Colombia, el único riesgo es que te quieran matar: Petro, la izquierda caviar y Venezuela

La frase que da título a este artículo es una réplica tragicómica a una campaña publicitaria que surgió hace unos años, en algunos canales de televisión por suscripción, para limpiarle la imagen al Estado terrorista neogranadino. Con supuestos testimonios de algunos extranjeros que hallaron en el vecino país un "segundo hogar", estos invitaban a visitar dichas coordenadas y remataban con la inverosímil consigna: "Colombia, el único riesgo es que te quieras quedar". Sí, la Colombia del narcotráfico, el paramilitarismo, los desaparecidos, los masacrados y la industria del crimen organizado, se presentaba como la sucursal de la Confederación Helvética en América Latina. Un rincón tan "apacible", "seguro" y "libre" de chauvinismo, que hasta provocaba permanecer en él, según el "marketing" de segunda de esta estratagema de propaganda de la plutocracia adyacente. ¡Nada más remoto a la veracidad! La "crema y nata" contigua vende (y deglute) la falacia del paraíso caribeño en los recovecos de la cumbia y no pierde oportunidad de atacar a la incómoda "hermana" bolivariana.

Colombia ha sido rehén de su oligarquía desde hace cinco centurias y los medios de comunicación que ésta controla son instrumentos para lavar la faz al "establishment" asesino que ha perpetuado una de las dictaduras más abyectas de nuestra América. Aquella rancia casta que siempre vio por encima del hombro a la Provincia de Venezuela (posterior Capitanía General en 1777), desde su cúspide de virreinato ibérico, y odió con todas sus vísceras a aquel magnánimo caraqueño, Simón Bolívar, que deseaba romper (y rompió) las cadenas de dominación que nos subordinaban a la antigua metrópoli. Al transcurrir de los decenios, esa obsesiva animadversión de la camarilla santafereña hacia Venezuela y El Libertador ha permeado en vastas capas de la población con el fin de exacerbar un antivenezolanismo enfermizo que traspasa los límites de la mera xenofobia, a pesar de que nuestra nación ha sido la "válvula de escape" de un Estado fallido incapaz de brindar un mínimo de bienestar a la mayoría de sus ciudadanos. Millones de neogranadinos han venido a estos suelos para encontrar lo que se les ha negado en su terruño, no obstante, el revanchismo, la envidia, el recelo y la puñalada artera, son elementos inamovibles en la cátedra de ignominia del Estado Profundo colombiano. Luego de ser uno de los cuatro virreinatos de la América colonizada por Madrid, Colombia entró en un torbellino de inestabilidad política y económica a partir del siglo XIX debido a las numerosas contiendas civiles de ese período. El siglo XX neogranadino comenzó y la Guerra de los Mil Días acumulaba dos años: en 1901, la tasa de inflación era de 400% (*). En 1905, Colombia ya tenía su primera reforma monetaria con la Ley 59 y 100 unidades del antiguo peso equivalían a un peso oro (la nueva escala). En contraposición, por estos lares, nuestro bolívar se trocaba a una tasa de Bs. 5,20 por cada billete verde y era una de las monedas más sólidas del planeta. De acuerdo con guarismos del Banco de la República del territorio aledaño (basados en dólares constantes de 1990 corregidos por paridad de poder de compra), el PIB per cápita de Colombia -en el año 1900- era de $973 y nos superaba por 18,51% (nuestro PIB per cápita era de $821). Para 1950, nuestro indicador era de $7.424 y el neogranadino apenas alcanzaba los $2.089, o sea, un margen de 255,38%. En 1973, nuestro PIB per cápita se ubicaba en $10.717 y el colombiano en $3.539 (¡202,82% de trecho!). Pinceladas que nos brindan una idea de los derroteros que tomaban ambas economías por tales años (**).

