Vivir en paz: Traducciones y contenidos

La paz es una aspiración de convivencia libre y tranquila, retirada de la violencia, la intimidación, el miedo, el terror, a la cual la mayor cantidad de personas, familias, culturas y sociedades hemos venido apelando desde tiempos lejanos y cercanos a esos que ahora nos visten y calzan.   

Como viejo, necesario y costoso horizonte de existencia y convivencia civilizatoria ella condiciona y está condicionada por toda una clase de mentalidades, sensibilidades, actuaciones y desempeños de las personas y sus imaginarios para poder vivir conciliadamente, bien sea en nuestros hogares, en nuestros espacios residenciales, laborales, de estudio, de credo, de deporte y recreación, etc. Sin tales condimentos y cogniciones la paz y vivir en paz es una realidad totalmente negada.

Hay o habrá paz porque quienes así la piden y necesitan están (de alguna manera) portados o exigidos de una ciertas valencias individuales y grupales vinculantes al respeto mutuo, al reconocimiento del otro y los otros (diferentes), a la justicia, a la solidaridad, el diálogo, la crítica, la amistad y al acuerdo, en este sentido la paz no es contingencia, a cambio si mucho fundamento, por eso, quienes la proclaman o cultivan son quien-es están convencidos o quieren convencer-se (en buena medida) que sin tales valencias sólo nos adviene como modo de vida cotidiano el terror, el miedo, la intimidación, la fuerza, el odio, la enemistad y la guerra.

Si la paz va en parte importante a lo que cada quien tenga y lleve (para casi todos lados) en su cabeza, en su sensibilidad, en su manos, en sus bocas, en sus ojos, en su piel, en sus oídos, entonces ella traduce la necesaria existencia de cuerpos, cabezas, ojos, oídos y epidermis de paz, muy a gusto y conformes con la convivencia en el hogar, en los centros de estudio, en los lugares laborales, de tan exquisito repertorio de valoraciones y propiedades, sin pena ni vergüenza de nada.

Ciertamente la paz es exigencia (de vivir en paz) pero también suerte de fantasma que nos pide a gritos el cultivo, la expresión y la recreación de conductas, desempeños y actuaciones que vayan a favor de posicionar registros de sosiego, conciliación, piedad, soportación y justicia en cuanto lugar y no lugar justamente nos encontremos, de otro modo allí, cuando abandonamos la vida y las actuaciones apegadas a dichos nutricios, ya comenzamos a transitar territorios y culturas de odio, violencia y guerra. Vivir en paz es, en principio, todo un deseo (quizás humanamente mayoritario), pero también cara exigencia colocada (por los dioses de la paz) para unos, nosotros y otros.

Digamos epilogonalmente que la paz es un sublime anhelo, pero ella no vendrá fácilmente a nuestros espíritus, cuerpos, lugares sociales, residenciales y culturales si nuestros desempeños políticos, educativos, gerenciales, residenciales, comerciales, religiosos y culturales no se toman en serio (o medianamente en serio) actuaciones de gobierno político (sea en la escala que sea), de enseñanza, de aprendizajes, de compradores, de vendedores, de peatones, de conductores, de funcionarios públicos, de vecindad, de padres, madres, hermanos, hijos e hijas en la dirección de generar y afirmar acciones y otorgamiento de tratos de eficiencia, de respeto, de solidaridad, de justicia, de honestidad, inclusión, comunicación, etc.

Poca duda tenemos respecto a que la paz es una condición y una exigencia buena, benigna y necesaria de vivir en paz, pero ella se nos comporta también como un horizonte de posibilidad que nos vuelve, sin mayores reparos, en deseos, cuerpos y mentalidades remando en la más expresa ruta de entregar comportamientos y exigencias ciudadanas que tampoco son cualquiera.

Pedir paz es querer escuchar y respetar (con gusto) la opinión, el color, el tamaño, la procedencia, la mentalidad, la posición y la risa del otro, es empezar a actuar gustosa y céleremente con la demanda y el reclamo del otro, es no ignorar  los petitorios y señales que reiteradamente envían y re-envían y enviamos unos y otros, es no tomar para si (ni anhelar) aquello que es de otros, lo cual ciertamente va desde la propiedad del cada quien y el cada cual hasta la calle, la plaza, la avenida, la universidad y la ciudad que finalmente  es de unos y otros.

Pedir la paz es anteponer con placer (y no con rabia) la cultura del diálogo y la conversa para sortear problemas y desavenencias entre ese mundo que somos nosotros, así, la paz tiene contenido, por ello, pedir la paz es dar la paz (con contenido).

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  • Docente e investigador universitario.
  • edbalaguera@gmail.com


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Edgar Balaguera*

Antropólogo, Sociólogo, Magister en Ciencias Políticas, Doctor en Ciencias para el Desarrollo. Docente.

 edbalaguera@gmail.com

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