"No tenemos aliados eternos ni enemigos perpetuos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos…". Lord Palmerstone – Primer Ministro de Gran Bretaña
Lo hemos dicho antes, en Venezuela y fuera de ella existen sectores de oposición que han desarrollado una especie de culto por Trump, a quien le endilgan un poder místico que, junto con su presunta disposición solidaria y la estructura militar de EEUU más temprano que tarde nos resolverá el problema de salir de Maduro y sus cleptómanos bolivarianos.
El problema es que, en la vida real, o dicho con más propiedad, el realismo político no funciona así. En las relaciones internacionales el poder y los intereses son los fines primarios que mueven a las naciones y a los políticos. El realismo político rechaza la identidad de las aspiraciones morales de una nación con las leyes que gobiernan el universo.
Dicho esto, con Trump el problema es aún más complejo, porque en sus tres años de gobierno ha demostrado que incluso los intereses de su nación son secundarios a los personalísimos suyos. En efecto, las decenas de investigaciones que condujeron a su proceso criminal de impeachment y las que siguen pendientes están todas relacionadas con su interés personal de lucrarse o beneficiarse políticamente para ser reelecto y salvar el escollo bajo la protección de la prescripción de sus delitos con su reelección. Pensar que a Trump lo ha conmovido la precaria situación en que nos encontramos los venezolanos es más que un enorme de interpretación es un disparate.
En el balance que debe hacer Trump entre salir de Maduro y recibir la ayuda de la Rusia de Putin sin duda prela esta última. Es bien sabido que el proceso judicial al que fue sometido Trump se fundamentó en intrincados intereses políticos y personales de Trump con Putin que aleja cualquier posibilidad de que en el balance de intereses Rusia/Venezuela nuestro país pueda ser favorecido. El proceso contra Trump estuvo centrado en sus negocios inmobiliarios en Moscú y el ataque cibernético de la inteligencia militar rusa que favoreció a Trump durante la campaña electoral de 2016 y que amenaza con favorecerlo de nuevo este año. Innecesario destacar igualmente el valor estratégico que para Putin significa la presencia rusa en América del Sur representado por un servicial aliado.
¿Resultado?
Cuando en agosto de 2017 Trump anunció que la "opción militar" contra Maduro "estaba sobre la mesa", el tiempo se encargó de demostrar que era solo una bravuconada. En poco tiempo el realismo político se impuso y las alianzas del gobierno venezolano con Cuba, China y especialmente Rusia se hicieron evidentes.
Los resultados de esta sucesión de mentiras y contradicciones no pueden ser más desoladoras. Ante el culipandeo de Trump, Maduro y la oposición colaboracionista se envalentonaron y le arrebataron, con el mayor descaro, la Asamblea Nacional a la oposición y ya preparan un CNE con elecciones arregladas seguros de que no habrá consecuencias y que la "opción militar sobre la mesa" era sólo una guasa que el realismo político se encargó de hacer añicos.
Los encuentros de Guaidó con jefes de Estado de Europa y en la Casa Blanca con Trump en otras circunstancias habrían sido cruciales en el proceso de defenestrar a Maduro, si la palabra del presidente de EEUU fuera confiable. Desde la bravata de Trump en agosto de 2017 acerca de la "opción militar está sobre la mesa" a su declaración de que "Venezuela fue un gran tema de nuestras conversaciones" en su reciente reunión con el presidente Iván Duque de Colombia, hay una gran cuesta en su rodada. Esta semana Trump ofreció otro saludo a la bandera venezolana. Prorrogó por un año la Declaración de Emergencia que decretó Obama en marzo de 2015 y que ha servido de base legal para sancionar al régimen de Maduro.
En su actual campaña electoral, Trump ha encontrado un nuevo uso de la Venezuela ultrajada, servirle de espantapájaros socialista contra sus rivales demócratas. De modo que Venezuela estará con una presencia creciente en la agenda electoral de Trump, ahora sólo como un monigote socialista para asustar a los gringos que encuentren al candidato demócrata muy progresivo.
No obstante, la buena noticia es que, pese a las críticas, algunas con razón y la mayoría sin ellas, Guaidó ha demostrado una disposición y un coraje físico y moral que los venezolanos no estamos acostumbrados a ver en un político en todos estos años de tragedia. El problema es que contrasta con una población que parece haberse acostumbrado a la servidumbre y grupos de clase media que se devoran entre sí con un fanatismo exacerbado que espetan sus prejuicios a través de las redes sociales.
Los que quieran un ejemplo de este abyecta y prosaica manera de descalificar a Guaidó, examinen en Twitter a un culto-trumpista que está convencido que la edad muy avanzada es la que otorga a los ancianos la sabiduría, presume de sus resentimientos y pontifica con procacidad persuadido de que sus opiniones son dogmas de fe. Pretende hacer daño con la misma intencionalidad malévola de un colectivo bolivariano en motocicleta y aún se regodea de accidentes políticos ocurridos hace cerca de un siglo como si fueran méritos personales. El hashtag de este prototipo de nulidad engreída es @earistiguieta70.