En el ecuador del siglo XX, nuestras piezas de plata del dinero circulante iban a parar a coordenadas colindantes. Los fuertes o monedas de cinco bolívares de 25 gramos del metal precioso, eran los tesoros más buscados por los colombianos que sufrían las penurias de una nación que había sido arrasada por El Bogotazo y en la que se reeditaba una cruenta etapa de convulsión social. Es evidente que el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán fue otro fatídico episodio que empujó a muchos neogranadinos a refugiarse en Venezuela. Por décadas, millones han migrado hasta acá y se les ha tratado como hermanos; por desgracia, no podemos afirmar lo mismo cuando el fenómeno ha sido a la inversa aunque en una proporción infinitamente menor (***). A pesar de que la Patria de Bolívar ha sido la sempiterna "tabla de salvación" de Bogotá (al ésta encargarse de sus desplazados), la actitud del Estado terrorista y de muchos colombianos de a pie, es de prepotencia y desprecio hacia los venezolanos. Sin embargo, lo que no se otea es que hemos acogido -por decenios- a gente buena, pero también a gente nociva. Verbigracia, una considerable tajada de las modalidades delictivas que se utilizan en nuestro país, porta el sello "Made in Colombia": desde las estafas más simples hasta el desmembramiento de cuerpos humanos. Es paradójico que una de las cintas más amarillistas que se ha producido en nuestras latitudes, "Secuestro Express" (2005), gire en torno a una actividad criminal que ni siquiera nació en Venezuela sino en Colombia. Ni hablar del contrabando de extracción de combustible que ha infligido un daño inestimable -por años- a nuestra economía. La abyección más reciente -desde el otro flanco del Arauca- ha sido la de la manipulación del valor de nuestro bolívar en la frontera, lo cual desencadenó una dantesca inflación sin precedentes en nuestra República y nos mantuvo por más de un lustro en un delicado contexto económico y social.

PETRO, LA IZQUIERDA CAVIAR Y LA INDEMNIZACIÓN AL PUEBLO VENEZOLANO

El ex guerrillero del fenecido Movimiento 19 de Abril (M-19), Gustavo Petro, es el nuevo presidente de Colombia, lo que no deja de ser una anomalía en un Estado avasallado por las cúpulas más psicópatas, recalcitrantes y pitiyanquis del orbe. Diríamos que Petro es "vástago" de la segunda ola progresista que arropa a América Latina desde la victoria de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en México, en julio de 2018. No obstante, a diferencia de la primera ola, en la que había más uniformidad de criterios y donde nuestro Comandante Chávez era el indiscutible factor de cohesión, en ésta hay varias "tonalidades" y discursos que no terminan de convencer o -desde el minuto uno- se han entregado al imperialismo. Alberto Fernández, en Argentina, es un esclavo del Fondo Monetario Internacional y Washington; Pedro Castillo, en Perú, está condenado a la inacción entre una derecha obstruccionista y un Ejecutivo plagado de contradicciones; y Gabriel Boric, en Chile, es el "niño mimado" de Joe Biden para edulcorar aún más la narrativa de lo que hemos denominado, desde hace rato, la "izquierda caviar": aquella siniestra política -con su corazoncito a la derecha- que proclama como "ñángara" de cafetín (justicia social, inclusión) mas actúa como gerente de McDonald's. Un rasgo común entre Fernández, Castillo y Boric, es que han sido hostiles al chavismo durante sus respectivas campañas electorales y siendo gobernantes marcan distancia de la Revolución Bolivariana al ignorarla olímpicamente o menospreciarla. Gustavo Petro, así muchos no lo quieran apreciar, pertenece a ese cónclave de "country club" que anhela parecerse más al "socialismo" nórdico, rubio y germánico, y no al socialismo bolivariano tropical de nosotros los mestizos "desdentados" del Comandante Eterno. Claro está, algunos espetarán, a modo de reclamo, que Francia Márquez (la nueva vicepresidenta neogranadina) es afrodescendiente y nos acusarán de ser "discordantes" en nuestra tesis, pero no. Francia (que en nuestra opinión estaría más "iluminada" que Petro en la esencia de ser de izquierda) es la representación de la "concesión étnica" de la oligarquía, así como lo fue Barack Obama en 2008 (o Kamala Harris en 2020) en EEUU, para tranquilizar a las masas enardecidas y preservar intacto el esquema de la plusvalía. Por más que Márquez desee derribar el sistema y luche por ello, sus esfuerzos se diluirán en el agujero negro de la "narcocracia" del Estado delincuente. Igual acontecería con Gustavo Petro si éste osase apartarse de la "hoja de ruta". A estas alturas del partido, sería pertinente interrogar: ¿se detendrán las matanzas de líderes sociales en Colombia, por ejemplo? Nosotros sostenemos que no, ya que el Estado Profundo "cohabitará" con el nuevo gobierno y los asesinatos a mansalva no podrán frenarse.

