Entre el Decreto de Guerra a Muerte y los Tratados de Armisticio y Regularización de la Guerra: ¡Tolerancia!

"El miedo a la guerra es peor que la guerra misma"

Séneca

I

De repente y de la nada me llegó un correo electrónico en donde emplazaban a participar en el "I PREMIO UNIVERSIRSITARIO DE LA PALABRA ESCRITA: ‘Bicentenario del Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra’ ", así escrito y ordenado. Para cumplir con el reto no había mucho tiempo, porque el plazo de entrega era justo cinco días después de haber recibido tan apremiante desafío.

La convocatoria entonces, me tomó por sorpresa y desarmado. Mis libros de historia (abundantes y excelentes, heredados de mi suegro, que a la sazón era historiador) se quedaron hace tiempo atrapados entre los restos del primer naufragio matrimonial, y me sentí entonces obligado para iniciar, a escudriñar por los rincones de la memoria en búsqueda de las reminiscencias que pudiera conservar de cuando era un crío de unos doce o trece años, y el profe Sapiaín –que, a mi manera de entender para aquella época, tenía un puesto preferencial reservado entre sus cejas para mí–, se preparaba nuevamente para interrogarme. Y con los escasos recursos acerca de la historia patria con los que cuento en mi actual biblioteca y con el auxilio de internet, comencé a soplar las brumas espesas que cubrían la ciénaga de los recuerdos…

II

El 15 de junio de 2013, se cumplió el bicentenario de la declaración en la ciudad de Trujillo, del Decreto de Guerra a Muerte, la acción o decisión tomada por El Libertador Simón Bolívar, que ha sido motivo de las más diversas y variopintas interpretaciones, dado el carácter de crueldad que llevaba implícito consigo tal disposición. Y pues siendo así, este episodio al parecer no redime al vencedor. Al menos para un grupo de historiadores, pensadores e intelectuales que ven en él sinónimos de barbarie, sevicia y maldad.

Sin embargo, si de ser justos se trata la decisión de tal proclama fue más que impulsada, impuesta, por una serie de eventos que desataron una marejada sobre la cual el genio de Bolívar supo navegar hasta obtener el máximo provecho de tan dramática medida.

En efecto ya meses antes, en enero de 1813, "El Diablo" Antonio Nicolás Briceño inspirado por el éxito que tuvo la revolución Haitiana en su lucha contra del Imperio Francés –que a pesar de estar defendida por una expedición de veteranos guerreros victoriosos en Europa, fueron derrotados en tierras caribeñas, siendo una de las causas de su descalabro la guerra a muerte declarada contra todo galo aposentado en territorio insular de Haití–, idea el Convenio de Cartagena y en acuerdo con otros jefes patriotas, pone en práctica un Plan para Libertar a Venezuela, en donde plantea llevar a cabo una guerra de exterminio similar.

Los desmanes de Monteverde y sus correligionarios contra el ejército patriota a la caída de la Primera República impulsan a Briceño a declarar como primer objetivo "destruir en Venezuela la raza maldita de los españoles europeos, en que van inclusos los isleños de Canarias"… "ni uno solo debe quedar vivo".

Siguiendo ese plan llega Briceño y su legión a Cúcuta y allí, el para entonces coronel Simón Bolívar, se adiciona el 20 de marzo al denominado Convenio de Cartagena.

Bolívar el 15 de junio de 1813, sabedor de su autoridad, decide asumir toda la carga sobre sus espaldas, se responsabiliza por las consecuencias y promulga el Decreto de Guerra a Muerte, con el que la Campaña Admirable desemboca en una guerra sin cuartel.

"Españoles y Canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de América. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables."

Y si las tropas de Monteverde no tuvieron condescendencia con nuestros paisanos, los escuadrones de Bolívar no fueron benevolentes con ningún español –Peninsular o Canario–, que formara parte del bando monárquico, perdonando sólo a aquellos realistas nacidos en América, e indultando a aquellos peninsulares o canarios que abiertamente se posicionaron a favor de los patriotas.

La guerra a muerte desembocó de esa manera en una verdadera guerra civil que llegó a su cúspide en 1814, cuando José Tomás Boves al grito de "muerte a los blancos" desató una feroz lucha de clases que dio al traste con la Segunda República.

Venezolanos que deseaban su independencia contra venezolanos que apoyaban a la corona española, constantemente se aniquilaban en las montoneras de llaneros que bajo el mando de Boves asolaron nuestro territorio y que dieron paso tras la muerte del caudillo asturiano, a un ejército expedicionario regular comandado por el Mariscal Pablo Morillo quien heredó las penurias ocasionadas por esta conflagración despiadada, y que abrumado por la fiereza del conflicto adelantó acciones para humanizar la guerra en 1815.

