Por ser Comunistas

Eran como hoy tiempos difíciles. Pero mucho menos seguros. Sabíamos la hora a la que salíamos de nuestras casas pero nada ni nadie podía apostar o asegurar que llegarías sano y salvo. Especialmente los que estábamos en tareas clandestinas como "ñángaras". Uno de los camaradas. llamado Vicente, era el feliz propietario de un volkswagen tipo "escarabajo", que para entonces se consideraba realmente el carro del pobre. Su hermana María, la segunda al nacer, pertenecía también a ésta célula y decidida para los momentos de choque. El hermano menor llamado Aquiles, también formaba parte de la célula y siendo químicos, éramos los "especialistas" en explosivos para hacer estallar bombas y niples. Ellos eran los tres hijos de una hermosa familia, cuya progenitora era una santa en bondad, cariño y solidaridad. Sin sospechar las andanzas de sus tres hijos, siempre que salíamos, nos bendecía a todos sin distinción, incluyéndonos en sus piadosas oraciones elevadas a la Divina Providencia por protección y seguridad. En la célula había además dos mujeres vergatarias, una de las cuales se llamaba Catalina y la otra también se llamaba María, novia de Aquiles. Estas dos damas, también eran hermanas, y provenían de una familia tachirense, donde todos los miembros de la familia eran radicalmente revolucionarios. En un emboscada que nos tendieron las bandas armadas de Acción Democrática, el hermano menor de estas dos damas fue asesinado junto a otro camarada de Tocuyo de la Costa (Estado Falcón). Los que pudimos escapar a dicha emboscada, gracias a la oscuridad, quedamos para contar la historia. Una noche de tantas, en Septiembre de 1960, regresábamos en el escarabajo hasta nuestras residencias en el Barrio El Manicomio de Caracas. Habíamos pasado varias horas en la Universidad Central. Con un stencil y dos resmas de papel tamaño oficio, hacíamos dos mil hojas volantes con propaganda subversiva. El multígrafo era lento pero útil para hacer aquellos trabajos que nos permitía mantenernos en contacto con las bases. Sabiendo el riesgo que corríamos, Vicente logro incorporar una especie de doble piso en el volkswagen, exactamente debajo de la batería. Ésta venía de fábrica, instalada debajo del asiento posterior, del lado derecho. Adicionalmente, Vicente guardaba las mitades de entradas de los cines para usarlos como evidencia y coartada frente a eventualidades inesperadas. Las dos mil hojas volantes las dispusimos en grupos de 125 cada uno. Y colocamos los 16 paquetes en bolsas negras de plástico. Nos aseguramos que el piso falso entrara a presión y ubicamos la alfombra y la batería en su lugar.

Exactamente cruzando, dejando la Av. Sucre para subir a El Manicomio, una "perrera" de la policía metropolitana, nos detuvo. El abordaje fue agresivo y violento. Todos los policías armas en mano, algunos con ametralladoras, y ya con los seguros liberados, nos encañonaron. Pensamos que nos iban a masacrar. El Asesino Rómulo Betancourt era el presidente. El mismo que ordenaba: "Disparen primero y averigüen después". -Nos sacaron a empujones; Y a empujones nos lanzaron contra la pared. -"Manos arriba contra la pared"- Dijo el que fungía como jefe del pelotón- Uno por uno fuimos registrados buscando armas o cualquier evidencia que nos incriminara. A las damas las obligaron igualmente. Les revisaron hasta los lápices labiales. Mientras, el resto del pelotón de policías registraba el interior del carro. Husmearon por todos lados. Levantaron el asiento trasero y alumbraron con linternas en el interior. Tocaron el piso buscando "caletas" por diferencia de sonido. Pero Vicente ya había hecho pruebas al respecto para disimular el espacio-escondite de la propaganda subversiva.

