular, no solo por el hecho de referirnos a la concepción más importante de organización del sistema productivo (la clase trabajadora) sino también porque en este proceso de planificación económica, el trabajador es excluido del capital excedente. Nuestros líderes sociales y políticos nos han enseñado la necesidad de aceptar un control social sobre el intercambio productivo, tanto material como cultural. Pero un intercambio que nunca ha estado acorde con la expansión ni con la mismísima satisfacción de nuestras necesidades y que además se maneja en forma constante, con un flujo de contradicciones, sin intentar siquiera cambiar la esencia de las relaciones de dominación y subordinación que nos imponen. Esto es mucho más delicado cuanto los medios de comunicación, nuestra propia universidad y jerarcas religiosos vierten todo su poder de información, engaño y conocimientos en mantener y sustentar el sistema neoliberal mediante la dominación ideológica de la sociedad, producto del impacto de una alienación constante que tiende a garantizarle al sistema la inalterabilidad de sus estructuras fundamentales.

Esta pandemia nos ha permitido entender un poco mejor el momento en que vivimos, dándole una interpretación más dinámica a las tendencias destructivas expansionistas del sistema neoliberal. Por ejemplo, los grandes analistas políticoeconómicos nos dicen que; "la viabilidad de un sistema socioeconómico está determinada por la capacidad para desarrollar las fuerzas productivas". No obstante el coronavirus parece indicarnos que la sensibilidad de cualquier sistema político y económico, no solo depende de la capacidad de sus fuerzas productivas sino también de la manera de activarlas con visión al futuro, sin desprenderse de las raíces de la gente, de los intereses de esa gente, de sus necesidades así como de la conducta independiente y autónoma no subordinada al mercado. Todo esto sin desprenderse del proceso histórico que nos mueve y nos conduce a través de él, hasta alcanzar el pleno desarrollo de las fuerzas productivas.

Esto lo observamos nítidamente cuando queda en evidencia la falta de una planificación estratégica que fortaleciera el sistema de salud, el de educación, el sistema de transporte entre otros, en todos los países donde el neoliberalismo es la punta de lanza del sistema económico y arrastra tras de sí una profunda crisis en todas sus formaciones, demostrando la incapacidad del sistema para garantizar la salud de los pueblos. Por ejemplo no ha podido conducirnos hacia una feliz culminación de la pandemia del coronavirus, controlándola y eliminándola. Todo lo contrario, hemos desembocado en un doloroso fracaso de lo que siempre fue un engaño, una mentira de expectaciones optimistas. Es decir que este sistema neoliberal nos ha conducido a la horrenda crisis humanitaria en la cual se debate el mundo, mostrándose como un sistema pandemónico, potencialmente devastador y un violador brutal de los derechos humanos elementales. El coronavirus también nos ha mostrado un sistema financiero mundial altamente parasitario y en extremo peligroso, que impide el normal funcionamiento no solo de la vida humana en el planeta, sino de la vida en general. Podríamos deducir sin caer en la tentación de extralimitar nuestra opinión, que esta pandemia es por una parte, el desquite, la venganza o en el mejor de los casos, una de las tantas formas que tiene la naturaleza de defenderse, de enfrentar y controlar el desbalance continuo a la que ha sido sometida por la tecnología moderna durante más de un siglo. No hay nada que nos conduzca a deducir que esta pandemia es producto del azar. Es simplemente el desequilibrio entre las clases sociales que conforman nuestra sociedad, el cual lleva en su seno el usufructo ecológico que a su vez arrastra plagas, virus y un sinnúmero de bacterias que atentan contra la civilización. Las guerras del imperio, que también forman parte de ese desequilibrio, principalmente cuando usan armas biológicas que arrastran tras de sí epidemias desconocidas que luego pueden convertirse en incontrolables y en pandémicas. La hambruna, la falta de agua hasta para lavarse las manos para repeler el coronavirus, la aparición de basureros, incluyendo los químicos y nucleares, así como el daño a la capa de ozono debido a las industrias tóxicas, la deforestación que degrada los suelos, la invasión y tráfico de especies, los actos tóxicos que empobrecen el ambiente y dañan el clima, trayendo infecciones motivadas por el cambio climático y la destrucción de la biodiversidad, constituyen las arrogantes presunciones de la carta de presentación con la que esta pandemia del coronavirus se identifica ante el mundo. Y por si fuera poco, tenemos que contar con la capacidad tecnológica y la decisión inquebrantable de las potencias para proteger sus mercados por encima de cualquier urgencia y llegar a los más insondables requerimientos que le permitan mantener su hegemonía. Apenas nos estamos dando cuenta de lo que son capaces.

