Hacia una televisión contra-hegemónica en Venezuela

Diversos actores, principalmente de la sociedad civil, aparecen hoy llamando a profundizar la reflexión sobre la dimensión mediática y, sobre todo, televisual para profundizar el salto adelante revolucionario a que estaría llamada la sociedad venezolana.

¿Qué elementos debería investir una comunicación televisiva de servicio público, hiper-moderna, progresista y, asimismo, revolucionaria en los socio-política e ideológicamente agitados tiempos que corren?

Como ha asentado el lingüista y analista político usa-mericano Noam Chomsky, responder a esta pregunta sobre los tipos y atributos de medios progresistas (con aptitud para responder a la andanada ideológica provenientes de la derecha) sólo va a ser posible en la medida en que desmenucemos y diseccionemos el mapa histórico y presente actual de nuestra propia geografía televisiva.

Una posición apocalíptica ante la cultura de masas no va a contribuir en lo absoluto a distinguir cómo y hasta qué medida la ideología se inocula, reproduce (y se torna epidemia) siguiendo atajos la mayoría de las veces sutiles, aunque, definitivamente efectivísimos.

Urge por tanto ver, explorar y, más aun, escudriñar las diferentes ofertas y geografías programática-ideológicas (y estéticas) que vía relato televisual vehiculan y remachan los distintos polos (de derechas y de izquierdas).

Una premisa inicial: no hay (no puede haber) una televisión alternativa y revolucionaria que eluda la tarea de dialogar y polemizar con los formatos industriales y los códigos conceptuales y estéticos que ha construido por casi un siglo la televisión capitalista.

La televisión hegemónica no es otra que la que han ideado y facturado fríamente a la medida de sus intereses las clases hegemónicas burguesas. Y no podría ser de otra manera. Lo contrario sería ordenarle peras progresistas al olmo del mercantilismo.

La forma es el contenido conceptualiza Hyden White, una de las voces académicas más refrescantes por estos días en materia de teorías del discurso y de la exégesis histórica.

Según White, a similitud de cualquier género ficcional (como la novela, el cuento o el teatro, por ejemplo), la escritura de la historia se funda la mayoría de las veces sobre un conjunto de procedimientos retórico-simbólicos que hacen de dicha disciplina un artefacto fictivo. Todo producto del cruce creativo de convencionalismos interpretativos, atravesados por una buena cuota de intereses, imaginarios, visualidades e imaginación.

La historia, al igual que cualquier otro discurso, (incluyendo el de las ciencias duras), escribe y vehicula además un género muy especial y nítidamente posicionado políticamente.

Si este silogismo es aplicable al reverenciadísimo género de la historia, ni qué hablar con respecto de un espejismo no por casualidad capitaneado por los piratas neoliberales que se hacen apodar “libretistas, ”directores”, “ejecutivos” o “directivos ”de nuestra televisión comercial.

Así, tras los formatos de la telenovela (rosa, “cultural” o cardíaca, estilo E.R), los programas muchas veces mal rotulados “cómicos”, los “serísimos” informativos, los duelazos infantiles y juveniles, los conmovidos eventos de concursos, y los múltiples enlatados duchados de “sexo-acción” (es decir, de persecuciones, detonaciones, torturas, traiciones, depravaciones y cadáveres), etc., tras todo esto no hay sino un plan masivo de distracción e inoculación de ideología (que no de mero entretenimiento) tras el que se camufla un proyecto más vasto de ciudadanía:

Una ciudadanía comercial-televisiva que radica (y por ende promueve) una suerte de voyeurismo:

El voyeurismo retorcido de unas mayorías que mansamente aplauden (lucrativamente tras la pantalla) el espectáculo (muy al estilo Sábado Sensacional) de cómo ciertas elites burguesas e iniciadas pastorean a la pobrecía al potrero del traspatio de la historia, para repartirse luego, entre ellos mismos, la porción de pastel que vaya goteando, destilando de país.

En la otra orilla del espectro hertziano tenemos la televisión estatal y alternativa venezolana, ambas hoy en el sondeo de un norte conceptual y de gestión que busca ser de molde libertario, anticapitalista y revolucionario.