Sabíamos que si encontraban los paquetes sería el final definitivo de nuestras actividades. Cuando se cansaron de buscar en el interior, el jefe dijo. -"Abran la maletera"- Vicente accionó la palanca que abrió la parte frontal del carro y levantó la tapa. Allí estaban algunas cosas personales de Vicente. Mientras que Aquiles se regodeaba tranquilo colocando el asiento trasero en su sitio. ¿"De donde vienen"? - Preguntó de nuevo el jefe del pelotón- Vicente se apresuró a responder: -Del cine- Y en seguida sacó las mitades de los tíckets que suelen dar a los espectadores. El jefe del pelotón contó las mitades que coincidían con el número de personas que veníamos dentro del escarabajo. ¿"Y hacia donde se dirigen"? Ya nos vamos a dormir-Ya es tarde. Mientras todos nos acomodábamos en el interior del escarabajo, veíamos como aquella perrera se llenaba de uniformados azules de la metropolitana y girando, se movió pendiente abajo para incorporarse a la Avenida Sucre. Al llegar a la sede de la célula, Vicente nos pidió que evaluáramos la circunstancia por la cual habíamos pasado minutos antes y todos llegamos a la misma conclusión:"Nos salvamos por un pelo". En nuestro caso particular tomamos la decisión. Si llegamos a tener un auto, sera como el escarabajo de Vicente. Hecho que concretamos siete años después.

Recibida la orden para incorporarnos al frente guerrillero de Cerro Azul en Yaracuy, las actividades se tornaron más agresivas por parte de los cuerpos de represión tanto policiales como militares. Hasta que recibimos la noticia del secuestro del camarada Efraín Labana Cordero. Historia que relataremos hasta el presente inédita. Los cuerpos represivos lograron detenerlo en Caracas. Pero lo llevaron secuestrado y sin informarlo a nadie, al TO3, cerca de El Tocuyo, en el estado Lara. Sabiendo la amenaza que se cernía sobre la vida de este camarada, el movimiento hizo uso de toda la inteligencia y contrainteligencia para saber de su paradero y de ser posible rescatarlo, tal como se hizo con el Comandante Diógenes del Hospital Militar. Gracias a unos camaradas campesinos, pudimos llegar hasta el sitio donde lo habían dejado por muerto. Habiendo sido obligado a cavar su propia tumba y siendo enterrado vivo, las quemaduras causadas con planchas calientes de hierro (planchas para ropa), las heridas se le infectaron por el contacto con la tierra ya que fue enterrado totalmente desnudo. De allí, se llevó a Barquisimeto a la casa de otros camaradas que servía de escondite. Dicha casa (Familia Fabbiani) quedaba en la manzana encerrada por las carreras 21 y 22 y las calles 19 y 20, del casco central de esa ciudad. Controladas como fueron las fiebres, las infecciones y los traumas, el Camarada Efraín insistía en volver a Caracas, hasta que los Fabbiani lo convencieron que era mejor mantenerse "enconchado" allí, hasta que las condiciones fuesen más favorables para el. Pedimos permiso al alto mando del frente y se nos concedió la oportunidad de trasladarlo hasta Maracaibo. Para ello, se prepararon documentos falsos para el, con ayuda de camaradas con habilidades excepcionales para hacerlo y nos lo llevamos hasta el Barrio Simón Bolivar, donde lo alojamos y se lo dejamos al cuidado de nuestros padres adoptivos. Para ese instante, el camarada Efraín había superado lo peor del trauma y nunca perdimos la ocasión de convencerlo de no perder la paz interior de su conciencia y de escribir sus memorias, especialmente para que las generaciones futuras supieran de las atrocidades del terrorismo de estado vigente en nuestro país. "Si tienes la oportunidad de emigrar, hazlo, no lo pienses dos veces. Pero no dejes de contarle al mundo la clase de gobierno represivo que ocultó toda la tortura a la que fuiste sometido. No es necesario que le muestres al mundo las horribles huellas que te dejó la tortura, pero ten la firmeza de contarlo todo, hasta el más mínimo detalle. El gobierno intentará banalizarlo. Pero tu verdad saldrá a flote y perdurará para la posteridad".

