Tips para avanzar hacia una televisión anti-hegemónica

Ver televisión hoy en Venezuela y, por extensión, en América Latina, es evidenciar que la televisión dominante es precisamente la televisión de las clases dominantes.

Esta predisposición notoriamente clasista y de molde neo-colonial se hace positiva una vez nos asomamos a la mayoría de los formatos y contenidos de los noticiarios o los programas de entrevistas de corte más propiamente político.

Esto por no referir la propensión a utilizar técnicas de terrorismo mediático como las que hemos sobrellevado durante periodos de complot político recientemente vividos en Venezuela. Los síntomas de una programación reincidentemente manipulada, presente en la mayoría de los canales comerciales, no son sin embargo ni los únicos ni los más característicos factores que los poderes del capital ponen en juego en previsión --o en contra-- de cualquier asomo revolucionario de cambios.

Así, incluso muchos de los programas explícitamente mercadeados como “no políticos” o “ideológicos”, como es el caso de los presuntamente “juveniles”, “educativos” y/o “científicos”, como los dedicados al estudio biologicista de la naturaleza o los consagrados a la historia de las antiguas civilizaciones precolombinas, aparecen hoy evidentemente traspasados por el ideologema de la superioridad implícita de la cultura dominante.

Según este ideologema son precisamente las culturas (norteamericana o europea) las cultural y científicamente capaces de re-descubrir (para nosotros los latinoamericanos) los secretos más recónditos de nuestras culturas ancestrales, y la importancia de conservar nuestra fauna, flora, historia y tradiciones más principales o vistosas.

De tanto ver programas como estos, ya comienza a hacérsenos casi corriente observar por televisión a un puñado de pseudos-científicos norteamericanos (y/o europeos), literalmente facilitándonos lecciones a los naturales (aborígenes del presente) sobre los ardides técnicos con que nuestros antepasados (primordialmente incas, aztecas o mayas) lograron erigir sus moradas, templos y caminos.

Esta neo-antropología televisada nos muestra cómo, lo que para nosotros los suramericanos han sido misterios milenarios, para un pequeño puñado de supuestos científicos, cientistas sociales y productores de televisión extranjeros formados en los centros hegemónicos no representan sino crucigramas relativamente fáciles de responder.

Así, resulta al menos chocante que sean precisamente estas mismas culturas (norteamericana y europea) que en forma metódica han asolado más del 80% de sus bosques, ríos, lagos, llanuras; y en el caso de la sociedad estadounidense, que han desmantelado adrede sus sitiadas reservaciones indígenas, sobrevivientes a la conquista del lejano oeste, las mismas que aparezcan ahora orondas y campantes en nuestros canales privados de televisión, buscando surtirnos de didácticas prédicas antropológicas, morales y ecologistas.

Así las cosas, la plusvalía ideológica, como diría Ludovico Silva, que edifica esta operación lógico-televisual no es otra que la de la enfatizar la importancia de seguir contando con la “ayuda civilizada” de los países desarrollados, esto es, de mercadera la conveniencia de perpetuar la continuidad de la dependencia.

De representaciones televisuales como éstas, el tele-espectador promedio termina paradójicamente jurando que son justamente estas presuntas culturas superiores las que tienen en su mano el apresto, la sensibilidad cultural y el discernimiento científico para ayudarnos a nosotros (los primitivos latino-americanos) a salir de nuestro largo y doloroso atraso histórico, hijo de nuestra presunta afición por la barbarie.

El proyecto que subyace a este tipo de representación busca empotrarnos bien duro (y de una vez por todas) en nuestros cerebros un vestigio de culpa y minusvalía por el despilfarro consetudinario e irresponsable de nuestros propios recursos. Y administrarnos así el menosprecio de nuestros recursos humanos y naturales, dejando en claro nuestra inferioridad tecno-científica y política para solventar nuestras propias cuestiones.

Así que, basta encender la televisión abierta en horario infantil, juvenil y de todo público para constatar que buena parte de los enlatados de la televisión educativa y/o cultural concebida y facturada en los países desarrollados más que una televisión que versa sobre América Latina, es una televisión hecha por los centros desarrollados para América Latina y el tercer mundo.

Y por consiguiente, más que una televisión de ellos, sobre nosotros, es una televisión de ellos para satisfacer sus intereses. No es así precisamente una televisión desprendida y filantrópica, como se dice, graciosamente servida para nuestro solaz e impulso cultural. Al contrario, es una televisión de ellos para vender, celebrar, (y eternizar) sobre nosotros su hegemonía y por tanto, la vigencia de su cultura, su aparataje tecnológico y su modelo civilizatorio.

La conclusión obvia es que para seguir contando con el apoyo europeo-norteamericano para el desarrollo es altamente conveniente (por no decir imprescindible para todos) seguir jugando su juego, y por consiguiente, apostando a sus intereses.

