Del país profundo: El Arte Mayor de "Chelías" Villarroel en Margarita (I)

1529. El galeón San Andrés atraviesa el Atlántico entre Sevilla y la isla de Cubagua, considerada por Cristóbal Colón “la más rica tierra que hay en el mundo”. En el protocolo de su carga aparecen pipas de vino y harina, quintales de bizcocho y atún, arrobas de aceite, conservas, ciruelas pasas, fanegas de aceitunas, habas, garbanzos, oréganos, perniles de tocino, libras de especies y alzafrán, abundantes varas de holanda, lienzos, tafetán, presillas, distintos tipos de sedas y de hilos, alpargatas, chinchorros, espadas y puñales. La avaluación con fianza del mercader Jácome Fantoni no incluía en la venta, ni libros de Espejo de Caballerías, ni negros africanos como los que llegaron un año antes en la carabela San Lázaro, pero sí llegaron más de cien tipos de artículos muy diversos, desde agujas comunes, hasta almohadas de seda, por los cuales se cobraba un veinte por ciento de diferencia entre el valor de las perlas en Cubagua y en Sevilla y el llamado riesgo del mar. Al finalizar la lista de inventario, en la suma del almojarifazgo equivalente a 142.172 maravedíes, también se relaciona en la entrega el valor de 15 vihuelas que serían las primeras en llegar por este océano a nuestro territorio. Con perlas quintadas se pagaron todas en una remesa que volvería al mercado sevillano para el aprovechamiento de joyeros y horadadores.

El galeón San Andrés bajo el mando del maestre Juan Zodo, en unos cien días de navegación nos pondría aquí ese instrumento desconocido por los indígenas guaqueríes para el contrapunto. Siglos más tarde, con sus ricos acordes y su delirio invocador inundaría todo el Caribe. Avanzaría la décima popular que se asumió en las costas de las perlas con distintos nombres. Mezcla sonora de música y poesía mostrando su cuerpo cerca de los ostrales de Cubagua y Margarita, la llamada república de pesquería de Nueva Cádiz, que también fue primada en el dominio de la “mano veloz” sobre las cuerdas viajeras de aquellas vihuelas. Así se derramaron los primeros cantos castellanos, entre el espacio insular lleno de nácar y la tierra firme del continente Americano.

De la historia del reino de Castilla y las perlas de Cubagua y Margarita que ingresaban por remesas a la Casa de Sevilla, veníamos hablando con “Chelías” Villarroel en su Juan Griego de Las Salinas. Era el mes de septiembre del año 1981, y descubrimos entonces que él había transformado en un drama (o la llamada diversión) muchos de sus cantos dedicados a los esclavos negros e indios que perdieron sus vidas en la granjería de perlas de aquella lejanísima época del oriente venezolano. Aventura del mundo que ahogó la voz de los pueblos naturales en “el descenso al infierno”. Toda la nación de guaiqueríes destruida en el chispazo de muy pocos años. La data de los primeros esclavos negros traídos a este reparto marítimo se remonta a enero de 1526, cuando mercaderes vizcaínos de la familia Urrutia logran la primera licencia de exportación de esclavizados a Cubagua y posteriormente una segunda en 1528, además del natural contrabando de piezas de negros en el Caribe, canjeados de manera fraudulenta. Fue famosa en esa isla la historia del esclavo Rodrigo López, considerado un hombre culto que hablaba varios idiomas, entre ellos el latín y que recibió mil azotes de Antón López para silenciar su grito de libertad, además de la conocida situación del negro libre Juan Moreno, un buen albañil que incluso llegó a trabajar en la construcción de la fortaleza de Cumaná en 1530. Apasionante y triste la historia de esa Cubagua, con la abundancia de perlas más bellas que las del Mar Rojo. Cubagua, entregada a los Reyes Católicos e interrumpida en el resuello una y mil veces. Muchísimo tiempo después del paso del terrible huracán que asoló a la pequeña isla en 1541, la producción de perlas por temporadas continuaba. Citamos un solo ejemplo. En el año 1943, se lograban obtener 4.998.257 quintales (un quintal equivale a 46 kilogramos). Saquen ustedes la cuenta de los millones y millones de perlas sacadas a pulmón bajo las aguas.

“Chelías”, como le llamamos sus amigos es por excelencia el más completo juglar que ha utilizado toda las posibilidades de la música y del verso, inspirado en esa isla grande donde reside una virgen que alivia nuestras penas. El tesoro de los ostrales siempre ha estado en su cantar y el grupo de música que ha dirigido lleva por nombre Madreperla. Al hablarle de aquellas 15 vihuelas con cuerdas de tripas que llegaron a estas costas en el galeón San Andrés y sobre las cuales no tenemos datos que corroboren si se trataba de laúdes (por ser la denominación que éstas recibían en la España del siglo XVI y que derivaban a su vez en la guitarra y otros subsidiarios como la bandola y la bandolina) él se emociona y no duda en referirnos que todos los instrumentos musicales de cuerda que perviven en Margarita, sea como sea, deben ser hijos de esas vihuelas. Nos explica detalladamente todos los esfuerzos que ha hecho junto a Alberto Valderrama Patiño por recuperar la perdida musicalidad que se iba olvidando. Así se revivió un tipo de punto que alguna relación guarda con otra isla grande del Caribe que es Puerto Rico, fue un punto que ensayó con su paisano cantor Francisco Mata y que dio a conocer luego a las nuevas generaciones.

