Acto de una selección Biológica

Con la toma de Granada el 2 de enero de 1492, se pone fin a una guerra de setecientos años. Acto continuo, Fernando, el rey comanditario, vuelve sus ojos al eterno problema de Aragón: su expansión mediterránea. Sus tercios aragoneses de la Gesta de Granada se proyectan sobre la Provenza Francesa y el Reino de Nápoles. Entre tanto Castilla, libre de un horizonte guerrero, se queda con las armas en la mano, sin saber qué hacer con ellas.

En ese momento aparece América como una redención o una posibilidad.

Por eso es fundamental para la compresión del Nuevo Mundo y de los conquistadores, conocer la relación de ellos con la guerra de la Reconquista.

Después de los armisticios suele asistirse a un malestar social y a un incremento de la criminalidad y delincuencia. Se achacan estos hechos a los problemas morales y económicos propios de la guerra. Hay sin embargo, otros factores sobre los que no se medita lo suficiente. La guerra regresa al hombre a niveles primitivos superados a duras penas, que en el fondo siguen actuando en la conducta del hombre civilizado.

La guerra equivale a un reencuentro amoroso con alguien no se ha dejado de amar.

La civilización ha privado al hombre de placeres atávicos como el crimen, el incendio, el pillaje y la destrucción. La guerra le devuelve ese placer.

El peor daño que causan las guerras es revelarle al hombre su naturaleza reprimida. La tristeza y tensión que sienten en la post-guerra no se debe tan sólo a las pérdidas materiales y efectivas. La paz significa volver a estratificarse en el orden social. Volver al marco carcelario de la oficina cuando se tuvo por hogar el mundo. Es soportar nuevamente al jefecillo gruñón después de haber derribado hombres a punta de bayoneta. Es retornar a un medio que puede ser triste, lóbrego o sin sentido. Es aceptar nuevamente el futuro y estrechar el presente. La guerra es la liberación de este penoso esfuerzo. El hombre corriente, a pesar de todo, regresa a su antigua vida, vuelve a aceptar el cauce, Al fin y al cabo es de hombres adaptarse.

Hay seres, sin embargo, que se quedan varados con el armisticio, como encallan los botes con la bajamar.

Esta es la historiar del bandolerismo, delincuente e inmoralidad que azota a todos los pueblos después de una contienda.

¿A qué se debe ese fenómeno? ¿Por qué causa algunos hombres retornan a sus ocupaciones habituales, en tanto que otros parecen desadaptarse para siempre de la vida civilizada?

Conocemos varios delincuentes que comenzaron a serlo a raíz del armisticio. Uno de ellos refería que el primer homicidio es el que más resistencia implica. Luego se le pierde el respeto al crimen, incluso puede encontrarse placer en el hecho. Otros se acostumbran a la irresponsabilidad, a la vida un tanto aventurera, igualitaria y emocional de la contienda, del ejército, de la vida de campamento. El soldado hace una regresión a la situación del gran hogar.

¿Por qué se produce entonces la excepción de una minoría desadaptada, cuando la casi totalidad de los combatientes retornan a sus ocupaciones corrientes? ¿Por qué hay hombres que "no regresan" jamás de la guerra? Muchas personalidades psicopáticas se mantienen asintomáticas en el campo de la asocialidad a causa de las inhibiciones sufridas en su infancia; en el fondo, sin embargo, poseen una carga de agresividad e impulsividad extraordinaria que a duras penas logran reprimir. En tanto que los estímulos habituales del medio ambiente no logran reactivar ese trasfondo impulsivo, el psicópata se mantendrá a raya en lo que a criminalidad se refiere, si para desgracia de ellos y de su ambiente son expuestos a los estímulos precisos y adecuados.

España a fines del siglo XV se debatía en este problema. Granada venía a ser una brusca interrupción a siete siglos de impulso. Veinte generaciones de españoles nacieron y murieron bajo el signo de una nación en guerra. ¿Qué fue estos hombres al producirse el armisticio?

En toda la Península, desde Don Pelayo hasta Isabel, hubo siempre campo de acción para los inadaptados o incapacitados para la paz.