Ahora bien, la entrante "administración" de Colombia desea "normalizar" las relaciones con Venezuela y es oportuno recordar a Gustavo Petro que debe responsabilizarse por las acciones emprendidas desde el Estado neogranadino -durante casi una década- para destruir nuestra economía: la alteración de la tasa de cambio entre el bolívar y el peso, el bachaqueo o contrabando de extracción, entre otras dinámicas hamponiles auspiciadas desde allá. La guerra económica ha causado escasez de alimentos y carburantes, destrucción del poder adquisitivo de la clase obrera nacional, desequilibrios en nuestra dieta cotidiana y hasta fallecimientos por falta de insumos médicos en los hospitales, sin contar el daño patrimonial que ha sufrido la República por la alevosa acometida de la oligarquía bogotana y su amo del Norte. ¡Alguien debe responder por ello! Por esta razón, desde esta tribuna proponemos que el Gobierno Bolivariano exija una indemnización al Estado colombiano a través de una demanda ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, en Países Bajos. Hay que sentar un contundente precedente al respecto y debemos ser diáfanos en esto: agredir a Venezuela genera graves consecuencias. ¡Así de simple!

Gustavo Petro se perfila como la transición mexicana de 2000 con Vicente Fox o el AlexisTsipras de Syriza en la Grecia de 2015: en ambos escenarios hubo "cambios" para que no se transformase nada. En nuestra Mesoamérica, el conservador PAN no se disfrazó de rojo con el propósito de captar a incautos, mas sí se vendió como la solución al pasado. En el patio helénico, la izquierda caviar sí hizo de las suyas: platicamos -como lo hacíamos más arriba- de la derecha que se exhibe como "progresismo" y en la praxis es lo más retrógrado y reaccionario del globo terráqueo. ¿El objetivo? Desencantar a los votantes de izquierda, provocar la abstención en sus filas y desbloquear la vereda a la extrema derecha. Colombia ha sido el feudo de la oligarquía santafereña por cinco siglos y el juguete del imperialismo yanqui -al menos- desde 1826, cuando Francisco de Paula Santander -presidente de Colombia entre 1819 y 1827- se refería a los estadounidenses como "nuestros íntimos aliados" (¡!). Por entonces, Santander, contradiciendo las directrices de nuestro Libertador, invitó a los yanquis al Congreso de Panamá (****). En la actualidad, el Tío Sam dispone de siete bases militares en terreno cafetalero y todavía es un enigma si Gustavo Petro lo conminará a marcharse. La única certeza tras la borrachera por el triunfo del presunto primer gobierno de "izquierda" en aquellos linderos, es que en Colombia -por un buen tiempo- el único riesgo continuará siendo que te quieran matar. ¡Y eso ya es bastante!