III

Dos propósitos traía Morillo desde España: reconquistar la Nueva Granada y desarticular las incontrolables huestes de Boves que arrasaban Venezuela y que en su mayoría se habían plegado ahora al bando patriota.

Fue un militar prusiano, Carl von Clausewitz, quien dijo que "la guerra es la continuación de la política por otros medios", y amparado en ese criterio El Libertador, se empeñó en practicar ambas cosas al unísono, demostrando que más allá de su escasa formación cuartelaría –que se inició en 1797 cuando apenas contaba con catorce años e ingresa al batallón de las milicias de los valles de Aragua y de donde año y medio después egresó como un bisoño subteniente–, fue su extensa y profunda cultura, sus innumerables lecturas que incluyeron obras fundamentales de Maquiavelo, Julio César, Tito Livio, Polibio, etcétera la que le aplomó su proceder.

Y si su estancia en la escuela militar fue breve y ligera, su forja verdadera se llevará a cabo imbuido en el retumbar de las batallas en donde su amplia visión de humanista se mezclará con la del combatiente temerario para convertirlo en el generador de innumerables triunfos, mientras adelanta y fortalece sus ideales de libertad, igualdad y humanidad andando de la mano de Jhon Locke, Jean Jackes Rousseau, Françoise-Marie Arouet mejor conocido como Voltaire y Charles Louis de Secondant barón de Montesquieu. Esta amplia visión, perfilará su ideario independentista y decidirá el destino de la América hispana.

Del Jefe civil y militar de Puerto Cabello que en 1812 pierde la ciudad a manos de los realistas y tiene que huir de Venezuela, al militar consagrado que el año siguiente realiza la Campaña Admirable, recibe el título de Libertador y entra triunfal a Caracas con tan solo treinta años, se aprecia el florecimiento de un guerrero, de un estratega militar que hace honor a su gloria.

Aunque Bolívar ya había asomado que la decisión de decretar la guerra a muerte había sido emprendida como una inevitable reacción a los términos cruentos en que habían llevado el conflicto bélico los realistas, el Libertador en múltiples ocasiones se mostró proclive a derogar dicho precepto.

IV

La cadena argumentativa de Bolívar, señala las razones que decantan hacia dos posiciones antagónicamente radicales. Los destinatarios del texto son ellos: los españoles y canarios y nosotros: los venezolanos. Con una herramienta discursiva típicamente militar, cuyo propósito es exaltar los ánimos de a quienes va dirigido, busca que a quién le llegue el mensaje se sienta en la obligación de tomar partido por alguna de las facciones. La causa de la libertad exige entrega, fidelidad. Y Bolívar usando el plural, ese nosotros, habla de sí mismo y de quienes espera que le acompañen, mientras con el ellos, ubica claramente a quienes les adversan. O eres uno de nosotros, o eres uno de ellos.

Quien escucha, quien lee la proclama, siente que es parte de uno de los grupos en pugna y tendrá que decidir entre vivir o ser lapidado. El Decreto de Guerra a Muerte cumple con su cometido asomando las penalidades o las recompensas que derivarán de su rechazo o de su aceptación.

En junio de 1813, Bolívar redacta la controversial proclama como consecuencia de los desmanes del ejército de Monteverde y es Rafael María Baralt quien sostiene junto a Ramón Díaz, en su Resumen de la Historia de Venezuela que: "Todo se reducía pues a saber si los americanos, declarados traidores por la regencia y degollados sin piedad en todas partes, se vengarían oscuramente de sus enemigos, ó si añadirían el placer ó la justicia de la venganza, la utilidad de publicarla con franqueza; de hacer de ella una lei al ejército y al pueblo; de separar á los españoles de los venezolanos; de aspirar ánimo en estos, en aquellos terror; de dar en fin sobre sus fuerzas, su valor y decisión una idea formidable, capaz de atraerles la confianza de los unos y el respeto de los otros…" (sic).

Según Edgar Morin "El Homo faber, el hombre fabricador, crea también mitos delirantes. Dan vida a dioses feroces y crueles que cometen actos bárbaros" (Breve historia de la barbarie en Occidente. Editorial PAIDÓS. Buenos Aires. 2006), dioses que demandaban el exterminio del enemigo. "La barbarie de la guerra resulta por lo demás inseparable de los tiempos históricos"… "La civilización produce barbarie, en particular la barbarie de la conquista y de la dominación".

Entre los factores polemógenos que condujeron a la guerra a muerte figuran causas de toda índole, sobre las que no vale la pena ahondar aunque sí mencionar. Pues entre los ingredientes de ese cóctel explosivo se encuentran algunas que siguen presentes en la actualidad: económicas, sociales, culturales, demográficas, psicológicas, la aparente debilidad del Estado, etcétera, pueden en cualquier momento desatar la locura de Dionisos.

