La autonomía popular como estrategia y como proyecto político

En su libro «La comunidad autoorganizada. Notas para un manifiesto comunero», Miguel Mazzeo, intelectual y profesor de Historia en la Universidad de Buenos Aires, nos señala lo siguiente: «Cuando los movimientos sociales, las organizaciones populares e incluso los sindicatos y los partidos políticos de izquierda, democráticos, nacional-populares o 'progresistas' (no abiertamente integrados, institucionalizados y recodificados) asumen compromisos con las praxis centradas en la creación, el impulso, la defensa o la simple celebración de la autoafirmación de la comunidad autoorganizada (actitudes que van más allá de 'soportar' una actividad independiente); cuando se constituyen, deliberada y conscientemente, en 'frentes secundarios' dedicados a la creación de instancias comprometidas con un devenir autónomo de las personas y de las instituciones de carácter público; cuando optan por coexistir con su praxis (y no preexistir) y cuando hacen de esa coexistencia el fundamento mismo de su existencia, emergen las situaciones para una ruptura con los aparatos de gobierno modelados por los mecanismos de mercado y para que una estrategia política emancipadora desde abajo comience a cobrar forma. En fin, aparecen las condiciones para una auténtica innovación política y para la invención de gubernamentalidades autónomas». Todo ello caracterizado por una identidad colectiva, a la que pueden adscribirse todos los movimientos sociales y políticos alternativos sin perder por ello sus rasgos y sus intereses particulares, convencidos de la viabilidad de la autonomía popular como estrategia y proyecto político emancipatorio.
 
Vista la comunidad como el primer y más importante espacio de construcción de la política y de lo político, se impone recuperar y valorar, simultáneamente, las raíces étnicas, históricas y culturales de nuestros pueblos. Con ello presente, se debe fomentar entre los sectores populares, minorías étnicas y movimientos colectivos marginados la capacidad de producir, gestionar y acceder al conocimiento de modo que éste incida positivamente en el logro de una democratización efectiva del saber; lo cual podrá alcanzarse a través del aprendizaje colectivo y horizontal, siendo elementales para ello las iniciativas de educación popular, las plataformas digitales colaborativas y las redes de conocimiento comunitario. Todo esto enfocado en promover cambios estructurales, gracias a la conciencia crítica y reflexiva de quienes participen en dicho proceso, creando espacios organizativos donde la diversidad y la inclusión social sean sus principales elementos constitutivos. Esto conlleva el ejercicio comunitario de la democracia de base, es decir, de una democracia popular y/o directa mediante la cual todo los sectores populares participan y se hacen sujetos históricos de su propia emancipación y de la transformación estructural del modelo civilizatorio vigente, ya que sin ésta ningún cambio político, económico, social y cultural podrá hacerse sostenible en el tiempo, a pesar de lo que se haga a nivel de gobierno y de las legislaciones que se aprueben para garantizarlo.
 
Una propuesta o proyecto revolucionario, por ejemplo, basado en el principio zapatista del «mandar obedeciendo» (en obediencia al pueblo, obviamente), tendría que estar transversalizado por una concepción más amplia y profunda de la democracia, de forma que también se establezca que todas las instancias de autogobierno popular sean de carácter colectivo y rotativo, a fin de evitar la perpetuidad de todo tipo de liderazgo individual o grupal que termine por desvirtuar los objetivos emancipatorios fundamentales de una propuesta o proyecto de este tipo. Tendrá que asentarse, de igual modo, sobre una estructura jurídica revolucionaria que contemple la autodeterminación territorial; lo que requiere de un aprendizaje colectivo continuo respecto a la importancia y al ejercicio de la autonomía popular que abra brechas que conduzcan a la conformación de una subjetividad revolucionaria colectiva; erradicando la concepción eurocentrista (o modernista) dominante en nuestros países, la que establece una jerarquización y una división de clases, de ser posible, de manera inalterable, donde los sectores populares sean excluidos política, social, cultural y económicamente.
 
Con la finalidad de que el poder popular se manifieste y se mantenga como una fuerza social revolucionaria es preciso iniciar y sostener permanentemente una democratización de la democracia misma que se manifieste en el paso de una política gestionaria a una política crítica, lo que habrá de acompañarse de una revisión teórico-analítica que permita darle a ésta un carácter decididamente anticapitalista, anticolonial, antiimperialista y antipatriarcal; haciéndola entonces una realidad irreversible. Como efecto de tal proceso, el pueblo (organizado y consciente de su identidad y de su propia autonomía) se hace centro y medida de todas las cosas, lo que se logrará por medio de la activación de unas nuevas referencias culturales de movilización y de comprensión dialéctica de lo que es la realidad del mundo contemporáneo y de cómo esta misma realidad, de uno u otro modo, afecta su propio destino y su desarrollo.


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Homar Garcés


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