Cuando muere un camarada…

Cuando parte un camarada —y en semanas recientes varios lo han hecho—un dejo de tristeza y desconcierto nos asalta.

Tristeza pues ¿cuántos proyectos y sueños —secretos o públicos— no quedan de un modo u otro inconclusos.

Desconcierto pues ¿qué más pedirle a quienes tanto y tan dignamente sirvieron?; muchos y muchas incluso hasta el último día y minuto de sus vidas.

“Sabemos tan poco acerca de la vida. ¿Cómo podremos saber algo acerca de la muerte?” se preguntaba un tal Confucio hace 21 siglos.

Mas, sabemos que para los verdaderos camaradas aunque la muerte no debe ser buscada, tampoco debemos temerla.

Para cuántos la muerte no constituyó sino un giro táctico en la lucha o un cambio de misión.

Ejemplos fueron y serán siempre, entre otros: Guaicaupuro y Atahualpa, Bolívar y Manuelita, Zapata y Sandino, Marx y Engels, Lenin y Trotsky, Martí y Mariátegui, Gaitán y el Che, Roque Dalton y el Chino Valera Mora.

¿Para ellos la sirena de la muerte sencillamente no existió nunca. Precisamente mientras les fue posible engendrar un acto rebelde, espumar un pensamiento libertario, escribir un poema político, redactar un texto crítico o activar en las masas operarias un propósito de revolución?

Uno intuye —o sabe— que no es de “potaje/ muerte” sino de vida de lo que fueron y están hechos los verdaderos camaradas revolucionari@s de ayer y de hoy.

El incansable actor, escritor y dramaturgo británico Peter Alexander Ustinov resonaba: “La mayoría de las personas tienen miedo a la muerte porque no han hecho nada de su vida”.

Traducimos: muchos temen morir precisamente por padecer de un gran déficit de vida.

Déficit de vida para reproducir la vida, vale decir, la vida en servicio. La Madre Teresa de Calcuta lo expuso lacónica pero espléndidamente: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”. ¿No comprime esta llana frase la sustancia de cuyo centro bebe toda praxis revolucionaria?

Servir una causa, nutrirla, seguirla y en ocasiones dirigirla es la misión de los genuinos, necesarísimos camaradas.

La misión es e3ntronces ser, devenir revolucionario precisamente para vivir y dejar vivir al prójimo. Vivir y dar vida. Vivir y dar cauce a mejores y más altos y dignos y estéticos modos de reproducir la existencia. Un vivir realmente humano y estimable, hermoso y creativo para todos.

“La muerte de cualquier hombre me disminuye —profesaba el poeta metafísico inglés John Donne—… por ello nunca preguntes por quien doblan las campanas, doblan por ti.

Socialismos quijotes de la vida, capitalismo abogado de la muerte

Cómo duele e indigna cuando uno observa supuestos cabecillas culturales de la oposición venezolana regocijarse con la muerte de camaradas opositores a quienes ahora despachan bajo el mote de “chabestias”

La frase: “Gobernador que se duerme se lo lleva la corriente” es una perla de ellas.

Cuando parte un camarada, nosotros, en cambio, maduramos con Oscar Wilde: “Estar alerta, he ahí la vida; yacer en la tranquilidad, he ahí la muerte”.

O “los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte” como decía Shakespeare.

Y, sobre todo: “Si a un pueblo no le importa morir ¿de qué sirve amenazarlo con la muerte?” como contrastaba Lao Tse.

El socialismo es amor, no odio.

Es vida, nunca muerte.

Es dignidad, no impudicia.

Es praxis de solidaridad con los parias y desconsolados estén donde estén, no discurso chicagoboysiano, fondo-monetarista.

Es humanismo, jamás inclinación nazi.

La única vez que Marx escribió sobre la muerte

Tanto es así que Marx sólo una vez deliberó sobre la muerte. Marx, el defensor de la dignidad y la vida subraya en el primer tomo de El Capital: “No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia.”

Al referirse Marx a los medios de trabajo, es decir las máquinas y edificios, herramientas e utensilios varios, Marx afirma que estos conservan su forma tanto en vida durante el proceso de trabajo como después, ya agotados.

Es entonces en este punto cuando el padre del socialismo científico los llama “cadáveres”, aludiendo a los procesos de envejecimiento y muerte que padecen. Y líneas más abajo, recalca: “A los medios de trabajo les ocurre como a los hombres. Todo hombre muere 24 horas al cabo del día. Sin embargo, el aspecto de una persona no nos dice nunca con exactitud cuántos días de vida le va restando ya la muerte.” (FCE, I, 153).

En acaso la única vez en que Marx se refiere a la muerte vemos que lo hace no para hundirse en ella. Lo hace, por el contrario, para enfatizar la necesidad de denunciar la objetualización (cosificación) a que reduce el capital la vida humana para reproducir y “humanizar” precisamente el lucro.

El capitalismo pone a las mercancías en lugar de las personas y a las personas en lugar de la vida humana. A este axioma fundante puede compendiarse la crítica de Marx a una economía política por canon liberal.

De seguro Marx expresaría con nosotros: Cuando parte un camarada que realmente ha cumplido su encargo, la vida es mucho más vida y la mercancía ya un poco menos criminal.

Ser, devenir revolucionario es sobre todo, robarle vida a la muerte.

Gracias Müller Rojas.

Gracias Maja Poljak de Villegas.

Gracias Luis Tascón.

Gracias Guillermo García Ponce.

Gracias William Lara.

Gracias Richard Gallardo, Luis Hernández y Carlos Requena, dirigentes sindicalistas recién asesinados.

Gracias Alí Primera. Tuviste y tienes razón: ”…los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos”.



delgadoluiss@gmail.com


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Luis Delgado Arria


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