Ciencia, política y su entendimiento ciudadano

Hace pocos días, un profesor de filosofía y ética escribió un interesante ensayo digital denominado "Cómo el cientificismo genera pseudo-ciencia y la negación de la ciencia", que produjo un debate escrito entre aquellos verdaderamente interesados en ciencia y sociedad. Y es que el asunto no pretendía ser un simple ejercicio intelectual, sino que tocaba raíces que aún no se conocen por completo, como es el valor real de la ciencia ante tragedias que nos afectan fuertemente, tal es la pandemia del COVID-19.

Tristemente, para nosotros, nuestros académicos se debaten en asuntos más cotidianos como son la inmoralidad de unas primas salariales extraordinarias para aquellos que ocupan cargos administrativos en la UCV/UC o lo ínfimo de su actual remuneración económica, para justificar su dedicación a hacer ciencia y producir conciencia en las aulas universitarias. Una lamentable situación a la que se ha llegado tras largos y sostenidos años de poner a nuestras casas de estudio y academias venezolanas, en el rol de actores políticos, buscando decididamente oponerlas a la dominante tendencia política venezolana de las dos últimas décadas. Una responsabilidad no casual que aquellos que las han dirigido llevarán sobre sus hombros para la posteridad.

El último "impasse" no data de hace muchas semanas y se refiere a un terrible informe de estimación estadística del contagio con el COVID-19, que la Academia Nacional de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela produjo y que, como se ha hecho ya mala costumbre, deliberadamente se manejó en modo mediático para atacar al gobierno nacional y su manejo del delicado problema de salud y sanidad que enfrenta la nación.

No faltaron quienes se apresuraron a vaticinar muertes por cientos de miles, para las siguientes semanas o quienes viendo al actor institucional que elaboró el trabajo, lo descartó por completo de una. Ambas actitudes son muy opuestas a lo que realmente es la ciencia. Aquí debemos resaltar que con frecuencia se pasa por alto que la validez de un trabajo científico radica en su apego al método científico, jamás a sus autores. Muchos estudiantes universitarios detestan las cátedras de metodología y sostienen que ello les hace perder el tiempo, pero eso es signo de su gran ignorancia en la materia. Es a tal grado el asunto, que un resultado correcto pero si un método formal que lo respalde puede resultar descartable para el mundo científico.

Colateralmente, las reputaciones científicas son señal de atención para prestarle el derecho de palabra a sujetos que han acumulado años de estudios e investigación, pero jamás son el respaldo de sus señalamientos tecno-científicos. Algo que, con suma frecuencia, "expertos" en ciencias sociales y especialmente los politólogos, tienden a olvidar. Así por ejemplo, si usted afirma que nuestro sistema de votación electoral es una maquinaria de fraude y que la nación no debe emplearla en la próxima elección, debe presentar evidencias reales de ello, algo tan firme que no se pueda rechazar a primeras y que establezca una duda verdaderamente razonable sobre si usted estará por completo en lo cierto. No le servirá acudir a un "connotado" profesor que lo asegure del "supuesto fraude", ni a o a dos o a tres. Usted podría traer a cientos de ellos y eso resultaría llamativo, pero aún no es una fundamentación que justifique descartar al sistema. De forma que si desea disponer de algo tangible que demande una respuesta seria y profesional, antes de ir a la elección, debe entonces suministrar evidencia clara, principalmente tecno-científica, que revele el método y la aproximación seguida y que arroje pruebas cabales de que el sistema falsea el resultado.

Y para aquellos casos en que se logre demostrar que el sistema falla o distorsiona peligrosamente los resultados, de modo de poder trastocar un resultado general, eso no avalaría que se tuviera que implementar un sistema no automatizado. Por favor, eso sería una clara exageración de las conclusiones. Ello demostraría que el sistema no puede ser usado tal como está, así de simple. Usted también podría exigir que quienes diseñaron y promovieron el sistema electrónico de votación que falla, sean alejados de sus cargos, según sea la responsabilidad que ellos tenían cuando promovieron sus uso. Eso comúnmente es una potencial e indirecta consecuencia de un fracaso tecno-científico de tal magnitud, pero valerse únicamente del problema para justificar el uso de un sistema manual es claramente una manipulación de la sociedad.

No faltarán quienes digan que lo que escribo es obvio, pero resulta que a diario vemos como muchos "líderes" y dirigentes políticos, nacionales o foráneos, hacen todo lo contrario. Generalmente, esa gente no comprende casi nada de lo que es ciencia. Ello es grave, ya que cuando llegan al poder deciden cosas que afectan a muchos, según sus primitivos y a menudo equivocados criterios, pero en su discurso aseguran hacerse conducido por claras evidencias científicas. Así han tenido la osadía, Trump, Bolsonaro, y otros presidentes más, de pronunciarse contra la evidencia científica del COVID-19 hasta niveles de ridiculez. Y es que el mal manejo mediático de la ciencia ha hecho que hasta decenas de años de estudio e investigación sobre el cambio climático, sean descartados por el estúpido juicio en esa materia de un hombre que no puede sumar dos logaritmos, Donald Trump. Como si ocupar el puesto de presidente automáticamente otorgue facultades de ser una mente superior.

