Una descarada confesión

El frustrado aspirante a Nobel de la Paz, tal y como es característico en él, ha tenido la desvergüenza de confesar públicamente algo que para nadie es un secreto: que Estados Unidos le ha dado “tantas armas a Israel”, “que ese país se volvió fuerte y poderoso”, lo que finalmente condujo a la paz. No sé cómo lo interpretarán los demás, pero para mí con su grandilocuencia de siempre, Trump está reconociendo abiertamente más que complicidad, su coautoría en el genocidio del pueblo palestino, y la destrucción de históricas ciudades que son un patrimonio universal, venerado por la humanidad.

De ahí que se puede inferir que, tanto como el sanguinario genocida Netanyahu, el “pacifista” Trump también ha transgredido el Derecho Internacional Humanitario; por cuanto el mundo ha sido testigo en tiempo real, de que esas armas aportadas junto con la información de inteligencia para precisar objetivos estratégicos y civiles, se utilizaron para cometer graves crímenes y violaciones a los Derechos Humanos; que es la condición básica para la intervención de la Corte Penal Internacional, que por cierto administra muy bien su ineficacia, al actuar solamente contra los adversarios del sistema de dominación global, mientras deja impune los crímenes de los agentes del imperialismo. Porque no me vayan a decir que alguien se tomó en serio, la pantomima de la orden de captura que emitió dicho organismo el año pasado, contra Benjamín Netanyahu y su ministro de defensa Yoav Galant. 

Hecho que definitivamente sirvió para exponer descarnadamente, la farsa que representa este organismo, al claudicar cobardemente sus atribuciones, ante el contraataque de Trump en defensa de sus sicarios favoritos; emitiendo sanciones contra los funcionarios de la institución erigida conforme al Estatuto de Roma, para castigar delitos tan flagrantes y abominables como de los que se jactan estos monstruos teóricamente encausados por la CPI.

Lo que al propio tiempo nos revela una vez más −pero de manera dramática por tratarse de cuestiones tan relevantes y abarcantes como el derecho internacional, y su rol como supuesto soporte de las relaciones entre las naciones, y del respeto de los valores humanos implícito−, el vasto, por no decir absoluto dominio que ejerce Estados Unidos en los distintos organismos creados al término de la Segunda Guerra Mundial, con la pretendida intención de garantizar un orden mundial equilibrado y regido por “reglas”; que a la postre con los acontecimientos posteriores que llevaron a la desintegración del campo socialista, dejó al descubierto una estructura calculadamente construida, para convertir a la poderosa nación gringa en una auténtica dictadura mundial.    

Apenas un ejemplo de este absolutismo avasallador, lo podemos ver en la orden ejecutiva o decreto promulgado por el Emperador que despacha desde la Casa Blanca, para proteger de las actuaciones de la CPI a los sionistas israelíes y a sí mismo (por si acaso); de la cual extractaremos algunos párrafos, que son una elocuente exaltación a lo gringo, de la “libertad” y la “democracia”, tan rigurosamente exigida a los demás países por nuestro poderoso vecino del Norte. Citamos y comentamos:

 “Por la autoridad que me confieren como Presidente la Constitución y las leyes de los Estados Unidos de América (…), Yo, Donald J. Trump, Presidente de los Estados Unidos de América, encuentro que la Corte Penal Internacional (CPI), establecida por el Estatuto de Roma, ha participado en acciones ilegítimas e infundadas contra Estados Unidos y nuestro aliado cercano Israel…”

Bueno yo diría que de entrada, ya aquí quedan abolidas la CPI y las legislaciones nacionales de los demás países con tribunales y todo, y si acaso se salva la Corte Celestial es de chiripa. El decreto rechaza las investigaciones iniciadas por el organismo, y sobre la excusa de que EE.UU ni Israel son parte del Estatuto de Roma ni miembros de la CPI, alega que no están sometidos a su jurisdicción, y que −por si no fuera suficiente tanta hipocresía e insolencia− las dos naciones son “democracias prósperas con ejércitos que se adhieren estrictamente a las leyes de la guerra”. ¡Qué ironía tan ofensiva y cruel para la dignidad de sus millares de víctimas en todo el mundo!

Pero desde otro punto de vista, el documento entre otros aspectos que se pudieran evaluar, resulta muy interesante porque refleja fielmente la visión que tiene Estados Unidos de sí mismo como potencia suprema, que se autocalifica como una nación “excepcional” (con toda la carga mesiánica del vocablo); y en tal condición alienta el supremacismo de los agentes a su servicio, dotándolos de una inmunidad que trasciende las leyes inclusive extraterritorialmente, para eximirlos de cualquier delito. Así ha sido siempre (lo vemos a menudo en las negociaciones con otros países para liberar a sus sicarios y criminales de guerra); lo que pasa es que con el estrambótico presidente de turno se nota más.

Bueno, volviendo al tema hay que destacar un elemento muy importante, y es cuando el decreto advierte que “el Estatuto de Roma crea un riesgo de que el presidente y otros altos funcionarios electos y designados por el Gobierno de los Estados Unidos puedan ser procesados por la Corte Penal Internacional”. Y este es un dato muy relevante porque denota la conciencia que se tiene de las atrocidades cometidas directamente, como en Afganistán, Irak, Libia, etc.; o indirectamente por intermedio de Israel, en contra del sacrificado pueblo palestino, y en consecuencia este sería su escudo protector, ante la eventualidad de que sus autores fuesen perseguidos por la justicia. 

De manera que consideramos como factible, que con los mismos argumentos sostenidos en el Derecho Internacional Humanitario −los cuales comprometen la responsabilidad y la obligación de los estados, para evaluar el riesgo y evitar que los armamentos y pertrechos de guerra, sean utilizados para la violación de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad−, se pudiera emitir la correspondiente orden de captura y enjuiciamiento, nada más y nada menos que contra el petulante y arrogante Donald Trump. 

Quien además de haber confesado su coparticipación en los crímenes contra Palestina, se pasa el día profiriendo amenazas e insultos a diestra y siniestra; agrediendo y propiciando torturas a inmigrantes; asesinando sin fórmula de juicio a presuntos delincuentes en alta mar; librando caprichosas órdenes de recompensa, incitando al asesinato del presidente de una nación independiente y soberana como lo es Venezuela, a la que ha bloqueado su acceso marítimo y amenaza a los cuatro vientos con invadirla; un país pacífico, amante y faro de la paz que proyecta al mundo, desde que venció y expulsó de la región a los colonialistas europeos.

Es así que por todas estas razones, y aunque a unos pueda sonar como un atrevimiento, mientras que a otros como un chiste de mal gusto que les provoque una risita nerviosa; la verdad es que sí existen las vías… Por ejemplo un tribunal especial (ad hoc) pudiera crearse para investigar todos estos horrores; la piedra de tranca aquí es que tendría que ser impulsado desde la Organización de Naciones Unidas, y aprobado por el Consejo de Seguridad de la misma ONU; lo que nos remite a la inquietante pregunta de la vieja fábula: Para pedir el enjuiciamiento a Trump… ¿Quién le pone el cascabel al gato…?

 
fabianjas@gmail.com


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