Hemos observado (apaciblemente hasta hoy) como se intenta despojarnos de los elementos críticos que son el fundamento de toda revolución y también como asesinan nuestra verdad en nombre de sus mentiras y a nuestra razón en nombre del capital. El coronavirus ha profundizado la crisis del sistema capitalista, abarcando aspectos que se interrelacionan como el capital, el trabajo, la salud, la educación entre otros. Esta crisis común en todos los países del mundo, es además en el neoliberalismo, inseparable de la falta de planificación de los objetivos sociales, de la falta de un proyecto global capaz de garantizar las mínimas condiciones de supervivencia de los pueblos. Desafortunadamente esta falta de planificación o falsa planificación de estos líderes oscuros, no solamente estremece las bases que sustentan al imperio, sino que actúa a sus alrededores y ejerce deliberadamente una presión económica y social, injustificada y desproporcionada sobre los demás pueblos del mundo: amenazas, bloqueos, guerras, robos de artículos ( a países "amigos") necesarios para enfrentar el coronavirus.

También este bendito coronavirus ha bajado de su pedestal científico y tecnológico a países del primer mundo, hegemónicos, inmensamente ricos y poderosos al demostrar la ausencia en ellos, de industrias lógicas capaces de garantizar los diferentes ámbitos de la vida social: económico, salud, transporte. Y por si fuera poco, el coronavirus también ha echado por tierra la estrategia primordial del capital, como es la de hacer valer sus intereses explotadores. Le ha mostrado al mundo la inmensa crisis humanitaria por las que atraviesa Estados Unidos y se desmadra Europa. Ha puesto en evidencia la tendencia destructiva del neoliberalismo y la forma como se nos despoja de los elementos críticos que son el fundamento de toda revolución. Ha desnudado la manera como asesinan nuestra verdad en nombre de sus mentiras y nuestra razón en nombre del capital. El coronavirus ha profundizado la crisis del sistema capitalista, abarcando aspectos que se interrelacionan como el capital, el trabajo, la salud, la educación entre otros. Esta crisis común en todos los países del mundo, es además en el neoliberalismo, inseparable de la falta de planificación de los objetivos sociales, de la falta de un proyecto global capaz de garantizar las mínimas condiciones de supervivencia a los pueblos. Desafortunadamente esta falta de planificación o falsa planificación (cuando intentan hacer una, estos líderes oscuros) no solamente estremece las bases que los sustentan, sino que actúa a sus alrededores y ejerce deliberadamente una presión económica y social, injustificada y desproporcionada sobre los demás pueblos del mundo: amenazas, sanciones, bloqueos, guerras, robos de empresas estratégicas.

