El trato a los niños y adolescentes enaltece o degrada un país

 


Recordábamos hace unas horas, que en Brasil, específicamente en Río de Janeiro, una noche fría unos niños dormían en el portal de una iglesia. Para soportar el helor se cubrían con periódicos y apretujaban sus cuerpos unos con otros. Sobre la madrugada, unos carros aparcan cerca del lugar y bajan varios individuos. Dos o tres niños se despiertan y aunque somnolientos se percatan que son los escuadrones de la muerte, y que llegan por ellos para matarlos. Se paran y corren pretendiendo huir. Algunos de los recién llegados salen detrás y disparan al bulto para detenerlos. No fallan, son expertos en matar. Se acercan a los niños y, sin siquiera observar si alguno vivía, los rematan con tiros en la cabeza.
Los otros asesinos ya casi habían concluido su faena y procedían al remate de los otros muchachos, es decir, a dispararles a todos a la cabeza. La mala iluminación de la calle y la noche oscura les jugó una mala pasada. Les quedó viva una niña de 15 años. La bala dirigida a su cabeza solo le rozó y para su fortuna derramó mucha sangre para confundir a los asesinos que no verificaron su muerte. Aterrada, permaneció largo rato inmóvil hasta estar segura que los asesinos estaban lejos. Había vivido unos minutos horrendos que jamás olvidaría. Pero lo atroz para ella no fue ya esa matanza, sino al escucharlos descubrir que esos criminales especialistas en matar, eran policías. ¿En quién podría ahora confiar esa muchacha para salvar su vida?
Esa todavía con algo de niña acudió, luego de errar mucho, a una iglesia donde un sacerdote la escuchó y la protegió. Canalizó la denuncia correctamente y los autores del crimen fueron identificados, capturados, juzgados y condenados, purgaron su pena. Pero los crímenes de niños y adolescentes hasta el día de hoy no cesaron en Brasil, señal que los escuadrones permanecen activos perpetrando sus fechorías. No hay que investigar mucho para entender que en Brasil el asesinato de niños de la calle es algo que se mantiene sin que nadie se alarme y reclame que se atienda y bien, a esos niños que viven a su ventura. Para el lugar del mundo que se mire, los mensajes sobre la niñez están plenos de buenas intenciones. Intenciones estas que no se procuran llevar adelante pues esa tragedia continúa sin obstáculos. Ahora, el velo que cubría el drama en nuestro país se ha caído y lo ha puesto encima de la mesa. Pero no todos lo han visto. Y es de esto que queremos escribir: sobre los niños y los adolescentes en nuestra sociedad.
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Nos resulta inconcebible que una joven liceal haya sido asesinada a golpes por unas compañeras de clase y que tras su muerte se descubra que estaba embarazada. El crimen y el embarazo habrían aturdido a una sociedad normal. Aquí no ocurrió nada de eso. Nadie del gobierno habló en profundidad de este asunto, señal indicativa que no es relevante para ellos ni el área educativa ni la vida de una joven estudiante. Es algo que no se puede soslayar, entender que algo está fallando en la educación y que hay que enfrentarlo cómo sea pues ahí se debate el futuro del país.
En una cadena presidencial en Guatire una jovencita se sale del libreto y le pide al presidente que ponga la mano en su liceo pues necesitan pupitres, el comedor no funciona y algunos de sus compañeros se desmayan de hambre en clase. También le habla sobre la estructura deteriorada, la falta de luces, y de la inseguridad. Se sorprende el presidente e indignado exclama “Tengo que venir yo aquí para enterarme de esa situación. Fulano, vaya hasta ese liceo y resuelva ese problema”. Hasta ahí llegó invicto el presidente. Salvó su responsabilidad pero ¿en verdad la salvó? ¿Habrá hecho algo después del traspié del liceo por saber si respondieron a la solicitud de la joven, y si ese mismo problema no se repetía en otros liceos? Nos permitimos recordar que un periodista extranjero le preguntó al dictador Pinochet, cuánto sabía de Chile. Este le respondió que en Chile no se movía una hoja sin que él lo supiera.
Otro asunto que abordaremos aquí es sobre el asesinato de dos sargentos. En su día libre esos dos muchachos salieron a beber unos tragos con otros compañeros de la milicia. En la madrugada salieron del local a fumar un cigarrillo y fueron robados por un niño y una adolescente. Salieron en su persecución y de repente les salieron otros muchachos para entre todos apuñalarlos. Las autoridades señalan como los principales responsables del crimen a los autores del arrebato, es decir, al niño y a la adolescente. El primero tiene 10 años, y la jovencita 15. Integran una banda llamada los cachorros, que merodean la zona donde se produjo el crimen. Ninguna alarma generó esto. Ni prensa ni autoridades le dieron la importancia que tiene. Hay entre los detenidos niños de 8 años, y según han manifestado algunos, también lo hay quien tiene solo 6 años. Los cachorros y otras dos bandas también constituidas por jóvenes y niños, controlan desde Plaza Venezuela hasta Chacaíto. Cada pandilla tiene su espacio y respeta los ajenos lo que permite la paz entre ellos. Sin perjuicio de esto, ha habido enfrentamientos muy fuertes cuando un grupo ha invadido el espacio de otro.
La situación que vive el país ha llevado a muchos niños y adolescentes a las calles procurando sobrevivir. Se los ve en abundancia y a toda hora, comer de las basuras. Estas por la cantidad de personas que recurren a ellas, han comenzado a generar conflictos por dominios de los espacio y de lo que llegue a ellos. Mientras el Estado bien gracias, sin acciones concretas, efectivas para atender una situación que augura mucho mal. Como los cachorros, hay otras muchas bandas en distintos lugares del país. El presidente y sus ministros como si no supieran nada del asunto, en tanto este aumenta y se propaga dañando más y más, sin ningún freno. Urge que el gobierno atienda el asunto.
Este desgraciado suceso pone sobre la mesa un problema que todos aquellos que debieran intervenir por la autoridad que detentan, lo evitan. Autoridades y medios hacen mutis por el foro. El gobierno no puede soslayar hechos de esta naturaleza. Menos todavía los medios, Niños empatotados abundan hoy en todo el país. Primero, en su inicio, piden comida, restos de ella o dinero para comprarla. Luego van al arrebatón, como hicieron con los sargentos, y terminan matando. Hoy llegan a matar para preservar lo que obtuvieron con violencia. El próximo paso es el sicariato. Se lograrán sicarios por unas pocas monedas porque además tienen la impunidad que la edad les da. Matar, mientras sean menores no les costará nada. Hace unos días la policía en un enfrentamiento mató a un joven de 19 años. Se le responsabilizaba de 11 homicidios. Pudo haber comenzado también con diez o 12 años su carrera en el crimen. ¿Quiénes son los responsables de esta otra vida perdida?
Terminando esta nota nos llega la triste noticia de otra tragedia. Un niño de 13 en el Zulia encontró una escopeta en su casa, la tomó en sus manos caminando hacia donde estaba su prima, también de 13 años conversando con los amigos del primo. Este gritó “soy un sicario” y apretó el gatillo sin saber que el arma estaba cargada, y le destrozó la cabeza a la pobre joven. La expresión del joven, “soy un sicario” denuda el estado de nuestro magro país.
Recordando a Caupolicán Ovalles le preguntaríamos al presidente ¿sigue usted con su espectáculo bailando y cantando salsa, señor presidente?

 



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