Lo grave es que ese personaje no solamente incide nefastamente en el rumbo de las políticas y de la gestión de su nación en esa materia, sino que muchos lo toman como una versado de tal magnitud que bien puede rebatir a los científicos. Si ha ganado tanto dinero, es que debe ser una eminencia, aseguran algunos mientras le otorgan una reverencia a su pensar. Es tan terrible esa confusión, que aquí una enormidad de "académicos" recomiendan y apoyan a ese sujeto políticamente y proclaman por sus redes sociales, que de poder votar en la elecciones estadounidenses de este fin de año, sin dudarlo lo harían por Trump. No les dice nada esos juicios absurdos y le apuestan a que puede resolver nuestra crisis política. Así de sorprendente resultan ciertas mentalidades académicas de nuestro país.

A pesar de ese dislate, el problema refleja también lo difuso de la relación de la política con la ciencia y eso es muy serio, ya que los efectos del mal uso de la ciencia están llegando a niveles tan delicados que podrían conducir al exterminio de la raza humana, Hiroshima y Nagasaki así lo demostraron. De forma que seguimos con el mismo problema, individuos con muy baja preparación, casi nula en materia científica, deciden acerca de cómo usar el producto de la ciencia y además, cuando suceden desastres y tragedias, se esconden bajo la supuesta falla de la ciencia, es decir, no son responsables. Es tan común este problema, que todavía mucha gente culpa a los científicos que estudiaron el manejo del átomo por el terrible legado de un mundo nuclear, sin comprender que la decisión real de lanzar las bombas fue producto de un acuerdo político y militar en Washington. El mismo Oppenheimer, que ejerció un rol de liderazgo científico, cuando se creía que Hitler obtendría la bomba y ganaría la guerra, fue posteriormente tratado como un paria, en especial por su reticencia a mantener el rumbo favorable al complejo industrial-militar estadounidense.

Así pues, la ciudadanía sigue careciendo de un conocimiento que le permita poner las cosas en su lugar y reconocer a los desconocedores de la ciencia, incluso los que se pueden valer de ella. Tampoco ayuda que las pseudo-ciencias y el discurso opuesto a la ciencia se vista con el lenguaje de la ciencia. Así por ejemplo, si Diosdado Cabello, que fue duro crítico al informe de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, se contagia de COVID-19, de inmediato surgen quienes con base a ese suceso lo trastocan para volverlo la argumentación científica suficiente, para afirmar que el muy cuestionable informe es verdadero y que la Academia señalada jamás se equivoca. Por favor, eso es una extrapolación disparatada y ni siquiera da lugar a una correlación científica entre los acontecimientos, mucho menos a una relación causa-efecto.

De modo que un reto pendiente del poder ejecutivo actual en el país, si decide mantener su línea de extender el saber científico, de hacerlo "permear" sobre las comunidades y grupos, de entrelazarlo adecuadamente con los conocimientos no tradicionales, es hacer del conocimiento popular una claridad acerca de los límites de la ciencia, de su verdadero apoyo como sostén para proyectar políticas con base al mismo, pero dejando en claro que las políticas humanas son decisiones construidas a partir de interpretaciones, de la adherencia de postulados ideológicos, de la preservación de valores humanos y la búsqueda de propósitos específicos. Si usted privilegia al mercado comercial de su nación o a la producción industrial, sobre la vida de sus trabajadores, eso es una decisión política, no es un saber científico. Si tras una crisis bancaria, para decidir a quién rescatará financieramente, usted se inclina por la empresas y no por los clientes afectados, es que sigue una doctrina ideológica, posiblemente de alineamiento político, no un postulado científico; aunque lo que se decida lo explique un economista.

Y se puede ir más allá ya que la discusión del rol de las comunidades y la ciencia moderna viene progresivamente debatiéndose y es que la gente tiene razones en dudar sobre cómo se valen de ella los gobiernos. Así por ejemplo, en 1995 Theodore M. Porter, en su obra "Confianza en los Números. La Persecución de la Objetividad en la Ciencia y Vida Pública", publicada por la universidad de Princeton, describiendo el tema escribió: "Además, la comunidad debía juzgar qué tipo de trabajo vale la pena, y con un toque suave, si no una mano invisible, direccionaría los recursos disponibles a aquellas áreas de investigación donde harían más bien."

Como se puede observar, la postura de que la ciencia debe ser elitesca y que únicamente un grupo reducido de ciudadanos pueden conocer sobre ella pudo habernos traído hasta aquí, bajo mucho sufrimiento y dolor, pero progresivamente está siendo necesario probar alternativas a esa creencia. La gente común debe aprender a diferenciar entre ciencia y la aplicación de una política que dice sustentarse en ella; así por ejemplo podría identificar claramente cuando una decisión para "relajar" el confinamiento ciudadano obedece a intereses económicos y políticos, más no es el resultado de la evidencia científica. Que elementos como la negociación con actores, que poseen intereses opuestos, es algo que participa decisivamente en la toma final de decisiones y que esta aproximación no es como en ciencia donde, inexorablemente, el producto de conocimientos certeros y absolutos se imponen sobre otros.

De forma que es posible que la humanidad aún tenga pendiente resolver dilemas como el que el filósofo inglés Bertrand Russell emitió a mediados del pasado siglo: "Los hombres que domesticaron al caballo por primera vez lo emplearon para saquear y esclavizar a poblaciones pacíficas ... En nuestros días, una combinación de genio científico y habilidad técnica ha producido la bomba atómica, pero al haberla producido, todos estamos aterrorizados y no sabemos qué hacer con eso." Hay que saber darle uso a la ciencia y tecnología y eso es asunto de todos.



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