La naturaleza escogió a China entre todas las naciones del mundo para prodigar su severa y terrible crítica hacia la raza humana. La verdad es que razón no le faltó. Cualquier otra nación elegida hubiese representado teórica y prácticamente el fin de la humanidad tal y como la conocemos. Solamente China estaba en posición y disposición de enfrentar este virus. Con una tecnología muy por encima de la occidental, con suficientes medios económicos, libre de egoísmo y del furor racial del imperio y muy lejos de la característica maldad y desprecio al ser humano, que adorna al citado imperio. Preguntémonos qué habría sucedido si el elegido hubiese sido un país pobre, bloqueado, sancionado por el imperio. No es difícil imaginar la posición que hubiera tomado el gran capital. Las devastadoras y criminales consecuencias como producto de la dejadez, del triunfalismo, de las contradicciones antagónicas e insuperables que conforman sus estructuras, el mercado, la personificación del capital y por encima de todo el ¿cuánto hay pa’ eso? hubiesen sido los determinantes supremos de una curva exponencial de la mortandad resultante en todo el planeta.

Sabemos que EE.UU y la Unión Europea no estaban ni están preparados para enfrentar esta pandemia. Además la forma tan a la ligera y hasta burlona como la enfrentaron nos conduce al siguiente análisis: desde la perspectiva del capital no existen opciones concebibles para detener la ilimitada expansión del hambre y la pobreza en el mundo y muy principalmente en los países cuyo sistema neoliberal perpetúa la miseria y la desigualdad. Este aspecto puede conducir a algunos países a creer que la exterminación de una buena cantidad de ancianos, de desempleados, de indigentes, incluyendo en algunos países a los afrodescendientes, latinos, caribeños, es un buen modelo para resolver el problema de escasez con gran sentido de la realidad. Sin embargo este razonamiento que parece arrastrado por la falsa conciencia que sostiene las estructuras del sistema, raya la locura y es impensable para una mente honesta y sana. Solo una mente elitista, racista, fascista, supremacista de fácil amoldamiento a las exigencias de grupos dominantes y a su "democracia representativa" es capaz de esta futilidad condenable y destructiva.

La burla con la que algunos presidentes recibieron al coronavirus también nos puede indicar que ellos no tienen la menor idea de lo que representa este virus o en el peor de los casos (sería el más horrendo y criminal) a ellos solo les interesa proteger la economía, sus intereses, su capital y no la vida de millones de personas. Hemos oído la opinión de Trump, de Bolsonaro, de la unión europea y hasta de grandes jerarcas religiosos: el coronavirus es solo una sencilla gripe que no representa peligro alguno. El comercio no puede paralizarse. La economía tiene que seguir adelante. En otras palabras: el consumismo es el orden supremo del mercado.

En los EE.UU hay cientos de miles de hombres y mujeres desempleados, sin ocupación definida, indigentes, deudores sin capacidad de pago los cuales no son considerados como ciudadanos por el mercado, por no tener capacidad de consumo. Representan para el capital la crisis estructural del sistema, fuerzas sociales no progresistas con contravalores destructivos del sistema. ¿Cómo toma el mercado esta situación?. El sistema es incompatible con toda planificación que no se adapte a los niveles de consumo que las grandes empresas trasnacionales requieren para subsistir, incluso bajo esas circunstancias de incomodidad y pérdida. La necesidad de revertir este proceso es cautiva de la desesperante perspectiva del hundimiento del mercado. ¿Qué papel jugaría una pandemia como el coronavirus ante esta necesidad del mercado? Ni aun la agresividad más peligrosa del imperio podría alcanzar los resultados de esta enfermedad. Dejar hacer. Diría. Doscientos mil, trescientos mil muertos aligerarían la carga de un mercado tambaleante cuyo marco estratégico orientado a ejercer el control social, ha comenzado a resquebrajarse. El desempleo crónico en los EE.UU está creando un defecto estructural fundamental en el sistema capitalista y trescientos mil muertos sería una bendición Malthusiana que le daría al libre mercado una opción (aunque pequeña) para intentar organizar la economía. Y entonces podríamos entender la forma burlona como el imperio y sus adláteres han enfrentado (o tal vez hayan dado la bienvenida) a esta pandemia.