P.D. El gesto de Gustavo Petro de mandar a buscar la espada de Bolívar durante su toma de posesión, fue muy simbólico y poderoso, aunque no es suficiente. Una cosa es hablar de El Libertador y otra es desplegar sus enseñanzas en el tapiz de la realidad. El "guiño" hacia nosotros ha sido para "ablandarnos" y lograr que abramos de nuevo nuestro mercado a Bogotá: el novel embajador neogranadino en Caracas, Armando Benedetti, confesó -palabras más, palabras menos- que su misión era "resolverles la vida" a los ocho millones de compatriotas suyos en la frontera. ¡A buen entendedor! Nos encantaría ser testigos de una Colombia unida a las aspiraciones de la Patria Grande, en auténtica paz y lista para edificar el rumbo al socialismo. Por desgracia, sus clases dominantes persisten en la infamia, el genocidio y la sumisión al Imperio. Hoy masacran a los desmovilizados de las FARC y mañana lo harán con los del ELN: así los marines disfrutarán de la "vía libre" a Venezuela. El mayor enemigo del colombiano no es la Patria de Bolívar. El mayor enemigo del colombiano es la indiferencia hacia su propia tierra y a las evidencias nos apegamos: en el plebiscito para los Acuerdos de Paz de 2016, hubo una abstención de 62,57%. Si bien reconocemos que los acuerdos fueron una celada para desmontar a las FARC e instrumentar los asesinatos selectivos de sus integrantes, no deja de ser perturbador que a más de la mitad del padrón electoral no le importase que cesara o continuase la guerra en su país. ¡Para la cavilación!

(*) https://www.repository.fedesarrollo.org.co/bitstream/handle/11445/1300/Repor_Septiembre_2005_Fedesarrollo.pdf?sequence=3&isAllowed=y

(**) La economía colombiana también ha sido golpeada -durante los siglos XIX y XX- por las fuertes fluctuaciones de precio de su principal rubro (legal) de exportación: el café. El despegue económico de Venezuela durante el siglo XX, por convertirse en una potencia petrolera, hizo de la pretérita Capitanía General un epicentro de bonanza y prosperidad, algo que nunca nos ha perdonado la oligarquía vecina. De ser "casi nada" (en el espectro de posesiones españolas en América) pasamos a ser uno de los productores de crudo más emblemáticos del planeta, verbigracia. El complejo de superioridad de las élites santafereñas con respecto a nosotros, tiene sus profundas raíces históricas.

(***) En nuestra "Pequeña Venecia" habitan más de cuatro millones de neogranadinos, de acuerdo con fuentes como la Asociación Civil Colombianos y Colombianas en Venezuela. En Bogotá lloran y patalean porque -relata la leyenda- allá hay 1,7 millones de connacionales nuestros, que es el 42,5% de los colombianos que moran acá. De hecho, nos permitimos poner en duda no sólo el guarismo de 1,7 millones de venezolanos en Colombia, sino el monto total de "exiliados" criollos -en años recientes- que se sitúa en 6,1 millones, de acuerdo con la ONU (¿?). Según datos oficiales de la Misión Vuelta a la Patria, 340.761 venezolanos han regresado a la República por vía aérea y terrestre, desde 2018. Es decir, en un contexto inédito de pandemia -a partir de 2020- y ulterior crisis económica global, ¿nada más volvió el 5,58% de los 6,1 millones que se fueron? ¡Eso no tiene sentido! Lo coherente es que retornase -por lo menos- entre 30 y 50% de la población que emigró, c'est-á-dire, entre 1,8 millones y 3,1 millones de personas, pero no fue así. Por lo tanto, es más sensato asumir que el número de venezolanos que ha emigrado desde 2016 sea de unos 800.000 y 340.761 sería el 42,59% de tal cuantía. ¿Que sigue siendo bastante gente? ¡Sí! Aunque jamás son 6,1 millones.

(****) https://www.banrepcultural.org/biblioteca-virtual/credencial-historia/numero-28/santander-y-los-estados-unidos



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Adán González Liendo

Traductor, corrector de estilo y locutor

 elinodoro@yahoo.com      @rpkampuchea

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