La Ford Motors ha acuñado (y ha impuesto con relativo éxito en EEUU) el falso silogismo de que: “Lo que es bueno para la Ford, es también bueno para los Estados Unidos”. Glosando esta falacia lógica, la representación televisiva producida por EEUU y en menor grado por Europa, para Latinoamérica y el tercer mundo parece buscar remachar este razonamiento: “Lo que es bueno para los intereses de EEUU (y de Europa) es igualmente bueno para Latinoamérica y para el resto de los países del hemisferio”.

Este tipo de operaciones ideológicas contribuye a explicarnos porqué persistente la buena imagen de EEUU y, en general, del capitalismo criminal de cara a importantes sectores poblacionales precisamente víctimas de las mismas políticas discriminatorias y regresivas adornadas de supuesta filantropía.

Así las cosas, salvo contadas excepciones, este es el tipo de representación televisual que hoy por hoy tenemos:

• Una televisión que reúne en el consumo mientras fractura en la solidaridad y la praxis revolucionaria.

• Una televisión que ameniza shows tipo circense, al tiempo que invisibiliza (y por tanto disipa) movilizaciones colectivas en defensa de luchas por reivindicaciones y derechos.

• Una televisión que entremezcla (y confunde) lo estratégico con lo banal, y lo nacional con lo universal exotizante.

• Una televisión que deliberadamente disipa la historia nacional y regional en una sucesión epiléptica de escenas aisladas, intrascendentes e inconexas.

• Una televisión adictiva.

• Una televisión racista y machista.

• Una televisión neo-colonialista.

• Una televisión que se regodea en la minusvalía de individuos y de colectivos del tercer mundo al tiempo que ejemplifica y celebra la tácita superioridad europeo-norteamericana.

• Una televisión ramplona, chabacana, calculadamente hecha para disuadir todo asomo vernáculo y por tanto, subversivo de pensar y actuar a favor de proyectos de liberación.

• Una televisión superabundantemente anecdótica, y poco atenta en las soluciones estructurales a los grandes problemas contemporáneos que aquejan a las mayorías.

• Una televisión ideológicamente postmo, es decir, valorativamente desesperanzada, raquítica de ideas y vacía de salidas al desdén hiper-capitalista.

• Una televisión que ubica la importancia de nuestros países (y de nuestro continente) en el pasado remoto y perdido, facilitando imponer de nuevo la rancia idea de la imposibilidad de que hoy estemos en capacidad de concebir (y poner en práctica) soluciones socio-económicas, políticas y geopolíticas propias. Se proyecta remachar así nuestra “endémica minoría de edad” enfatizando la necesidad de un nuevo protectorado (cultural, tecnológico, político y económico), de nuestros países hacia aquellos países hipotéticamente “desarrollados”.
• Es una televisión que nos bombardea una y otra vez (y desde distintos formatos) mensajes sobre cómo los sujetos (blancos, norteamericanos o europeos, o los suramericanos culturalmente blanqueados hasta devenir idénticos a los norteamericanos o europeos), cómo este sujeto blanco sabe y maneja con soltura eso que el indio o negro ignora o constitutivamente nunca alcanzará conocer.
• En conclusión, gran parte de nuestra televisión latinoamericana cotidiana (e interesadamente) nos predica una lección: cómo subestimarnos, y negarnos, mientras, por otro lado, nos enseña a admirar y a afirmar culturas, sistemas jurídico-políticos y socio-económicos ajenos y neo-coloniales.

Secuelas de este tsunami representacional

Es sabido, la representación es el proceso mediante el cual la vida se hace historia. Mueve por ello a preocupación que los discursos y paradigmas que estamos hoy internalizando los latinoamericanos sobre el mundo y sobre nosotros mismos, vía televisión, sea el de una historia en la que aparecemos tecnológica, científica y simbólicamente derrotados.

Prácticamente todos los proyectos de re-pensamiento de una neo-televisión se encuentran alineados con las retóricas y la rearticulación de los intereses del capital. Es por esto clave el éxito de proyectos regionales como el de Telesur. Y es preciso que la televisión oficial y de servicio público en Venezuela y en general de Latinoamérica trascienda el paradigma primordialmente promocionista de la acción de gobierno, para apostar más resueltamente, además, por una televisión alternativa, anti-hegemónica, precisamente por anticapitalista, por humanista, por dialógica, por atenta y crítica de los extravíos hacia los que suele despeñarse la televisión hegemónica por ponerse al servicio del lucro y la manipulación necesarias a las clases, países y regiones del primer mundo.

El reto que se plantea entonces es forjar una representación televisual y discursivo-simbólica merced a la cual la vida se haga historia.

O, parafraseando a Ortega y Gasset, edificar el proceso por medio del cual la vida deje de ser mera biología para hacerse vida como biografía.

Vida como biografía, no tanto de y hacia un progreso casi siempre mal entendido, como una vida que apueste y se edifique como praxis cotidiana de y hacia la liberación.


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Luis Miguel Delgado


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