Somos la misma gente

El sábado 16 de junio, en el programa "Entre panas" que transmite Venezolana de Televisión, un grupo de estudiantes opositores conversaron con un grupo de estudiantes simpatizantes del gobierno. De uno y otro lado hubo momentos de lucidez y racionalidad. Lucidez y racionalidad que hasta ahora han sido escasas en nuestro debate político. Al final del programa, un grupo de salsa irrumpió en el estudio. Un estudiante de la UCAB sacó a bailar a una estudiante, vecina del 23 de enero. La diatriba política se disolvió en rumba.

La historia de Venezuela, la de América toda, se bifurca a finales del siglo XV, cuando comienza la aventura colonial de Europa. El capitalismo es fruto de esta aventura: "el descubrimiento de América y la circunnavegación de Africa abrieron nuevos horizontes e imprimieron nuevo impulso a la burguesía. El mercado de China y de las Indias orientales, la colonización de América, el intercambio con las colonias, el incremento de los medios de cambio y de las mercaderías en general, dieron al comercio, a la navegación, a la industria, un empuje jamás conocido, atizando con ello el elemento revolucionario que se escondía en el seno de la sociedad feudal en descomposición," expresa el manifiesto comunista de 1848.

La Venezuela moderna nace dividida entre la nación de los indios y la nación de los españoles. Y como las formaciones sociales no desparecen abruptamente, la división originaria todavía perdura en la separación entre marginales y privilegiados, entre barrios y urbanizaciones, entre "hordas chavistas" y "sociedad civil." La relación antitética entre colonizador y colonizado es evidente en nuestra geografía urbana. Las cárceles están llenas de mestizos pobres. En nuestras instituciones se reconocen con facilidad características del poder colonial: la usurpación, los privilegios indebidos, el abuso del poder y el desprecio por los derechos de las mayorías. En nuestras universidades, centros de privilegio, hay personajes políticos dignos de la Italia de los Borgia: todavía no ha llegado a ellas ni la revolución liberal.

Todo sistema en el que una minoría oprime a una mayoría es intrínsecamente inestable. Los desequilibrios sociales han desencadenado el proceso que ahora vivimos. Los oprimidos han desplazado del poder político a buena parte de las clases privilegiadas, que ya no pueden sostener la superioridad mitologíca del colonizador (según la cual los oprimidos son cobardes, incompetentes y flojos.) Es comprensible que algunos herederos del colonizador tengan miedo genuino a perder sus privilegios. Y como no hay en Venezuela fuerza interna capaz de revertir el ímpetu de la rebelión popular, es comprensible que algunos busquen defenderlos en alianza antinatural con una potencia extranjera.

Sea cual sea el futuro que espera a nuestros hijos, nunca será saludable a menos de que logremos desmontar esta división que nos hiere de muerte. Y esto pasa por reconocerla. No se trata de asumir culpabilidades. Se trata de comprender que los privilegios de pocos se sustentan sobre la opresión de muchos, de comprender que quien vive en la indignidad y la servidumbre tarde o temprano se va a rebelar, de comprender que las formas sociales que nos organizan se han hecho insostenibles.

¿Qué ganarían las clases privilegiadas con una intervención extranjera? Muy poco. No habrá represión, por violenta que sea, capaz de regresar a las mayorías a un estado de sumisión. (Seis décadas no han sido suficientes para disipar la violencia que trajo a Colombia el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán.) Ganaríamos todos si colaboramos para construir un país más justo. Tenemos con qué. Y en última instancia es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Como lo demostraron los estudiantes en "Entre panas," somos la misma gente.


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Gustavo Mata


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