Fueron adelantados, motivos de leyenda, hombres de bien. No tuvieron oportunidad de sentir la vacuidad de la existencia de la existencia. España tuvo a mano la posibilidad de proyectar sus vidas atormentadas en el acto heroico. Destruir y guerrear, más que una actividad fortuita, se convirtió en una profesión honorable, donde siempre fue mayor la demanda que la oferta. Quién no amaba las aulas de Salamanca, pudo siempre irse a la guerra. Quién no sentía el aire de sus campos o las emociones del mercader, pudo irse a la guerra. Quién no amaba el trabajo o la vida ordenada rutinaria y pacífica, canalizó en la guerra lo que en la paz se llama ocio, vicio o maldad. Así lo declara Lope de Aguirre en su carta al Rey: "En mi mocedad pasé el Océano a las partes del Perú por valer más con la lanza en la mano.

La guerra invirtió los valores de la nación española, llamando hidalgos a sus asociales y villanos a los hombres simples que amaban la paz. Por siete siglos, el odio, el crimen, el desprecio por la vida, la confianza en el destino, serán virtudes nacionales.

"No hay otra cosa en la tierra –dice Don Quijote– más honrada ni de más provecho que servir a Dios primeramente. Y luego a su rey y señor natural, especialmente en el ejercicio de las armas, por las cuales se alcanzan, si no más riquezas, a lo menos más honras que por las letras como yo tengo dicho muchas veces, que puesto que han fundado más mayorazgos las letras que las armas, todavía llevan un no sé qué los de las armas a los de las armas a los de las letras, con un sí sé qué de esplendor que se halle en ellos, que los aventaja a todos".

A este respecto escribe Salvador de Madariaga: "Durante aquellos siete siglos habían arraigado en los procesos mentales del español dos costumbres: el hombre de corazón adquiere la riqueza guerreando antes y con más honra que otro trabajando; y el hombre de corazón no descansa sobre riquezas, sino que sigue luchando, pues siempre hay infieles que destruir, riquezas que ganar y galardones que merecer".

Los nobles tenían que acudir al llamado de la guerra; desde el barón soberbio hasta el pobre hidalgo, "de los de olla con algo más de vaca que carnero", como los moteja Cervantes. No había otra alternativa. Tan sólo el convento les permitiría huir de la obligación de matar a riesgo de ser matado. Matarás y matarte han y matarás a quien te matare". Por eso acudían en tropel al llamado del rey. Llegaban los condes con caballo y halconeros. Acudía el hidalgo con el jamelgo enclenque y el alma engrandecida.

La reconquista para los guerreros de España fue sin duda la época dorada y fecunda de su existir. Por eso tembló España cuando dos reyes consolidaron la paz definitiva. Boabdil se llevó consigo no sólo el mundo musulmán, con él se iba una forma de vivir. La capitulación tuvo toda la fuerza de un desempleo permanente. Granada fue para el guerrero lo que las revoluciones son para la aristocracia o la máquina para el obrero: lo dejó de pronto, no sólo sin sentido, lo dejó sin oficio. Le arrebató el privilegio y comenzó de pronto a llamarlo vago, criminal e inepto. La ducción del reino pasó bruscamente del yelmo a la toga, del capitán al letrado, de los señores feudales al tribunal del Santo Oficio. Comenzaba una nueva vida para España, donde los héroes estaban de más.

El problema fue, sin embargo, mucho más grave: Los guerreros de la reconquista no fueron hombres a los que se movilizó y desplazó de sus ocupaciones habituales. En aquellos tiempos, los hombres iban a la guerra. No eran llevados a ella. Lo que supone una vocación o una selección natural muy sospechosa. Por eso los pueblos ven la guerra con la indiferencia del que observa una lucha de intereses donde, más que parte, es contenido de la cosa que se discute.

—La guerra en aquellos siglos era una actividad individual. "Hoy –dice Ortega– son los pueblos las colectividades nacionales, los Estados, los que practican en grande y a todo meter la aventura, dándose la circunstancia tragicómica de que en lo interior de la inmensa turbulencia, la vida de cada individuo transcurre más metódica y reglamentada que nunca".

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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