Dentro de poco el coronavirus será menos que una fiebre molesta, menos que un pequeño quebranto de salud. Grande, pero muy grande, el nerviosismo y preocupación de los gobiernos de países hegemónicos cuya proyección arbitraria del futuro se basó en una tergiversación de la realidad del presente, subordinada estructuralmente al capital, con diagnósticos errados y soluciones ideales. El campo político como plataforma del sistema global, será tocado en forma trascendental, y cuestionado el sistema capitalista. Se abrirán las puertas a la necesidad de un cambio estructural. El viejo sistema de salud cuya concepción de servicio estaba estrictamente limitada a una clase social que pudiera pagar los altos precios clínicos. Se derrumbó. Era socialmente inoperante y al borde de una estocada ante la menor emergencia. El coronavirus trajo tras de sí, la oportunidad de un nuevo sistema público de salud, aun cuando en Venezuela sus banderas fueron desplegadas a comienzo del siglo XXI junto con las posibilidades lógicas y axiomáticas que permitieron su creación y funcionabilidad como principio primordial de la revolución bolivariana. Por lo tanto y partiendo de la experiencia y aprendizaje que nos deja el coronavirus, tendremos que universalizar el trabajo y la educación como actividades humanas de autorrealización, tendremos que brindar con el profesor universitario su nueva conducta independiente y autónoma, dejando él (el profesor) de estar sometido, subordinado y dirigido por el mercado, aun cuando el sistema educativo siga siendo un acto político y además una relación de hegemonía, como nos dice Gramsci. La debilidad del mercado abrirá una nueva síntesis cultural que nos conducirá a darle una interpretación dinámica, tanto social como natural al nuevo mundo que comienza solidario y que nos permitirá activar nuestra razón con visión de futuro, de colectivo, de comunidad y de patria. De humanidad.

Más allá del coronavirus, aprenderemos a ver a una Venezuela ocupando una posición importante en el nuevo reordenamiento social que se darán los países de acuerdo a su desarrollo. Con un potencial altamente positivo, y admirada en el mundo no solo por impactar positivamente en la lucha contra una pandemia, sino que con ella encima, con un bloqueo criminal a cuestas, con terribles amenazas de invasión y declarada por el mundo capitalista como nación ilegítima y enemiga, pudo no solamente levantarse, sino plantarse soberanamente ante el mundo y ganarse con tesón y trabajo un puesto entre las naciones más puras y dignas del mundo.

Sin haber completado nuestra obra y en dura e inclemente lucha contra el imperio yanqui y en consecuencia desprotegida y vilmente robada, privada de todo su potencial positivo para edificar una nación de primer orden, pudo surgir de sus cenizas. El propio Marx se aferraba a la necesidad de entender los caminos que conducían a los cambios transformadores que permitían enfrentar y frenar el avance del sistema capitalista. Estaba firmemente convencido de que sin un pueblo consciente, bravo y trabajador, esta tarea no era posible.

Para finalizar; la pregunta que nos falta ¿cómo quedará Venezuela después del coronavirus? Es necesario subrayar que muchos apologistas negarán infantil y hasta descaradamente la posición de respeto, determinación, objetividad y de trabajo que hemos alcanzado entre los países del orbe terrestre. Hemos demostrado al mundo que nuestra riqueza inconmensurablemente mayor es la conciencia que hemos adquirido como pueblo soberano, independiente y no tutelado. Que somos un pueblo que le confiere legitimidad a nuestro proceso revolucionario y ante cualquier circunstancia contamos con un presidente que no solamente le ha enseñado a las naciones del mundo que somos capaces de resistir y vencer, sino también que somos del tamaño de las dificultades que los supremacistas nos coloquen en el trayecto. Y por encima de todo discurso disidente, nuestro presidente, el presidente de la paz, ha demostrado que el único camino legítimo para resolver nuestros conflictos es la paz.

La manera de formular nuestras críticas debe tener un gran sentido de realidad y una idea inmensamente clara de orientación estratégica, que nos permita lograr los más altos niveles de planificación en nuestro camino hacia un orden social totalmente diferente al neoliberalismo e inmensamente humano.


 



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