Al 5% que no quiere a Venezuela

En las más recientes encuestas sobre la percepción nacional frente a la posibilidad de una intervención militar extranjera, se revela un dato que, aunque minoritario, no deja de ser alarmante: apenas un 5% de las y los venezolanos manifiestan estar de acuerdo con una invasión militar estadounidense. Puede parecer un porcentaje insignificante frente al 95% que rechaza categóricamente semejante escenario, pero en realidad ese pequeño grupo representa una herida abierta en el cuerpo de la nación, una grieta que nos obliga a reflexionar sobre el sentido de patria y la psicología social que subyace a tales posturas.

La psicología del odio político

Ese 5% no se mueve por razones de soberanía ni por el bienestar colectivo. Su motivación principal es el odio político, un resentimiento que nubla la conciencia y que convierte la diferencia ideológica en justificación para lo injustificable. En la psicología social, el odio es un mecanismo de deshumanización: se niega la pertenencia del otro al mismo cuerpo social y se le concibe como enemigo absoluto. Así, se llega a aceptar que la destrucción del país es un precio válido con tal de derrotar a quienes se consideran adversarios.

Pero el odio político no surge en el vacío. Es alimentado por narrativas externas que buscan fracturar la identidad nacional, sembrar la idea de que Venezuela es inviable sin tutela extranjera, y que la única salida es entregar la soberanía a potencias que históricamente han actuado bajo intereses imperialistas. Esa narrativa, repetida y amplificada, logra que un sector reduzca la patria a un campo de batalla donde lo importante no es la vida de millones de compatriotas, sino la victoria de una facción.

El sentido de patria frente a la amenaza

La patria no es un concepto abstracto ni un recurso retórico. Es la memoria compartida, la tierra que nos sostiene, la cultura que nos define y la dignidad que nos une. Defenderla no significa negar las diferencias políticas, sino reconocer que ninguna diferencia puede justificar la entrega de nuestra soberanía a fuerzas extranjeras. La guerra no distingue entre ideologías: arrasa con hospitales, escuelas, familias y sueños. Quienes hoy claman por intervención militar parecen olvidar que las bombas no preguntan por filiación partidista antes de caer.

El 95% que rechaza la invasión demuestra que, más allá de las tensiones internas, existe un consenso profundo en torno a la defensa de la nación. Ese consenso es un capital social invaluable, una muestra de que el sentido de patria sigue vivo en la mayoría. Sin embargo, el 5% que se aparta de ese sentir nos recuerda que la tarea de fortalecer la identidad nacional y la conciencia crítica nunca está concluida.

La pedagogía de la soberanía

Frente a este panorama, la respuesta no puede ser únicamente la condena moral. Se requiere una pedagogía de la soberanía, un esfuerzo colectivo por educar en el valor de la independencia, en la memoria histórica de las luchas contra el colonialismo y en la comprensión de que la dignidad nacional no se negocia. La psicología social nos enseña que las creencias se transforman en comunidad, que la identidad se fortalece cuando se celebra y se comparte, y que el odio se disuelve cuando se sustituye por proyectos comunes de esperanza.

Ese 5% debe ser interpelado, no desde la exclusión, sino desde la firmeza ética: se les debe recordar que la patria no es propiedad de un partido ni de una ideología, sino un bien común que trasciende las coyunturas. La crítica política es legítima, pero nunca puede convertirse en aval para la destrucción de la nación

“Al 5% que no quiere a Venezuela” hay que decirle con claridad: la patria no se entrega, no se negocia, no se bombardea. La soberanía es el fundamento de nuestra existencia colectiva, y la guerra jamás será un camino hacia la democracia ni hacia la justicia. 

Ese pequeño porcentaje, cegado por el odio, debe ser confrontado con la fuerza de la memoria, de la identidad y de la dignidad nacional. Porque Venezuela, con sus luces y sombras, con sus desafíos y esperanzas, es un proyecto de vida que nos pertenece a todos. Y defenderla es, hoy más que nunca, un acto de amor y de conciencia histórica.

 


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Oscar Bravo

Un venezolano antiimperialista. Politólogo.

 bravisimo929@gmail.com      @bravisimo929

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