Estilista, repentista, espinalista, decimista, galeronista, trovador, poeta, cantor, contrapunteador, por todos esos nombres se ha conocido el oficio musical de “Chelías” Villarroel. Igual canta y compone un punto, un polo decasílabo u octosílabo como la sabana blanca, un trovo, una gaita, un galerón con argumento y lección, un Pedro Cantino, una Carmen Pastora, una malagueña, una jota, eso sí, sin copiar nunca nada ajeno ni de nadie, porque amó la poesía que le hizo escribir y escribir desde que era un niño en Los Millanes. En ese pueblito donde nació un 15 de febrero de 1924 fue bautizado como José Elías Villarroel. La huella de la poesía de raíz popular versificada, rimada y muy difícil de memorizar se inspira en su propia vida y en esta ocasión nos hizo dichosos al ofrecernos en la vitalidad de su glosa un ejemplo floreciente y poco común de esa Margarita lejana, con una variante literaria resumida en 25 versos (algunos hasta de 16 sílabas) y de un estilo de extraña presencia en nuestra isla.

“Desde muchacho me ha gustado componer algo distinto y me relaciono con la poesía, versos de arte mayor, versos pasados de diez sílabas para la jota y la malagueña, por ejemplo, el fragmento, la lira, la octavilla, yo he llegado así a relacionarme hasta con los boleros, letras para canciones románticas, tengo una en estilo de especial humor que se llama La maldición de Ña’Vita, que era la manera de nombrar a la gente cuando se trataba de un gran personaje, por ejemplo, Ña’Mariana, Ña’Bartola, porque a las mujeres aquí no se les decía Doña, se les decía Ña y a los hombres no se les decía Don, se les decía Ño, eso es costumbre, es tradición en Margarita, así por ejemplo Ño’Leon Marcano era mi abuelo, ese era un Don, un señor que descendía de la raza española, ese estuvo luchando en la Capilla de Pedregal y combatió en muchas peleas después de la independencia, banderero era ese abuelo mío…”


“Esa canción, La maldición de Ña Vita es una realidad vivida en el pueblo donde yo nací, en Los Millanes, allí ocurrió el drama que compuse. Me han dicho que esa Maldición de Ña’ Vita tiene un estilo negroide, pero yo digo que es puramente margariteña, porque aquí en Margarita, por ejemplo, no se dice “voy para la mar”, se dice “voy para la má”, ni se dice “me levanto de madrugada”, como se dice es “me levanto e’ madrugá”, aquí hay muchas expresiones que las relacionan con lo negroide, pero no es negroide, a pesar de que hubo esclavos negros y esclavos libertos desde hace cuatro siglos, pero no es negroide, es margariteño neto y dice así:

“Ño’ Leon siempre acostumbraba a parase e’ madrugá
Y agarraba la pipa del difunto papá Juá
Abría su tabaquera, le metía su cachimbá
Y se sentaba en su ture como el que no siente ná
Vitonga que ya tenía la cocina enfarolá
Le arrimaba la brasita de una chamisa quemá
Los cachetes se le hundían como el que quiere besá
Y el recuerdo se le iba detrás de la jumará
El diablo del vicuñero que ayer no quiso fía
A lo mejor pensaría que yo no le iba a pagá
Los viejos le respondían viendo la noche estrellá
Tengo esperanzas en Dios que lo debo de virá
Empeñao hasta los ojos y la bodega arruiná
Bajaba de las tres piedra la cazuela enjolliná
Y era jaciente jervío lo que tenía que brindá
El arepero subía y el gallo se oía cantá
Y en el barrero seguía la rana con su cuá cuá
Ño León siempre acostumbraba a parase e’ madrugá
Pasaron algunos años y el caso dio que pensá
La noticia echó a corré por toitica la ciudá
A Ño’ Millo el bodeguero lo vinieron a embargá
Y el armario le quedó con cuatro potes na má
La maldición de Ña’Vita hizo su efecto pa allá
Por los laos de Los Millanes y nunca se olvidará
Que fue un centavo e café que no le quisieron fiá”

“Ña’Vita era mi abuela y le decían Vitonga y Ño’León era mi abuelo y lo que yo compuse es una realidad vivida, porque yo lo capté así, yo era muchacho cuando eso y después compuse esa letra porque yo los he querido inmortalizar a ellos. El bodeguero se llamaba Ño’Millo que quiere decir Don Emilio, ese era un señor gordo que usaba una fajota que llamaban la tabaquera, era una faja donde metía el tabaco, por eso yo digo en la composición “Abría su tabaquera y le metía su cachimbá”. Papá Juá era mi papá Juan y él le había regalado al bodeguero Ño’Millo esa pipa que aquí le dicen cachimbo, eso era en aquella época cuando se compraba con centavitos y nosotros aquí en Margarita éramos pobres, muy pobres, como seguimos siendo los que nacimos en este suelo insular que tanto amamos…”

Chelías Villarroel. 1982. Juan Griego.
Credito: Rafael Salvatore




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Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

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