La violencia es inherente a la naturaleza humana y Gastón Bouthoul creador del término polemología –y fundador del Instituto francés dedicado a su estudio–, profundo conocedor de esa naturaleza, sostuvo que "hubo, hay y habrá guerras y también períodos de paz", pero jamás intentó hacer desaparecer las conflagraciones, por el contrario las explora dejándolas correr.

La guerra es pues, el más trágico de los fenómenos sociales. Ella ha marcado históricamente los límites de grandes acontecimientos y por ella, han perecido casi todas las grandes civilizaciones, pero de ella han surgido casi todas las civilizaciones nuevas. Pero por más que se estudie, se clasifique y se diseccione, siempre seguirá sucediendo.

En el Boletín Nº 384, tomo XCVI de la Academia Nacional de la Historia, octubre-diciembre de 2014, Edgardo Mondolfi Guadat (Miembro de número de ésta institución), en el texto titulado Un disidente de la Guerra a Muerte describe al Libertador como un hombre que "verá crecer su estampa sobre la base de una premisa invariable: no darle tregua a su obstinada voluntad, aun cuando a menudo le faltasen los medios y recursos necesarios para lograr lo que se había propuesto obtener mediante rápidas victorias militares".

El "hombre de las dificultades", protagonista de una carrera militar meteórica, responsable ante la historia del Decreto de Guerra a Muerte, también fue el autor intelectual de dos emblemáticos documentos: el Tratado de Armisticio y el Tratado de Regularización de la Guerra, también conocidos simplemente como el Armisticio de Trujillo. Estos fueron dos acuerdos firmados por dos naciones en conflicto: la Gran Colombia y el Reino de España.

V

Fortuitamente, lo que comenzó en Trujillo con una proclama de destrucción mediante estos últimos tratados quedó oficialmente derogado en esas mismas tierras. Se acordó una tregua de seis meses que constituyó el reconocimiento de facto del Estado Colombiano.

Pablo Morillo Capitán General de Venezuela, recibió instrucciones desde España el 6 de junio de 1820 para gestionar un cese de las hostilidades y así éste informa a Simón Bolívar acerca del cese al fuego unilateral por parte del ejército español amén de invitarle a negociar un acuerdo de regularización de la guerra.

"Deseando los Gobiernos de España y de Colombia manifestar al mundo el horror con que ven la guerra de exterminio que ha devastado hasta ahora estos territorios, convirtiéndolos en un teatro de sangre; y deseando aprovechar el primer momento de calma que se presenta para regularizar la guerra que existe entre ambos Gobiernos, conforme a las leyes de las naciones cultas, y a los principios más liberales y filantrópicos, han convenido en nombrar Comisionados que estipulen y fijen un tratado de regularización de la guerra; y en efecto, han nombrado el Excmo. señor General en Jefe del Ejército expedicionario de Costa Firme, Don Pablo Morillo, Conde de Cartagena, de parte del Gobierno español, a los señores Jefe Superior Político de Venezuela, el Brigadier Don Ramón Correa, Alcalde primero constitucional de Caracas, Don Juan Rodríguez Toro, y Don Francisco González de Linares; y el Excmo. señor Presidente de la República de Colombia Simón Bolívar, como Jefe de la República, de parte de ella, a los señores General de Brigada Antonio José de Sucre, Coronel Pedro Briceño Méndez, y Teniente Coronel José Gabriel Pérez, los cuales autorizados competentemente han convenido y convienen en los siguientes artículos…"

Los plenipotenciarios de ambos bandos se entrevistan en Trujillo y el 25 de noviembre de 1820 se firma el armisticio, con el cual se suspenden todas las operaciones militares tanto en tierra como en el mar, confinando a los dos ejércitos a las posiciones que sostenían para la fecha de la firma del documento.

Por su parte el Tratado de Regularización de la Guerra se rubricó el 26 de noviembre de 1820 y mediante este acuerdo, las parcialidades en conflicto se comprometieron a hacer la guerra "como lo hacen los pueblos civilizados", acabando así con las inhumanas prácticas de la guerra a muerte.

Finalmente el 27 de noviembre de 1820 Bolívar y Morillo se entrevistan personalmente protagonizando el célebre abrazo en Santa Ana de Trujillo.

Aunque el armisticio tuvo corta vida y se rompió antes de lo pactado, debido al pronunciamiento de Maracaibo –tradicional bastión realista–, de unirse a la Gran Colombia y ser tomada por el general Rafael Urdaneta, ambos bandos acordaron el reinicio de las actividades el 28 de abril de 1821, pero a partir de allí los enfrentamientos durante la guerra de Independencia estuvieron moderados por el Tratado de Regularización de la Guerra.

Este tratado, considerado el precursor del Derecho Internacional Humanitario, fue forzado en parte por un alzamiento liderado en España por Antonio Quiroga y Rafael de Riego que solicitaba a Fernando VII la implementación de la Constitución de 1812, suprimir la Inquisición, gravar con impuestos al clero y a la nobleza, cerrar monasterios, confiscar propiedades agrarias de los nobles y presionó para negociar con los insurgentes americanos.

Bolívar escribió consciente: "Tocados de vuestros infortunios, no hemos podido ver con indiferencia las aflicciones que os hacían experimentar los bárbaros españoles, que os han aniquilado con la rapiña y os han destruido con la muerte; que han violado los derechos sagrados de las gentes; que han infringido las capitulaciones y los tratados más solemnes; y en fin han cometido todos los crímenes, reduciendo la República de Venezuela a la más espantosa desolación. Así, pues, la justicia exige la vindicta, y la necesidad nos obliga a tomarla. Que desaparezcan para siempre del suelo colombiano los monstruos que lo infestan y han cubierto de sangre; que su escarmiento sea igual a la enormidad de su perfidia, para lavar de este modo la mancha de nuestra ignominia y mostrar a las naciones del universo que no se ofende impunemente a los hijos de América." Pero también supo tolerar.

VI

Escribió Voltaire en su Tratado sobre la Tolerancia: "Se olvida con facilidad aquella multitud de muertos que perecieron en batalla sin cuento, no sólo porque es fatalidad inevitable de la guerra, sino porque los que mueren por la suerte de las armas podían también dar muerte a sus enemigos y no caían sin defenderse. Allí donde el peligro y la ventaja son iguales, cesa el asombro e incluso la misma compasión de debilita; pero si un padre de familia inocente es puesto en manos del error, o de la pasión, o del fanatismo; si el acusado no tiene más defensa que su virtud; si los árbitros de su vida no corren otro riesgo al degollarlo que el de equivocarse; si pueden matar impunemente con una sentencia, entonces se levanta el clamor público, cada uno teme por sí mismo, se ve que nadie tiene seguridad de su vida ante un tribunal creado para velar por la vida de los ciudadanos y todas las voces se unen para pedir venganza"… "Existen todavía fanáticos entre el populacho calvinista; pero es sabido que hay más entre el populacho convulsionario".

Así como Voltaire se pronuncia en contra de la intolerancia de su época, así como nuestro padre, Simón Bolívar, pudo responder ante los desmanes de la barbarie desatada y aprendió a tolerar, en estos momentos debemos asumir que la democracia y sobre todo la tolerancia son los ejes sobre los cuales se construye una sociedad libre. Los fundamentalismos, las concepciones absolutistas nos han llevado a esta loca confrontación.

Según Spinoza "Es imposible quitar a los hombres la libertad de decir lo que piensan" y como cada uno de nosotros goza de esa misma libertad, es deber de cada uno el respetar los conceptos de cada persona y tolerar sus posiciones así no las compartamos.

Las luchas contra un Imperio desembocaron en el Decreto de Guerra a Muerte, las condiciones que las originaron fueron fundamentalmente, políticas, económicas y sociales.

Hoy en día la batalla contra los abusos de un nuevo Imperio nos ha conducido a sufrir nuevamente los embates de una crisis primordialmente en los órdenes económico, político y social que nos arrastra al borde de una nueva conflagración fratricida.

El terror nuevamente es el arma con la que nos hacen suscribir una causa. El escarmiento por hambre, el ahogamiento económico, el aislamiento total, son formas propicias de generar terror entre los miembros de una sociedad golpeada por el fanatismo, resquebrajada por la intolerancia. El miedo de ser uno de ellos y no uno más de nosotros, nos lleva a ser agresores irreflexivos de quienes simplemente por libre albedrío tienen derecho a pensar distinto a nosotros.

Es fundamental para la supervivencia de nuestra nación, de la unidad de nuestro pueblo, que de los bandos en discrepancia se ondeen las banderas de la tolerancia, de la aceptación de las diferencias, del respeto a las ideas, así no las compartamos, así no sean de nuestro agrado.

Es necesario reunirnos en Trujillo, en tendernos la mano, en abrir de par en par nuestros brazos y cobijar a nuestros hermanos a pesar y por encima de las diferencias que pensemos encontrar en alguien tan parecido a nosotros mismos como una imagen especular.

Bolívar se fundió en un abrazo con su acérrimo enemigo representado en la figura de Pablo Morillo, el calor de la batalla aún dejaba escapar columnas de humo sobre los campos arrasados, las aves de rapiña todavía consumían las carnes descompuestas de los cadáveres y sin embargo se dejaron a un lado los odios y se llegaron a acuerdos que condujeron al nacimiento de una patria.

Sostiene Friedrich Nietzsche que la guerra es un mal necesario para alcanzar la paz. Esperemos no tener que recurrir a ella para obtener tan anhelado beneficio.



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Carlos Pérez Mujica


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