Sin embargo, nuestra televisión estatal y mucha de la alternativa generalmente se imaginan a sí mismas desde una doble trama:

Por un lado, tenemos la complexión noticiosa, estructurada sobre el esqueleto de un noticiero estelar mañanero, otro de mediodía y un tercero, nocturno, algunas veces salpicados de avances informativos.

Y, por el otro, una textura opinática muchas veces construida desde una sucesión de emisiones de entrevistas, primordialmente auto-justificados en el formulismo de glosar la actualidad, orientar a la ciudadanía sobre temas de importancia y dar capital televisual a los actores políticos.

Pero, aun cuando las estadísticas documentan que el grueso de la audiencia venezolana enciende el televisor buscando introducir una cierta dosis de ficción y salubre entretenimiento a su acalambrado día, la programación de nuestros canales oficiales y alternativos corrientemente nos ofrecen un arisco y casi dietético menú dispuesto de entrevistas, de cuando en cuando, espolvoreado de avances informativos.

No es que le tenga ojeriza a los programas de entrevistas. En todas las televisiones del planeta existe un fragmento madrugador y otro noctívago de la programación especialmente dedicado a esto.

Pero una cosa es competir con CNN o Globovisión a las 11 de la noche con a una entrevista en vivo a Noam Chomsky contra un gélido show como el de Oppenhaimer, y otra cosa muy distinta es poner a competir a las alegres cinco de tarde al Defensor del Pueblo contra un especial sobre cómo se realizó: Happy Feet, el pingüino. Un filme que hasta hace poco punteaba el primer lugar de la cartelera y que ha sido acreedor a dos globos de oro por mejor film animado y mejor canción.

Una cosa es ser uno televisualmente revolucionario….

Y otra muy distinta es creer que a las cuatro, cinco o seis de la tarde es posible rastrear a algún teen-ager por debajo de los 17 años de edad, entre el multisápido oleaje de canales apertrechados de programación de corte juvenil, que sintonice a una entrevista sobre la nueva dimensión ética patrocinada por la Contraloría General de la República.

Para aquellos que gozan de TV por cable, a esta hora (y con este target) ni el mismísimo Mario Silva flanqueado de Lina Ron y el vicepresidente de la república aguantan el golpe de Chiquititas, El robot adolescente o Jetix. Fenómeno parecido se puede afirmar para la muchachada pre y post adolescente que tiene acceso a TV abierta.

Nótese esto: no traigo a colación una comparación entre un especial sobre Britney Spears o Floricienta, en cuyo caso creo que ni el mismo Chávez aguantaría semejante píldora de humo, además bajita y en la esquina de afuera.

Alguien podría decir que l televisión política no es para chavales o muchachos. Pero, es claro: la televisión comercial no capta a sus fans después del los veintiún años.

Toda esta lata para recalar en lo que parece ineludible: la necesidad de avanzar más y más rápido en la tarea de delinear, facturar y transmitir una programación infantil y juvenil con formato sugerente para sus audiencias, pero introduciendo contenidos de molde alternativo, progresista y contra-hegemónico. En este esfuerzo Tves está haciendo aproximaciones interesantes, dignas de apoyar y emular.

Igual cosa puede decirse para el público adulto en el horario en que proliferan las telenovelas.

En sus propias palabras lo refrendan los televidentes medios: todavía rastreamos una TV oficial y comunitaria capitalmente sesentosa, adulto-céntrica y político-céntrica.

Una pregunta que hay que formularse es ¿cómo hacer para que algunos de nuestros recién estrenados canales oficiales y comunitarios puedan competir resueltamente con el capital ideológico-simbólico de los programa de ficción y, más aun, con la instantaneidad noticiosa de poderosas cadenas globales de noticias como CNN?

Tanto por el factor estrictamente presupuestario cuanto como por el organizativo y por la variable experiencia, es un secreto a voces que se hace en extremo difícil competir con la aceitada ametralladora de tubazos informativos de estas máquinas de moler y producir realidad que son las cadenas internacionales de noticias.

Esto sin entrar en las complejidades políticas, económicas, jurídicas, culturales y de intereses que plantea difundir una cobertura regional y mundial siquiera colindante a la de estas portentosas cadenas comerciales.