Años más tarde, llegado el proceso de "pacificación" que el gobierno de Caldera impuso para lograr una amnistía con todos los frentes guerrilleros del país, volvimos a encontrarnos. Nuevamente en Barquisimeto. En el antiguo escondite. Y allí, reunidos todos, disfrutamos del encuentro. Como regalo de ocasión, un libro: "TO3, Campamento Antiguerrillero". Y nos sorprendimos gratamente al leer el prólogo del camarada José Vicente Rangel. Y la siguiente alegría fue saber que se acordaba de "los viejos", los dos ancianos que lo cuidaron en Maracaibo, allá en el Barrio Simón Bolivar, en la vía que llevaba hasta el antiguo Aserradero Mazoca. Así que lo llevamos hasta nuestro "escarabajo" y en el, volvimos a la ciudad del Sol Amada, intercambiando toda clase de historias y alegrías, las que el vivió en el exilio peruano y nosotros, sobre los trabajos científicos ayudando al genio camarada Ibrahím López García y los cambios que habíamos hecho a aquel rancho de tablas y latas que le sirvió de refugio en aquel tiempo de "retiro espiritual" del camarada Labana Cordero. Nunca olvidaremos la expresión serena de su rostro relatando todo el suplicio con fuego al cual estuvo cruelmente sometido después que lo sacaron del hueco donde lo habían enterrado vivo. En su animo no había resentimiento de ningún tipo. Mi vieja también recordaba los momentos en que curaba el par de nalgas totalmente quemadas y chamuscadas. Ella solía decir que la saña había concentrado su odio con maldad refinada. Ella no sabía (porque era analfabeta) que la orden provenía directamente del Imperio yanqui a través de los cursos para militares venezolanos dictados en la odiosa "Escuela de las Américas" donde la tortura y el crimen eran las lecciones cotidianas de todos los días. Y para colmo de todos los colmos, las humillaciones, atropellos y violencia con la cual se ensañaron contra su humanidad fueron desestimados por la Fiscalía cuando intento denunciar para que se hiciera justicia.

Afortunadamente, el camarada Efraín siguió el consejo de tantos camaradas que lo convencieron que debía dejar testimonio escrito para la posteridad. Teniendo el fiel recuerdo de los victimarios con nombres, apellidos, rangos, grados, fechas, etc., también mantuvo en su memoria los nombres de otros camaradas secuestrados que también fueron llevados a ese campamento de tortura. El hecho de que lo sacaran al exilio para evitar que el país supiese la verdad, era una maniobra del estado terrorista agonizante que buscaba oxigeno en su enrarecida atmósfera de corrupción y barbarie. Lo más impactante era el hecho innegable del error de los torturadores. Las huellas de la tortura. Los instructores yanquis hacían buen énfasis en torturar "con sutileza". Como el cirujano que usa el bisturí para dar una puñalada con mucha delicadeza. Con el tiempo los asesinos habían mejorado los métodos de golpear protegiendo los puños con guantes, trapos húmedos, cuartos tapizados con paredes de poliuretano expandido para amortiguar los cuerpos lanzados por el aire, hasta alcanzar el PhD en tortura refinada. En el caso de nuestro camarada Efrain, botaron "el manual por la ventana". Las cicatrices son tan evidentes e imborrables que gritan "justicia" desde cada pliegue de la piel chamuscada de su cuerpo. Habían pasado muchos años y volvió a mostrarnos aquellas imborrables huellas de la tortura. Una inmisericorde acusación contra aquellos verdugos, que nunca encontraran paz ni reposo en sus almas y contra aquellos gobiernos que durante 4 décadas provocaron miles de muertos y desaparecidos. Todos los seres humanos de buena voluntad piden el accionar de la justicia para que perdure la paz. Pero en aquellos tenebrosos días, pedir justicia para las víctimas era inútil, porque los jueces pertenecía a una tribu llamada "de David" y las víctimas eran las mismas que el sistema despreciaba por ser comunistas.

(*) Ingeniero Químico, Agroecologista

lewman277@gmail.com



Esta nota ha sido leída aproximadamente 1183 veces.



Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter