Base de operaciones

**** No es el simplismo de una visión militarista, lo que caracteriza nuestra política exterior. Es la complejidad de los juegos suma variable su rasgo fundamental.

Julio Cesar Pineda, en sus apreciaciones sobre la política internacional, ha asegurado, la semana pasada, el fracaso de los procesos de integración indoamericanos, por la política exterior belicista de Venezuela. Sostiene la tesis de la existencia de una visión militarista –amigo/enemigo- en nuestra conducta en la arena internacional. Dos errores alimentan su planteamiento: ignorar que la conducta de los actores en su ámbito externo no la motivan sus características internas, sino la estimula la naturaleza del ambiente internacional en la época considerada; y, confundir el endurecimiento de posiciones, en el marco de procesos de negociación, con la agresividad manifestada a través del uso de la fuerza. En la realidad, no hay dudas sobre la adopción de una conducta activo-intervencionista, en materia internacional, por parte de nuestro gobierno, que contrasta con la pasivo-aislacionista sostenida en el pasado.
La actual dirigencia esta comprometida en un amplio campo de relaciones externas, competitivas y cooperativas, dirigidas a optimizar las posibilidades de la nación, mientras la elite del poder desplazada trataba de solucionar el eterno dilema de escoger entre permanecer en el poder, e impartir justicia social como se la entiende en su propio medio. Sin dudas, el liderazgo vigente intrínsicamente tiene una actitud provocadora. Pero ella lo hubiese conducido al fracaso, si en el ambiente internacional no hubiese existido un 11/8/01 que colocó las relaciones entre los actores políticos del sociosistema mundial en términos estratégicos –conflictivos- sacándolo del juego mixto –competencia/cooperación- en el cual se había desenvuelto durante toda la modernidad, inclusive en la etapa de la guerra fría. El ambiente bélico existente se origina en el unilateralismo yanqui que rompió las reglas del wastfalianismo (1648), basadas en la idea de la soberanía de las naciones.
Pero no hay hostilidad en la conducta del gobierno. A nadie ha amenazado con el uso de la fuerza para el logro de sus propósitos políticos. El discurso y las acciones militares que ha asumido, incluyendo la actualización del material bélico, son evidentemente defensivos. Pero en su conducta externa es evidente la presencia dominante de acciones cooperativas. Un hecho criticado por la oposición, encarnada por Pineda, y, lógicamente, por el imperio y sus aliados circunstanciales, ya que en la actualidad no existen coaliciones paradigmáticas. Pero esa conducta no excluye la dureza de las posiciones diplomáticas, dirigidas a delinear campos para orientar la acción. A diferencia de lo que plantea Pineda, no es el simplismo de la visión militarista gringa, lo que caracteriza nuestra política exterior. Es la complejidad, dentro de un juego suma-variable, lo que tipifica el comportamiento del Estado en la arena internacional. Sólo en muy pocos momentos de nuestra historia hemos participado en la configuración del orden mundial.

alberto_muller2003@yahoo.com


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Alberto Müller Rojas


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