Así las cosas, si es muy difícil competir con la celeridad noticiosa o con el rango de cobertura, ¿cómo ponerle el cascabel al gato a la artillería pesada de orden político-simbólico con que la derecha internacional edifica, reditúa y robustece su hegemonía?

La estrategia político-televisual seguida hasta ahora en la Republica Bolivariana de Venezuela ha privilegiado el acompañar, proyectar y potenciar la agenda cotidiana desde cuyo bitumen el presidente Chávez y otros lideres progresistas políticos y sociales de la región y del mundo vienen re-figurando las narrativas, modos, estilos y de innovar la política.

Esto es clave, pero todavía insuficiente. La variable ficción sigue siendo la forma más eficaz de las derechas para vehicular la ideología dominante. Y en este aspecto nuestra televisión contra-hegemónica todavía tiene el desafiante reto por esbozar y ensayar, inventar o, más bien, parir un camino.

El fenómeno de la tele-presencia resulta hoy una herramienta cardinal para la inyección de validez y de “pegada” tanto para efectos de raiting como para efectos de capital político. Un instrumento por cuya virtud la televisión no mercantil, por decirlo así, ha logrado “competir” con la televisión abierta (y de cable) de corte capitalista-comercial.

Pero como algunas televisoras comerciales instaladas en el país generalmente transmiten parte de los principales eventos oficiales, no resulta pensable que la televisión oficial y alternativa pueda soportar mucho más tiempo su nivel de sintonía y de fidelidad en el lomito que le conferiría tener la referida exclusividad.

La variable analítica en vivo aparece entonces como uno de los dispositivos distintivos por excelencia de una neo-televisión contra-hegemónica. Una TV alternativa, conceptualmente válida y políticamente posicionada.

Creo que habría que trabajar mucho en este respecto: preparar periodistas-analistas, construir escenarios e investigar incesantemente para suministrar a estos historiadores del presente herramientas para comentar los acontecimientos en vivo. Herramientas estas imprescindibles para multiplicar una experiencia televisiva que descifre, interprete y confiera inteligibilidad a la realidad sociopolítica y cultural. Todo esto, por supuesto, en tiempo real. No al día siguiente, ni la semana posterior a los hechos, sino en el marco mismo de la ocurrencia del evento.

Sería injusto dejar de reconocer el esfuerzo que se está haciendo por abordar (con cierta dosis de investigación) temas de gran importancia, una semana o hasta un mes después de la ocurrencia de eventos. Pero, el caso es que si la fidelidad y hondura investigativa fueren los elementos diferenciadores de una televisión informativa verdaderamente contra-hegemónica, creo que el énfasis debería hacerse precisamente en esto: en la investigación para imaginar escenarios y espumar hipótesis de interpretación en tiempo real. O, al menos, lo más cercano posible al tiempo real de ocurrencia de los sucesos.

Hasta hace pocas décadas el problema principal para armar un buen servicio de comunicación e información planteaba la dificultad para acceder a la información. Pero el paradigma cambió en 180 grados. La recalada de la Internet y la proliferación de centenares de opciones informativas hoy día dejan obsoleta la capacidad de captura de información como mecanismo de diferenciación. Esto es, como estrategia de diferenciación para lograr competir en el mercado hertziano. Ahora se privilegia (y tal vez se nos exige) el procesamiento y análisis en tiempo real de esta hiper-compleja realidad local, regional o nacional pero en el marco de sus relaciones con la esfera global. La información se disuelve cada vez más en comunicación. Y el epicentro en que todo sucede deviene una aldea planetaria cada vez más porosa, abierta a múltiples escenarios y profundamente interdependiente.

Creo entonces que estos son las dos desafios que nos plantea la televisioin:

1. La investigación para aprovechar la variable ficción como una herramienta de y para la creación y proliferación de un mundo utópico socialista.

2. La investigación, anticipación, y cruce de variables y de escenarios como soporte de un periodismo televisual que ayude a comprender y a reaccionar mejor ante los nuevos desafíos de lucha en favor del socialismo y en lucha contra nuestros ocho caballeros del Apocalipsis:

El imperialismo, el neocolonialismo, el lumpen-proletarismo, el individualismo, la ineficiencia, la corrupción, la flojedad intelectual y el bolivarianismo santanderista.


delgadoluiss@gmail.com


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Luis Delgado Arria


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